Análisis de La peregrinación de Bayoán
de Eugenio María de Hostos
Luis Felipe Díaz, Ph.D.
Departamento de Estudios Hispánicos
Universidad de Puerto Rico, Río Piedras
"Para que la política pudiera tener un sentido heroico era necesario que trascendiera a la simple tarea de administrar la cosa pública, de tal modo que el espacio de la política no se encontraba localizado en el presente sino, otra similitud con la religión, en el imaginario futuro. Para "creer" en la política era necesario que el sentido de su práctica fuera deducido de una finalidad, por lo común utópica. Esa finalidad debía estar asegurada. Y en los tiempos de la modernidad no había ningún seguro más seguro que la ciencia, pues, de acuerdo a un juego tautológico, se suponía que algo podía ser verdadero si era científico. La verdad solo podía ser científica y lo científico era la verdad. La ciencia ha sido un buen sustituto de la fe. Ahora bien: ¿qué ciencia garantizaba el cumplimiento de los fines de la política? No había mejor alternativa: la historia. Mejor dicho: la historia como ciencia" (Fernando Mires. El malestar en la barbarie 222).
La peregrinación de Bayoán (1863)[1] en gran medida representa la visión de un joven autor como Eugenio María
de Hostos (1839-1903), identificado con las ideas diferenciadas y radicales de
la cultura puertorriqueña y americanista de la segunda mitad del siglo XIX. Pocos
escritores puertorriqueños e incluso latinoamericanos en general alcanzaron tal
nivel de alta comprensión de la cultura y la historia a través de la metáfora y lo ficticio y el sujeto americano inmerso en ello. Hostos se enfrentó a las
ideas y poderes sociales e ideológicos adversos a sus profundos y serios
criterios fundamentados en un nuevo tipo de pensamiento ilustrado (racional), pero
dado también a lo subjetivista (romántico) en el sentido fenomenológico e incluso hermenéutico. Pese a sus propios escepticismos y contradicciones empleó los conceptos más adelantados y complejos de su época que
fueron de transiciones fundamentales en los delineamientos hacia una nueva
Modernidad. Hostos ya estaba en un mundo en que se pasaba del Romanticismo
idealista (la modernidad estética) al realismo más positivista (no del todo materialista en muchos casos, pero sí más consciente del perecer en el tiempo). Su estado de consciencia se mantenía atado a la fuerza de la naturaleza y al
ser trascendente (romántico) del sujeto humano dentro de la misma naturaleza. No se había desprendido aún de la modernidad rousseauniana del mundo natural (la felicidad del salvaje), mientras se ve arrojado al ámbito ya más positivista de la ciudad (que no aceptaba del todo por su maligna alianza con lo transitorio, capitalista e irracional). Pero aún así tendría que reconocer y mantenerse atado al complejo mundo de la ciudad moderna (una nueva semiosfera) ya a la
vista y en incontenible avance capitalista y en contradicción con lo ideal y la belleza. El saber científico del positivismo, de la industria y del dinero se iba separando cada vez más del pensamiento kantiano (del bien y del "imperativo categórico" del racionalismo) que Hostos reconocía como lo estable y verdadero. En algún umbral de estas intermitencias se ubica su "hablante implícito", al escribir esta anómala obra (La peregrinación...), pero que sigue mereciendo nuestra atención (tal vez porque aún estamos luchando en esa penumbra). Curiosamente en su búsqueda no hubo cabida para el marxismo y el socialismo en un sentido explícito y directo (¡lo cual hubiera facilitado nuestra labor crítica!). Puerto Rico y el resto de Latinoamérica no eran en realidad parte de la revolución industrial y el positivismo de ruptura con el capitalismo que proponía el marxismo. Pero como buen latinoamericanista, Hostos reconocía que se tenía que abandonar el estadio (estancamiento) del sujeto anclado en la simple admiración de la belleza de América, desde la mirada europea. Hostos representa la mayor capacidad que posee el sujeto latinoamericano de verse a sí mismo en el espejo de la cultura, pero problematizada.
En su obra, en el fondo Hostos duda del romanticismo mismo que emplea, no
cree en el realismo novelesco, no es psicologista (acude al diario intimista y
poético) y no aborda del todo la mentalidad positivista porque La peregrinación
es algo anterior al auge de este movimiento de los años 70 y 80 en Europa. En su sentido
del novelar, como los españoles mismos, se negaría a ser un naturalista del
positivismo crudo y mantenía la fe en reconocer una belleza natural que tendría que ser guiada racionalmente en la historia. No creo que su consciencia obedeciera los mandatos religiosos que dominaban a los españoles hasta la médula; pero sí era un místico y metafísico muy de fondo poético (estético). En específico, no quiso reconocer plenamente el papel predominante
e insuperable que tendría el mundo material y moderno que desplazaría y
opacaría la imaginaria “ciudad letrada” del pasado romántico, y que quedaría cada vez más
sepultada precisamente por la nueva modernidad cuyo lado más materialista y siniestro él quería rechazar (el "lado oscuro de la modernidad capitalista"). Al manos así lo advertimos hasta los primeros años 60 del siglo XIX,
época de la producción de La peregrinación de Bayoán.
Bien encontramos en la obra un idealismo paradójico, pero muy de avanzada pre-positivista, que se esmera en representar los deseos y frustraciones de Bayoán, protagonista de su "novela". El mundo representado en la misma (sea ya el mundo liberal o
conservadoramente burgués del Puerto Rico, la Latinoamérica y la España de
entonces) es sometido a una agresiva crítica en que se incluye a sí mismo no de
manera simple (en la mismidad) sino de forma paradójica (otreica). Su obra en
realidad era parte de otros escritos ya emprendidos, que titula Diario, en
que reflexiona sobre su vida y su pensamiento en general, tal y como ocurre en La
Peregrinación.[2] De ahí que sea primeramente una obra intimista y de búsqueda del ser, pero
manteniendo siempre una añadida perspectiva del sentido psico-social y
cultural (esto lo acerca a la novela y su concepto más complejo del devenir). Hostos retendría mucho de la mentalidad shakesperiana del pesimista y
paradójico Hamlet (lo barroco dramático), del romanticismo subjetivista y del conocimiento de lo que
es un diario y su estilo testimonial y reflexivo que puede rayar en la reflexión filosófica[3]. En su búsqueda de lo interior del sujeto (su racionalismo poético) se adelanta a una época que aún no se prestaba al freudismo ni al
psicoanálisis, posteriores a La peregrinación. Después de todo, en su
texto Hostos se propone alcanzar el sociologismo racionalista (de raíz krausista-española)
antes que la mentalidad de la duda y la incertidumbre psicologista de Hamlet y
de Bayoán (y del inicial romanticismo), que domina la obra con su dramatismo, en parte. La "sociología cultural" era una nueva disciplina (moderna) que Hostos cultivaría muy bien en
su posterior obra y ya La peregrinación le sirve de taller para ello.[4] El género del diario, en su intimismo y peregrinar hacia lo profundo de
la personalidad y del ser lo llevará después de todo a buscar una salida hacia
lo social, a la apertura que proporciona la novela (lo cual nunca logró del
todo bien, pero sí con el ensayo y su poder de crítica social ampliamente
racionalista, pero que no abandona lo subjetivo). Este género lo llevaba a la errancia y el ensayo era el género que le confería mayor estabilidad en su modo de razonar. De ahí que Hostos mismo rechazara el novelar y la ficción (género literario muy del positivismo industrial europeo). Los mediados del siglo XIX eran tiempos de un nuevo novelar, una nueva lírica, un novel drama y un aventurado ensayismo (que incluiría el periodismo), algo que Hostos parecía entender muy bien (de aquí que los adopte en su novela).
En La peregrinación de Bayoán se presenta una crisis en
que un creador como Hostos, con sus ideales de redención social y de encuentro
de un sujeto plenamente ético (kantiano), se resiste a ser seducido, como
muchos, por la superficialidad horizontal de la modernidad de la época del capitalismo y
el individualismo iniciales que sacude su emprendedora época, en proceso hacia lo industrial (¿peregrina en una romántica barca o en una cochina máquina de vapor?). En su obra nos advierte cómo, frente a su contemplación de la belleza americana, se ve inmerso en una sociedad colonial de gran egoísmo y de falta de justicia
social, según nos dice de manera dramáticamente poética y casi siempre
ensayística. Concibe a la sociedad manipulada por planes de grandes poderes
nada interesados en poéticas nacionales o en liberaciones trascendentales. En
lo costumbrista entendía que no solo se trataba de una cultura aún esclavista sino
de una sociedad que ingresaba en una nueva explotación de todos los trabajadores en general y
de un gran atraso de sus instituciones culturales y educativas. No había
comenzado en América, del todo, la Revolución Industrial (que también criticaría) de España, y mucho
menos en Latinoamérica. En Puerto Rico, una sociedad anacrónicamente colonial, se estará muy atrasado en estas ideas de la sociedad pre-industrial (que el capitalismo comenzaba a agenciar) y que ya
pensadores como Hostos critica y rechaza con firmeza (por su nuevo coloniaje, principalmente). No obstante, el lado cientificista del positivismo le permite ver algo de avances para la idea de la Humanidad que muchos liberales de la época (como él) esperaban.
La Peregrinación se
escribe a principios de la segunda mitad del siglo XIX, época de la emergente
sociología, del psicologismo y la madurez de la filosofía del Romanticismo, del
Costumbrismo frente a la crisis que le trae el Realismo, y el naciente pensamiento positivista que luego
acaparará a la novela en la historia. A todos estos saberes responderá la obra de Hostos,
tratando de presentarlos lo más novelescamente posible en La peregrinación (no sin ciertas dificultades en el manejo del género ficcticio como lo es la novela). Será el ensayismo lo que le interesará luego (en Tratado moral de 1888),
pero siempre guiado por un didactismo en que yuxtapone el sentimiento y la
subjetividad al imperio de la severa razón (E. Álvarez 68)[5]. De ahí la ambigüedad de su pensamiento y escritura, en el buen sentido, pues los grandes pensadores tienden a ser así, sujetos de la ambigüedad y la paradoja (ese es su territorio fronterizo, foráneo, emigrante, errante y peregrino). Una de las mayores cronotopías de La peregrinación es la incertidumbre y la inestabilidad (la otredad) en que un sujeto se enfrenta a la contingencia, sin temer a la mudanza, al cambio inevitable del tiempo moderno.
En esta crisis cultural que repercute en la creación de la
obra, resulta singularmente importante el que Bayoán, desde un principio se haya distanciado ideológicamente a un nivel máximo del mundo que lo
rodea. No muestra posibilidades algunas de comunicar significativamente con
este ámbito tan alejado de sus ideales éticos y de cierta complejidad incluso
para pensadores cultos de la época. De ahí la dificultad que posee Hostos para
escribir una novela que implicaría (sin tanto apasionamiento) representar los
criterios de los demás, aunque sean retrógrados. Por eso Hostos escribe tan en soledad y con un sentido
tan elevadamente moral (pero muy amparado en ideas de la época). Hay una
separación amplia entre lo que se vislumbra en su consciencia y el rumbo tomado
por el entorno histórico-social, incluso el de los liberales. Mucha reflexión casi filosófica y poca dialogicidad sociológica. Son dos
peregrinajes distintos. Hostos vislumbra una modernidad ética y racional, no
tan materialista y capitalista como la que se estaba gestando en el mundo, y que requería ser tolerada con distanciamiento mimético en una novela (la que no logra —o no quiere— semiotizar del todo). La novela representaba en el fondo la entrega al mundo industrial, y el eticismo de Hostos no toleraba esa nueva subalternidad impuesta por los europeos en América.
En el Prólogo que escribe en la edición chilena de 1873, el
autor es consciente de que escribe una obra con ideas europeas pero de
interrogantes y respuestas a una mentalidad latinoamericanista, muy crítica
ante la tiranía colonial siempre ejercida por España. El mundo con el cual se
identifica el autor (y su protagonista Bayoán) es parte de un imaginario que
procede del idealista Romanticismo europeo y latinoamericano y que aspira a
armonizar al sujeto con la sociedad al menos liberal (la de la gran familia
nacional) y con la naturaleza y la mujer en mente (las cuales se concebían como
esenciales para el encuentro de lo bello y armonioso). Todo ello resulta
concebido desde su entorno inicial que es el Caribe, y su Yo problemático y
casi agónico ante el, a veces, indeseado rumbo de la historia personal y cultural.
Pero todos los deseos del autor y su personaje, en la aspiración de trascender, no se alcanzan ni mínimamente. Marién muere a fines de la obra y Bayoán
desaparece y emprende una lucha incierta después de tan devastadoras
experiencias. La primera muerte (la del simbolismo femenino en Marién) tal vez
anuncia la agonía de no alcanzar el ideal caribeñista y americanista (el Eros
masculino de la confraternidad federada). La obsesión o pulsión de muerte representan la imposibilidad de
encontrar la patria (y es una ansiedad constante en la literatura
puertorriqueña, creo que mucho más que en el resto de Latinoamérica).[6]
Todo lo anterior es presentado en La peregrinación de
Bayoán,[7] dentro de una “novela” en forma de diario intimista en que una voz
poética, sutil, a veces, y atormentada (romántica), en otras ocasiones, nos
cuenta inicialmente su viaje por las Antillas (como un Cristóbal Colón
sorprendido frente a su propio e inesperado espejo) y deja saber su malestar
ante el panorama socio-cultural que ve (el cual revela una visión anti-colonial
de la historia). Tal parece que el viaje (el peregrinar) es más interno, de su
consciencia, que externo. Pero tras las muchas reflexiones (y de mostrar la
deplorable situación ideológica de varios lugares caribeños) se encuentra en
Cuba con la hermosa Marién (antes se nos deja saber que Guarionex representa la
República Dominicana). Se enamora a primera vista de Marién (el mar, como
símbolo, y Cuba, la Antilla valiosa y preciada por los poetas de la época), e
ingresa en un severo conflicto moral y del Eros muy interno e intenso. De responder a su
enamoramiento se vería obligado a crear una familia e ingresar en una especie
de egoísmo que lo alejaría del ideal de liberar las Antillas y de unirse al
proyecto americanista de una emancipación cada vez de mayores demandas y repudio al coloniaje. Luego
nos relata cómo Marién se enferma y se ve obligado a llevarla a España en búsqueda
de la ciencia que podría curarla. (Lo masculino nunca encuentra su lado femenino; ni aún en el estilo de la "novela"). En la travesía hacia España continúa con
grandes dudas e incertidumbres, bajo el sufrimiento de ver a su amada
desfallecer y de advertir también que un anciano bolivariano regresa de
América, derrotado, con antiguas aspiraciones de redención, parecidas a las de
él (tómese en cuenta lo señalado sobre la pulsión de muerte). Tal parece ser un
revolucionario de una de las Republicas vencedoras, que luego se ven
sorprendidas por oligarcas traidores y oportunistas nada interesados en los
derechos humanos que guiaron la revolución (como en verdad ocurrió en
Latinoamérica).
Bayoán llega a España en busca de “El Árbol de la Ciencia”
(57), mas aún así con todo y la modernidad médica, Marién muere. Pero antes y a
finales de la obra el lector se topa con un nuevo editor que obtiene el diario
de Bayoán mismo, y quien posee y edita el texto que hemos leído. Nos enteramos
finalmente que Bayoán se embarca luego a América persiguiendo su ideal, pero ya
con una gran desilusión y sufrimiento. También se podría inferir que tras la
experiencia ya el propio autor de la obra no es tan “ingenuamente” idealista y
podría estar más listo para asumir posiciones firmes frente a los conflictos
reales del coloniaje político y capitalista en América. Hay distanciamiento irónico del autor hacia su propio protagonista, tan
idealista, melancólico y solitario.[8] Esto nos indica que estamos ante una obra que merece una lectura meta-textual, de un texto que se critica a sí mismo. Se trata de la propia crítica de Hostos a su incertidumbre juvenil y su manera de entender la sociedad y la Historia (como lo adopta en Tratado moral).
El editor ulterior nos ofrece a fines de la obra sus
opiniones sobre el carácter de Bayoán (lo que no cambia mucho la
caracterización que hemos obtenido de él mismo: un neurótico,
obsesivo-compulsivo con su proyecto personal y social). Nos ofrece fragmentos
del diario del héroe, en los cuales se nos habla de su estadía en Madrid con su
Marién ya agónica, hasta que muere. Este editor nos relatará con un proceder
narrativo más controlado que el de Bayoán mismo, hasta que todo culmina, y el
acongojado héroe se marcha a América. Muchas veces este editor parece un alter
ego de Bayoán observándose a sí mismo, y como una tercera persona más calmada y
capacitada para narrar desde afuera sus propios acontecimientos. Se nota a
finales que la obra ha progresado en destreza narrativa desde que fue iniciada
tan poéticamente.
El editor incluye en esta parte acciones muy íntimas de la
relación entre Bayoán y Marién, que incluso podrían referir a lo necrofílico
(302)[9]. Esta obsesión en la novela por la muerte de la mujer (al extremo de no
querer abandonarla tras su muerte) podría ser indicativa del deseo por superar el
mito poético (masculino) que relaciona lo femenino con la patria en el sentido
más ranciamente romántico. En la literatura romántica, ganar la lucha en la patria
se parea a la conquista de una amada saludable y sublime que cumpla con el papel de
esposa, madre y de obediencia patriarcal. El llevar a Marién a morir compromete al
novelista con deshacerse de sus posibilidades de fundar una familia y de crear las
condiciones necesarias para que no se cumpla la muerte del ser ideal en lo
futuro personal y nacional. Todo esto resulta de un gran “mandato” subliminal en lo familiar y en lo
social, en la placer del texto. Por esa razón emprende finalmente, lo más seguro, melancólico, pero frenéticamente, una lucha que sospecha que habrá
de perder (como el viejo en el barco). La anticipación temerosa y precipitada a
la pulsión de muerte lleva a eliminar a la poética amada (el Eros de la escritura). Ya Marién le anuncia al autor como señal simbólica que no hay manera de escapar a la fuerza adversa de la naturaleza, no importan los más altos ideales románticos. Pero Hostos no abadonaría el idealismo ni sería un materialista. No daría supremacía al objeto, a la cosas en sí, y mantendría la idea romántica de un yo trascendental como posibilidad apriorística de alcance.
No obstante, el autor de la obra no podría ser acusado de
machista, pues si alguien se distinguió en la defensa de la mujer fue Hostos.
Marién es antes que nada un signo literario y simbólico que dice más de la
consciencia (del estado mental en su otredad) de Hostos que de la mujer como
ser real y referencial. (No obstante, algún que otro tapaboca le promete a
Marién por no actuar según sus criterios). Es de esperarse que en su época
estas obras resulten andronormativas y que sus mujeres respondan a alegorías de
las ideas culturales pertinentes a los hombres y sus luchas nacionalistas y sus
temores/goces necrofílicos más internos (endogenéticos). Marién representa la otredad subconsciente del hablante de Hostos mismo y aún no es un signo de la supremacía del "otro", de la realidad externa como fenómeno "objetivo" con independencia del sujeto. Mas esto es cuestión de posturas filosóficas y la aquí asumida es una de ellas.
Regresando al texto, notamos que las descripciones, diálogos, referencias y aconteceres en
general de esta parte final se van tornando según, se avanza en la lectura, más
novelescas, y se acercan bastante a la narración realista con tintes aún
románticos, y con unas profundas meditaciones que nos exponen las connotaciones
del significado de la muerte (la máxima otredad) en su sentido trágico y de psicología profunda. Es
la parte de la obra más certera de Hostos en la creación de esta novela, poema,
diario, drama y ensayo (todo a la vez). Pero con todo ello, sobresale el
elemento de lucha (casi barroca), de signos opuestos y en términos de cruces dramáticos
(y de ahí su profundo entendimiento de la obra de Shakespeare).
Tenemos también la impresión de que esta última sección en que
interviene el editor exponen reflexiones de Hostos sobre sí mismo en su doble
alter ego: el apasionado Bayoán y él mismo observándose al convertirse en
editor ulterior de lo anteriormente escrito (el diario inicial) cuando era más joven.[10] En la época en que escribe ya Hostos parece haber cambiado un tanto y no
se concibe tan idealista con lo que era en su identidad pasada, como el Bayoán
exaltado y ambivalente entre razón y pasión que a finales desaparece (como su
fantasmático padre… parecido a lo sucedido en Hamlet). Pero el cambio después
de 1863, no es tan significativo. Creo que es más bien estratégico y razonado
pues su literatura posterior continúa dialogando con muchos de los aspectos ya abordados.
En los años 60, cuando se ve cómo editor, se siente más realista (por su
krausismo) y abandona el poético idealismo desbordado e inicial desbordadamente romántico.
Importa el que la obra se dilate en presentarnos el argumento
principal (la mímesis). La relación amorosa con Marién se presenta extremadamente
poética y reflexiva (muy excéntrica, pues no es realista sino románticamente
simbólica). Carece del realismo y de la dialéctica novelística (los juegos de
pugnas y contrarios). Así se presentaría una problemática social dinámica sobre
la lucha de clases y de ideologías concretas de individuos en la sociedad
moderna y capitalista (lo cual no se expresa en esta novela). La dialéctica del
héroe, Bayoán, no es con el mundo sino primeramente consigo mismo (tal vez
porque Hostos es un crítico radical del mundo burgués que lo formaba —del que
depende la novela como género— pese a no ser tampoco socialista). Hostos no
cree en la burguesía ni en su género literario predilecto, la novela.
Bayoán trata a Marién como un ser intocable, más símbolo
poiético que otra cosa. No es un
signo de pugna burguesa, como lo sería la mujer en la novela moderna. De ahí la ausencia de una sexualidad común. Pero
mientras más avanza la obra, más “novelesca” se torna, a pesar de todo, aunque
desde un principio se nos ha dicho que es un texto ficticio en forma de diario
poético. No obstante, la obra maneja a un hablante muy diestro y complejo que
incluso supera las dicotomías barbarie/civilización tan características del
discurso Latinoamericano.[11] Mas, insisto, no encuentra su
na(rra)ción burguesa (ver mi La
na(rración….)
Luego de la enfermedad de Marién y la partida hacia España la
obra se torna más clara en cuánto a lo que se persigue concretamente, y el
narrador del diario incorpora lo transcurrido en el argumento, a sus
deliberaciones poéticas y reflexiones ensayísticas (es un meta-texto). Se trata,
además, de un pretexto, después de todo,
esmerado en ensayar las ideas del autor hasta ese momento histórico de 1863. En
verdad, pese a las críticas que le podamos lanzar, es una de las mejores
piezas, en su complejidad, de la literatura puertorriqueña y se adelanta en
ciertos aspectos a María (1867) de Jorge Isaac (aunque ésta sea más
novelesca). En verdad, en la propia España aún en 1863 no se había expresado
del todo, en su genuino sentido, el arte del novelar burgués. Habría que
esperar a fines de los años 70 y principios de los 80 para la implosión de la
novela en ese país, y la Revolución Industrial y burguesa que abrirían paso a la
narrativa compleja que abandona el simplismo alegórico del realismo
costumbrista. Benito Pérez Galdós presenta los mejores ejemplares novelescos (superiores algunos de ellos a La regenta, como los son La Desheredada y Fortunata y Jacinta). Una obra como Pepita Jiménez (1874) de Juan Valera, no es una novela burguesa en el sentido estricto.
Pero volviendo a Bayoán vemos que su distanciamiento con respecto al mundo que lo
rodea, lleva la obra a perder dialéctica narrativa y alcance mimético (la
acción, la intriga), ya que no se constituye como lo que le correspondería ser,
una novela burguesa.[12] Debido a la indefinición de la mímesis de la obra (la acción se dilata en
extremo y aparece como algo secundario a las deliberaciones y digresiones que
ocupan primeramente al narrador), el novelista tiene que recurrir a la
impresión lírica en unas ocasiones y a la consideración ensayística en otras.
Se presenta como un Colón del siglo XIX que viaja por el Caribe y se asombra de
todo: “¡Otra vez, otra vez!... ¡Oh patria mía, cuántos dolores me cuestas!
Apenas sosegado mi corazón, apenas colmadas las agitaciones que la meditación
de este otro mundo me ha causado, y otra vez obligado a abandonarte!”
(47). “¡Y el mar también sombrío! Sus olas me recuerdan el desierto: yo
llevo uno conmigo. ¿Por qué me asusta su soledad” ( 47). Luego Bayoán regresa
en un viaje inverso al de Colón, como espejo en que no ve lo mismo sino su
“otredad”, su efecto contrario.[13] Se trata de un Hostos
que realmente cree en un lado ético y de de adelanto histórico en la empresa de
Colón, como efecto de la unión a la civilización. En ello hay interpretaciones
opuestas, pues Hostos es muy idealista en este aspecto. Hay que mantener en
todo momento presente el genocidio y la maldad que en la conquista y colonización
de América.
En ese sentido la obra tiene mucho de subjetivismo del
Romanticismo (del lirismo, pero teniendo en cuenta el pasado americano, incluso
el de las crónicas) de principios del siglo XIX, y del Costumbrismo realista de
mediados de ese mismo siglo (al describir y referir a ciertos lugares y
situaciones que no están directamente relacionados con el conflicto de la
obra). Son observaciones y comentarios a principios del texto de un
Bayoán-Colón que reflexiona sobre lo negativo, mayormente, que le ha ocurrido a
América y cómo no se cumplen los valores de solidaridad, justicia y libertad (mucho
menos mediante la noble España). “Esa justicia universal, que persigue el
delito hasta en el tiempo, en la tumba, hasta en la historia;…” (51). Debido a
lo último el que La peregrinación … sea
una obra de tendencia ensayística que delibera racional e ilustradamente sobre
los problemas ideológicos y morales de la sociedad y la cultura de su tiempo (y
no elabora una problemática ficticia y conflictiva socialmente de los
personajes). El protagonista representa muy bien, mediante sus reflexiones, el
“imperativo categórico” kantiano (la máxima expresión de exigencia del bien
moral y la eticidad que puede alcanzar el sujeto moderno, la metacognición de
guiarse por el deber que conduce al bien por el bien mismo). “aspiración a la
virtud, amor a la verdad y a la justicia, resolución de buscarlas y
enseñarlas…” (99), nos dice el diarista, quien conoce el "otro" pero
no logra llevarlo a metáfora narrativa y novelesca, precisamente porque no le
interesa adentrarse en la pugna burguesa ya vigente.
Pero el conflicto y distanciamiento en que se encuentran el
protagonista y el autor, con el mundo narrado (sobre todo al principio de la
obra), es tan abismal, que les resulta difícil dialogar (incluso mediante la
ironía y la sátira, que sería como procedería un narrador de la época) con ese
mundo representado. La obra se ve en necesidad de recurrir a lo poético en unas
ocasiones, y a la deliberación racional y ensayística en otras (esferas no tan
directamente vinculadas a la acción ficticia de la obra: que es el vínculo con
Marién y su “problema”). No obstante, el argumento de la obra resulta muy
simple, pues lo que le confiere lento movimiento es la enfermedad de la amada
de Bayoán y el viaje a España (lo cual no resulta suficiente para una argumento
novelístico dinámico). No hay lucha social representada ni conflicto de clases
o de grupos ideológicos, que sí vemos en la temprana literatura romántica en
Latinoamérica (como en “El matadero” (1839) de Esteban Echeverría, y en la
propia Amalia, 1849). Otro escritor nuestro de la época, Alejandro Tapia
y Rivera tenderá más a alcanzar la dialéctica novelesca es algunos de sus
textos. Su drama, La cuarterona (1867) es plenamente dialéctico y muy
efectivo en su mímesis del conflicto de ideas clasistas y de prejuicios
raciales concretos. Pero no tanto sus novelas pues no existe un contexto de
lucha burguesa en Puerto Rico.
Por una parte, los momentos líricos del texto de Hostos
muestran un apego altamente subliminal y emotivo a las ideas de la propia
novela y una búsqueda desesperada de explicaciones que no se encuentran en lo
concreto y lo novelable. La problemática nunca está en que el protagonista se
enfrente a un rival en el mundo social, alguien (un actante) que le impida
alcanzar lo que desea, sino más bien radica en incertidumbres filosóficas y
poéticas. El lector que espere acción novelística en el sentido tradicional, no
la obtendrá, pues no fue lo que se propuso realizar el autor. Así lo deja saber
en sus prólogos. Hostos tal vez sospechaba que carecía de margen
suficiente para escribir novelas en el
contexto puertorriqueño.
Lo ensayístico, por otra parte, revela un apego muy racional y
deliberado ante los problemas sociales planteados en la obra y una toma de
posición ideológica que pese a ser tan idealista, no se ajusta a la creación de
una acción ficticia y novelesca. El narrador nos deja saber en el diario que no
participa ideológicamente del proceso del materialismo moderno alcanzado en
América, pues no se han seguido los principios de la Justicia moderna. Es una
sociedad guiada por un positivismo organicista que Bayoán (y Hostos) rechaza.
Ve que el gran ideal de la patria americana que legara lo mejor de Colón ha
sido traicionado y ultrajado. En una obra más convencional (en las del realismo
crítico, por ejemplo), estos aspectos de conflicto en el mundo serían
presentados por medio de la mímesis, mediante la narración de situaciones
ficticias en las cuales media la voz de un narrador que no se presenta ni como
poeta ni como ensayista, y que finge (he aquí la “ironía romántica”) no
intervenir en lo que acontece. De aquí que en Latinoamérica y en España se
criticaran las novelas costumbristas y las llamadas narraciones tendenciosas
que no acababan de presentar una problemática social (ficticia) en la que no
interviniera el narrador con sus opiniones y digresiones. Novelas como Amalia
(1851) de José Mármol en Argentina, María en Colombia, La familia de
Alvareda y La Gaviota (1849) en España, fueran criticadas por ser
muy tendenciosas y demasiado costumbristas. Incluso un cuento como “El
matadero” de 1839, de Esteban Echeverría, resulta muy tendencioso, ensayístico
y no tan mimético (ya en un sentido estrictamente realista) como lo serían luego los relatos de Horacio
Quiroga (1878-1937). En Puerto Rico obras como Garduña y La charca
(1894-1896) pueden ser consideradas propiamente novelas (a pesar de mostrar
narradores todavía dados al opinar ensayístico y positivista).
En ocasiones La peregrinación también recurre al
diálogo sostenido, como si fuese un drama, en el cual la mediación del narrador
y el mundo que rodea a los personajes parecen no importar. (Incluso los prólogos
tienen elementos de drama). Por esa razón la novela se tarda en alcanzar un
argumento e intriga claras y distintivas que definan la problemática y el
conflicto con el mundo como expresión social y no necesariamente como condición
ontológica o ideológica (dramática) que incumbe al autor en su reflexión
personal y social. Una novela no debe representar directamente las opiniones
del autor, debe ser mediada por lo ficticio. Tal es posible en un diario y su
testimonio; y mucho de ello se da en dramas como Hamlet [14] que Hostos disfrutaba y admiraba tanto. Tal vez esta obra de Hostos
debería en alguna ocasión llevada al teatro o a las pantallas cinematográficas
o televisivas.
Es casi después del primer tercio de la novela,
cuando Bayoán se entera de la enfermedad de Marién, que la acción principal
toma el plano frontal de la obra para darse así el desarrollo de la trama y se
supediten en general el resto de los argumentos de la obra. Ya desde este
momento, el narrador (y el autor implícito) se muestra más ágil y dinámico al
aprovechar los acontecimientos en el plano de la acción principal, para
presentar sus reflexiones filosóficas, ideológicas y poéticas. Es a partir de
este proceder discursivo que podemos reconocer, sin digresiones, el argumento
ficticio y novelesco del texto. Sabemos que se sostiene la preocupación
del narrar en el viaje hacia España y que luego allí se encuentra con amigos,
el editor, y empeora la condición de salud de Marién. La incertidumbre ante la
caída de la amada resulta bien narrada en su elemento de suspense. Será
así sobre todo con la aparición de un editor a fines de la obra que
problematiza el argumento y el discurso, de una manera poco realizada por
escritores de la época (ver E. Álvarez). La cronotopía de la muerte colonial
marcará en mucho el ethos
na(rra)cional puertorriqueño. De ahí el manejo del fallecimiento del prematuro
del Eros, en un cuadro tan compulsivo con ese tema, como El Velorio de
Francisco Oller.
Luego de este giro en la obra, el lector se va enterando con
mayor precisión de que se trata de un héroe extremadamente apasionado e
idealista (Bayoán) que oscila entre lo que considera su deber patriótico y
ético de luchar por la liberación de las Antillas (y de América) y su necesidad
de encontrar la felicidad personal en el matrimonio con su amada Marién. El conflicto,
además de ser con el mundo, lo es del héroe en pugna consigo mismo, lo cual
dirige la obra hacia lo poético y ontológico de la existencia como señalamos
antes (sorprendentemente posee hasta elementos del existencialismo del sigo
XX). Si bien la novela como género en general, opera de esa manera (insisto),
los relega a planos secundarios y no los sobrepone a la representación ficticia
de situaciones en el mundo (a la transparencia del relato mimético).
Tras la resistencia del relato a adentrarse en la mímesis que
podría crear con transparencia el argumento, el lector se encuentra con que la
enfermedad de Marién finalmente obliga a Bayoán a dirigirse hacia España en
búsqueda de la ciencia que podría remediar el mal de su amada (57). Se trata de
un héroe de muy poca acción y mucho pensamiento (como Hamlet), que se ve en la
necesidad de cargar con el cuerpo enfermo de su amada, en búsqueda de la
salvación de ésta (es casi un símbolo de la ausencia del cuerpo de la patria).
Marien resulta casi espectral (tal vez como lo es el ideal de la Patria para el
Poder). Notamos un subyacente sentido positivista y darwiniano en estas
cuestiones de la enfermedad y la miseria del cuerpo antepuesta a el que se
privilegie una inconmensurable idealidad (imposible de alcanzar). Se trata de
la metáfora del cuerpo enfermo (del ideal) de América.
Este aspecto del plano mimético pasa entonces a matizarse con
el plano ontológico, pues la esperanza de la salvación de Marién (símbolo de
América y de las Antillas) se entrelaza a la pérdida de fe que ya ha mostrado
el autor de la obra en cuanto al potencial redentor de la ciencia y de España,
de la burguesía y el Estado moderno como medios potenciados para liberar de los
males sociales. Nuestro autor estuvo para mediados de siglo en España y sabía
que estaba frente a una nación ideológicamente muy atrasada incapaz de darle la
libertad a Puerto Rico y a Cuba por la vía legal y constituyente. De ahí su
insistencia en decidirse por la lucha de una manera distinta y con criterios
anticolonialistas. En la obra, Marién viene aún más a dilatar esa acción y
apartarle del deber, de una misión casi crística de intervenir en la salvación
y redención del “otro”[15]. A la larga el autor no creía en el novelar, en la ficción novelesca; por
eso será más pensador social del ensayismo.
La alegoría política de la obra toma entonces
dimensiones dramáticas y hasta trágicas, pues se busca aquello que se sabe que
no se podrá alcanzar. Se trata a la larga de la imposible salvación del cuerpo
enfermo de las Antillas y de América (representadas en Marién), de la
incapacidad de encontrar un suelo firme que permita la felicidad individual y
particular, a la vez que se pierde la fe en la posible reivindicación por medio
de la lucha política y social. La enfermedad, el cuerpo, la muerte, se
convierten en impedimentos simbólicos y hasta sociológicos (se aquí acerca al
positivismo darwiniano). El héroe Bayoán (como hijo del patriarca nacional y
sus demandas más ideales) no se identifica ni con el mundo de la hacienda, ni
con el liderato liberacionista latinoamericano (lo ocurrido al anciano en el
buque es muestra de ello, 189). Tampoco con la inteligencia liberal de España y
mucho menos en ésta como nación interesada en las acciones emancipadoras. De
aquí la ansiedad que emerge por la falta de masculinidad y la ausencia del
deseo viril que permitirían la unión con la amada y la continuidad necesaria de
la familia puertorriqueña, caribeña y americana. Queda el héroe finalmente
atrapado en una gran incertidumbre y en un gran desasosiego; impresiones y
sentimientos éstos que ya poseía desde un principio y que recupera a finales de
la obra ya casi de manera agónica. En este final ya el nuevo editor (Hostos
mismo ya más maduro) se ha apartado de Bayoán y éste desaparece como un signo
espectral.
Para finales de la obra el estado de profundo pesimismo pasa a
un segundo plano al presentarse un nuevo nivel de inteligibilidad en la lectura
(lo cual hace de ésta una obra meta-narrativa). Se trata de cuando el editor
“acusa” la mentalidad extremadamente idealista y dramática del personaje
Bayoán.[16] Este proceder discursivo marca el distanciamiento irónico que el hablante
de la obra (el autor) ha mantenido con su héroe Bayoán, sin advertírselo al
lector. Por esto no se deben confundir los valores del protagonista con los de
su autor. Pero el editor no dirige la obra hacia un nuevo relato o rumbo
argumental que podría llevar a una dinámica de nuevos registros con lo ya
narrado. Su intromisión, no obstante, adquiere un sentido significativo, por
cuanto tan singular recurso debe ser visto como trasunto de la consciencia de
Hostos, quien al momento de la escritura de esta obra se aleja y distancia un
tanto de la ideología extremadamente romántica (como la de Bayoán) de su
primera juventud. La conciencia hostosiana busca más hacia lo racionalmente
positivista[17] que hacia lo míticamente romántico y de ahí su resistencia al novelar
mismo. Para que la obra se concretara como novela moderna tendría que acercarse
más al positivismo racionalista de la cultura y al realismo crítico en lo
estético y tendría que abandonar el debate romántico y ontológico que
caracteriza al protagonista y que le da un matiz muy anacrónico.
La novela se niega, en ese sentido, a posarse en una
inteligibilidad firme, a apoderarse de verdades supremas y céntricas capaces de
definir el ser y la existencia. Tal es lo que en realidad se esperaría de un
género amparado en un discurso y proyecto social que para mediados de siglo
había comenzado con tanto ímpetu. En realidad Bayoán cree en una justicia y
dignidad supremas, pero las mismas se marcan como objetos de búsqueda imposible
y descentralizada. De aquí que como héroe se muestre constantemente
ex-céntrico, desplazado, deslizándose siempre de significante en significante,
oscilando entre relaciones opuestas y antípodas. Tal proceder lo separa de la
mentalidad liberal de la época tan dada a buscar reconciliaciones aunque fueran
imaginarias. Y pese a esta negativa a adoptar sin conflicto el pensamiento
liberal de la época, Hostos en su novela no logra ubicarse en un espacio
semántico que le permita ver con ironía las oposiciones a—éste sería ya un
proceder de la modernidad del siglo XX. Se trata del máximo de conciencia
posible del sujeto libre-pensador de la sociedad decimonónica, que Hostos capta
singularmente en esta magisterial obra. Para su época problematiza en extremo
la utopía liberal, ya fuera la pragmática o la más idealista, de la conciencia
decimonónica. Pero su poca creencia en la efectividad y el valor crítico del
arte novelesco no le permitió continuar por esta senda. Tal vez la ausencia de
una base burguesa en una colonia como Puerto Rico, y el no creer en la
burguesía ya formada en Latinoamérica, están en la base de estas incertidumbres
de nuestro escritor.
(Ver Bibliografía de los Sílabos de los cursos en cuestión). Epígrafe de Fernando Mires, El malestar de la cultura. Erotismo y cultura en la formación de la sociedad política, Caracas: Nueva Sociedad, 1998.
NOTAS
[1] Eugenio María de Hostos. La peregrinación de Bayoán
(Río Piedras. Editorial Edil, 1970). Es un “poema-novela en prosa”
impreso primero en Madrid (1863) y luego en Santiago de Chile (1973-1874). Un
años después escribió para un certamen la novela La tela de araña,
(Mayagüez: Ediciones Riqueña, 1992, con Prólogo de Argimiro Ruano). También se
debe consultar Obras Completas. Edición Crítica. La peregrinación de
Bayoán. Vol. I, Literatura, Tomo I. San Juan: Instituto de Cultura
Puertorriqueña y Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1988. La tela de araña tampoco da muestras de ser una novela en el sentido estricto; mucha consideración ensayística en la misma, para ser propia de ese género.
[2] Según Josefina Rivera de Álvarez en Literatura
puertorriqueña. Su proceso en el tiempo (La Habana/Madrid: Ediciones
Partenón, 1983) Hostos escribió su diario desde 1866, cuando estudiaba en
Madrid, hasta la cercanía de su muerte el 6 de agosto de 1903). Las ha
publicado el gobierno de Puerto Rico en Obras Completas (1939). Luego
en las Obras Completas, de nuestra primera nota al calce. De Julio César
López es el Prólogo Eugenio María de Hostos. Obra literaria selecta.
Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1988.
[3] “Romeo y Julieta” y “Análisis de Hamlet”, en Obras
Completas, Vol. 11. Ver de Francisco Manrique Cabrera, Historia de la
literatura puertorriqueña (Rio Piedras: Editorial Cultural, 1971): 160-169.
El pensamiento de Hostos está muy matizado por el Krausismo que obtuvo desde
1857 con las ideas de Julián Sanz del Río (maestro de los krausistas liberales
de la época) en la Universidad Central de Madrid. La filosofía krausista ya
reconocía el avance la ciencia y repudiaba el Romanticismo exaltado y mucho más la superficial tendencia mística y religiosa propia de ese movimiento. Hostos,
quien tiene mucho de Krausista, no abandona lo romántico en un sentido más profundo y problemático: “Sé que el
romanticismo y la fantasía, otra fuerza que me imputaba Giner como una falta”
(citado de Diario del Instituto de cultura, 1990, p. 59, de Gabriela
Mora). Dice Josefina Rivera de Álvarez sobre la sociología y la moral social de
Hostos: “ Expresa en síntesis nuestro escritor que el progreso progresivo del
hombre en dirección del ideal del bien, su espíritu y su conciencia habrán de
experimentar un creciente grado de desenvolvimiento que le permitirá a éste
compenetrarse de la verdadera y racional esencia del mudo, con el logro final
de un estado de armónica relación entre el hombre y la naturaleza” (154). Esto
resume en gran medida el idealismo del pensamiento krausista de Hostos y su
rechazo al materialismo positivista en su sentido más crudo pese a sus relaciones con el mismo. Ver el Prólogo de José Luis Méndez a Tratado
de Sociología, Obras Completas de Eugenio María de Hostos, Vol. 8, Tomo I,
Río Piedras, Editorial de la UPR, 1989.
[4] Ya eran conocidos los escritos de Jean-Jacques Rousseau
(1712-1778), Immanuel Kant (1724-1804), Georg W. F. Hegel (1770-1831), Karl
Marx (1818-1883), Arthur Schopenhauer (1788-1860). El Romanticismo y el
realismo dominan la primera mitad del siglo XIX. El positivismo es un periodo
que cubre más o menos desde 1840 hasta los años 30 del siglo XX, con sus
variantes. Augusto Comte (1798-1857) y Carlos Darwin (1809-1882) serían
decisivos en el giro científico de mediados del siglo XIX (Del origen de las
especies, de 1859). Comte, entre 1817 y 1823 desarrolló sus teorías bajo
las premisas positivistas. Acuñó la palabra “sociología” en 1824 y aparece
impresa la misma en su Curso de filosofía positiva de 1838. Mucha
influencia tendría también Hostos, para la segunda mitad del siglo XIX, del
krausismo del maestro Julián Sanz del Río (quien funde en su pensamiento algo
de Kant, Hegel y sociologismo pre-positivista). Se ha visto a Hostos como un
romántico pesimista, kantiano, hegeliano y de ideas krausistas; con una gran
tendencia a la sociología de la última mitad del siglo XIX. No será un
positivista comteano, dado que su ética tenía raíces kantianas entremezcladas
con un krausismo deísta, muy panteísta e intimista y de un "racionalismo
armónico". Este deseo de indagar y problematizar tanto en lo filosófico (sin poseer la metodología y el rigor de esa disciplina y modo de pensar) no le permitiría escribir como
novelista, incluso en La tela de Arana de un año después de La
peregrinación. La tela de araña es una obra más sosegada y clara en su
decir, pero sigue siendo una reflexión ensayística, poco novelesca.
[5] Uno de los mejores trabajos sobre esta obra de Hostos es de
Ernesto Álvarez: Hostos novelista. La estética y psicología en La
peregrinación de Bayoán (San Juan: Editorial Edil, 2000). Para Antonio S.
Pedreira La peregrinación es un “tendencioso relato en forma de novela”,
para la crítica Carmen Gómez de Tejera la obra “apenas tiene trama”
(“Introducción de Ruano: nota no 47: 34). Veremos en este trabajo que tales
opiniones no resultan tan relevantes hoy día. La obra debe ser analizada en sí
misma, en su semiosis, en su estructura y significación históricas, sin tampoco
dar tantas alabanzas al genio de Hostos que ya no está en duda. Por su timidez
y soledad, Hostos se refugió desde joven en la escritura del “diario intimista”
y a partir de ese género debe ser valorada su obra, sin prejuicios genéricos.
Se trata de una época de gran transición y la obra de estos escritores suele
ser muy híbrida.
[6] Ver de Luis Felipe Díaz, La na(rra)ción en la literatura
puertorriqueña, (San Juan: Huracán, 2009). En ese libro elaboro el tema de
la nación-narrada, siguiendo a Homi Bhabha y otros postcolonialistas. Persigo
la idea de la imposibilidad de narrar satisfactoriamente una nación trunca,
sometida al tránsito y trauma que se relaciona a la pulsión de muerte sobre del
Imaginario y el Simbólico culturales y a la post-escatología que culmina en La
patografía (1998) de Ángel Lozada, y en otros escritores postmodernos en
Puerto Rico. En su ensayo sobre Hamlet nuestro autor habla de Ofelia de
Shakespeare como si fuera un pretexto para lograr la mentalidad trágica del
héroe. Y así parece Marién, un pretexto, una alegoría de Hostos para expresar
sus paradójicas ideas; no es un personaje novelesco propiamente pese a sus iniciales delineamientos ralistas, sobre todo al final de la obra. Creo que para Hostos la mujer (la representada por él) era un síntoma de la otredad que no entendía (era su subconsciente)
[7] Hostos revisa el texto de la primera edición escrita en
Madrid en 1863 y presenta una segunda edición en Chile en 1873 con algunos
cambios textuales y un segundo prólogo.
[8] Ver estudio de las voces diegéticas de Jorge Enrique Lefebre
Tavárez, “Las voces autoriales en La peregrinación de Bayoán”, Tesis de
Estudios de Honor de la Universidad de Puerto Rico, Recinto, Río Piedras (200?)
http://repositorio.upr.edu:8080/jspui/bitstream/10586%20/253/1/La%20peregrinacion%20de%20Bayoan%20y%20sus%20voces%20autoriales.pdf. Habría que tener en
mente que esa soledad de Bayoán es de raíz hamletiana, un ser con una
dialéctica interna que no se convierte en oposición concreta ante un problema
del mundo. De ahí nuestra insistencia en la cortedad novelesca de esta obra de
Hostos. La otredad está en el sujeto mismo y no es convertida en ficción
independiente del Yo (contiene procedencia del drama clásico). También a eso se
debe que lo intradiegético (homodiegético) y lo externo en la diégesis del discourse no
provenga de una problemática de los personajes sino del Yo de un hablante en su
reflexión misma. No se encuentra la heteroglosia mimética que requiere lo
narrativo en su fábula e intriga problemática.
[9] En las págs. 302-03, Bayoán narra una de las últimas noches
con la agonizante amada y todo lo dicho trasluce sexualidad cumplida y no deseo
reprimido como desde inicios de la obra. En su relación con Marién, Bayoán deja
ver una gran represión de las demandas del cuerpo. Primeramente porque ella es
un símbolo para él, pero ya a las alturas de lo narrado a finales el personaje
ha adquirido mayor concreción realista. Tal parece que existe una
homo-sociabilidad muy reprimida (y no tan pertinente a la problemática inicial
que pide el análisis del texto). Ver de Peña Jordán, Teresa, “Cuerpo político
del deseo: literatura, género e imaginario geocultural en Cuba y Puerto Rico,
Universidad de Pittsburgh, http://www.enciclopediapr.org/ing/article.cfm?ref=06100601&page=1, 2005.
[10] Sobre el aspecto meta-narrativo, véase de Leticia Franqui,
“Un acecho cervantino a La peregrinación de Bayoán”, dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/3988187.pdf.
Este aspecto meta-narrativo que sepamos resulta único en Latinoamérica, de la
manera que lo realiza Hostos, relacionado con la meta-cognición que proporciona
el empleo del diario (el advertir al máximo las capacidades y límites del Yo).
Véase la obra de Ernesto Álvarez.
[11] Ver explicación de Jean Franco, en Historia de la
literatura hispanoamericana, Barcelona: Ariel 1997. Hace referencias a Civilización y
barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga, ensayo de Faustino Sarmiento,
publicado en 1845, uno de los iniciadores de ese motivo cultural que ha
perseguido la literatura hispanoamericana hasta el siglo XX (Doña Bárbara,
1929) por ejemplo. La tridimensionalidad subalterna del discurso de Hostos en La
peregrinación supera estos aspectos. La barbarie la veía Hostos proveniente
de la mentalidad opresora del imperialismo que se inicia en los tiempos mismos
de la colonia y culmina en Europa y Estados Unidos y sus sociologías
darwinistas y positivistas dominantes. Contario al pensamiento latinoamericanista en general Hostos no se ubica en la ideología del radical anticolonial que a la larga termina siendo una copia de su opresor. Pertenece (como José Martí) a un pensamiento anticolonial mayor complejidad, sufrimiento y ambigüedad (en el gran sentido).
[12] Dice José Juan Beauchamp: “Por eso la novela toma la forma de
un diálogo del protagonista con la historia, especialmente con personajes
históricos y hasta con la naturaleza americana, de tal modo que parece un
loco. Y es aquí donde mayormente está contenido el juicio sobre España
que hace Bayoán y que en el nivel de la forma conduce el relato hacia una
crisis de la forma tradicional de la novela y hace que ésta entre en identidad
con el ensayo.” (“La peregrinación de Bayoán: Crisis de la novela y
novela de la crisis de la búsqueda de valores”, Talleres. Revista del
Junior College de Puerto Rico, Vol. 5, Núms. 1-2, 1989: 113-174). La ausencia
de una burguesía nacional no permitirá el desarrollo de una novela dialéctica y
del realismo crítico (por lo menos cercana) hasta los años ochenta en Puerto
Rico, cuando al menos existía una ansiedad y asomo por lo na(rra)cional (ver mi
libro La na(rra)ción en…). La novela es el género de las burguesías
nacionales en Europa y sus nuevos mandatos culturales (siguiendo en esto a G. Lukács)
[13] Ver el valioso y más que sugerente ensayo de Félix Córdova “La
peregrinación de Bayoán. Construcción de un punto de vista”, Hostos para hoy.
Anuario Hostosiano. Vol. 1, Núm. 1, Recinto Universitario de Mayagüez,
1988, pp. 89-105. Córdova persigue la idea de la peregrinación monumental y
gigantesca (anti)colombinas (al revés, otreica) que emprende Hostos mediante su metáfora
(mirada) escritural y anti-imperialista que le proporciona la máxima razón
posible de su época).
[14] De ahí el agrado de Hostos por Hamlet de Shakespeare. Nos dice
Rafael Cancel que la visión trágica en Hostos implica que el hombre tiene que
padecer el mal para poder conocer el Bien. La opción del héroe trágico estiba
en su libre elección del mal (el sufrimiento) para obrar el Bien. Véase: “Hostos:
crítico de Hamlet”, Hostos para Hoy (citada antes), pp. 73-79. La
obra de Hostos que aquí tratamos tiene mucho de dialogicidad con los actantes
de la madre, la amada, y el fantasmático padre de Hamlet. También están los amigos traidores del ideal americanista
de la nación y la inevitabilidad trágica (el destino) de la muerte. Estos son los "dioses escondidos" del drama pre-moderno (Barroco y Neoclásico) de que habla Lucien Goldmann y el apego a esta estructura mental es lo que no permite a los escritores de esta época de Hostos ser novelistas no el sentido más moderno y burgués.
[15] Entiéndase por “otro” el signo contrario al inicialmente
ofrecido, la negatividad, el polo opuesto implícito en el signo o el símbolo
mismo, la diferencia, la alteridad, aquello que no se desea, pero como efecto
sintomático emerge con significado peculiar y pertinente a la negación inicial de un
sujeto. El Uno carga dentro de sí su otredad, un sujeto posee un subconsciente
que surge como marginalidad de su ego, de su narcisismo, de la relación
espejística de su Imaginario maternal con el Simbólico paternal. Ver mi
explicación de términos lacanianos en Modernidad, postmodernidad y tecno
cultura actual (San Juan: Gaviota, 2011). El mayor alcance de la “otredad”
son la muerte y el hueco de la nada, las cuales inician el llamado a un nuevo
dialogo y proceder ante la pulsión del existir. En este caso la muerte deja de
ser síntoma paranoico y se convierte en significante de nuevas posibilidades.
La literatura puertorriqueña a lo largo de la última mitad del siglo XIX y todo
el siglo XX es sencilla y patológicamente obsesiva con la muerte (signo clave
de la identidad nacional).
[16] En el Prólogo de la edición de Chile de 1873 dice Hostos:
“Cuando lo publiqué por primera vez era dos veces niño: una vez por la edad;
otra vez por la exclusive idealidad en que vivía.” (18, edición antes citada).
Las voces diegéticas en esta obra de Hostos son múltiples y muy desparramadas y
separadas y creo que ello es uno de los elementos que afecta su crisis como
novela que no se cristaliza como tal (ver tesis de Lefebre Tavárez, antes
citada). Como alegoría se trata de un niño que no parece encontrar la manera de
llevar a cabo el mandato del padre y elimina en su obediente proceder a su eros
más preciado (la amada) ante la ausencia de una madre fiel. Problemas estos de
la enfermedad andro-hetero-normativa de la modernidad complusiva. Se trata de una resistencia al mandato edípico que caracteriza a la inicial modernidad y que os clásicos persiguieron sin tanto trauma: el asesinato del padre.
[17] Hostos no adoptó la visión darwinista o spenceriana
al-pie-de-la-letra sino que la elaboró con otras construcciones socio-culturales. Véase
estudio de Alfonso R. Latoni, “”Eugenio María de Hostos. Primer sociólogo de
América”, Hostos para hoy, antes citado, pp. 67-71. Ver
también Prólogo de José Luis Méndez en Obras Completas, Vol. VIII, Tomo
1 (ya citado). El aspecto positivista sí se revela en parte en la obra pero no
de manera explícita sino simbólica, como se ha señalado antes.
Lizza Fernanda explica a Hostos