Luis Felipe Díaz (Ph.D.)
Estudios Hispánicos
Universidad de Puerto Rico, Río
Piedras
"el hombre no es una criatura tierna y necesitada de amor, que solo osaría defenderse si se le atacara, sino por el contrario, un ser entre cuyas disposiciones instintivas también debe incluirse una buena porción de agresividad. Por consiguiente, el prójimo no le representa únicamente un posible colaborador y objeto sexual, sino también un motivo de tentación para satisfacer en él su agresividad, para explotar su capacidad de trabajo sin retribuirla, pero aprovecharlo sexualmente, para apoderarse de sus bienes, para humillarlo, para ocasionarle sufrimientos, martirizarlo y matarlo. Homo homini lupus: quien se atrevería a refutar este refrán, después de todas las experiencias de la vida y de la historia" (Freud. cap. V, El malestar en la cultura).
Pues ésta es justamente la manera correcta de acercarse a las cosas del amor o de ser conducido por otro: empezando por las cosas bellas de aquí y sirviéndose de ellas como de peldaños ir ascendiendo continuamente, en base a aquella belleza, de uno solo a dos y de dos a todos los cuerpos bellos y de los cuerpos bellos a las bellas normas de conducta, y de las normas de conducta a los bellos conocimientos, y partiendo de éstos terminar en aquel conocimiento que es conocimiento no de otra cosa sino de aquella belleza absoluta, para que conozca al fin lo que es la belleza en sí. En este periodo de la vida, querido Sócrates –dijo la extranjera de Mantinea–, más que en ningún otro, le merece la pena al hombre vivir: cuando contempla la belleza en sí. Si alguna vez llegas a verla, te parecerá que no es comparable ni con el oro… ("Banquete", Sócrates, Platón)
MITOLOGÍA GRIEGA
En la mitología griega
Tánatos (en griego antiguo Θάνατος Tánatos, ‘muerte’) representa la personificación
de la muerte no violenta, y tiene como hermano gemelo a Hipnos, el sueño. La
muerte violenta era el dominio de sus hermanas, las Keres, amantes de la sangre y asiduas al campo de batalla. Su equivalente en la mitología romana era Mors. De aquí que Eros y Tanatos se relacionen con lo ideal creado y amado, pero también con el otro despreciado y sometido a la violencia destructiva.
Tanatos
era criatura de una oscuridad escalofriante usualmente representada como un
joven alado con una tea encendida en la mano que se le apaga o se le cae.
Homero y Hesíodo lo consideraban hijo de Nix, de la noche, y gemelo de Hipnos. Ya en la modernidad nuestra, Tanatos es explicado no tanto mediante el mito sino a través de las teorías psicoanalíticas y como fuerza del subconsciente. No obstante, se sostiene la relación por cuanto en sus inicios Tanatos es relacionado como el espacio más recóndito y oscuro de los muchos ámbitos enmarcados en mayor y distante opacidad.
En
la mitología griega, Eros (en griego antiguo Ἔρως) era el dios primordial responsable
de la atracción sexual, el amor y el sexo, venerado también como dios de la
fertilidad. En algunos mitos era hijo de Afrodita y Ares, pero según “El
banquete” de Platón fue concebido por Poros (la abundancia) y Penia (la
pobreza), en el cumpleaños de Afrodita. Esto explicaba los diferentes aspectos
del amor. El personaje Sócrates, de Platón (El banquete, 285-370 aC), aplicará eros más a los ideales de la belleza relacionada con la virtud del profundo amor al saber (la filosofía) y la espiritualidad. Si bien podemos intuir que había en estos aspectos de Sócrates una dialéctica muy irónica sobre el eros según era entendido por el saber de los hombres, Platón lleva el discurso a un nivel de conocimiento metafísico que aleja de lo corporal. En el Banquete, Sócrates alude al saber de la sabia Diotima, que nos permite rearticular y deconstruir con ironía muchas de las narrativas y construcciones andronormativas del eros (tan masculinizantes en la cultura hasta hoy día). También ha de entenderse que a la larga Diotima es un personaje rearticulado por el idealismo de Platón. El eros platónico termina siendo andronormativo y metafísico (aprovechando en sus inicios la dialéctica socrática).
La tradición iniciada por Eratóstenes, nos dice que Eros personificaba principalmente el
patrón del amor entre hombres. Afrodita presidía el amor de las mujeres por los
hombres y su estatua podía encontrarse en las palestras. Era uno de
los principales lugares de reunión de los hombres con sus amados, y a él hacían
sacrificios los espartanos antes de la batalla. Del mismo "El Banquete"; 385 aC.) de Platón (quien se propone seguir el socratismo) un yo delirante y narcisista, atrapado en su espejismo y enamorado inicialmente de la masculinidad, termina exaltando mediante lo que se considera Bello, el Bien y la Virtud. Eros aparece dominado por la Filosofía (donde se tiene en cuenta la dignidad y la justicia). La razón suele resaltar la belleza corporal en su aspecto formal y no será hasta el filósofo Nietzsche en el siglo XIX que se superen estas perspectivas culturales al prestársele más atención a lo dionisiaco, antes que a lo apolíneo. De estas ideas y del Positivismo se nutrirán las ideas freudianas que habremos de considerar y que construyen un nuevo paradigma del eros más relacionado con el inconsciente y la naturaleza humana. Pero continuemos con el mito en su sentido más tradicional y clásico.
Parece haber dos aspectos en el pensamiento griego en la concepción de
Eros. En el primero se ve Eros como una deidad primordial que encarna no sólo la fuerza
del amor erótico sino también el impulso creativo de la eterna floreciente
naturaleza, la Luz primigenia responsable de la creación y el orden de
todas las cosas en el cosmos. En la Teogonía de Hesíodo, el más famoso de los
mitos de creación griega, Eros surgió tras el Caos primordial junto a Gea,
la Tierra, y Tártaro, el Inframundo. De acuerdo con la obra de Aristófanes, Las aves, Eros emerge de un huevo puesto
por la Noche (Nix), quien lo había concebido con la Oscuridad (Érebo). En los
misterios eleusinos era adorado como Protógono (Πρωτόγονος): el ‘primero en
nacer’.
Aparece luego la versión alternativa que hacía a Eros hijo de Afrodita con Ares (más
comúnmente), Hermes o Hefesto, o de Poros y Penia, o a veces de Iris y Céfiro.
Este Eros era un ayudante de Afrodita, guía de la fuerza primordial del
amor y que la llevaba a los mortales. En algunas versiones tenía dos hermanos
llamados Anteros (la personificación del amor correspondido), e Hímero (la del
deseo sexual).
Dafne
era una joven y graciosa dríade —ninfa de los árboles—, que vivía tranquila
pasando el tiempo entre la paz de los bosques y el placer de la caza, cuando su
vida fue trastocada por el capricho de dos dioses: Apolo y Eros.
Apolo, orgulloso de haber matado a la temible serpiente Pitón, se atrevió a burlarse
del dios Eros, por llevar arco y flechas siendo tan niño. El dios del Amor,
profundamente herido por las palabras de Apolo, voló a la cima del monte
Parnaso y preparó su venganza. Eros
tomó dos flechas, una dorada bien puntiaguda, destinada al corazón del dios,
que lo hizo enamorarse locamente de la ninfa; y otra despuntada, de plomo, que
provocaba desprecio y desdén, para Dafne. De este modo ésta juró no pertenecer jamás
a ningún varón. Enloquecido,
Apolo comenzó a perseguir la ninfa que siempre huía de él, hasta que un día, la
sorprendió escuchando su canto y trató de seducirla con palabras encantadoras.
Sin embargo, ella le suplicaba que la dejara. Dafne aterrorizada se echó a
correr hacia las montañas. Pero, poco a poco, Apolo fue reduciendo distancias y
cuando iba a darle alcance, puesto que se encontraba ya cansada, rogó a sus padres por ayuda. Éstos oyeron su súplica y cuando ya estaba entre los brazos del
dios empezaron a trasformar su cuerpo en una planta de Laurel: “De sus pies
iban saliendo retorcidas raíces, mientras toda su suave piel se recubrió de una
dura corteza, sus extremidades se convertían en frondosas ramas y sus uñas se
alargaron en hojas multiplicadas con mágica velocidad”. Pronto sus cabellos
formaron un denso ramaje y su rostro, rayado de lágrimas, desaparecía en la
cima del árbol” —cita del poeta Ovidio.
La transformación terminó bajo de los
ojos del dios que, aún abrazado al tronco, oyó los latidos del corazón de su
amada dentro de la nueva corteza. Declaró que desde ese momento el laurel
había sido consagrado para su culto en recuerdo de su amor por Dafne. De ahí
que los ganadores del concurso Pítico, juegos creados por Apolo tras llegar al
Monte de Delfos, recibieran como premio una corona de hojas de laurel. [Lo anterior son simples ejemplos de cómo se dieron algunas narrativas del mito, que aparecen en cualquier diccionario].
Como representante de la muerte Tanatos es un mito que cuenta con menos literatura que Eros. Ha sido opacado por Hades (el inframundo), pero como mito aparte es hijo de Nix (la noche) y hermano gemelo de Hipnos (el sueño). Está relacionado con el lugar céntrico de la casa, pero es el especio más oscuro y puede representar el nacimiento y a la vez la muerte. Cumplía el destino de las Moiras —las personificaciones del destino. La muerte violenta era más bien del dominio de las Keres, habituales de los campos de batalla por su inclinación a la Sangre. Pero Eros y Tánatos han sido distintivos temas universales Unidos, pero antípodas) que siempre han inspirado a los poetas y que dan cuenta del psicoanálisis profundo en el siglo XX. Si bien aparecieron, en la mitología clásica, han sido considerados como representaciones colectivas que manifiestan el inconsciente de la comunidad en un sentido antropológico y simbólico universal. Como conceptos antagónicos son complementarios a las dualidades, binarismos y dialécticas que acompañan el proceder humano. Eros es la fuerza que anima hacia la vida (el deseo, el amor, la supervivencia) y Tánatos, con una fuerza similar, impulsa a anular esa pulsión por la vida (representa la violencia, la aniquilación, la destrucción, el olvido, la muerte). Cuando el sujeto busca más allá de su narcisismo solo cobrará conciencia del espejismo de su mismidad que llevan al desencanto y la violencia contra el Sí mismo (el espejo) que es su otro (Kristeva: 99). Así se entiende este mito desde la fábula de Narciso que parece en el tercer capítulo de la Metamorfosis (terminada circa s. 8 dC.) de Ovidio (42 aC-17 dC). Nos presenta a Narciso, inclinado sobre una fuente para refrescarse en el transcurso de una cacería, y se apodera de él una sed que no puede saciar. Se expresa una imagen erótica entre Narciso y su doble en un vértigo de amor por el otro y frustración al no saciar su sed con el sí mismo. "La tragedia alcanza un grado superior cuando Narciso, en el momento en que sus lágrimas agitan el agua de la fuente, se da cuenta de que esta imagen amada es la suya, y que, además, puede desaparecer: como si hubiera pensado que, ya que no podía tocarle, podía al menos contentarse con su mera contemplación [...], lo que ha resultado también imposible. Desesperado, "golpea su pecho desnudo con la palma de sus manos de mármol". Narciso muere, así, la borde de su imagen... . En una extraña resurrección, la flor de narciso ocupa su lugar" (Kristeva: 90).
En la teoría psicoanalítica del siglo XX, Tanatos se conoce como la pulsión de muerte, opuesto a Eros, la pulsión de vida. La “pulsión de muerte”, considerada por Sigmund Freud, señala el deseo (inconsciente) de abandonar la lucha por la vida y volver a la quiescencia y la tumba. Estas ideas se prestan a varios debates más adelante expuestos por H. Marcuse, J. Lacan, M. Foucault, G. Bataille y otros. Se podría argumentar que la disciplina del psicoanálisis, pese a que es una ciencia especulativa, posee vínculos con la mitología, una manera poética y cosmogónica de explicar la conducta humana. No obstante, no debemos descartar que lo mitológico y lo poético puedan asistirnos en el entendimiento profundo de la conducta humana, sus estructuras, su historial, su filosofía. Del mito surge el deseo de explicar el misterio de lo humano, especialmente mediante el psicoanálisis y la hermenéutica (la filosofía del lenguaje), tal vez los nuevos modos de narrar, el mito (la posible poética) de nuestros tiempos. Paul Ricoeur es uno de los filósofos que más profundamente ha estudiado varios de estos conceptos freudianos (Freud: una interpretación de la cultura, 1965). Singularmente lo es también Julia Kristeva, mediante su libro, Historias de amor (México: Siglo XXI, 1987). Para ellos, el amor está integralmente vinculado a Narciso (el narcisismo y la transferencia en términos psicoanalíticos). Narciso es de una belleza deslumbrante como engañosa (de un eros espejístico que proporciona tanto el amor como la violencia conducente a la aniquilación y la muerte). La filosofía existencialista de mediados del siglo XX se enfrenta ya de manera compleja y innovadora a estos aspectos del eros y el otro (Simone de Beauvoir, J. P. Sartre).
En estos aspectos, últimamente hay que tener presente lo siguiente, siguiendo a Bataille: Existe un oculto impulso y discurso en el sujeto (el llamado hombre) que sigue activo sin el consentimiento de la conciencia, pero que ésta no lo ratifica, pues pasa desapercibido. Se trata del impulso animal, que no advertimos y que sólo se hace patente en forma de caída, de pecado: en forma de culpabilidad. Siempre que lo captamos, lo pensamos negativamente, como transgresión de la normalidad. La transgresión no consiste en el desconocimiento de la norma o en la insensibilidad de la misma, sino, al contrario, en una firme observancia del orden social, que requiere, a modo de oxigenación, de excepciones. La transgresión pone en juego el placer de la libertad, pero también la angustia de la culpa (Belén Rodríguez Castellanos). A través de la culpa, la represión, el arrepentimiento o el simple deseo animal de agresión, Eros sigue viéndose agredido por la fuerza de Tanatos.
Eros y Tanatos. El malestar de la cultura de Sigmund Freud
Para los filósofos y los investigadores de las ciencias sociales "la sociedad es la que crea los programas mentales que rigen el comportamiento humano. En cambio, muchos biólogos sostienen todo lo contrario, es decir, que los seres humanos disponemos de un arsenal de instintos —una naturaleza humana— que procede de nuestro pasado más remoto. Esta opinión resulta tan molesta para algunos que la pasión que sienten en este tipo de discusiones les impide ver con claridad."
(Michael P. Ghiglieri. El lado oscuro del hombre.
(Michael P. Ghiglieri. El lado oscuro del hombre.
Los orígenes de la violencia masculina.
Barcelona: Matema, 2005:26).
Barcelona: Matema, 2005:26).
En El malestar en
la cultura (1930) el judío-alemán, Sigmund Freud (1856-1939), nos plantea
que el sujeto humano puede sentirse altamente insatisfecho dentro de la cultura
moderna (de principios de siglo XX). Esa insatisfacción procede principalmente de su propensión innata —en lo erótico y la agresividad— a ejercer una conducta que
lo podría llevar al malestar que conduce a la destrucción. La cultura externa (y almacenada en la
consciencia) le permite controlar esta agresividad e internalizarla
bajo la forma de Super-yo (la prohibición de la Ley del Padre, la auto-imposición del No y la represión). Siendo así puede también dirigir la agresividad contra su yo
propio, alcanzando así un estadio masoquista o autodestructivo que sustituye la agresión que podría ejercer hacia el otro allá afuera del Yo mismo. El homicidio y el suicidio están íntimamente vinculados.
En 1927, en El futuro de la civilización, Freud argumentaba que la religión contribuyó a la organización primigenia de la cultura humana. La religión llevó a domesticar y canalizar los instintos humanos y creó un sentido constructivo de la conducta en la comunidad primitiva, y proporcionó una conciencia positiva de organización y adelanto cultural. Pero a la misma vez este desarrollo de la conciencia humana dejó una noción de obediencia colectiva a un Poder (Dios-Padre) imaginario que restringió el libre desarrollo de la libertad en la conducta humana individual (y contribuyó a retener los impulsos de agresión contra todo deseo de disidencia). El malestar en la cultura fue publicado en 1930 y mediante su análisis Freud se adelantó (sin explícitamente proponérselo) en preconizar las atrocidades cometidas por los dirigentes culturales como impulso de lo que se acaba de explicar. De tal modo ha sido la cultura mediante la Primera Guerra Mundial, el holocausto Nazi, los encarcelamientos y crímenes estalinistas, las bombas lanzadas en Japón por los Estados Unidos y hasta podríamos incluir el conflicto en Viet Nam durante los años 50 y 60. En el siglo 20, el genocidio cometido por la fuerzas imperiales (ya tan irracionales como las del nazismo, y como las liberales de los europeos y norteamericanos) son muestra de esta agresión animada por un Tanatos internalizado en la cultura (de cada sujeto). Cuando no se satisface el deseo de amar, el instinto busca la destrucción y la muerte. Lo que había sido el análisis de la conducta individual es llevado a la neurosis y psicosis en la cultura a nivel colectivo, y de las cuales todos somos capaces en la medida en que nos forma una cultura más dada a agredir que a amar. Para Herbert Marcuse (en Eros y civilización) esta es la sociedad del capitalismo. Pero Freud mismo no alude a estos aspectos tan ideológicamente concretos como lo realiza Marcuse.
En 1927, en El futuro de la civilización, Freud argumentaba que la religión contribuyó a la organización primigenia de la cultura humana. La religión llevó a domesticar y canalizar los instintos humanos y creó un sentido constructivo de la conducta en la comunidad primitiva, y proporcionó una conciencia positiva de organización y adelanto cultural. Pero a la misma vez este desarrollo de la conciencia humana dejó una noción de obediencia colectiva a un Poder (Dios-Padre) imaginario que restringió el libre desarrollo de la libertad en la conducta humana individual (y contribuyó a retener los impulsos de agresión contra todo deseo de disidencia). El malestar en la cultura fue publicado en 1930 y mediante su análisis Freud se adelantó (sin explícitamente proponérselo) en preconizar las atrocidades cometidas por los dirigentes culturales como impulso de lo que se acaba de explicar. De tal modo ha sido la cultura mediante la Primera Guerra Mundial, el holocausto Nazi, los encarcelamientos y crímenes estalinistas, las bombas lanzadas en Japón por los Estados Unidos y hasta podríamos incluir el conflicto en Viet Nam durante los años 50 y 60. En el siglo 20, el genocidio cometido por la fuerzas imperiales (ya tan irracionales como las del nazismo, y como las liberales de los europeos y norteamericanos) son muestra de esta agresión animada por un Tanatos internalizado en la cultura (de cada sujeto). Cuando no se satisface el deseo de amar, el instinto busca la destrucción y la muerte. Lo que había sido el análisis de la conducta individual es llevado a la neurosis y psicosis en la cultura a nivel colectivo, y de las cuales todos somos capaces en la medida en que nos forma una cultura más dada a agredir que a amar. Para Herbert Marcuse (en Eros y civilización) esta es la sociedad del capitalismo. Pero Freud mismo no alude a estos aspectos tan ideológicamente concretos como lo realiza Marcuse.
Nos plantea Freud a principios del
libro El malestar en la cultura cómo había escuchado decir que el ser humano tiende a desarrollar un “sentimiento
oceánico” de eternidad, de infinitud y de unión con el universo, en un abrazo con el todo, sentimiento que lo lleva a convertirse en un ser religioso, anhelante de ser parte de una trascendencia. Tal
sentimiento está en la base de toda religión, y muchas otras tendencias y
actitudes que explica en lo que sigue del libro y que a la larga considerará un
tipo de imaginario (según vemos hoy día) que alivia la tensión y la frustración del Yo ante el panorama de la posible destrucción y el aniquilamiento, del deseo animal y primitivo de agresión que permanece en el subconsciente. Al sentirse parte de la protección de Dios el sujeto se ve acogido dentro del seno de la casa familiar para retener la protección de un Ente supremo que le confiere sentido a la existencia, pero con temor y culpa. Se trata de la cultura patriarcal dentro de la cual nos movemos desde hace siglos, inicial motivo del malestar cultural.
Nuestro Yo proporciona
de un estado de la consciencia que separa de lo que está fuera del ser (lo exterior),
y que tiene un lado interno como ámbito (biológico-simbólico) que se le ha llamado el
Ello (Id). Pero desde inicios, el sujeto lactante no posee tal distintiva demarcación. Comienza
a definirse desde lo exterior, diferenciándose del objeto displacentero que
queda afuera de él/ella (el mundo que la rodea). El Yo se va separando del Todo y
logra diferenciarse del mundo exterior, pero con un sentimiento traumático de
separación de lo que cree fue un estado originario y de estabilidad (la madre, principalmente). (Jaques Lacan y Julia Kristeva ofrecen más adelante en la historia una explicación más coherente de este nivel infantil). Ese estadio psíquico queda como una capa en desarrollo hasta
alcanzarse la adultez. Pero ya se ha establecido una opacidad en el significante que forma el Yo en relación con lo que se concibe desde la madre y la imagen de ese yo. El desamparo infantil lo llevará más adelante a
percatarse de la figura del padre y su autoridad (Super-yo), a reconocer el mandato represivo que lo separa del inicial placer-protección que ofrece el nido materno. Freud ve este proceso de estadios como expresión del desarrollo simbólico y biológico del individuo que desea la permanencia con la madre y rechaza (desafía) al padre. (Más
adelante el psicoanalista Jacques Lacan (1901-1981) explicará estos aspectos en términos
lingüísticos (el Imaginario-Simbólico codificados en la (sub)consciencia). Interpretar que el infante desea tener relaciones con la madre y matar literalmente al Padre es un criterio equívoco de la academia principalmente norteamericana, que le ha dado absurdamente una interpretación realista y errónea a estas ideas de Freud. Las interpretaciones deben ser hermenéuticas, simbólicas y asistidas por la semiología que nos proporcionan las teorías contemporáneas (Paul Ricoeur). Se trata de la relación teórico/simbólica del sujeto con la realidad y consigo mismo y no de interpretaciones realistas y simplistas que nos mantienen en el racionalismo del siglo XIX. Esto no lleva tampoco a descartar que a nivel realista un individuo mate a su padre porque está enamorado de su madre o una de sus hermanas, lo cual llevaría a una noción subconsciente de severa culpa.
En el capítulo dos Freud nos habla del peso
de la vida que lleva a buscar tres posibles direcciones: distracción en
alguna actividad, búsqueda de satisfacciones sustitutivas (como el arte), o uso
de narcóticos para evitar y enajenarse del sufrimiento. La religión es uno de esos alicientes de sentido y placer en la
vida, junto a otras salidas como las del hedonismo, el estoicismo. También se
pueden eludir las frustraciones causadas por el mundo exterior, canalizando el
instinto hacia satisfacciones artísticas o científicas, lo que se reconoce como
sublimar. Son maneras de enfrentarse al mundo externo ante el sentimiento de insatisfacción que comienza a tener el individuo en la sociedad. Más adelante los analistas se darán cuenta de que esta insatisfacción proviene de la "razón instrumental" del capitalismo que deshumaniza al individuo en la sociedad moderna del los siglos XIX y XX.
En el tercer capítulo
Freud refiere a las fuentes del sufrimiento humano ante el poder de la
naturaleza, la caducidad del cuerpo, y la insuficiencia que se puede tener en
cuanto a regular las relaciones sociales. Si bien las primeras dos son
inevitables, en cuanto a la tercera, la obediencia a lo social no suele brindar
satisfacción o lo contrario. En este aspecto, en que se puede producir una gran hostilidad hacia lo social, es que emerge el trauma. La cultura es precisamente
la expresión que habrá de distinguir al sujeto humano de los animales, protegerlo de las amenazas de la naturaleza y de otros grupos. Pero también la cultura reclama
equilibrar las relaciones sociales y subyuga al sujeto a obediencias. Para el logro de esto último el sujeto en
la sociedad habrá de restringir o reprimir sus instintos de libertad y
voluntarismo y obedecer a un contrato social que permita la estabilidad social (donde "el lobo creado no se coma al hombre") y lo refrene de sus impulsos primitivos de
apoderamiento y agresión (lucha de Eros y Tanatos). Pero no siempre resulta así pues pueden, después de todo, dominar los instintos de agresividad.
En estos aspectos Freud reconocerá
una analogía entre el proceso cultural y la evolución libidinal del individuo. Aquí
los instintos pueden seguir tres caminos: pueden sublimarse, se consuman para
procurar placer (por ejemplo, el orden y la limpieza derivados del erotismo
anal), que producen frustración o satisfacción neurótica. De este último caso
deriva mucho de la hostilidad hacia la cultura y hacia el "otro". por eso es que estos impulsos inconscientes pueden pasar desapercibidos y son algo invisibles (fantasmales).
En el capítulo cuarto
Freud atenderá los factores de los orígenes de la cultura y que llevan al individuo a su
posterior desempeño (malestar). En un principio el sujeto humano entendió, en su estadio primitivo, que para sobrevivir tendría que organizarse junto a otros humanos. Anteriormente (en Totem y Tabú,
1913) ya Freud había indicado cómo la familia primitiva se amparó en una
alianza fraternal. En esa cultura primitiva el padre acaparaba las hijas, los
hijos se rebelan y lo matan (todo esto hoy día no debemos ver esto como una narrativa literal, sino expresión simbólica del desarrollo humano). Luego de ello se crea un desorden por la falta del liderato que ofrecía el padre; y el miedo
al exterminio lleva a conferirle el Poder a una instancia superior (como los tíos,
las madres, los tótems, dioses). El establecimiento de restricciones y tabús darán entonces apertura a la instauración del nuevo orden social, más poderoso que el
individuo mismo. Surgen estructuras fuera de la conciencia del
sujeto, que debe obedecer si quiere participar de un orden (contrato) social. Y
si bien esta acción generó amor hacia toda la humanidad, no anula la
satisfacción sexual que busca lo instintivo dominado por el subconsciente
profundo de un Deseo pulsional de desobediencia y violencia.
De ahí emerge el conflicto entre
Eros (el Deseo de satisfacción personal) y la obediencia cultural. El amor se opone a los intereses de la
cultura, y ésta lo amenaza con restricciones, prohibiciones y leyes. La cultura tiende
a restringir la libre y primitiva sexualidad (no sólo en un sentido literal sino simbólico-cultural) ya que esa cultura requiere energía para su propio consumo y desarrollo. Esa energía paradójicamente es su contrario; hay una dialéctica en este aspecto de que no puede haber un eros sin la expresión de la fuerza contraria. Esa es para Freud la compleja naturaleza humana. Ya J. G. F. Hegel (1770-1831) había explorado mediante la filosofía muchos de estos aspectos dialécticos empleados por Freud. Para Hegel es el amo quien construye (mediante la violencia) al esclavo, y este último mediante la subalternidad construye (en el imaginario) al amo. Ambos polos en su reverso se encuentran; en una especie de serpiente que devora su propia cola, un Uroborus que une el presente con el pasado, creándose una trilogía con la reflexión sobre el proceso, que es tal vez una "eterno retorno".
En el capítulo quinto vemos que la cultura
busca sustraer la energía del amor, para derivarla a lazos libidinales que unan
a los miembros de la sociedad entre sí para fortalecerla (“amarás a tu prójimo
como a ti mismo”). No obstante, también existen inevitables tendencias
agresivas hacia los demás. No se entiende porqué se debe amar a otros cuando no
se lo merecen en cuanto son rivales que no recapacitan y solo expresan su lado tanático. En este aspecto la cultura no sólo restringirá la agresividad, sino
que llevará al sujeto a no encontrar, por completo y de manera satisfactoria,
su felicidad en las relaciones sociales.
En su ensayo, “Más allá del
principio del placer” (1920), habían quedado postulados dos instintos: el de
vida (Eros), y el de agresión o muerte. Freud habla de una compulsión a la repetición,
pero no es lo suficiente para imponer el “principio de placer” (el Deseo del Yo) ante el “principio
de realidad” (la cultura). Ambos no se encuentran aislados y pueden complementarse, como por
ejemplo cuando la agresión dirigida hacia afuera salva al sujeto de la
autoagresión, o sea preserva su vida. La libido es la energía del Eros, pero
más que ésta, es la tendencia agresiva (Tanatos) el mayor obstáculo que se
opone a la cultura. Las agresiones mutuas entre los seres humanos hacen
peligrar la misma sociedad, pero ésta no se mantiene unida solo por
necesidades de sobrevivencia, y de aquí la necesidad de generar lazos libidinales
entre los miembros.
En el capítulo siete Freud nos habla de cómo la sociedad también canaliza la agresividad dirigiéndola
contra el propio sujeto y generando en él un Superyo, una conciencia moral, que
a su vez será la fuente del sentimiento de culpabilidad y la consiguiente
necesidad de buscar un castigo (la memoria de la antigua autoridad del padre). La
autoridad es internalizada, y el Superyo tortura al yo “pecaminoso” y
desobediente, generándole todo esta fuerza una gran angustia. La conciencia moral
actúa en forma severa cuando las cosas no resultan como lo esperado (lo que
lleva a realizar luego un examen de conciencia). Ambas instancias obligan a
renunciar a los instintos, pero el sentimiento de culpabilidad no logra suprimir
el deseo del eros. Se crea así la conciencia moral, la cual a su vez exige renuncias
instintivas profundas. Se necesitó del despliegue del pensamiento nietzscheano de la última mitad del siglo XIX para que Freud pudiese desarrollar estas ideas mediante las cuales se rompe con los mitos cristianos.
En el capítulo octavo Freud nos explica cómo el
precio pagado por el progreso de la cultura reside en la pérdida de felicidad,
y todo por aumento del sentimiento de culpabilidad y la vigilancia que ha
causado la represión de los instintos posiblemente liberadores (los de Eros). Con el creer que se debe obtener un castigo se alcanza un masoquismo hacia el yo, bajo la influencia del Superyo sádico.
Freud termina concluyendo que en la
génesis de los sentimientos de culpabilidad están las tendencias agresivas
internalizadas por el sujeto en la cultura (el malestar en la cultura), además
de las que ya posee de su propio origen biológico. Al no darle paso a la
satisfacción erótica, devuelve la agresión sí mismo, que ha creado
prohibiciones, y esta agresión es canalizada por el Superyo, donde se almacenan
los sentimientos de culpabilidad. El Superyo cultural también puede imponer
rígidos ideales con la creencia de alcanzar así estabilidad y sobrevivencia.
El destino de la especie humana entonces
dependerá de hasta qué punto la cultura podrá hacer frente a su propia
agresividad. En ello juega un papel decisivo la aparición de Eros (que Freud no
ve como algo tan posible). Un grupo de alemanes de la Escuela de Frankfurt de
los años 30 (Adorno, Horkheimer, Marcuse, Benjamin, Arendth) se enfrentaron a
estos mismos debates de Freud y lo realizaron de una manera más exitosa por
haber incluido en ello la sociología marxista y materialista de la sociología, y a Max Weber, 1864-1920). Todos ellos estaban enfrentándose a una
Alemania que se acercaba al fascismo de Hitler, cuando todo culminó tan mal
para los europeos durante la segunda guerra mundial. El gran problema del "principio de realidad" es para ellos la cultura instrumental, de armas y de agresión a la "otredad" (judíos, primordialmente) que adoptó la cultura alemana (la cual le servía a Freud de ejemplo para ver al sujeto humano en su desarrollo como especie cultural en general). El filósofo Martín Heidegger (1889-1976) también atiende estos aspectos del encuentro del lenguaje (el Ser) y la técnica en la moderna cultura. Heidegger paradójicamente era seguidor de muchas de las ideas del fascismo y su deseo de la muerte del otro para proteger la limpieza de sí mismo!
En lo referente a la teoría de la pulsión, en El Malestar en la cultura, Freud proclama a Tanatos como el actante de fundamental poderío en cuanto fenómeno psíquico, inherente en el sujeto humano. Tanatos refiere a la “...pulsión de odiar y aniquilar...”, dentro
de una gran complejidad instintiva de agresión, primero, y del complejo de culpa que le sigue después. La tendencia agresiva —nos dice Freud— es una
disposición instintiva, innata y autónoma del ser humano y constituye el
mayor obstáculo con que se tropieza para concebirse a sí mismo y dentro de la cultura. He aquí lo que será una paradoja en que
una fuerza, en lo psico-social, puede llevar a la destrucción a pesar de la
presencia de las fuerzas contrarias y dispuestas del Eros. Pero como veremos, Freud confiere gran peso a las poderosas fuerzas de Tanatos, inmersas e ineludibles en la psique y la conducta libidinales del sujeto humano que inclinan subconscientemente a la destrucción. ¿Cómo se consigue amar y se alcanza la libertad dentro de esta predicción tan pesimista del yo y de la cultura que lleva a la aniquilación total? Antes de todo está el primitivo Id que nos ata a fuerzas iniciales de lo no civilizado, pero es de ahí que arranca el logro de la superación y el bien colectivos. Ese Id marca la frontera que nos inicia en lo animal y nos proporciona la necesidad de cultura. Estas ideas no hubieran sido posibles sin la ruptura con la religión causada por Carlos Darwin (1809-1882) con su obra Del origen de las especies... (1859).
["Los parientes vivos más cercanos a los seres humanos son los chimpancés y los bonobos. Dicho de otro modo, las moléculas indican que los seres humanos somos una especie de gran simio. Incluso esta formulación subestima la situación, pues el 98,4 por ciento de ADN nuclear de los seres humanos y los chimpancés coincide". [...] Desde un punto de vista genético, los seres humanos no somos sino grandes simios...". ( Ghiglieri, 97)]
Freud tomó además de la mitología
griega precisamente el nombre Eros para designar las pulsiones de vida, dada su base
sexual, hacia lo erótico. Junto al mito del amor recupera además la tendencia narcisista (la mismidad, del sujeto que se ama a sí mismo) y que ama al otro que satisface el Yo según su criterio o deseo egoísta. Se trata de la disolución de elementos frente a la destrucción de los mismos pues al amar se niega parte del uno para obtener parte del otro. Luego de Freud, Jacques Lacan reconoce este "estadio del espejo" con el narcisismo como proceso en que el sujeto logra reconocerse a sí mismo para formar su ego, su consciente y subconsciente. En ese sentido, el yo, en su tendencia al amor, asume una defensa paranoica que está relacionada con estas inclinaciones en que expresa sus demandas libidinales (si el "otro" no las satisface se le considera un ser abyecto). A la misma vez, el sujeto es obligado a reprimir estas demandas (porque al reconocerse la madre queda afuera) formando así la
ambivalencia de su identidad entre lo consciente (el ego/yo) y lo
subconsciente (el super/yo y el Ello/Id). Los impulsos que prohíben son elementos
egoístas mezclados con fuerzas eróticas primitivas e incontenibles (ya que está inmiscuido el Id animal). Pero estas pulsiones internas logran, por otra parte, y de manera conflictiva, unir lo
social pues se ama lo otro, a la larga, lo que parece lo mismo pero que puede ser portador de la diferencia. Si bien la tarea del yo corresponde a la autoconservación (son egoístas-narcisistas, libidinales, a la vez) fomentan una particular asociación entre las personas, ante el otro afuerino (la cultura, el sitial del Padre). ("Amarás al prójimo como a ti mismo"). Hay una fuerza que pasa al sujeto de la pulsión
libidinal del yo y el narcisismo a la preservación de todos los sujetos en lo social (el otro amado), la satisfacción de estar en el mundo (que requiere y lo demanda principalmente el trabajo, la necesidad, Ananke).
Cuando Freud escribió en 1930 El malestar en la cultura, había ya introducido el modelo estructural tripartito del yo/super-yo/ello (1923). Es un libro pesimista, posterior a la guerra europea y de cuando ya Freud se sentía viejo y debilitado. Había antes expuesto su teoría de la dualidad pulsional, de que la energía pura y simple es un ejemplo equiparable a la pulsión sexual. En 1930 Freud concibe todavía la cultura y la sociedad como productos del amor y el trabajo (la necesidad, Ananké), pero este amor se entiende cada vez más como una derivación del narcisismo primario (lo espejístico para Lacan). Este narcisismo primario lleva a considerar a los demás como potenciales enemigos y rivales de lo que el sujeto considera que es su libertad individual. La agresión surge en defensa de este narcisismo en el amor ambivalente que caracteriza al sujeto en la sociedad frente a los demás (por el egoísmo en el descargue libidinal inicial). He aquí los orígenes (compatibilidad) de la lucha entre Eros y Tanatos; de cómo uno crea la energía que confiere fortaleza y poder al otro. El amor hacia el otro podría ser egoísmo del uno mismo y temor a que el otro no te ame. El amor muchas veces no trasciende el narcisismo, y no es capaz de atender (entender) la diferencia y la otredad, siendo así capaz de destruirlas. Pero en esta agresión hacia el otro se desarrolla (en la cultura) una noción de culpa pues siempre queda la fuerza del recuerdo (aunque esté distante, en el inconsciente). Veremos que en el origen de todo se deposita el remordimiento de haber matado al padre (simbólico, el "Otro"). En el libro Totem y tabú Freud sostuvo que los hijos de la horda primitiva se organizan para matar al padre, quien posee las mujeres de la tribu de manera egoísta; pero luego se arrepienten y sienten culpa al necesitar el incuestionable liderato (y hegemonía en la organización de la tribu) que aquél ocupaba. No está demás suponer que tales asesinatos de padres primitivos se dio como actos reales que fueron creando un imaginario colectivo de culpa. La cultura se entiende por la repetición (tal y como se repiten las células). Esa repetición crea un acontecimiento (como la matanza del padre) en el imaginario cultural y su efecto de crear una culpa y haber dejado las puertas abiertas al desorden que provoca la ausencia del padre primordial. La muerte que en el inconsciente como un acontecimiento que retrotrae a la Muerte, Tánatos).
"Al incorporar el Ello en la constitución "orgánica" del ser, Freud derribaba el cuarto pilar sobre el cual se sustentaba la modernidad. El primero lo había derrumbado Copérnico al demostrar que no somos el centro del universo. El segundo lo derribó Darwin al demostrar, en contra de las explicaciones bíblicas, nuestra animalidad originaria. El tercero lo derribó Einstein al probar la relatividad del tiempo. Freud demostró que no somos dueños absolutos de nuestros actos, como afirmaban las ideologías racionalistas", Mires 16-17]
Cuando Freud escribió en 1930 El malestar en la cultura, había ya introducido el modelo estructural tripartito del yo/super-yo/ello (1923). Es un libro pesimista, posterior a la guerra europea y de cuando ya Freud se sentía viejo y debilitado. Había antes expuesto su teoría de la dualidad pulsional, de que la energía pura y simple es un ejemplo equiparable a la pulsión sexual. En 1930 Freud concibe todavía la cultura y la sociedad como productos del amor y el trabajo (la necesidad, Ananké), pero este amor se entiende cada vez más como una derivación del narcisismo primario (lo espejístico para Lacan). Este narcisismo primario lleva a considerar a los demás como potenciales enemigos y rivales de lo que el sujeto considera que es su libertad individual. La agresión surge en defensa de este narcisismo en el amor ambivalente que caracteriza al sujeto en la sociedad frente a los demás (por el egoísmo en el descargue libidinal inicial). He aquí los orígenes (compatibilidad) de la lucha entre Eros y Tanatos; de cómo uno crea la energía que confiere fortaleza y poder al
Freud argumenta que la realidad externa que constituyente el Yo dentro de
su ley suprema (principio de la realidad) le reclama una
dependencia y dominio incompatibles con su libertad (con su egoísmo). Es por ello que se debe
ver el desarrollo del sujeto con el desempeño de la represión. La cultura les impone (a los sujetos) refrenos no solamente a la existencia social, sino también al desempeño biológico,
lo que resulta también en restricción de los instintos libidinales, la represión de las tendencias libidinales iniciales que son eróticas (como las de los chimpancés). Estas constricciones
se presentan, sin embargo, como condiciones preliminares para el progreso
porque la civilización se inicia cuando se ha renunciado eficazmente al
objetivo primario: esto es, a la satisfacción integral de los deseos más inmediatos (los más cercanos a la satisfacción genital). En 1933 Freud le decía a Einstein: "Desde tiempos inmemorables se extiende sobre la humanidad el proceso de desarrollo cultural (ya lo sé: otros lo llaman civilización). A ese proceso debemos nosotros lo mejor de aquello que hemos llegado a ser, pero también una parte de nuestro sufrimiento". En su explicación del porqué de las guerras, Freud encuentra una paradoja en la conducta humana. Se llega a ella porque se teme perder (o quiere recuperar) el objeto primordial del Deseo.
Este
desenvolvimiento representa una concepción dialéctica de la realidad: la
civilización se presenta bajo una lucha de opuestos en la que se advierte una
tesis de evolución materialista (no en el sentido histórico-social sino de evolución biológica). Se entiende que la realidad externa
configura la naturaleza humana, ya que los impulsos animales se convierten en
instintos humanos bajo la influencia de la esa realidad objetiva. Más allá de
cómo lo concibió Freud, luego Marcuse entiende que su llamado “hombre” se configura
bajo un mundo histórico‑social, que influye
en las estructuras psíquicas por medio de instituciones sociales en que convive con los demás.
Este proceso permite que "el hombre animal" se haga un ser humano en virtud de
la transformación fundamental de su naturaleza en la cultura, asumiendo trabajo organizado que conduce a la civilización. Pero Freud no contaba con el elemento de lucha de clases sociales con que sí cuenta Marcuse como "post-marxista". Freud entiende como la estructura de la sociedad instrumental y moderna no se ajusta a las mejores demandas primitivas e instintivas del individuo sino a las peores, las más destructivas y salvajes. Para él no se trata de lucha de clases sino de pugna instintiva.
La
civilización permite que el principio del placer, del cual depende directamente
el Eros (que inicial y primitivamente busca una satisfacción inmediata, y que desea omitir la represión)
sea subyugado y sofocado por el principio de la realidad. La satisfacción del
placer resulta así diferida y trae una fatiga unida al trabajo, que, sin embargo,
deviene como algo imprescindible para dar paso a la producción de bienes necesarios a la
existencia que dan el trabajo y la cultura material e interactiva. La razón que es innata en el sujeto le proporciona la cualidad de sobrevivir en la naturaleza mediante el trabajo, que luego lleva a algunos grupos a apoderarse del capital y preparar el camino para la obediencia a una voz autoritaria dominante que se apropia de la producción. Freud estaba más interesado en el autoritarismo que procede del subconsciente y no en el que se escenifica en la lucha social (en el principio de realidad y las clases sociales).
El
dominio del principio de la realidad constituye de esa manera en un gran
episodio traumático en el desarrollo del "hombre", tanto por lo que se refiere a
su especie (filogénesis), como a su individualidad (ontogénesis). Más adelante
veremos cómo la represión, entendida como fenómeno histórico, se repite
continuamente y es impuesta no por la naturaleza, sino por el conflicto del
hombre con el hombre y su trabajo en la cultura cargado de culpabilidad y sentido de autodestrucción narcisista. En la base teórica de los instintos Freud reconoce
al principio del placer como el derecho primordial de la existencia que se inicia con lo natural y el instinto. Filogenéticamente
el dominio represivo tuvo lugar por primera vez en la comunidad primitiva,
cuando el primer padre monopoliza poder y placer, obligando a los hijos
a renunciar a ambos aspectos. Ontogenéticamente tiene lugar durante el período de
la primera infancia; la sumisión al principio de la realidad viene impuesta
por los padres y educadores (lo que ahora consideramos la herencia del "imaginario colectivo"). Al dominio del padre primitivo sigue ―después de la
rebelión de los hijos― el inevitable control ejercido a su vez por éstos, porque en su posterior desarrollo el
clan de los hermanos se confronta con la necesidad de institucionalizarse en
dominio social y político una vez más para evitar la continua violencia (R. Girard) que provoca la autoridad única que ejercía el Padre. El sujeto que se desarrolla bajo un sistema de este
tipo siente los reclamos del principio de la realidad, como exigencias de ley
y orden, y las transmite de generación en generación. Pero es el
instinto y no la persona, lo conducente al privilegio de la libertad. Para
Freud (y veremos que para Marcuse) el individuo será libre, en cuanto controle (tras recuperar) socialmente el principio
del placer y lo culturalice.
La
lucha contra la libertad se reproduce así en la psique del sujeto mismo como
auto‑represión, y la auto‑represión da
impulso a su vez al dominador y sus instituciones. Ahí residiría la dinámica de
la civilización, sus libertades y restricciones. Pero la penuria en la existencia enseña de diversas maneras a
los seres, que no es posible satisfacer libremente los propios impulsos
instintivos, que no es posible vivir bajo el principio del placer. Se requiere
del fatigante trabajo para vencer la penuria y éste (el trabajo) a su vez desvía las
energías sexuales de su objeto primordial que se concibe como algo biológico y
no social (como Marcuse y la Escuela de Frankfurt más adelante sostendrán (ver mi libro Modernidad... ).
Entonces cabe preguntarse sobre el surgimiento, en todo este proceso, de la culpa en el yo, la cual se produce desde un principio y parece perdurar como
una maldición de generación en generación. Resulta muy difícil pasar de la etapa animal-instintiva (placer inicial) a la de la posterior represión (que es un tipo de agresión). Freud explicó este aspecto mediante sus interpretaciones de la transgresión realizada por la horda primitiva (Totem y Tabú). (La información se repite a lo largo de la historia sabemos hoy, no por herencia biológica (somática) sino por la transmisión del imaginario cultural, el traspaso simbólico que implica el uso de "la lengua" en la cultura; ver Comsky, Saussurre). La información que se transmite además de biológica resulta simbólica (lenguaje que se transmite de generación en generación). El asesinato del padre da origen a la cultura pero la culpa que queda inmersa puede llevar a la destrucción de la cultura alcanzada. Si no concibiéramos la culpa, no habría cultura, deseamos lo que no se debió desear.
Detrás de todo este pensar Freud monta una narrativa, como ya en parte he explicado. En un principio el padre se impone a los hijos, y para garantizar la cohesión grupal, desde la dominación, monopoliza a las mujeres —el placer— y establece tabúes y deberes hacia la horda. Estos tabúes estan fundamentados en demandas egoístas y del trabajo para satisfacer las necesidades sociales del grupo. Los hijos terminan rebelándose contra los tabúes impuestos por el padre. La rebelión culmina en el asesinato del padre, sustituido su poder luego por el clan fraterno. Con el fin de mantener la cohesión del grupo, los hijos se ven obligados a restablecer las prohibiciones, precisamente los tabúes antes implantados por el padre para evitar la lucha de uno contra el otro y de todos contra todos. El crimen primario produce así un sentimiento de culpabilidad que lleva a una restauración traumática de la autoridad social, fuera de los impulsos internos del sujeto. En este momento nace, nos dice Freud, la civilización que carga la culpa original. Y como el trabajo lleva a lo doloroso y conflictivo, el mismo se torna contario al principio del placer (que posee el egoísmo y el narcisismo del padre inicial y que también poseen los hijos). No es difícil imaginar hoy día como un adolescente tiene que reprimir sus deseos e impulsos de ser según su agrado, ante las imposiciones de los padres, lo que lo lleva (al adolescente) a crear una estructura represiva contra ese mandato, conocida como super-ego, (aunque ya no sea tan empleada en la psicología clínica). Se trata de una estructura ambivalente de rechazo y aceptación por necesidad social y personal.
"En conexión con nuestra tendencia al aprendizaje social, nuestra imaginación hizo aumentar progresivamente nuestra dependendencia de la cultura para poder sobrevivir y crear la familia. La cultura ha superado al lento proceso de selección natural que solamente genera adaptaciones a partir de mutaciones genéticas, proporcionándole un torrente de ideas e instrumentos". (Ghiglieri 89).
Detrás de todo este pensar Freud monta una narrativa, como ya en parte he explicado. En un principio el padre se impone a los hijos, y para garantizar la cohesión grupal, desde la dominación, monopoliza a las mujeres —el placer— y establece tabúes y deberes hacia la horda. Estos tabúes estan fundamentados en demandas egoístas y del trabajo para satisfacer las necesidades sociales del grupo. Los hijos terminan rebelándose contra los tabúes impuestos por el padre. La rebelión culmina en el asesinato del padre, sustituido su poder luego por el clan fraterno. Con el fin de mantener la cohesión del grupo, los hijos se ven obligados a restablecer las prohibiciones, precisamente los tabúes antes implantados por el padre para evitar la lucha de uno contra el otro y de todos contra todos. El crimen primario produce así un sentimiento de culpabilidad que lleva a una restauración traumática de la autoridad social, fuera de los impulsos internos del sujeto. En este momento nace, nos dice Freud, la civilización que carga la culpa original. Y como el trabajo lleva a lo doloroso y conflictivo, el mismo se torna contario al principio del placer (que posee el egoísmo y el narcisismo del padre inicial y que también poseen los hijos). No es difícil imaginar hoy día como un adolescente tiene que reprimir sus deseos e impulsos de ser según su agrado, ante las imposiciones de los padres, lo que lo lleva (al adolescente) a crear una estructura represiva contra ese mandato, conocida como super-ego, (aunque ya no sea tan empleada en la psicología clínica). Se trata de una estructura ambivalente de rechazo y aceptación por necesidad social y personal.
La
civilización, según Freud, ha sido creada mediante la perpetua lucha entre los
instintos de vida y los instintos de muerte. Una parte de la fuerza instintiva la civilización es sublimada y por la otra es desexualizada para mantener, mediante la
represión, el principio de realidad (el trabajo) y el avance de la cultura. Se abandona el deseo por la madre y se crea la represión. Se sublima la fuerza de Eros en trabajo (necesidad) por remordimiento al asesinato del padre y por necesidad de avanzar la cultura. La civilización tiene de esa manera como
base una renuncia a la vida instintiva y al Eros originarios. Y esta represión de los instintos
sexuales —inclusive los agresivos, de los que Eros extrae también energía para
canalizarla en obras de cultura, y en trabajo— termina colocando en peligro la
obra de ese mismo Eros. Se encuentra entonces la civilización en un callejón sin salida, en que por un lado se
reprimen los instintos sexuales, y por otro la represión misma contradictoriamente fortalece los instintos
destructivos en la cultura, que terminan por eludir la fuerza de Eros. La civilización, al tornarse represora, es incapaz de controlar la agresividad que genera, siendo
ésta cada vez mayor, ya que el adelanto de la civilización se ha dado
precisamente por el progreso en la renuncia instintiva, en las defensas
individuales y sociales que frenan los instintos de la sexualidad. El sentido de culpa es, en
ese sentido, cada vez mayor, debido a la destructividad que genera la
civilización en su “progreso”. De ahí surge que la conciencia moral de la cultura sea "como una guarnición militar en la ciudad conquistada", instalada en nuestra memoria colectiva para vigilarnos y mantenernos a raya" (Neu 356). Por lo regular, se considera infantilmente que sólo dios salva de todo esto! Por otra parte, la conciencia altamente racional que puede haber alcanzado un sujeto educado suele tener una limitada influencia en esta agresión de sí mismo (interpelado por la fuerza de la neurosis impulsiva del que odia y está listo subliminalmente para la violencia). Freud, por su parte, apelaba a una cultura que trascendiera el miedo religioso y que fundara la cultura en el saber laico y secular. Tiene como herederos a racionalistas como Descartes, Kant, Hegel, Darwin, Marx, Nietzsche. Pero como luego vemos con Herbert Marcuse en Eros y civilización (1953) nuestras culturas modernas han estado muy lejanas de emplear a Eros junto a la razón, al deseo de ser libres y felices.
"... es más fácil que las personalidades se vayan configurando a base de imitar, incluso cuando nos equivocamos, que analizando la situación antes de tomar una decisión correcta. Nuestra tendencia a imitar en lugar de analizar es tan intensa que ha conseguido confundir a una legión de expertos y les ha llevado a pensar que los seres humanos no actúan por instinto sino por imitación". (Ghinglieri 89)
En su ensayo de 1930 (El malestar en la cultura) Freud plantea que la
insatisfacción del sujeto en la cultura —aceptemos que le llame “hombre”, como se lo suele nombrar de manera machista— se debe a que
esa falta tiende a refrenar sus impulsos eróticos y agresivos iniciales e
innatos. La cultura, por su parte, desde la
imposición externa de la “ley” social (que pide el control de los impulsos egoístas del yo
sexual) dominará esta agresividad, internalizándola y domándola bajo la forma de Superyó, y dirigiéndola vigilante contra el yo (en parte, el ego mismo).
El individuo o sujeto en su yo puede entonces tornarse masoquista o autodestructivo (como síntoma de
su represión). Ya Freud había hablado de cómo el sujeto aprende a reprimir sus
deseos y a obedecer la Ley que impone la cultura patriarcal (la cultura
dominante internalizada por siglos en la consciencia y la subconsciencia). Todo se
relaciona, como se verá, con el Complejo de Edipo y la obediencia a la Ley del
padre en sus demandas culturales. Aquí, la cultura se entiende como “la suma de las producciones e instituciones que distancian nuestra
vida de la de nuestros antecesores animales y que sirven a dos fines: proteger
al hombre contra la Naturaleza y regular las relaciones de los hombres entre sí”.
Freud reclama que la importancia de este concepto de cultura se comprenda
cómo “El resultado final [que] ha de ser el establecimiento de un derecho al que
todos [en comunidad] hayan contribuido
con el sacrificio de sus instintos, y que no deje a ninguno —una vez más: con
la mencionada limitación— a merced de la fuerza bruta”. No obstante, Freud se pregunta
si “uno de los problemas del destino humano es el de si este equilibrio puede
ser alcanzado en determinada cultura o si el conflicto en sí es inconciliable”. El hombre puede ser liberado por la cultura que internaliza y es doblegado por su condición animal. Veremos que en el mencionado libro está
más cercano a creer en lo último, pues rechaza toda creencia religiosa, como pensador de la nueva ciencia psicoanalítica (en la práctica clínica y en la (meta)teoría.
Freud propone ante todo que desde un principio se presentan en mutua
oposición los instintos del yo y los instintos objetales (del rol carnal). Para
designar la energía de los últimos, y exclusivamente para ella, expuso el
término libido, y con esto la polaridad quedó planteada entre los instintos
del yo y los instintos libidinales, dirigidos a objetos, o pulsiones amorosas
en el más amplio sentido. Sin embargo, uno de estos instintos objetales, el
sádico (la violencia), se distingue de los demás porque su fin no es en modo
alguno amoroso, y además establece múltiples y evidentes coaliciones con los
instintos del yo, manifestando su estrecho parentesco con pulsiones de posesión
o apropiación, carentes de propósitos libidinales amorosos. Pero esta discrepancia pudo
ser superada en sus teorías. Afirmaba que el sadismo forma parte de la vida sexual, y
bien puede suceder que el juego de la crueldad sea parte, sin reconocer debidamente, del amor. La
neurosis venía a ser la solución de una lucha entre los intereses de la
autoconservación y las exigencias de la libido, una lucha en la que el yo [según
Freud], si bien triunfante, había pagado el precio de graves sufrimientos y
renuncias. Debe dejar atrás su impulso de deseos animales y dar paso a los deseos civilizados.
Considera el psicoanalista vienés que el propio instinto de muerte estaría al servicio del Eros, pues el ser
vivo destruiría algo exterior, animado o inanimado, en lugar de destruirse a
sí mismo. Por el contrario, al cesar esta agresión contra el exterior tendría
que aumentar por fuerza la autodestrucción, proceso que de todos modos actúa
constantemente. Al mismo tiempo, se puede deducir de este ejemplo que ambas
clases de instintos raramente —o quizá nunca— aparecen en mutuo aislamiento,
sino que se amalgaman entre sí, en proporciones distintas y muy variables,
tornándose de tal modo irreconocibles para nosotros. El sadismo, admitido
desde hace tiempo como instinto parcial de la sexualidad, nos enfrenta con una nomenclatura particularmente sólida entre el impulso amoroso y el
instinto de destrucción. Lo mismo sucede con su símil antagónico, el
masoquismo, que representa una amalgama entre la destrucción dirigida hacia dentro
y la sexualidad, a través de la cual aquella tendencia destructiva, de otro
modo inapreciable, se hace notable o perceptible.
Freud
entiende cómo la experiencia del amor
sexual (genital) ofrece al hombre las más intensas y placenteras vivencias,
estableciendo, en suma, el prototipo de toda felicidad. Considera así que
aquélla debía inducir a seguir buscando en el terreno de las
relaciones sexuales todas las satisfacciones que permite la vida, de manera que
el erotismo genital vendría a ocupar el centro de la existencia. Pero tal
camino puede conducir a una peligrosa dependencia frente a una parte del mundo
exterior —ante el objeto amado que se elige—, cuando el sujeto se expone a experimentar los
mayores sufrimientos si este objeto lo desprecia o si es entorpecido por la infidelidad o la muerte. Por eso los sabios de todos los tiempos han
tratado de disuadir la elección de este camino. De ahí surgen la religión y el idealismo que ofrecen algún tipo de salvación o escape a esta trama del
acontecer humano. Algunos llegan al extremo de sentir placer con la tortura (rechazo) ente esta incapacidad (temor) de ofrecerle salida al deseo animal del
cuerpo (como algunos místicos). La regresión puede llevar a la agresión y por ello la aceptación del la alternativa que ha ofrecido el padre (la represión del Id y del yo y el control del principio del pavera versus el principio de realidad).
"Sin embargo, la cultura es el arma secreta de la humanidad en la conquista de la tierra. Aunque la cultura nunca podrá eliminar el instinto y, en general, acaba perdiendo cuando se opone a él, la cultura tiene una enorme capacidad de adaptación porque la vida resulta mucho menos arriesgada cuando los individuos obedecen a su instinto de utilizar la cultura con el fin de reducir los peligros que comporta el aprendizaje de las tenendencias de sobrevivencia". (Gliglieri 91).
Importante
resulta lo siguiente en el Eros y la cultura. El impulso amoroso que instituyó
la familia sigue ejerciendo influencia en la cultura, tanto en su forma
primitiva, sin renuncia a la satisfacción sexual directa, como bajo su
transformación en un cariño coartado en su fin. En ambas variantes perpetúa su
función de unir entre sí a un número creciente de seres con intensidad mayor
que la lograda por el interés de la comunidad de trabajo. La imprecisión con
que el lenguaje emplea el término “amor” está, pues, genéticamente justificada.
Se le llama así a la relación entre el hombre y la mujer que ha fundado una
familia sobre la base de sus necesidades genitales; pero también se denomina
“amor” a los sentimientos positivos entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas,
a pesar de que estos vínculos deben ser considerados como amor de fin inhibido,
como cariño que se extiende a toda la comunidad. Sucede que el amor coartado de su fin “natural” fue en su origen
un amor plenamente sexual, y sigue siéndolo en el inconsciente humano. Ambas
tendencias amorosas, la sensual y la de fin inhibido, trascienden los límites
de la familia y establecen nuevos vínculos con seres, que pueden ser afuerinos, extraños. El amor genital lleva a la formación de nuevas familias; el fin inhibido, a las
“amistades”, que tienen valor en la cultura, pues escapan a muchas
restricciones del amor genital, como, por ejemplo a su carácter exclusivo. Sin
embargo, la relación entre el amor y la cultura deja de ser unívoca en el curso
de la evolución: por un lado, el primero se opone a los intereses de la
segunda, que a su vez lo amenaza con sensibles restricciones.
Este aspecto del divorcio entre amor y cultura parece, pues, inevitable en la teoría psicoanalítica freudiana. Pero no es fácil
distinguir su motivo. Comienza por manifestarse como un conflicto
entre la familia y la comunidad social más amplia a la cual pertenece el
individuo. Se reconoce que una de las principales finalidades de la cultura
persigue la aglutinación de los hombres en grandes unidades; pero la familia no
está dispuesta a renunciar al individuo. Cuanto más íntimos sean los vínculos
entre los miembros de la familia, tanto mayor será muchas veces su inclinación
a aislarse de los demás, tanto más difícil le resultará al sujeto el ingresar
en las esferas sociales más vastas. El modo de vida en común filogenéticamente
más antiguo, el único que existe en la infancia, se resiste a ser sustituido
por el cultural, de origen más reciente. El desprendimiento de la familia llega
a ser para todo adolescente una tarea cuya solución muchas veces le es
facilitada por la sociedad mediante los ritos de pubertad y de iniciación. Se obtiene
así la impresión de que aquí actúan obstáculos inherentes a todo desarrollo
psíquico y en el fondo también a toda evolución orgánica. El proceso de alcanzar la cultura es tormentoso y difícil, pasar de lo erógeno infantil a la sublimación dentro de lo social requiere de esfuerzo y es un muro difícil de derribar.
En
esto Freud entiende también que el amor genital heterosexual, único que ha escapado
a la proscripción, todavía es menoscabado por las restricciones de la
legitimidad y de la monogamia. La cultura actual nos da claramente a entender
que sólo está dispuesta a tolerar las relaciones sexuales basadas en la unión
única e indisoluble entre un hombre y una mujer, sin admitir la sexualidad como
fuente de placer polimorfa, aceptándola tan sólo como instrumento de
reproducción humana que hasta ahora no ha podido ser sustituido. También Freud
reconoce que esta situación corresponde a un caso extremo, pues en la práctica
no puede ser realizada ni siquiera durante breve tiempo (la sexualidad tiene un fuerte elemento de perversidad). Sólo los seres débiles
se sometieron a tan amplia restricción de su libertad sexual, mientras que las
naturalezas más fuertes únicamente la aceptaron con una condición compensadora.
En una sociedad dominada por los hombres las mujeres han sido sometidas a estas
culturas hasta que últimamente las cosas han cambiado. Lo mismo ocurre con las
comunidades gays. Por lo tanto en el
contexto contemporáneo estas ideas freudianas no dejan de ser machistas y
andro-hetero-normativas y por ello hay que entenderlas en su contexto de una
sociedad que era (y es, en gran medida aún) dominada por hombres egoístas). Tal vez los hombres no han cambiado tanto pero su entorno sí ha tenido grandes modificaciones que no toleran el machismo.
Como se ha sostenido, las dos pulsiones antagónicas que constituyen la subjetividad son la
pulsión de vida y la pulsión de muerte. Éstas provocan una lucha permanente entre Eros
y Tanatos. Mediante esa lucha se expresa la constante pugna “trágica” de los
sujetos en su existencia, pues una coarta la consumación de la otra; o una posibilita
la expresión de la otra. Con esta perspectiva Freud se aleja de las corrientes
psicologistas de corte rousseauniano, en las que se planteaba que los seres
humanos venían al mundo con una condición innata de seres sanos y buenos. Freud había escuchado decir de
cierta persona (nos dice al principio en El malestar
de la cultura) que en todo ser humano existe un “sentimiento oceánico” de
eternidad, infinitud y unión con el universo. Tal sentimiento está en la base de
toda religión o sentimiento de totalidad, Para Freud, sin embargo esto representa una ilusión empleada
por el sujeto religioso para poder enfrentarse a la complejidad e inestabilidad
del yo en la sociedad y en el cosmos. Es un Eros universal de sentimiento de
confraternidad fundamentada en el miedo al vivir y en espera de una recompensa
que libere del sufrimiento (de lo corporal). Más adelante Jacques Lacan sostendrá que después de todo lo que se encuentra es el deseo que desea el padre o la madre y éstos desean los que sus padres desean. En el origen el deseo original viene de la Nada, de la Falta de ese deseo porque nadie lo poseyó en una principio.
De la pulsión erótica o de autoconservación (paranoia del yo) que
proporcionan el yo y la cultura, se engendran las nociones de agresividad, y
también de odio. Se trata de un mecanismo de defensa. La pulsión tiene a sus
alrededores la represión, que es un término medio entre la huida y la condena.
Eros lleva a desear la unión; Tanatos estimula la destrucción. Mientras que la
destrucción caracteriza a la pulsión de muerte, las pulsiones mantienen en
tensión al aparato psíquico, en la medida en que una pulsión depende de la
opuesta fuerza. En un
origen se entiende que el yo lo incluía todo, pero al separar o distinguirse la
fuerza antagónica del mundo exterior, el yo cede su sentimiento de ser uno
con el universo pleno (es el estado primitivo de la conciencia o el estadio pre-natal).
Con esto se considera que en la esfera de lo
psíquico aquel sentimiento pretérito se conserva en la adultez. Sin embargo, dicho “sentimiento oceánico” está más
vinculado con el narcisismo ilimitado que
con el sentimiento religioso. Se deriva del desamparo infantil y la nostalgia
por el padre (y en cierta instancia, por la madre) que dicho desalojo suscita. La
explicación es psicoanalítica y no religiosa, para nuestro analista. Freud tiende a evitar las explicaciones idealistas y metafísicas y
presta atención a las expresiones de la libido corporal (lo puramente material
del ser biológico en el sentido darwiniano).
Para entender esta compleja dialéctica
debemos también diferenciar a Eros y Anankhé. Freud emplea el
concepto platónico de anankhé, para diferenciarlo de Eros. Anankhé se
concibe como algo más que necesidad de la pura sobreviviencia. Este actante fue empleado primeramente en las conferencias de introducción al psicoanálisis
y posteriormente en El malestar en la
cultura (1930). Anankhé, más allá del orden simbólico que impone la
cultura, es la fuerza que busca la sobrevivencia y que se posa frente a Tánatos,
entendido como retorno a lo inorgánico, como el proceso de envejecimiento que va llegando
día a día, a la ancianía y a la destrucción propiamente orgánica. La anankhé
rige la condición animal, desorganizada, y es carente de un telós o
finalidad. Es una fuerza arcaica que busca perpetuarse y que debe ser vencida
para organizar y ordenar el mundo bajo parámetros y condiciones humanas y
transformarlo en un cosmos. Se trata de fuerzas que en sus diálogos y
confrontaciones gobiernan lo propiamente humano y de las que no se puede escapar.
Por
otro lado, en la dialéctica aparece el filos. Han sido traducidos
indistintamente Eros y filos por amor y deben ser diferenciados. Eros
es el amor con expresión de la forma humana, como deseo que se enfrentan a la
simple necesidad. Filos da cuenta del
amor directamente dirigido a una persona, a un fenómeno, a un tema buscado por
la consciencia o la inteligencia y representa la entrada ya en la cultura y la civilización. La Filo-sofía, que es el amor al
conocimiento e inmiscuye la razón por encima de la pulsión animal. Su opuesto es el fobos, que se puede entender como miedo,
odio o desprecio (abyección), filos y fobos, dialogando y
construyendo las características de las relaciones con los prójimos y con el
mundo. Ambos como podemos ver se pueden relacionar con las fuerzas de Eros y Tanatos. Las obras de arte son consideradas patrimonio de una nación que ha superado el estado animal y hay mucho orgullo sobre ello (Eros). Pero ese patrimonio también llevan al nacionalismo, al patriotismo de superioridad que se convierten en odio a los demás, a los que no son considerados parte de ese patrimonio (o matrimonio). Extender el amor hacia las afueras del yo, y luego a la comunidades más inmediatas (que son análogas al Yo) resultan a los humanos muy difíciles porque hay fuerzas atávicas que atan al egoísmo primitivo que es muy paranoico y posesivo. Se puede seguir siendo copia del Padre(gorila) del principio.
De la misma manera en que se muestran
matices esenciales en la pulsión de vida entendidos como erotismo, la anankhé,
(destino, necesidad, fortuna) y el filos, es necesario diferenciar los
planos que se presentan en el interior de la pulsión de muerte, de Tánatos.
Sería requerido entender las condiciones axiológicas de Tánatos, y para
comprenderlo cabe atender el concepto heideggeriano (Martin Heidegger, (1889-1976), de dasein, que podríamos comprender como, “el ente que es, siendo para
la muerte” (concepto perteneciente a la filosofía existencialista). En esta
concepción el ser se traslada a la existencia que en el fondo se encuentra
marcada por la conciencia de su finitud, de su muerte. Sin esta idea de la
condición mortal del ser humano, el ser-sujeto se podrá creer inmortal. También habría que tener en mente la concepción de muerte en Jean-Paul Sartre (1905-1980), pero para este filosofo el sujeto invierte energía en su compromiso social en la comunidad antes de morir [Mucho
de lo anterior ha sido obtenido en consulta con el ensayo de José Eduardo Tappan Merino,
“Una mirada psicoanalítica sobre Eros y Tanatos: la pulsión”, 11 de abril de
2010. Revista Carta Psicoanalítica.
México.]
Freud consideró que el comportamiento humano se
muestra motivado por las pulsiones y las llamó “líbido”, a partir del latín que
significa: “yo deseo”. Para Freud el sexo resulta en una necesidad tan
importante (o más) que las otras en la dinámica de la psiquis. El sexo es para
el sujeto humano una de las mayores necesidades corporales y sociales
(simbólicas). Cuando Freud hablaba de sexo, se refería a mucho más que el
coito; la libido es considera como la pulsión sexual que cumple una
satisfacción con un todo más amplio que el simple encuentro de un amado (aunque
ello mediatiza esta demanda y relación).
Freud consideraba que la libido es una fuerza viviente que trasciende lo
simplemente animal. Es el principio de placer que mantiene en constante
movimiento para lograr el estar satisfecho y en paz, y no tener más necesidades
(es un equilibrio del ser-estar). Pero se ha de inferir que detrás de todo está
la “pulsión de muerte” porque al buscarse el límite y horizonte de la sensación
se encuentra la muerte, y ese es el mayor horizonte del existir que se puede conocer
o del que se puede tener experiencia tangible. Se considera entonces que todo
sujeto tiene la tendencia a desear inconscientemente la muerte, el morir. Esto nos
lleva a advertir cómo el ser humano cae en la neurosis porque no logra soportar
el grado de frustración que le impone la sociedad, deduciéndose de ello que lo
difícil de conquistar las perspectivas de ser feliz en la cultura, además de
que ello queda también coartado por las limitaciones intrínsecas que lo
comprometen con el malestar cultural. Dice Freud en El malestar de la cultura: “¿De qué nos sirve, por fin, una larga
vida si es tan miserable, tan pobre en alegrías y rica en sufrimientos que sólo
podemos saludar a la muerte como feliz liberación?”. Una manera de olvidar u
obviar ese dolor es el de anajenarse (olvidar) mientras ese malestar último no
se haga presente. La religión facilita un gran alivio colectivo mediante el mito. Pero Freud veía que la religión facilitaba una neurosis colectiva originadora de miedos que eran traslados al conflicto entre el Yo y la realidad externa. El sujeto no puede vivir en paz consigo mismo ni con el otro, con el mundo que lo rodea.
En Totem y tabú Freud mostró el camino que condujo de la familia primitiva a la fase siguiente de la vida en sociedad, es decir, a las alianzas fraternas. En un principio, al establecerse una lucha, y quitarle al padre el Poder total, y triunfar los hijos sobre el padre, descubren que una asociación puede ser más poderosa que el individuo aislado. La fase totémica de la cultura (el arrepentimiento, al ver lo difícil de que no se repita el deseo de Poder de uno sobre todos) se basa en las restricciones que los hermanos hubieron de imponerse mutuamente para consolidar este nuevo sistema. No liquidar al otro, reprimir ese instinto y dedicarse al trabajo en comunidad. Los preceptos del tabú constituyeron así el primer “Derecho”, la primera ley. La vida de los hombres en común adquirió, pues, doble fundamento: por un lado, la obligación del trabajo impuesta por las necesidades exteriores; por el otro, el poderío del amor, que imponía armonía comunitaria pero impedía al hombre prescindir de su objeto sexual, la mujer, y a ésta, de mantener esa parte separada de su seno que es el hijo. De tal manera, Eros y Ananké (amor y necesidad) se convirtieron en los padres de la cultura humana, cuyo primer resultado fue el de facilitar la vida en común a un mayor número de seres. Dado que en ello colaboraron estas dos poderosas instancias, cabría esperar que la evolución ulterior se cumpliese sin tropiezos, llevando a una dominación cada vez más perfecta del mundo exterior y al progresivo aumento del número de hombres comprendidos en la comunidad. Así, no es fácil entender cómo esta cultura podría dejar de hacer felices a sus miembros.
En Totem y tabú Freud mostró el camino que condujo de la familia primitiva a la fase siguiente de la vida en sociedad, es decir, a las alianzas fraternas. En un principio, al establecerse una lucha, y quitarle al padre el Poder total, y triunfar los hijos sobre el padre, descubren que una asociación puede ser más poderosa que el individuo aislado. La fase totémica de la cultura (el arrepentimiento, al ver lo difícil de que no se repita el deseo de Poder de uno sobre todos) se basa en las restricciones que los hermanos hubieron de imponerse mutuamente para consolidar este nuevo sistema. No liquidar al otro, reprimir ese instinto y dedicarse al trabajo en comunidad. Los preceptos del tabú constituyeron así el primer “Derecho”, la primera ley. La vida de los hombres en común adquirió, pues, doble fundamento: por un lado, la obligación del trabajo impuesta por las necesidades exteriores; por el otro, el poderío del amor, que imponía armonía comunitaria pero impedía al hombre prescindir de su objeto sexual, la mujer, y a ésta, de mantener esa parte separada de su seno que es el hijo. De tal manera, Eros y Ananké (amor y necesidad) se convirtieron en los padres de la cultura humana, cuyo primer resultado fue el de facilitar la vida en común a un mayor número de seres. Dado que en ello colaboraron estas dos poderosas instancias, cabría esperar que la evolución ulterior se cumpliese sin tropiezos, llevando a una dominación cada vez más perfecta del mundo exterior y al progresivo aumento del número de hombres comprendidos en la comunidad. Así, no es fácil entender cómo esta cultura podría dejar de hacer felices a sus miembros.
No es de olvidar que la existencia es un
proceso que produce mayor dolor que placer. La muerte promete la liberación final
del conflicto, de sufrimiento y el dolor. Freud relacionó este proceso con el
“principio de Nirvana” Se trata de una idea budista relacionada con lo que se
conoce como “Cielo”, “soplido que agota”. Este estadio relaciona a la
no-existencia, la nada, el vacío (lo que constituye la meta de toda vida en la
filosofía budista). Evidencia de ello es el deseo de paz, que muchas veces se
puede encontrar en el uso de los narcóticos, al aislamiento, la distracción,
el sueño. Se puede relacionar también con el deseo de suicidio. Como cabe
considerarse también con el lado contrario: la agresión, la crueldad, el asesinato
y la destructividad. De ahí quizás se explica el asesinato de Caín a Abel, quien parece no complacer al padre y funda la productividad de la cultura (la agricultura y la ganadería) en otro tipo de agresión social que continúa debido al "capricho" inicial del Padre de aceptar una oferta y rechazar otra. La cultura pasa a ser como un Caín condenado por Dios que ya desde un principio carga la culpa de la desobediencia al Padre. No será hasta Federico Nietzsche que la cultura se percate de ello, surgiendo de ahí el mundo moderno que da apertura al siglo XX y su vanguardismo ya escéptico o ateo. "Dios ha muerto".
Entiende entonces Freud la “pulsión de muerte”
como una necesidad primaria de lo viviente en su necesidad de retornar inconscientemente
a lo inanimado, reconociendo en este estado un signo de lo demoniaco, de
destrucción, desintegración de lo viviente. Freud plantea el concepto de
pulsión, teniendo en mente la sexualidad humana, y definiéndolo como un impulso
originado en la excitación corporal y lo que moviliza el cuerpo para conseguir el
suprimir ese estado de tensión. Con ello se reinstala el equilibrio previo al
inicio del estado de la tensión provocada por el choque de las dos fuerzas.
La pulsión de vida tiende a liberar al
organismo de la acción destructora de Tánatos y lo persigue mediante la fusión
con él. Gran parte de esta unión es dirigida hacia el mundo exterior mediante
agresividad, y otra porción de la unión permanece en el interior del organismo.
Mas Eros y Tánatos no deben concebirse como dos fuerzas simétricas en la unión
pulsional. Eros constituye para Freud un factor de ligazón, así como Tánatos
representa, un factor de desunión. Se trata de dos tendencias en un intento de
unión y separación a la vez. Cuanto más predomine la primera, más se mantendrá
la ligazón pulsional. Y cuanto más prevalece la segunda, más tenderá a
disolverse la unión entre las pulsiones. En relación al equilibrio relativo y
dinámico entre estas dos tendencias, una proporción variable de pulsión de
muerte permanece en el individuo como un residuo, que actúa de modo silencioso,
llevando inevitablemente el ser vivo hacia el deseo de muerte, de destrucción,
de aniquilamiento. En este aspecto Freud no deja de seguir las ideas de Tomás Hobbes (1588-1679) respecto de la condición originaria de los seres humanos de que éste es un lobo para el otro ser humano (Homo hominis lupus). Implicada está la idea de que el Estado resulta necesario para controlar las pasiones egoístas naturales, con la resultante de que el mismo llegue como en Alemania, al fascismo. Más adelante será Herbert Marcuse (1898-1979) quien explorará más profundamente estos aspectos en Eros y civilización (1955) y el dominio que termina ejerciendo el Estado sobre las personas, especialmente la minorías y los seres diferentes.
En relación a la agresión aparecen cambios
respecto a la teoría pulsional precedente. En 1915 Freud postula que el odio es
anterior al amor y que su origen radica en las pulsiones del Yo internas y de
lo animal. Éstas rechazan al mundo exterior y al hacerlo coincidir con que no
resulta placentero y a lo odiado. Paralelamente Freud mantiene la concepción
anterior en la que reconoce otra fuente de agresión en la etapa anal-sádica del
desarrollo psicosexual, que se suma a las pulsiones del Yo. Agrega en 1915 un
capítulo a su obra Tres ensayos sobre una teoría sexual, en que plantea
la existencia de elementos agresivos ligados a la etapa oral del desarrollo
psicosexual. [Ver Paulina Corsi. “Aproximación preliminar al concepto pulsión
de muerte en Freud”, Revista Chilena de
neurosiquiatría. Oct. 2002].
El peso de la vida obliga a tres
posibles soluciones: la distracción en alguna actividad, buscar
satisfacciones sustitutivas (como el arte), o bien en narcotizarse (y otras
evasiones). La religión tiende a responder al sentido de la vida, y por otro
lado el sujeto busca el placer y el evitar el
displacer, cosas irrealizables en su plenitud. Es así que el sujeto reduce (o
renuncia) a sus pretensiones de felicidad, aunque busca otras posibilidades en
el hedonismo, el estoicismo, etc. Otra técnica para evitar los sufrimientos es
reorientar los fines instintivos para poder eludir las frustraciones del mundo
exterior. A esto se le llama sublimación. Se canaliza lo instintivo hacia
satisfacciones artísticas o científicas
que alejan al sujeto cada vez más de la pugna inicial de los instintos
destructivos. Son muchos los procedimientos para conquistar la felicidad o
alejarse del sufrimiento, pero ninguno es del todo efectivo. La religión, sobre todo, impone un camino único para ser
feliz y evitar el sufrimiento. Para ello reduce
el valor de la vida y delira deformando el mundo real, intimidando a la inteligencia, infantilizando al sujeto y produciendo
delirios colectivos y prometiendo imaginariamente un futuro de felicidad que
supera el pasado de sufrimiento. Mas en el psicoanálisis no hay manera de
eliminar el sufrimiento en la condición humana.
Tres son las fuentes del sufrimiento
humano: el poder de la naturaleza, lo caduco y frágil de nuestro cuerpo, y
nuestra incapacidad para regular nuestras relaciones sociales. Si bien las
primeras dos son inevitables no se entiende fácilmente la tercera. La pregunta
sería porqué la sociedad no ofrece plena satisfacción o bienestar, lo cual
genera después de todo una hostilidad hacia lo cultural.
Cultura (lenguaje y técnica, ciencia y arte) es la
suma de producciones que diferencian a los sujetos humanos, de los animales, y
que sirve a dos fines: proteger y distinguir al sujeto de la naturaleza, y
regular sus mutuas relaciones sociales en la civilización. Esta cualidad le proporciona adelanto
(civilización) al sujeto, pero lo somete a sujetarse a fuerzas que pueden antagonizar
su libido sexual (su libertad). Sobre todo es así en las sociedades contemporáneas en la que
el sujeto aparece aplastado por las exigencias externas de la cultura que lo llevan a reprimir demandas iniciales y espontáneas del yo.
Para esto último el sujeto humano
debió pasar del poderío de una sola voluntad tirana, al poder de todos, al poder de
la comunidad y en lo contemporáneo —tras pasar por fallidos procesos democráticos de la modernidad— al poder de las máquinas. Todos debieron
sacrificar algo de sus instintos: la cultura
los restringió a pesar de todo. Freud advierte una analogía
entre el proceso cultural y la normal evolución libidinal del individuo: en ambos casos los instintos pueden seguir
tres caminos: se subliman (en el arte, por ejemplo), se consuman para procurar
placer (por ejemplo, en el orden y la limpieza derivados del erotismo anal), o se frustran. De este último caso se deriva
parte de la hostilidad hacia la cultura que para su experiencia judía culmina en el fascismo.
Freud aborda también los factores que
se crean en el origen de la cultura, y cuáles determinan su posterior sendero. El
sujeto primitivo comprendió que para sobrevivir
debía organizarse con otros seres humanos. En Totem y Tabú ya Freud había visto cómo
de la familia primitiva se pasó a la alianza fraternal, donde las restricciones
mutuas (la instauración del temor o tabú)
permitieron la instauración del nuevo orden social, más poderoso que el
individuo, pues se acepta algún tipo de regulación social (la Ley del Padre).
Esa restricción llevó a desviar el impulso sexual
hacia otro fin (impulso coartado en su objeto
primordial). Se genera una especie de amor hacia toda la humanidad, pero no
se anula totalmente la necesidad de satisfacción
sexual directa (que permanece latente). Ambas variantes buscan unir a la
comunidad con lazos más fuertes que los derivados
de la necesidad de organizarse para sobrevivir.
Mas surge luego un conflicto entre
el amor y la cultura: el amor se opone a los intereses de la cultura pues
ésta lo amenaza con sus restricciones (surge el “principio de realidad” versus
el “principio del placer”). La familia defiende el amor, y la comunidad más amplia, la cultura (el trabajo para el otro). La cultura sin embargo restringe la sexualidad refrenando su
manifestación, ya que ésta necesita energía
para su propio adelanto. No puede haber cultura sin represión del deseo
primigenio del yo.
Fue en Más allá del principio del placer que habían quedado postulados los
dos instintos: el de vida (Eros), y el de agresión o muerte. Se entendía que ambos
no se encuentran aislados y pueden complementarse,
como por ejemplo cuando la agresión dirigida hacia afuera salva al sujeto de la autoagresión, o sea, preserva su vida
(suicidio u homicidio). La libido es la energía del Eros, pero más que ésta, es la tendencia agresiva el mayor obstáculo
que se opone a la cultura. Las agresiones
mutuas entre los seres humanos hacen peligrar la sociedad misma, y ésta no se
mantiene unida solamente por necesidades de
sobrevivencia; de aquí la necesidad de mantener
lazos libidinales entre los miembros, los cuales tienden a ser egoístas y particularizados.
Pero la sociedad también canaliza
la agresividad dirigiéndola contra el propio sujeto y generando en él un “super-yo’,
una conciencia de resistencia moral interna, que a su vez proporcionará la
fuente del sentimiento de culpabilidad y la
consiguiente necesidad (aceptación) de castigo (de ahí la represión). La autoridad es
internalizada, y el superyo tortura al yo
“pecaminoso” generándole angustia. Se llega así a conocer dos orígenes del
sentimiento de culpabilidad: uno es el miedo a la autoridad, y otro, el miedo proveniente del superyo.
Ambas instancias obligan a renunciar (o refrenar) a
los instintos, con la diferencia que al segundo no es posible eludirlo del todo. Se crea
así la conciencia moral, la cual a su vez exige nuevas renuncias instintivas. El
remordimiento proviene primeramente por haber matado al proto-padre de la horda
primitiva. Es ese tiempo (in illo tempore,
en ese entonces no había conciencia moral como la hay en este estado posterior).
El
destino de la especie humana depende de hasta qué punto la cultura podrá hacer
frente a la agresividad humana, y aquí
debería jugar un papel decisivo el Eros más allá de la fuerza del Tanatos. Se
trata de una paradoja en la cultura y el sujeto mismo. Por eso se ha considerado posteriormente que la educación y la terapia tienen mucho que ver en ese salto de lo primitivo y alcance de lo civilizado (Fromm).
Tras elaborar sus teorías acerca de la
idea de repetir eventos traumáticos, para llegar a dominarlos tras algún tiempo,
Freud consideró la existencia de una pulsión de muerte que balanceaba la
tendencia de los organismos a hacer únicamente lo que les resultaba egoístamente placentero.
Los organismos, de acuerdo a esta idea, sentían el impulso de volver a su
estado inanimado y pre-orgánico, pero querían consumar tal objetivo cada uno a
su manera. En eso luego se reconocerá el encuentro de un placer que es goce de muerte. (Luego
los estructuralistas como Roland Barthes y Julia Kristeva le llamaran Jouissance).
Las limitaciones en la teoría y la
práctica de la dicotomía freudiana inicial entre ego (auto-preservación) e
instintos sexuales (libido) comenzaron a aparecer unos 6 años antes de que
formulara la existencia de la pulsión de muerte. El desarrollo teórico que
llevó a Freud a postularla en 1920 se puede rastrear en dos ensayos donde
resulta evidente la necesidad teórica de esa búsqueda. Se trata de “Introducción
del narcisismo” (1914) y “Pulsiones y destinos de pulsión” (1915). En el
primero, y con la introducción del concepto de narcisismo, Freud comprendía que
el objeto del deseo de un sujeto puede ser de carácter interno y que en esta
situación, el placer que normalmente proviene de un objeto amado, se recibe por
el apego libidinoso hacia uno mismo (que puede incluir la muerte). [Ver Ana
Lucía Brass,
“Eros y Tanatos, una tensión inevitable”, Instituto Glaux, Capital Federal Profesor
guía: Mariana Márquez].
Para Freud, la esencia más
profunda del sujeto consiste en impulsos instintivos tendentes a la satisfacción
de ciertas necesidades primitivas. Estos impulsos van transformando en el proceso
evolutivo hasta mostrarse con fortaleza en el adulto. Los primeros se dan por la
necesidad de amor y aceptación, y el externo es la educación que representa las
exigencias de la civilización. El odio y la destructividad dependen de la persistencia de la pulsión de muerte y de que ésta sea inseparable de la pulsión de vida que
arrastra el futuro que promete la muerte. La cultura se construye, en lo esencial,
a expensas de la pulsión de vida. Por consiguiente, se rompen las ligazones que
permiten un cierto control de la agresividad, ya que la pulsión de muerte es
mucho menos dócil que Eros. Así, Tanatos tiene como camino, (1) ya bien la
autodestrucción del individuo o de la comunidad, o (2) la exteriorización como
pulsión de destrucción dirigida hacia el exterior, ya sea la sociedad en el
caso de sujetos en su enfrentamiento, o el estado de enemistad global, en el
caso de los grupos amplios o las naciones.
Freud pone sus esperanzas en el proceso de desarrollo de la
cultura (la civilización), lo cual queda expresado en la siguiente frase: “todo
lo que promueva el desarrollo de la cultura traba precaución ya que desde épocas remotas se desenvuelve
en la humanidad el proceso del desarrollo de la cultura, que otros prefieren
llamarla “civilización”. A este proceso se debe lo mejor que se llega a
ser pese a que una buena parte de
aquello que permite y posibilita el
sufrimiento. Los comienzos son oscuros, y el desenlace resulta incierto". La tesis
freudiana de la violencia como algo innato, debe siempre tomarse en relación
con las sucesivas formas históricas que adopta. En el presente, el fenómeno más
reciente que se designa como globalización trae como resultado la creciente
desaparición de los límites y fronteras que garantizaban la identidad, así como
la ruptura, también creciente, de las posibilidades de identificación y cohesión
en los grupos/naciones, (y en el sujeto mismo en su constitución de tal). Hoy sabemos que las
fronteras y territorializaciones a que estaba acostumbrado el sujeto se diluyen
en el mundo cibernético contemporáneo.
En El malestar en la cultura, Freud aborda también
desde la ciencia psicoanalítica la paradoja de que un mayor desarrollo de la
cultura contradictoriamente trae un aumento en la infelicidad entre los seres
sociales. También alude al problema de si el estadio cultural alcanzado por la
humanidad, y su previsible desarrollo futuro, está en condiciones de enfrentar
con éxito las perturbaciones de la vida colectiva emanadas del instinto de
agresión y autodestrucción. El siempre presente instinto de destrucción,
asociado al extremado grado de desarrollo de nuestra civilización, ha alcanzado
en el dominio de las fuerzas elementales de la naturaleza, de la ciencia y la
técnica, una de las principales fuentes de agitación, infelicidad y angustia de
nuestro tiempo. El sujeto del siglo XX, en la sociedad industrial es el sujeto
que se siente despojado, arrojado y sin protección de fuerzas trascendentes. En
este aspecto muchos critican el que Freud no tome en cuenta el desarrollo del
capitalismo y la lucha de clases (el contexto en que se forja todo este
proceso). Tal es una de las críticas que le lanzaran muchos pensadores
contemporáneos (Terry Eagleton, por ejemplo).
Ya en Tótem y tabú, Freud había tratado el
tema conducente a reconocer la familia primitiva (la horda) en su desarrollo de la fase
superior de la vida en sociedad. La rebelión de los
hijos contra el padre (el macho dominante de la horda) pone al descubierto que la asociación entre los individuos es suprema. Pero tras el caos y la
lucha de uno contra los otros emerge la culpa de haber matado al padre
(simbólico) y se crea una transferencial reacción de culto a su figura (que desde el recuerdo o
lo fantasmal es capaz de guiar la cultura). En lo concreto el padre es remplazo
por el tío, o un líder sanguinario de la comunidad (el rey, la ley, el complejo de
Edipo, alguna estructura autoritaria de Poder).
Freud
llama la “fase totémica” de la cultura aquello basado en las restricciones que
la alianza fraterna reclama autoimponerse para impedir la destrucción mutua (de todos contra todos) y permitir
la convivencia. De aquí que las primeras leyes que conoce la humanidad se
relacionan con el tabú. La vida humana obtiene
por una parte la asociación y colaboración para el trabajo impuesto por las
necesidades exteriores. Por otra parte, los poderosos lazos establecidos por el
amor, la satisfacción del deseo, impiden a los hombres y mujeres prescindir tanto
de su objeto sexual como de sus resultados (la
prole). Tales son las tribulaciones del imaginario de los sujetos en la
cultura. Hay ambivalencia en el amor y el odio, el luto (“mourning”) que
acompaña la pérdida del objeto del amor, la culpa que persigue el haber
transgredido por el deseo inicial de no obedecer la ley del padre.
Eros
y Ananké (amor y necesidad) se convierten de esta manera en actantes generadores
de la cultura humana. Tiene como consecuencia inmediata el facilitar la vida en
común a un mayor número de sujetos sociales. Lo designado desde entonces con el
término cultura (o civilización) se constituye de esa manera como la suma de las
producciones e instituciones que distancian a la especie humana de los
ancestros todavía homínidos. Como doble fin cumplen el proteger al sujeto
contra la naturaleza, dominándola en asociación y cooperación con otros seres,
y regular las relaciones de los seres humanos entre sí.
En su primera
fase del totemismo, la cultura condujo a la dura restricción en la vida sexual:
la prohibición de elegir como objeto del deseo lo más cercano y ansiado, la
proscripción que conduce al incesto. Tras el tabú, la costumbre, la religión y,
finalmente, la ley escrita se encargan de establecer nuevas limitaciones hasta
concluir en el patriarcado global, la monogamia y la heteroxesualidad coactiva
(lo que Lacan llamará la metáfora-del-padre o la Ley-del-padre o el Orden Simbólico
de la cultura).
En lo político, que consideraremos más adelante (y de lo que se ha
acusado a este psicoanalista de no atender apropiadamente), Freud plantea que sobre
el papel del comunismo y la distribución de los bienes, “El instinto agresivo no
es una consecuencia de la propiedad, sino que regía casi sin restricciones en épocas
primitivas, cuando la propiedad aún era bien poca cosa…”. No obstante, habría que atender la manera en que el capitalismo y el socialismo actuales manifiestan el aspecto de agresión al otro y de amor a la humanidad, en un contexto de goce extremo de consumismo para algunos y de extrema carestía para otros (como en África).
Finalmente a juicio de Freud el destino de la especie humana será decidido por la circunstancia de si —y hasta qué punto— el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas del instinto de agresión y de autodestrucción. Considera que la época actual quizá merezca nuestro particular interés, pues nuestros contemporáneos han llegado a tal extremo en el dominio de las fuerzas elementales que con su ayuda les sería fácil exterminarse mutuamente. Reconoce Freud que bien lo saben, y de ahí buena parte de la presente agitación de los "humanos", de su infelicidad y su angustia. Sólo queda esperar —dice con algo de ironía— que la otra de ambas "potencias celestes", el eterno Eros, despliegue sus fuerzas para vencer en la lucha con su no menos inmortal adversario, Tanatos. Mas, ¿quién podría augurar el desenlace final?- nos pregunta finalmente.
Finalmente a juicio de Freud el destino de la especie humana será decidido por la circunstancia de si —y hasta qué punto— el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas del instinto de agresión y de autodestrucción. Considera que la época actual quizá merezca nuestro particular interés, pues nuestros contemporáneos han llegado a tal extremo en el dominio de las fuerzas elementales que con su ayuda les sería fácil exterminarse mutuamente. Reconoce Freud que bien lo saben, y de ahí buena parte de la presente agitación de los "humanos", de su infelicidad y su angustia. Sólo queda esperar —dice con algo de ironía— que la otra de ambas "potencias celestes", el eterno Eros, despliegue sus fuerzas para vencer en la lucha con su no menos inmortal adversario, Tanatos. Mas, ¿quién podría augurar el desenlace final?- nos pregunta finalmente.
[...mi estudio, ... corresponde por completo al propósito de destacar el
sentimiento de culpabilidad como problema más importante de la evolución cultural,
señalando que el precio pagado por el progreso de la cultura reside en la pérdida de felicidad
por aumento del sentimiento de culpabilidad. (El malestar de la cultura, Sigmund Freud).]
[Por eso también se concibe fácilmente que el sentimiento de
culpabilidad engendrado por la cultura no se perciba como tal, sino que permanezca
inconsciente en gran parte o se exprese como un malestar, un descontento que se trata de
atribuir a otras motivaciones. Las religiones, por lo menos, jamás han dejado de reconocer la
importancia del sentimiento de culpabilidad para la cultura, denominándolo "pecado" y
pretendiendo librar de él a la Humanidad, aspecto éste que omití considerar en cierta
ocasión. (El malestar de la cultura, Sigmund Freud)].
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