El Neoclasicismo español y
su modernidad.
La Ilustración del siglo XVIII.
Prof. Luis Felipe Díaz
Departamento de Estudios
Hispánicos
Universidad de Puerto Rico, Río
Piedras
Espa 3212. Literatura Española.
Siglos XV al XX
Los
hombres visionarios que formaron parte del devenir cultural en España, desde 1670 hasta 1808, se enfrentarían a lo que serían nuevas estructuras de cambios socio-históricos fundamentales. Desde ese periodo podríamos comenzar e entender en parte la modernidad española en su fundamental despegue de la España que forjaron los reyes católicos y sus cimientos ideológicos continuados en el Barroco. Desde la Edad Media y el
Renacimiento hasta el siglo XVII se había desplegado una España ambiguamente moderna (dominada por una monarquía señorial en contradicción con esa modernidad en su avanzada ideológico-cultural). Aunque España fue cimera en el desarrollo imperial de la modernidad no lo fue en el despliegue del capitalismo, y de la burguesía como clase social significativa. La situación llevaría a que luego del Siglo de Oro (1670) se gestaran, también con ambigüedades particulares, las condiciones conducentes al ámbito ilustrado que habría de desembocar en el liberalismo romántico de inicios del siglo XIX y su incompleta y trunca revolución burguesa que vemos para la última mitad de ese mismo siglo. Fueron cuatro los reinados que se dieron durante el siglo XVIII: Felipe V (1700-1746), Fernando VI (1746-1759), Carlos III (1759-1788) y Carlos IV (1788-1808). Los mismos evidenciaron lo que sería un Estado y sociedad plenamente monárquicos, de huella medieval-renacentista sin que incorporara elementos modernos de cambios significativos, y sin la agenciación dinámica requerida para el destino republicano y potencialmente democrático de la nación española. La Modernidad europea, por su parte, había ya entrado en un estadio temporal del capitalismo burgués y su devenir socio-cultural de conciencia romántica y luego positivista (industrial). La modernidad española renacentista que se comienza a gestar desde el mismo siglo XIV, no abandonó la base del principio cristiano-teleológico del tiempo y espacio románicos y no adoptó (como bien plantea Walter Benjamin) el devenir secularizado junto al nuevo concepto espacio-temporal que agenciaría la modernidad más avanzada que propicia la burguesía con su capital y librecambismo.
En la modernidad post-reformista posterior al siglo XVII, vivir es estar en contacto con los objetos que rodean al sujeto racional en sí mismo, y el capital ingresa cada vez en mayores rituales adquisitivos dados a una mayor codificación del presente y el futuro y su manejo político-social y económico. No fue así necesariamente en la España católica de los siglos siglo XV y XVI, que seguiría siendo contra-reformista (y lo que ello implicaba para mantenerse anclada en el pasado imaginario y la espera escatológica de la salvación divina, y sin una dialéctica de clase y de visión del mundo en su interior) ¿Quién mejor que los reyes católicos para fijar el anclaje de este contumaz paradigma en el centro del Estado? Pero el resto de Europa estaría ya inmerso en una modernidad que pese a todo tendría poco a poco sus efectos en España y esto a pesar de sus fijaciones monárquico-señoriales tan dominantes (Maravall). No se detenía el tiempo; las dinámicas del continuum temporal fueron lentas pero posibles, pese a que el poderío del imperio español se desplegaba por todos los rincones de los continentes. Con modernidad tardía y sin modernidad plena, España se convertiría desde fines del siglo XV en el gran imperio de la civilización occidental. Sería un paradigma difícil de alterar.
Ya desde fines del siglo XVII un grupo de pensadores llamados Novatores se habían preocupado por la decadencia intelectual de España y por el atraso social y cultural de la población. Con las ideas de los Novatores, y a pesar de la mentalidad nobiliaria y sus agenciamientos plenamente cimentados en sus poderes del pasado (el estado, la iglesia, la aristocracia, el mercantilismo), la concepción del derecho divino se fue debilitando y la soberanía del estado moderno comienza a calar las bases ideológicas de lo que se irá conociendo como una nueva España que iría abriéndose al liberalismo capitalista y moderno. No es de olvidar que el poderoso imperio español (su moneda y buques) perduró hasta mediados del siglo XVIII. Pero la lucha contra el Antiguo Régimen fue más ardua que en otros países de Europa, asistido (en España) por la iglesia católica que se mantenía dentro de un imaginario cuasi-medieval y que se había cimentado en el Renacimiento más conservador y contra-reformista, y que los monárquicos no estaban dispuestos a abandonar. En ese Renacimiento los reyes católicos fueron quienes, ofreciéndole tanto poder a la iglesia católica y al Estado regio mismo, frenaron la apertura a las puertas del advenimiento de la ciencia, las artes humanísticas y el pensamiento verdaderamente moderno y laico en la cultura (según se ejercía en el resto de la Europa capitalista, tecnológica y científica). Mucho de esta mentalidad represiva post-medieval quedaría fija en el preconsciente colectivo, hasta que a partir de los años cuarenta del siglo XX el general Francisco Franco no tendría casi ningún problema en proclamarla y reinstalarla en su continuidad del enclaustramiento cultural del pueblo español (que es mucho más que simplemente castellano; ver a Aguinaga, Rodríguez Puértolas, Zavala).
No obstante, el siglo XVIII presenta en ciertos aspectos una ruptura con un pasado considerado clásico (de los siglos XV al XVII), vetusto y lleno de prejuicios y anacronismos inaceptables para la mentalidad moderna de los nuevos tiempos que se van articulando lentamente en lo conocido como el Siglo de las Luces, la Ilustración, el Racionalismo o siglo del “Enciclopedismo Francés”. El XVIII será el siglo en que cobrará particular relieve la no tan reconocible pugna entre la historia sagrada, la historia civil y la historia natural. Fue muy cuesta arriba para las últimas dos contrarrestar el poder que mantuvieron las instituciones católicas y sus vigilancias contra todo pensamiento y proceder de avanzada en la modernidad cultural que se abriría a la ciencia y los derechos humanos del siglo XIX. Por su parte, la historia literaria continúa manteniendo —y de una manera diferente— el registro del imaginario del canon nacional, privilegiador del mito de una España monárquica y renacentista (¡algo que puede prolongarse hasta más allá de mediados del siglo XX!). Pero los antiguos conceptos de temporalidad providencial y monárquicas inevitablemente se verán poco a poco desplazados por la nueva concepción de temporalidad civil y del individuo en su sentido social y de lo natural (ver Chacón Delgado). Mucho les costaría a los españoles de los siglos XVIII y XIX, dentro de una mayor avanzada epistémica, contrarrestar la antigua ideología que obstaculizaba el desarrollo de la mentalidad ilustrada que daba apertura a la modernidad, el pensamiento liberal y la ciencia. No obstante, importante en el reconocimiento de cómo avanza la historia por encima de las ideas ancladas y muy establecidas, son el comercio y el capitalismo. Por tal razón se puede notar que ya desde 1680 queda algo abierto el camino de ansiosos mercaderes y productores emprendedores de la iniciativa industrial que permitiría la apertura a nuevas estructuras más allá del estancamiento que mantenía la decadencia y crisis españolas que sólo sustentaban los acomodados de ricos del Antiguo Régimen.
Pese a que el legado dejado por la literatura (y otras artes) del Siglo de Oro español fue impresionante, sus escritores no estuvieron cobijados por un contexto que les ofreciera amplias oportunidades de aperturas ideológicas y visionarias (paradigmáticas). ¡Ni la seriedad y profundidad del pensamiento erasmista pudo enfrentar los prejuicios de la iglesia católica y sus fanáticos seguidores inquisidores! La mayor parte de estos escritores tienen que acudir a la ironía y a la sinuosidad del barroquismo para poder escribir con una noción de apertura crítica ante la cultura. El siglo XVIII, que demandaba el uso racionalista, queda desamparado y por tal razón la literatura española de ese siglo no es tan notable en sus expresiones literarias. Pero el periodo de la Ilustración del siglo XVIII sí fue ofreciendo el ingreso a un contexto ilustrado. No dejaría, insistimos, pese a algunas salvedades, de ser un momento muy adverso a la creación artística y el desarrollo del pensamiento en general. La cultura literaria no estaba preparada para el impacto de las ideas progresistas que la logicidad del lenguaje y el pensar exigían en esos tiempos. En ellos también es notable la represión ante la cultura abierta y la obediencia al patriarcado regio. No obstante, si cabe puntualizar y advertir los escapes y filtraciones ante los estancamientos culturales que el arte tiende a vislumbrar.
Ya en el siglo XVIII es inconcebible un personaje como Segismundo (La vida es sueño de Calderón de la Barca), quien luego de ser encerrado por su padre, lo perdona, y todo por no quebrantar las estructuras del poder monárquico y el patriarcado coactivo que paradójicamente lo acompaña. Mucho menos se acogería a un personaje tan alienado como Quijote, quien pese a su gran imaginario, es víctima del engaño (encerramiento) que le han causado las novelas de un mundo inexistente (el ideal pastoril o caballeresco, que sólo se entiende mediante la parodia). De hecho, esta gran obra de Cervantes sería relegada en el siglo XVIII (en cuanto a su profundidad de pensamiento, pues se le daba una lectura superficial) hasta que la Generación del 98 la rescata un tanto de ingenuas interpretaciones para descubrir su sentido moderno y someterla a lecturas más apropiadas. Estas nuevas lecturas (que surgen de la estructura profunda de la obra de Cervantes) preparan el camino para las interpretaciones actuales que suelen ser sumamente complejas y que no parecen agotar las amplias significaciones (semióticas) de la novela (ver el libro de Maeztu). También nos permiten ver la complejidad represiva (y deseosa de apertura) de la ambigua modernidad española que comenzó en el siglo XV. Pero obras como La Celestina, Don Quijote, Lazarillo de Tormes y Don Juan (de Zorrilla) señalan precisamente cómo resultaba tan difícil la entrada a la modernidad. No obstante, y paradójicamente, estas obras son ejemplares en el acontecimiento epistémico-literario que representa la modernidad europea en general. Otra paradoja resulta ser la obra ("Las Meninas") de un pintor como Velázquez, quien es tan icónico de lo que representa el ingreso en la conciencia y miradas modernas. Uno de los mayores filósofos franceses (M. Foucault) presenta esta obra como un ícono del perspectivismo plenamente moderno, comparable con la profundidad interpretativa y diegética del Quijote. El imaginario de los artistas en su creatividad puede superar muchas de las limitaciones que ofrece el contexto histórico-social concreto (al menos como los historiadores narran esos procesos y eventos).
Ya desde fines del siglo XVII un grupo de pensadores llamados Novatores se habían preocupado por la decadencia intelectual de España y por el atraso social y cultural de la población. Con las ideas de los Novatores, y a pesar de la mentalidad nobiliaria y sus agenciamientos plenamente cimentados en sus poderes del pasado (el estado, la iglesia, la aristocracia, el mercantilismo), la concepción del derecho divino se fue debilitando y la soberanía del estado moderno comienza a calar las bases ideológicas de lo que se irá conociendo como una nueva España que iría abriéndose al liberalismo capitalista y moderno. No es de olvidar que el poderoso imperio español (su moneda y buques) perduró hasta mediados del siglo XVIII. Pero la lucha contra el Antiguo Régimen fue más ardua que en otros países de Europa, asistido (en España) por la iglesia católica que se mantenía dentro de un imaginario cuasi-medieval y que se había cimentado en el Renacimiento más conservador y contra-reformista, y que los monárquicos no estaban dispuestos a abandonar. En ese Renacimiento los reyes católicos fueron quienes, ofreciéndole tanto poder a la iglesia católica y al Estado regio mismo, frenaron la apertura a las puertas del advenimiento de la ciencia, las artes humanísticas y el pensamiento verdaderamente moderno y laico en la cultura (según se ejercía en el resto de la Europa capitalista, tecnológica y científica). Mucho de esta mentalidad represiva post-medieval quedaría fija en el preconsciente colectivo, hasta que a partir de los años cuarenta del siglo XX el general Francisco Franco no tendría casi ningún problema en proclamarla y reinstalarla en su continuidad del enclaustramiento cultural del pueblo español (que es mucho más que simplemente castellano; ver a Aguinaga, Rodríguez Puértolas, Zavala).
No obstante, el siglo XVIII presenta en ciertos aspectos una ruptura con un pasado considerado clásico (de los siglos XV al XVII), vetusto y lleno de prejuicios y anacronismos inaceptables para la mentalidad moderna de los nuevos tiempos que se van articulando lentamente en lo conocido como el Siglo de las Luces, la Ilustración, el Racionalismo o siglo del “Enciclopedismo Francés”. El XVIII será el siglo en que cobrará particular relieve la no tan reconocible pugna entre la historia sagrada, la historia civil y la historia natural. Fue muy cuesta arriba para las últimas dos contrarrestar el poder que mantuvieron las instituciones católicas y sus vigilancias contra todo pensamiento y proceder de avanzada en la modernidad cultural que se abriría a la ciencia y los derechos humanos del siglo XIX. Por su parte, la historia literaria continúa manteniendo —y de una manera diferente— el registro del imaginario del canon nacional, privilegiador del mito de una España monárquica y renacentista (¡algo que puede prolongarse hasta más allá de mediados del siglo XX!). Pero los antiguos conceptos de temporalidad providencial y monárquicas inevitablemente se verán poco a poco desplazados por la nueva concepción de temporalidad civil y del individuo en su sentido social y de lo natural (ver Chacón Delgado). Mucho les costaría a los españoles de los siglos XVIII y XIX, dentro de una mayor avanzada epistémica, contrarrestar la antigua ideología que obstaculizaba el desarrollo de la mentalidad ilustrada que daba apertura a la modernidad, el pensamiento liberal y la ciencia. No obstante, importante en el reconocimiento de cómo avanza la historia por encima de las ideas ancladas y muy establecidas, son el comercio y el capitalismo. Por tal razón se puede notar que ya desde 1680 queda algo abierto el camino de ansiosos mercaderes y productores emprendedores de la iniciativa industrial que permitiría la apertura a nuevas estructuras más allá del estancamiento que mantenía la decadencia y crisis españolas que sólo sustentaban los acomodados de ricos del Antiguo Régimen.
Pese a que el legado dejado por la literatura (y otras artes) del Siglo de Oro español fue impresionante, sus escritores no estuvieron cobijados por un contexto que les ofreciera amplias oportunidades de aperturas ideológicas y visionarias (paradigmáticas). ¡Ni la seriedad y profundidad del pensamiento erasmista pudo enfrentar los prejuicios de la iglesia católica y sus fanáticos seguidores inquisidores! La mayor parte de estos escritores tienen que acudir a la ironía y a la sinuosidad del barroquismo para poder escribir con una noción de apertura crítica ante la cultura. El siglo XVIII, que demandaba el uso racionalista, queda desamparado y por tal razón la literatura española de ese siglo no es tan notable en sus expresiones literarias. Pero el periodo de la Ilustración del siglo XVIII sí fue ofreciendo el ingreso a un contexto ilustrado. No dejaría, insistimos, pese a algunas salvedades, de ser un momento muy adverso a la creación artística y el desarrollo del pensamiento en general. La cultura literaria no estaba preparada para el impacto de las ideas progresistas que la logicidad del lenguaje y el pensar exigían en esos tiempos. En ellos también es notable la represión ante la cultura abierta y la obediencia al patriarcado regio. No obstante, si cabe puntualizar y advertir los escapes y filtraciones ante los estancamientos culturales que el arte tiende a vislumbrar.
Ya en el siglo XVIII es inconcebible un personaje como Segismundo (La vida es sueño de Calderón de la Barca), quien luego de ser encerrado por su padre, lo perdona, y todo por no quebrantar las estructuras del poder monárquico y el patriarcado coactivo que paradójicamente lo acompaña. Mucho menos se acogería a un personaje tan alienado como Quijote, quien pese a su gran imaginario, es víctima del engaño (encerramiento) que le han causado las novelas de un mundo inexistente (el ideal pastoril o caballeresco, que sólo se entiende mediante la parodia). De hecho, esta gran obra de Cervantes sería relegada en el siglo XVIII (en cuanto a su profundidad de pensamiento, pues se le daba una lectura superficial) hasta que la Generación del 98 la rescata un tanto de ingenuas interpretaciones para descubrir su sentido moderno y someterla a lecturas más apropiadas. Estas nuevas lecturas (que surgen de la estructura profunda de la obra de Cervantes) preparan el camino para las interpretaciones actuales que suelen ser sumamente complejas y que no parecen agotar las amplias significaciones (semióticas) de la novela (ver el libro de Maeztu). También nos permiten ver la complejidad represiva (y deseosa de apertura) de la ambigua modernidad española que comenzó en el siglo XV. Pero obras como La Celestina, Don Quijote, Lazarillo de Tormes y Don Juan (de Zorrilla) señalan precisamente cómo resultaba tan difícil la entrada a la modernidad. No obstante, y paradójicamente, estas obras son ejemplares en el acontecimiento epistémico-literario que representa la modernidad europea en general. Otra paradoja resulta ser la obra ("Las Meninas") de un pintor como Velázquez, quien es tan icónico de lo que representa el ingreso en la conciencia y miradas modernas. Uno de los mayores filósofos franceses (M. Foucault) presenta esta obra como un ícono del perspectivismo plenamente moderno, comparable con la profundidad interpretativa y diegética del Quijote. El imaginario de los artistas en su creatividad puede superar muchas de las limitaciones que ofrece el contexto histórico-social concreto (al menos como los historiadores narran esos procesos y eventos).
Pero en España no tenemos pensadores significativos de lo plenamente ilustrado. Fuera del hispanismo encontramos al filósofo Emmanuel Kant (1724-1804), para quien (en 1784) la ilustración radica en “salir
de la minoría de edad”, para acoger un pensamiento propio, superando el
dominio patriarcal del Otro (el Poder institucionalizado), hasta encontrar la meta-cognición o la autonomía personal del
“imperativo categórico” (máxima capacidad de libertad del pensar del sujeto moderno que no se localiza en el campo de lo divino sino en la razón). El proyecto ilustrado conlleva una educación de
emancipación, de libre pensamiento (ver "¿Qué es la ilustración?”). La razón
libera, y aceptarlo es señal de identificarse como parte de una nueva época
inicialmente vista como finita e inmanente y que promete el encuentro de un yo en control de fuerzas (el Otro oficial) que pueden ser ajenas a la voluntad. Kant expone un discurso que intenta apoderarse del lenguaje del estar-presente (presentismo cognitivo) que no mira a lo clásico y antiguo ni tampoco a la escatología del futurismo cristiano. Pero mucho de lo anterior no deja de ser útil para entender a los mayores pensadores y artistas españoles del siglo XVIII y XIX que, pese al contexto de imposiciones monárquico señoriales (tanto clásicas como escatológicas cristianas), lucharon por conquistar nuevas imágenes y símbolos de lo nacional y sacar a España del estancamiento en que se encontraba desde el contra-reformista siglo XVI. En la modernidad el sujeto se ve (dentro de su imaginario) en una nueva temporalidad de progreso y adelanto en la historia. España quedaría bastante atrasada en estas nuevas epistemologías (que son a la larga metáforas de nuestros tiempos testigos del fracaso del llamado progreso moderno).
El discurso de la
modernidad que había comenzado en el Renacimiento europeo, se consolida con el
pensamiento de Rene Descartes (1596-1659), y luego se ampliaría y complicaría mediante el
monumental racionalismo de Emmanuel Kant (1724-1804). El inicial pensamiento moderno llevaría a Europa a ingresar en una fase cada vez mucho más ilustrada y consciente de sus conceptos y de una visión copernicana del sujeto humano (se concibe que éste piensa en torno de sí mismo, consciente de su contexto),
para culminar en el llamado Neoclasicismo del siglo XVIII y su conciencia de la lucha entre "lo antiguo y lo moderno". Esta modernidad lleva a un sujeto más anhelante de libertad para agenciarse en su entorno y contexto sin necesidad del mandato regio o religioso. En España encontramos definitivamente un deseo innovador muy consono con el racionalismo y el pensamiento ilustrado pese al contexto tan adverso y controlado, que en general mantenía el Poder monárquico-señorial. El empirismo inmanentista que comenzaba a implicar la racionalidad cartesiano-kantiana (a pesar de su metafísica siempre implícita y presente en este pensamiento) no podría ser del todo acogida en un contexto tan católico y monárquico como el español. No estaría de más entender que la modernidad que construía el resto de Europa implicaba una globalización económico-cultural de la cual España misma se excluía (pese a obtener mucho de sus riquezas de América), y que no abarcaba a los habitantes más subalternos y mucho menos de América Latina, donde se daba la esclavitud de gran parte de la población productiva. La esclavitud americana de que España dependía dificulta el proceso de modernidad que necesitaba el ciudadano común para ingresar en el capitalismo en su sentido amplio. Es precisamente la libertad individual que pregonan el capitalismo y la burguesía la que rompe las cadenas del esclavo y para fines del siglo XVIII mismo. Para un poco más de mediados del siglo XIX, España mantenía un mercado esclavista en Cuba y Puerto Rico, por ejemplo.
Para
el pensador contemporáneo, Michel Foucault (1926-1984), en "¿Qué es la
ilustración?", la modernidad racionalista no debe ser entendida como un periodo más en la historia sino como la época en que se forja una actitud en la cual se
toma consciencia de una relación con la actualidad, con el saberse en el
presente, en el tiempo (algo que no encontramos ya en el cartesianismo, el cual se encierra en su propio reconocimiento del Ser; pienso luego existo). Foucault vislumbra un tipo de indagación filosófica que
problematiza la relación con el presente y el modo de ser como sujeto autónomo,
y no tanto de una racionalidad universal (como creía Kant) sino del
reconocimiento del sujeto que está inmerso en la historia y el lenguaje (con sus contradicciones y manejos ideológicos de lo razonable y la locura). Se trata de una arqueología en la cual se buscan
los discursos que articulan lo que pensamos y hacemos en un azar ni mecánico ni
reduccionista. No se trata de encontrar lo trascendental ni lo metafísico (como los ilustrados mismos seguían creyendo) sino
de localizar las contingencias del ethos
que nos caracteriza dentro de estructuras deseantes, de poderes y saberes epistémicos en la
historia. “La reflexión sobre el hoy como diferencia en la historia —nos dice Foucault en el mencionado ensayo— y como
motivo para una tarea filosófica particular me parece que es la novedad de este
texto. Y considerándolo así, me parece que se puede reconocer en él un punto de
partida; el esbozo de lo que se podría llamar la actitud de la modernidad”. Foucault
ve la modernidad no como una consumación o superación sino como una salida en
que se descubre un estado de minoridad y de diferencia, de otredad ante un
Poder-Saber muy estructural muy por encima y en control del sujeto cognoscente mismo. Aún así afirma que el
sujeto no es del todo manipulado por estructuras sino que suele asumir en ocasiones "coraje" para enfrentarse a los poderes en la historia. Muchos
letrados españoles (especialmente a principios del siglo XIX) tuvieron ese deseo de indagación profunda, pese a la represión a que estaban
sometidos ante instituciones de Estado, visibles e invisibles, y que no permitían el “libre pensamiento” y el desarrollo pleno de una España moderna. Pero para que este pensar y proceder se encuentre abiertamente, tendremos que esperar a la España republicana, moderna e industrial que no encontramos sino hasta fines del siglo XIX.
Los más adelantados pensadores españoles, a pesar de sus insalvables ataduras con el cristianismo ortodoxo y barroco, estuvieron decididos a explorar— y aunque no
fuera de manera tan firme— la razón, la investigación y la experimentación, que
tuvieron tanta importancia en las más desarrolladas naciones como Francia e
Inglaterra. Para relacionarlos con los aludidos siglos en España, hay que indagarlos en la oculta negación, la ironía, en la estructura profunda de los discursos. Pese a los avances cabe tener presente que todavía para
1790 el Índice constaba de 350 páginas donde se registraba a alguien por “ateo”
y “afrancesado”, por ejemplo, y que la famosa Enciclopedia francesa sería mantenida fuera de España. Aún así, el
Neoclasicismo se puede registrar, definitivamente, en la segunda mitad del siglo XVIII español hasta los años 30 del siglo XIX, cuando ya se expresa el siguiente periodo romántico, que sí muestra gestos de agenciamientos revolucionarios. Se revela ya el paso definitivo que superaría la cultura del Antiguo Régimen (y sus intelectuales y artistas aliados) y se aliaría a una cultura aburguesada de tendencias liberales y democratizantes, inspirada en las ideas modernas provenientes del racionalismo kantiano y de una visión rousseauniana de la existencia. Con la entrada del siglo XVIII comienzan a triunfar los métodos de la observación directa en el campo del saber y se incrementan las reglas de investigación con el criterio pseudo-cartesiano de la "duda prudente", lo cual daría tímido paso a las emergentes ciencias naturales (la química, la botánica). Recordemos que desde el Renacimiento mismo España no sería muy dada a la ciencia y al estudio de lo inmanente y racional.
Sabemos que a nivel internacional, las transformaciones culturales de los ilustrados racionalistas llevan a dos eventos sin precedentes en el mundo moderno: la revolución francesa en 1789 y la de Estados Unidos en 1776. Ambas nos ofrecen señales de la culminación del Antiguo Régimen y el inicio del impulso pleno de la burguesía, y el camino que dirige a la Revolución industrial de fines del siglo XIX, las ideas liberales y el inicio de los gobiernos representativos del pueblo (más bien de una burguesía que se considera representativa de la verdad y la justicia). Pero veremos cómo un poco antes, en general, la elite letrada se siente en peligro frente a las rupturas democráticas y populistas que pudiera traer la ilustración y lo que representaban para la visión de mundo tradicional y característica del Antiguo Régimen. El jurista español, Gaspar M. Jovellanos, para dar un solo y contundente ejemplo, aceptaba las ideas enciclopedistas de Francia pero no así las doctrinas que sugerían la soberanía popular o una revolución que implicara la lucha de clases (Blanco Aguinaga 495-497). (De la situación de la posición y valor de las mujeres en particular hablaremos a finales de este trabajo).
Sabemos que a nivel internacional, las transformaciones culturales de los ilustrados racionalistas llevan a dos eventos sin precedentes en el mundo moderno: la revolución francesa en 1789 y la de Estados Unidos en 1776. Ambas nos ofrecen señales de la culminación del Antiguo Régimen y el inicio del impulso pleno de la burguesía, y el camino que dirige a la Revolución industrial de fines del siglo XIX, las ideas liberales y el inicio de los gobiernos representativos del pueblo (más bien de una burguesía que se considera representativa de la verdad y la justicia). Pero veremos cómo un poco antes, en general, la elite letrada se siente en peligro frente a las rupturas democráticas y populistas que pudiera traer la ilustración y lo que representaban para la visión de mundo tradicional y característica del Antiguo Régimen. El jurista español, Gaspar M. Jovellanos, para dar un solo y contundente ejemplo, aceptaba las ideas enciclopedistas de Francia pero no así las doctrinas que sugerían la soberanía popular o una revolución que implicara la lucha de clases (Blanco Aguinaga 495-497). (De la situación de la posición y valor de las mujeres en particular hablaremos a finales de este trabajo).
Muchos consideran que la
Ilustración del siglo XVIII, fue la más profunda e importante transformación
intelectual, social y cultural del mundo occidental desde la Edad Media, y la
que más contribuiría a moldear un nuevo modo de pensar que se conoce como la "modernidad ilustrada" que daría apertura a los grandes adelantos del pensar racional de los últimos siglos. Se trata de un movimiento intelectual, una corriente
socio-económica y de conciencia política sin precedentes en la historia de la humanidad. Da ahí surgen las nociones de los Estados modernos, del nacionalismo, la democracia y la jurisprudencia racional. Los ilustrados fueron unidos por un
vasto y ambicioso deseo: un proyecto de laicismo, humanidad, cosmopolitismo
y, sobre todo, libertad, en sus nuevas y variadas formas —la libertad frente al
poder arbitrario, libertad de expresión, de comercio, libertad para realizar y
emprender proyectos científicos y económicos, de búsquedas estéticas, libertad
del sujeto moral para trazar su propio camino en el mundo y para alcanzar
autonomía de pensamiento (Kant). Se subraya de esta manera el laicismo y el
compromiso de muchos intelectuales con la individualidad expresiva, el libre
comercio y la libertad civil (todavía no se expresa el pesimismo romántico). En gran medida es válido decir también que la
Ilustración no comenzó como un acontecer definido ni como un simple periodo
cronológico, sino como un proceso que pretendía dar un lugar central a la razón, a la
experiencia y la experimentación en la comprensión y mejoramiento de la
sociedad humana, como nunca antes en la historia. La modernidad significa reconocerse racionalmente en el devenir y ocuparse en algún agenciamiento (que proporcionaba el capitalismo) Se abriría cada vez más el
sendero al comercio, a la industria y los laboratorios de investigación y a la cultura de la prensa y el libro (una nueva manera de comunicación social). El
particular énfasis de la Ilustración radica en la creencia de que la aplicación
de la razón, guiada por la experiencia y la experimentación, y en ningún caso basada
en la autoridad metafísica, traería grandes beneficios sociales a la
humanidad (Peter Gay). También, y siguiendo a Michel Foucault, se trata de la época en que se comienzan a agenciar los espacios de confinamiento y domesticación del sujeto moderno (asilos, hospitales, escuelas, iglesias, la familia burguesa, la privacidad, la ciudadanía, la andro-heteronormatividad, el Estado). Pero estos son complejos aspectos de rupturas y aquí atendemos más bien las continuidades que dieron apertura al humanismo moderno en España en relación con el resto de Europa y tal como la entendemos hoy día (España es un imaginario, una construcción social y muy heterogénea en su expresividad).
Mas para el siglo XVIII los poderes vigiladores de la espiritualidad siguen insistiendo en imponer rumbos insostenibles; y esto es a pesar de que se cobra cada vez mayor consciencia de la vida práctica y del vivir cotidiano dentro de un Estado de derecho universal (Sánchez Blanco, La mentalidad ilustrada 18). Se restructura una nueva comunidad en que la nobleza, los clérigos y el ejército ven surgir un "tercer estado" de mercaderes, comunicadores, abogados y campesinos más conscientes de su trabajo, la propiedad, el deseo de posesión y una capacidad para reconsiderar la memoria y el pasado (surgen inevitables grietas y rupturas en el imaginario cultural). La inicial democratización de la imprenta, la palabra escrita no neceriamente tan de la alta cultura letrada (como folletines y almanaques), vendría a formar una nueva opinión pública que crecería cada vez más y que contribuiría al destronamiento de las antiguas creencias y supersticiones religiosas provenientes de altos poderes y modos de pensar antiguos. Más allá de la prensa se rumoraban (en Francia) las palabras liberté, fraternité, nation, patrie, peuple, citoyen. El reconocer el enunciante de este nuevo discurso implica entender el surgimiento de una "esfera pública" (J. Habermas) de comunicación, que obviamente, no alcanzó en España el impacto, que tuvo en Francia e Inglaterra, donde se instalaban nuevos medios de comunicación y procesos de producción capitalista. La extensión que podían tener los poderes y saberes era aún de dominio centralizado por un indisputable monarca que la mayoría seguía como si fuera parte de la divinidad misma. (Mucho le costará, y le cuesta, a la sociedad española abandonar este criterio y culto). Se habla del "despotismo ilustrado" por encima de la individualidad de cualquier sujeto. El mundo se moderniza pero no por ello deja de reajustarse para mantener, pese a los cambios, el dominio ejercido por elites privilegiadas en la sociedad (como la aristocracia e incluso agentes de la alta burguesía que no propician la libertad en su sentido moderno).
Mas para el siglo XVIII los poderes vigiladores de la espiritualidad siguen insistiendo en imponer rumbos insostenibles; y esto es a pesar de que se cobra cada vez mayor consciencia de la vida práctica y del vivir cotidiano dentro de un Estado de derecho universal (Sánchez Blanco, La mentalidad ilustrada 18). Se restructura una nueva comunidad en que la nobleza, los clérigos y el ejército ven surgir un "tercer estado" de mercaderes, comunicadores, abogados y campesinos más conscientes de su trabajo, la propiedad, el deseo de posesión y una capacidad para reconsiderar la memoria y el pasado (surgen inevitables grietas y rupturas en el imaginario cultural). La inicial democratización de la imprenta, la palabra escrita no neceriamente tan de la alta cultura letrada (como folletines y almanaques), vendría a formar una nueva opinión pública que crecería cada vez más y que contribuiría al destronamiento de las antiguas creencias y supersticiones religiosas provenientes de altos poderes y modos de pensar antiguos. Más allá de la prensa se rumoraban (en Francia) las palabras liberté, fraternité, nation, patrie, peuple, citoyen. El reconocer el enunciante de este nuevo discurso implica entender el surgimiento de una "esfera pública" (J. Habermas) de comunicación, que obviamente, no alcanzó en España el impacto, que tuvo en Francia e Inglaterra, donde se instalaban nuevos medios de comunicación y procesos de producción capitalista. La extensión que podían tener los poderes y saberes era aún de dominio centralizado por un indisputable monarca que la mayoría seguía como si fuera parte de la divinidad misma. (Mucho le costará, y le cuesta, a la sociedad española abandonar este criterio y culto). Se habla del "despotismo ilustrado" por encima de la individualidad de cualquier sujeto. El mundo se moderniza pero no por ello deja de reajustarse para mantener, pese a los cambios, el dominio ejercido por elites privilegiadas en la sociedad (como la aristocracia e incluso agentes de la alta burguesía que no propician la libertad en su sentido moderno).
El
proceso de cambio del siglo XVIII ha sido abordado ampliamente en el campo
literario. Se ha reconocido que la prosa didáctica (lo más destacado en la
Ilustración) no se compara con el desarrollo de una literatura de profundidad metafórica (estética) como la alcanzada principalmente por la poesía, mediante Góngora, Quevedo, Lope de Vega, en el Barroco, e incluso el teatro (Lope de Vega, Calderón). No hubo en la prosa narrativa de los ilustrados nada cercano a La Celestina, la picaresca o a Don Quijote, por ejemplo. En la segunda mitad
del siglo XVIII, no obstante, la poesía logrará romper con el barroco, crea una nueva consciencia lírica en lo formal y se prepara para el desarrollo del
subjetivismo tan importante para el posterior Romanticismo (de una subjetividad menos controlada por el Otro imperial y religiosamente dogmático). Así nos lo deja ver el siguiente poema de Diego Torres de Villarroel: "De asquerosa meteria fui formado,/ en grillos de una culpa concebido/ condenado a morir sin ser nacido,/ pues estoy no nacido y ya encerrado./ De la estrechez obscura libertado,/ salgo informe terrón no conocido,/ pues solo de que aliento es un gemido/ melancólico informe de mi estado./ Los ojos abro, y miro lo primero/ que es la esfera también cárcel obscura,/ sé que se ha de llegar al fin postrero./ Pues ¿a dónde me guía mi locura,/ si del ser al morir soy prisionero, /en el vientre en el mundo y sepultura? ("Cuenta a los pasos de la vida", Polt, 68). Si bien parecen versos que podría recitar Segismundo (La vida es sueño de Calderón de la Barca) por su rechazo a la existencia inmanente (del aquí y el ahora), por el tono con que se argumenta, el nuevo lenguaje y su sintaxis (en cuanto manejo del soneto), y el modo interrogativo expresado, el mencionado poema es de por sí cercano a lo moderno y a la manifestación de una mayor consciencia de estar-en-el-mundo. La noción trascendental (y providencial) pasa a un segundo plano; se rompe con el formalismo preciosista y el clisé barroco que encontrábamos en Quevedo, Góngora, Lope de Vega e incluso Sor Juana Inés de la Cruz ("es cadáver, es polvo, es sombra, es nada"). Notamos además, en este poema de Villarroel, cómo la escatología (la muerte) no ofrece tanto terror y pulverización como en los versos que terminan los famosos sonetos de los poetas barrocos mencionados. Se comienza a dar una nueva nación de Eros y Tanatos más dada a la modernidad y la aceptada finitud del sujeto en la existencia (se nace para luego morir y nada más); nuestra historia es la de la especie a la que pertenecemos y su evolución física y simbólica en la historia. (Pero se trata de la dificultad de interpretar esa historia y de reconocerla en sí misma). La más alta inteligencia española no se concibe dentro de una nueva historia.
En 1768, España contaba entre nueve y diez millones de habitantes y el 70% era incapaz de leer y escribir (Glendinning 46). Aún así ya se daban aperturas a las nuevas estructuras socio-culturales que permitían la aparición de periódicos como La Gaceta de Madrid (1661), Diario de los literatos (1735) Diario de Madrid (1738) El pensador (1762), El Censor (1781). Comienzan a surgir los temas burgueses frente a los de una nobleza ociosa y caprichosa. Amplia sería la gama de temas de gustos de diversos lectores, desde los más letrados hasta los interesados en chismes y lo que se conoce hoy como "prensa amarilla". El proceso industrial fue tortuoso por los costos del papel (el nacional era de mala calidad) y la maquinaria, por la falta de mano de obra especializada. Muchas veces los gobiernos de mayor entendimiento progresista subvencionaban los costos de estas mercancías. Por debajo de la sociedad manipulada y controlada por la aristocracia se comienza a dar los instrumentales de la sociedad burguesa e industrial que agenciarían una nueva modernidad con una dinámica de producción industrial y cultural.
La literatura ilustrada seguiría la noción clásica de “instruir deleitando”, el precepto horaciano de educar al lector primeramente en lo clásico. Mas se considera que se estancó el importante desarrollo de la narrativa (la novela), la cual no se desplegaría hasta el desarrollo de la burguesía y sus proyectos de adelanto social, que más adelante en la historia presta atención a la moral laica y el aprendizaje (fines del siglo XIX). En en el ensayo donde la literatura ilustrada tiene sus grandes adelantos para una cultura que ya se preparaba para el lector más burgués, individualista, de intenciones racionalistas y menos seguidor de las ideas aristócratas y religiosas (va emergiendo la llamada "clase media"). No obstante, España se mantendría un poco atrás en relación con el resto de Europa y no es hasta avanzada la primera mitad del siglo XVIII que aparecerá una esfera pública interesada en el pensamiento más laico y crítico. La Sociedad Económica de Amigos del País (1765), por ejemplo, fue creada para promocionar los avances tecnológicos e industriales procedentes de Europa, promover la ganancias privadas; pero el avance en la creación de una elite privada (que se había alcanzado en Barcelona y Cádiz, principalmente) fue muy lenta y no se verían los frutos hasta mediados del siglo XIX. Se comenzó a pensar en la mujer como objeto de consideración psico-social, pero sin mayores repercusiones progresistas (como veremos en El sí de la niñas). El reconocimiento de la mujer como sujeto resulta de vital importancia en el desarrollo de la modernidad porque es indicativo del cambio paradigmático de una sociedad y cultura exclusivamente andronormativa y patriarcal en el sentido señorial.
En 1768, España contaba entre nueve y diez millones de habitantes y el 70% era incapaz de leer y escribir (Glendinning 46). Aún así ya se daban aperturas a las nuevas estructuras socio-culturales que permitían la aparición de periódicos como La Gaceta de Madrid (1661), Diario de los literatos (1735) Diario de Madrid (1738) El pensador (1762), El Censor (1781). Comienzan a surgir los temas burgueses frente a los de una nobleza ociosa y caprichosa. Amplia sería la gama de temas de gustos de diversos lectores, desde los más letrados hasta los interesados en chismes y lo que se conoce hoy como "prensa amarilla". El proceso industrial fue tortuoso por los costos del papel (el nacional era de mala calidad) y la maquinaria, por la falta de mano de obra especializada. Muchas veces los gobiernos de mayor entendimiento progresista subvencionaban los costos de estas mercancías. Por debajo de la sociedad manipulada y controlada por la aristocracia se comienza a dar los instrumentales de la sociedad burguesa e industrial que agenciarían una nueva modernidad con una dinámica de producción industrial y cultural.
La literatura ilustrada seguiría la noción clásica de “instruir deleitando”, el precepto horaciano de educar al lector primeramente en lo clásico. Mas se considera que se estancó el importante desarrollo de la narrativa (la novela), la cual no se desplegaría hasta el desarrollo de la burguesía y sus proyectos de adelanto social, que más adelante en la historia presta atención a la moral laica y el aprendizaje (fines del siglo XIX). En en el ensayo donde la literatura ilustrada tiene sus grandes adelantos para una cultura que ya se preparaba para el lector más burgués, individualista, de intenciones racionalistas y menos seguidor de las ideas aristócratas y religiosas (va emergiendo la llamada "clase media"). No obstante, España se mantendría un poco atrás en relación con el resto de Europa y no es hasta avanzada la primera mitad del siglo XVIII que aparecerá una esfera pública interesada en el pensamiento más laico y crítico. La Sociedad Económica de Amigos del País (1765), por ejemplo, fue creada para promocionar los avances tecnológicos e industriales procedentes de Europa, promover la ganancias privadas; pero el avance en la creación de una elite privada (que se había alcanzado en Barcelona y Cádiz, principalmente) fue muy lenta y no se verían los frutos hasta mediados del siglo XIX. Se comenzó a pensar en la mujer como objeto de consideración psico-social, pero sin mayores repercusiones progresistas (como veremos en El sí de la niñas). El reconocimiento de la mujer como sujeto resulta de vital importancia en el desarrollo de la modernidad porque es indicativo del cambio paradigmático de una sociedad y cultura exclusivamente andronormativa y patriarcal en el sentido señorial.
Existía
ya una emergente noción racionalista ante el Estado como agenciamiento
diferente a la mentalidad de absolutismo en el sentido divino y metafísico premoderno que seguía dominando a España. Se concibe el debate
entre lo viejo y lo nuevo, entre tradición y revolución, entre lo estancado y
el progreso; todo manejado por los impulsos de una dinámica y nueva mentalidad social: la burguesa. No obstante, en España el poder monárquico-señorial se
las arreglaría para apaciguar el avance de estas ideas mediante el “despotismo
ilustrado”, con su oportunismo, y el detener lo más posible las ideas de la
revolución económica y social (el proceder y pensamiento de la burguesía). El “despotismo
ilustrado” apoyaría las ideas más adelantadas por conveniencia y rechazaría los proyectos que le podían ser adversos a su anclaje de clase social
dominante; la reformas ilustradas tenían que pasar por las cortes de la
monarquía y por la poderosa iglesia católica que aún dominaba las universidades
del País. La progresista elite intelectual era escasa pero avanzaba lentamente (algunos intelectuales radicales serían en ocasiones afortunadamente defendidos por el alto poder). La Real
Academia Española de la Lengua (1773), de las Buenas Letras en Barcelona (1729,
la Academia de Historia (1744), serían instituciones ilustradas. No eran, sin embargo, suficientes para representar una nación de letrados dispuestos a agenciar lo más adelantado
de la época. Incluso en la época de Carlos III (1759-1788), rey ilustrado por
excelencia, no se produjeron transformaciones sustanciales e infraestructurales de
cambio, como algunos sostienen. Todavía la Inquisición estaba presente y una
ideología adversaria no resultaba objetiva y estructuralmente posible en España. Pese a
las academias, los museos, las bibliotecas, la enseñanza, las imprentas, a pesar de las riquezas extraídas de las colonias, la sociedad española, la nación, se mantenían en un franco atraso. Un sacerdote de un típico
pueblo de España fungía de médico, abogado y “psicólogo” moral. Habría que
esperar al Romanticismo de principios del siglo XIX, a los idealistas de las
Cortes de Cádiz de 1812, para encontrar un enfrentamiento a la religión e ideas conservadoras y dominantes del Estado monárquico.
La
muerte del último rey de Austria (Carlos II) y la instauración de una nueva dinastía real (Felipe V, el primer
Borbón), de procedencia franca, traería un gobierno de cierta apertura a las
nuevas ideas ilustradas. Carlos II, el Hechizado (1671-1700), último rey
español de la casa de Asturias murió sin dejar descendencia. Por testamento del
2 de octubre de 1700 nombró heredero a Felipe de Anjou, nieto del rey Luis XIV
de Francia, con la condición de que nunca se unieran en él las coronas de
España y Francia (algo que temían las potencias europeas). Estos cambios
llevaron a un conflicto civil y a una contienda internacional por los derechos
dinásticos de los dos pretendientes, quienes fueron Felipe de Borbón, nieto de
Luis XIV, y Carlos VI, hijo de una hermana de Carlos II, casada con el
emperador Leopoldo I de Hasburgo. Aragón, Cataluña y Valencia tomaron partido a
favor de Hasburgo, y Castilla se fue a favor de los Borbones. Luis XIV aceptó
la herencia en nombre del nieto y también proclamó los derechos de éste a la
corona de Francia. Esta fue la causa principal de la Guerra de Sucesión
(1701-1713). El conflicto se inclinó a favor de Felipe de Anjou, Felipe V
(1683-1646), el primer monarca de la casa de Borbón en España, quien impuso el
modelo francés (conservador) de organización del Estado.
Pero
los procesos conservadores del estado no detuvieron el desarrollo de grupos
minoritarios de intelectuales (médicos principalmente) que comenzaron a
expresar descontento con la mentalidad arcaica del país. El alejarse de una
cultura estancada y el reformar y renovar el interés y entusiasmo intelectual
no sería proceder tanto de literatos, filósofos y juristas, sino de los médicos que
no estaban ligados a las universidades y feudos fanáticamente aristotélicos.
Estos nuevos profesionales trajeron las inquietudes propias de lo más
adelantado de su época y adoptaron una actitud crítica ante el pasado, además
de oponer la razón a la especulación y al capricho tradicional en las ideas. Se
inició de esa manera el proceso de un siglo, en que una minoría se dio a la
tarea de reformar e ilustrar una vieja sociedad anclada en un pensamiento
todavía premoderno y ubicarla en consonancia con las ideas neoclásicas e
ilustradas que imperaban en el resto de Europa en el siglo XVIII. Importante fue la traducción en lengua española del Verdadeiro Método de estudar (1760) del portugués Luis Antonio Verney (con una exposición sistemática de la filosofía de John Locke, 1632-1704) y se intensifica la lectura de Voltaire (1694-1778), Rousseau (1712-1773), Diderot (1713-1784); la Lógica de E. B. Condillac (1714-1780) es traducida en 1774, y las matemáticas con sus planteamientos avanzados comenzaron a enseñarse (no sin dificultad) en las escuelas militares.
La
botánica fue una de las ramas del saber que tendría un importante éxito al
comenzar el estudio de las plantas y a patentizarse sustancias medicinales y
crear farmacias y quitarles el papel de médicos a los sujetos de conocimientos
más religiosos que científicos. Se reconocía junto a ello así (no era todavía
una cultura darwiniana) que dios había organizado el mundo racionalmente con el
propósito de beneficio material para el “hombre”, y que se tenía derecho al
saber distinto y a incluir lo científico como parte de los planes divinos.
Había que esperar hasta Carlos Marx (1818-1883) para que el racionalismo fuese
materialista y a Federico Nietzsche (1844-1900) para que tal pensar fuese ateo. Nos dicen Fernando García de Cortázar y José Manuel González que "... el desarrollo económico y el nuevo valor otorgado a la riqueza estaban allanando el camino de la sociedad de clases" (380). Todo resultaría muy cuesta arriba para una España con una población muy pobre. Era un inmenso país pleno de mendigos (pasaban de 80 mil) en las ciudades, de nobles arrogantes y poco cultos, de una gran cantidad de maleantes y un número excesivo de religiosos. Había alrededor de 185 mil religiosos, 478 mil nobles ociosos, unos 276 mil criados de la aristocracia, pajes, dueños y fámulos (criados), dueñas. La esclavitud era reconocida por ley, aunque en 1784 se prohibió marcar los esclavos con hierro [!!!!] y se les permitió contraer matrimonio. La industria crece pero es mayormente para el consumo de la aristocracia y la burguesía (muy frívola y artificiosa) y el resto del País tenía en general una existencia miserable. No obstante, fue en el siglo XVIII cuando finalmente se atenuaron las trabas contra la industria y la vida comercial, se mejoraron los caminos, se unificó las variedades de la moneda, de pesas y medidas y se autorizan nuevos puertos para comerciar con el exterior. Se creo el Banco de San Carlos. Aún así a principios del siglo XVIII las ciencias eran consideradas como peligrosas y prevalecía la teología escolástica en las universidades.
La
mentalidad racionalista e ilustrada vendría, con su amplio avance, a dominar
los próximos dos siglos y medios hasta que a partir más o menos de
la Segunda Guerra Mundial (1945) comienza una nueva época que algunos se han
dado en considerar como la de los inicios de la mentalidad postmoderna y
post-racionalista. Todo había comenzado también en el siglo XVIII con las
nuevas ideas del “contrato social” de
Juan Jacobo Rousseau (1712-1778), que establecen la utopía romántica del
bien en el hombre entes que la metáfora de lo animal. Para Blanco Aguinaga la burguesía adquiere fuerza en su lucha contra el fanatismo premoderno, como se donota en la siguientes palabras de un jesuita de la época: "Veo que puede un filósofo estar abandonado de Dios... y tener, sin embargo, sutil ingenio y fino discernimiento, y pensar justa y verdaderamente en las materias literarias (435-436). Pero en el siglo XVIII el camino hacia las ideas liberales que trae el capitalismo en el resto de Europa, quedan truncadas por un sector agrícola aún medieval, por braseros desposeídos frente a latifundistas, medios pésimos de transporte, navegación y comunicación, carencia de industria en apoyo de una burguesía industrial y comercial muy de elites. La burguesía se esmeraba mayormente en la compra de tierras, poseía poca cohesión y conciencia de clase y aspiraba a tener un título, aunque fuera de Don o Doña.
Fue
precisamente en el reinado de Felipe V (1700 a 1746) que se abrieron las
bases fundamentales de la necesaria transformación de España hacia la modernidad. Vemos que no todo era oposición
del Monarca. Se centralizaron el poder y la administración, en sustitución de
los antiguos Consejos de la época de los Austrias; se fundaron grandes
instituciones culturales como las Reales Academias, aumentó la población e
imperó el espíritu renovador. Mas adelante Fernando VI (1746-1759) habrá de
continuar la política renovadora de su antecesor. En su reinado se iniciaron
las reformas más eficaces, y se generó un clima de paz y de estudio que
beneficiaría, por ejemplo, a Francisco Goya, José Cadalso y Gaspar Jovellanos.
Fernando VI protegió a Benito J. Feijoo de aquellos que veían en él a un
escritor peligroso y subversivo. El punto más alto del movimiento cultural
llamado Ilustración se manifiesta, sin
embargo, con Carlos III (1759-1788) y toma forma el régimen conocido como
"despotismo ilustrado" o "gobierno para el pueblo, pero sin el
pueblo". Con él se lleva a cabo la expulsión de los jesuitas, la Compañía
de Jesús, en 1767. La Compañía de Jesús fue expulsada de España a
principios de abril de 1767, entre la noche del 31 de marzo y la mañana del 2
de abril. Fue una operación secreta, rápida y eficaz. Los jesuitas fueron tomados presos y el virrey
dio la orden de destierro con frases que no
admitían discusión: “con la prevención de que estando
estrechamente obligados todos los vasallos de cualquier dignidad, clase y
condición que sean, a respetar siempre las justas resoluciones del Soberano,
deben venerar, auxiliar y cumplir éstas con la mayor exactitud y fidelidad
porque Su Majestad declara incursos en su real indignación a los inobedientes y
a los remisos… y pues de una vez para lo venidero deben saber los súbditos del
gran Monarca que ocupa en trono de España, que nacieron para callar y obedecer
y no para discurrir ni opinar en los altos asuntos del gobierno”. La investigación de las causas de la
expulsión ha sido un tema muy debatido. Predomina la opinión de que
la Compañía fue expulsada en virtud de una falsa razón de Estado. Los
gobernantes ilustrados recelan la política secreta de la Compañía, sus actitudes conservadoras en
la enseñanza, su defensa de la intervención eclesiástica en política (su particular voto de obediencia era al
Pontífice). Los jesuitas eran, para el grupo innovador que había llegado al
Poder, los principales enemigos de las reformas que pretendían realizar los aliados de la aristocracia reaccionaria y hostil a todo pensamiento
renovador. Se consideraba a los jesuitas como una facción dentro
del Estado. Todo este cuadro
venía a centrarse también sobre el efecto que todas estas circunstancias
habían producido en las universidades españolas. No se duda en atribuirles toda la
culpa de la ruina de ésta, especialmente por tres motivos: por haber
establecido la alternativa de las cátedras, por haber concentrado el estudio de
la Teología en los problemas de la gracia y por haber copado la enseñanza del
latín y las humanidades en todo el país, con efectos desastrosos.
pre-establecida.
En 1767, fueron acusados de
instigar el Motín de Esquilache y de Nápoles. Además se les acusaba de servir a
la curia romana en detrimento de las prerrogativas regias (por el cuarto voto
de la Orden: obediencia ciega al Papa), de defender la teoría del regicidio y
de defender el laxismo en sus Colegios y Universidades. El destierro respondía principalmente a una importante maniobra política
que venía gestándose desde que en abril de 1766, se emprendiera la Pesquisa
Secreta, creada con la excusa de descubrir a los culpables de los
disturbios madrileños de marzo del mismo año, pero que pretendía, como
auténtico objetivo, comprometer a la Compañía de Jesús en los alborotos
populares que habían hecho huir de Madrid al monarca. Por su parte, los comienzos de la reforma
universitaria tenían que ir necesariamente ligados a la expulsión de la
Compañía. Habían llegado a monopolizar las enseñanzas de Latinidad y Gramáticas
y Facultades de Artes en todo el país, poseían cátedras de la escuela jesuítica
en las Facultades de Teología. Con sus aliados los "colegiales"
dominaban las otras Facultades mayores, y algunas Universidades, como Cervera y
Gandía, eran exclusivamente dirigidas por ellos. Las medidas complementarias de la
expulsión iban dirigidas a extirpar del país todo posible
rastro que pudiera quedar de la política jesuita. Así se decretó la supresión de las
cátedras de la llamada escuela jesuítica, de las Facultades de Teología, lo que
dio lugar a que se planteara la cuestión de cuáles debían ser las enseñanzas a
que debían destinarse desde ese momento estas cátedras. Esto permitió a las
universidades emitir sus propuestas, que aprovecharon para plantear al Consejo
el mal estado en que se encontraban y la necesidad de las reformas que saliesen
de aquella situación. La llegada de estas propuestas al Consejo a lo largo del
año 1767 marcaron decisivamente el comienzo de la reforma universitaria y
mostraron que no sólo en el Gobierno, sino también en los claustros
universitarios se habían formado ya para entonces fuertes núcleos de
"ilustrados" dispuestos a salvar el hueco intelectual del país. Los
jesuitas ideológicamente eran
contrarios al absolutismo. Su expulsión fue una maniobra de la
corona para fortalecerse y extender su control sobre la Iglesia ultramarina y
vigilar y controlar mejor la sociedad hispanoamericana, además de fortalecer su
posición en la península.
Por otro lado, también tuvieron importancia en el Antiguo Régimen y los sectores sociales más privilegiados, las Sociedades Económicas de
Amigos del País, las reformas universitarias, las Reales Academias de la
lengua, de la Historia, de las Bellas Artes, de Medicina, la Biblioteca
Nacional. Hubo apoyo a las sociedades económicas que surgieron en muchas
ciudades como la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País en 1765. El
programa reformista se centró en dos de las actividades que los ilustrados
consideraban fundamentales: la economía y la enseñanza. Se facilitó el acceso
de las clases medias a los estudios superiores y fue en las universidades donde
se formaron tecnócratas ilustrados e intelectuales liberales de los cuales
habrían de salir los masones que postulaban el igualitarismo y la libertad de
conciencia, el jansenismo, defensor del derecho soberano a dirigir la
organización de la iglesia nacional. Durante este periodo se inició la
publicación de La Gaceta de Madrid,
órgano oficial del gobierno español, que puede documentarse desde 1661. Comenzó a publicarse
desde 1778, dos veces por semana. El Diccionario
de lengua castellana (1725) de la Real Academia Española (1714), en materia
de ortografía, reconoció la necesidad de uniformar la lengua. Acabaron, por
ejemplo, de una vez con la confusión de la b,
la u y la v, estableciendo la diferenciación entre las dos últimas, y también
haciendo vocal la u y consonante la v. Establecieron el diverso empleo entre
la ç y la z, escribiendo z entre
dos vocales (azada, destrozar) y ç
después de la consonante (arçon, trença). Uniformaron el empleo de la x con sonido de j, acordando que las voces que proceden de otras que tiene s
(simple o doble) y ps se escriban con x (xabón) y las que tuviesen en el original c, p, l,
i, con j. La Biblioteca Nacional fue fundada en 1712 por Felipe V y fue
instalada en el palacio real y consistió de 8.000 volúmenes entre impresos y
manuscritos. El médico Martín Martínez (1684-1734) publica entre 1722 y 1725,
en Madrid, dos tomos de su Medicina
scéptica, en los cuales respalda a los "novatores" y propone aceptar el ideal
ecléctico de una ciencia que renuncie a la búsqueda de una verdad absoluta y
que se circunscriba al conocimiento de la realidad física y natural que se
alcanza por medio del método experimental de Francis Bacon (1561-1626), creador del libro Instauratio magna, en el que pide se rompa con toda autoridad
En
1725 Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764) en un opúsculo de 45 páginas titulado
"Apología del Scepticismo Médico", sostenía con lenguaje
extremadamente claro, que la ciencia no tiene necesidad de Aristóteles sino de
la experiencia y las repetidas y atentas observaciones empíricas. Defiende que
el camino a seguir es el de Novum Organum
de Francis Bacon. Para él, como se apunta arriba, la investigación científica resulta independiente del
principio de autoridad y razonamiento escolástico y deductivo. Establece una
clasificación metódica de las ciencias y, en Novum Organun Scientiarum propone una teoría de la deducción).
"Desde luego —nos dice Feijoo— la
ciencia moderna todavía no ha logrado penetrar en el gran laberinto de la
naturaleza, pero seguramente ha comenzado a construir el hilo de Ariadna que
podría conducirnos al centro de este laberinto" ("Apología", Tomo II, Teatro crítico, Aberich,
781). En el discurso "Voz del pueblo", Feijoo establece una clara
distinción entre el vulgo ignorante, incapaz de pensar y víctima de la
superstición, y los intelectuales a quienes les pertenece la tarea de ilustrar
y dirigir con las luces de la nueva filosofía experimental, la cual tiene como
objetivo "buscar a la naturaleza en sí misma, fiándose solo de la
experiencia". Si la voz del pueblo está en el error, en la mente de los
escasos sabios se encierra poco o mucho de la verdad que existe. Se comienza a
consolidar la mentalidad de la República de las Letras y del elitismo
intelectual del mundo moderno.
A
lo largo del siglo XVIII los ilustrados europeos van a abogar por un nuevo
orden de valores laicos y liberales basados en el convencimiento de que la
razón humana puede llevar a soluciones de los problemas de la humanidad y puede
contribuir a alcanzar las ideas de progreso, igualdad y justicia. En este aspecto se siguen las ideas cartesianas
de un olímpico sujeto pensante capaz de manipular su ser en el mundo de lo
ordenado y distintivamente razonable. De aquí que los ilustrados más progresistas fueran
librepensadores y creyentes en el saber racional y el progreso en la historia.
El espíritu de la Ilustración o del Siglo de las Luces se unió en España al de
los "renovadores", un grupo de intelectuales que para finales del
siglo XVIII y principios del XIX actualizaron el humanismo de los erasmistas
del siglo XVI. Los renovadores eran eclécticos y receptivos a las novedades de
la modernidad europea; preferían el estudio de las ciencias físicas al de la metafísica
y rechazaban las abstracciones de los escolásticos. Aunque cabe destacar que,
en general, los ilustrados españoles fueron conservadores por cuanto no
traspasaron nunca las fronteras de la ortodoxia, trataron el tema religioso no
desde lo laico sino desde la actitud moral, criticando solo las supersticiones
y el fanatismo y sin asumir posturas ideológicas claves (intrínsecas) frente a
la monarquía y las mayores autoridades clasistas, eclesiásticas y mucho menos ante la
divinidad cristiana. No se puede negar, sin embargo, que los hombres —las
mujeres no entran en juego aún; a menos que pensemos en Sor Juana Inés de la Cruz en México (1651-1695), con su "Respuesta Sor Filotea de la Cruz" 1691— que protagonizaron el movimiento cultural que
se inicia hacia 1680 y que tiene fin en 1808, fueron sujetos llenos de un nuevo
entusiasmo y deseo de inaugurar una época que rompió con las ataduras de un
pasado aúreo e imponente, pero caduco e inoperante, que había mantenido
desde el siglo XVI a España en el atraso cultural con respecto a los cambios de
ideas que se estaban dando en otras grandes naciones de Europa. Estos
ilustrados neoclásicos fueron poco a poco adoptando una actitud crítica hacia el pasado y opusieron la razón a la tradición, a pesar de su
conservadurismo religioso y clasista. La cultura moderna que se propusieron
imponer los ilustrados en la centuria dieciochesca tuvo amplio despliegue a lo
largo de los siglo XIX y XX, y agoniza en nuestra época, con los pensamientos
postmodernos de hoy día.
En
la época de los reinados de Carlos III (1759-1788) y de Carlos V (1788-1808) se
pasa de unos tímidos inicios racionalistas, que en la primera mitad del siglo
había permitido la apertura a un leve experimentalismo, a la aceptación de
posiciones empíricas en las ciencias y sensualistas en lo estético que fomentan
una más amplia libertad de búsqueda y evolución del espíritu crítico en los
campos de la ciencia y la cultura. Se favoreció la difusión del saber práctico
y de los conocimientos útiles, de un sentido más laico de la convivencia
humana, un concepto del llamado “hombre” y la naturaleza alejado de lo
tradicional y capaz de vislumbrar nuevos ideales. Se reconoce la nación como
una comunidad de ciudadanos pertenecientes a una patria única, y se interpreta
la felicidad como bienestar extendido a todos los estratos sociales y a la
civilización que comprende una forma moderna de vida capaz de librarse
progresivamente de obstáculos y viejas ataduras. No obstante, colocados frente
a los clásicos del Siglo de Oro, como señalamos, los escritores de la Ilustración palidecen.
Pero pese a este desnivel, bien se puede argumentar que los ilustrados superan
a los clásicos del Siglo de Oro en los contenidos ideológicos de sus ensayos,
en el pensamiento filosófico y la crítica erudita y literaria y el atreverse a
proponer paradigmas para una imaginada y vislumbrada época. Es un periodo
distinto al Barroco, con elementos objetivos que lo transforman, cuando definitivamente gana territorio en el pensar crítico y el escepticismo ante los
antiguos dogmas. Todo el conjunto de normas y preceptos del "antiguo
régimen" fueron sometidos durante el siglo XVIII español a una severa
revisión que fue parte de lo que se conoce como la "crisis de la
conciencia europea" y que según el pensador francés Michel Foucault
(1926-1984) comenzaría la llamada Modernidad. Diego Torres Villarroel (1694-1770) vino para 1719 a publicar almanaques que alcanzaron popularidad con una burguesía no tan universitaria y docta, emplea un lenguaje coloquial, biográfico-ficticio, de costumbres y de experiencias concretas. Es portavoz de una modernidad aburguesada, como es La barca de Aqueronte (1731) y la Vida (742-1758). El último es un ejemplo de la literatura de entregas (narra las aventuras de un pequeño burgués emprendedor que va medrando luego de varios tropiezos).
El
siglo XVIII encarna el deseo (a partir del reinado de Carlos III,
principalmente) de incorporar a España dentro del espíritu renovador y
enciclopédico europeo y de adoptar las formas de la cultura internacional, en
especial la francesa. Sin embargo, para los letrados y pensadores más avanzados
la tarea no sería tan fácil. Siempre median en estos asuntos tendencias
ideológicas muy arraigadas en el imaginario dominante en la cultura. Para muchos, lo español era entendido —nos dice Alborg
— dentro de unas creencias religiosas, una estructura
social, una organización política, unas ideas morales, ciertos conceptos
estéticos y literarios que se consideraban hipostasiados (pág. 12, Historia de la literatura española, tomo III). Cualquier objeción o
crítica a "lo español" se entendía como una falta a la patria. En las
polémicas que surgen en realidad lo que se ventila son acusaciones de
sentimientos nacionales y patrióticos y de ideologías fuertemente arraigadas al
espíritu de la definición cultural española. Preferir el teatro con unidades
era, en el siglo XVIII, sinónimo de ser antiespañol.
Se
argumenta que el neoclasicismo español no trae un siglo de creación sino de
estudio y análisis, de revisión, sistematización y de proyectos. De aquí que su
mayor expresión sea la didáctica, pese a que siempre se distingue el carácter
sumiso y conservador de varios de los reformadores ilustrados, por cuanto
mantuvieron mucho de la ortodoxia anterior, siendo este el aspecto que los
distinguió de otras ilustraciones europeas. Si bien Europa se dirigió
decididamente hacia lo laico y lo racionalista, la tradición española no
permitió una frontal amenaza a la fundamental mentalidad monárquico-señorial,
ante todo cuando el avance hacia el lado de la ciencia fue la ruta menos
buscada. Reformas importantes por las que lucharon los más sobresalientes ilustrados
fueron las siguientes: repudio a la inquisición, libertad religiosa, aceptación
de diferentes formas lingüísticas nacionales, cultivo de la religiosidad
interior depurada de fórmulas externas, rechazo de tradiciones pueriles y
supersticiosas. Los valores nacionales que habían constituido el ser de España
desde la Edad Media y su mentalidad castiza comienzan a no ser tan prominentes en la
ilustración. La minoría ilustrada sabía
que el contacto con lo extranjero podría darle a la patria la renovación
deseada. Muchos críticos de la época (y hasta más actuales) de nacionalismo
miope y equívoco han acusado a los ilustrados de extranjerizantes y de
corromper el espíritu de lo español. Se suele con estas acusaciones olvidar que
el Siglo de las Luces descubre y desarrolla el derecho natural, lo común a
todos los seres humanos y tan importante para el desarrollo de los mejores
alcances ideológicos de la modernidad que dirige la cultura hasta avanzado ya
el siglo XX.
El
neoclasicismo español significó para las letras el sometimiento del estilo y el
pensamiento a las reglas concretas, se inspira en la preceptiva clásica que
rechazaba la mezcla de elementos contradictorios como lo trágico y lo cómico,
el verso y la prosa. Es en esta época que se expresa la exigencia de las tres
unidades (tiempo, acción y lugar) para el teatro. Este proceso de cambio fue,
sin embargo, lento y tardío. No se debe olvidar que el Barroco artístico fue
tan imponente que se prolongó hasta la primera mitad del siglo XVIII a través
principalmente del “chirrigueresco” que exageraba la fastuosidad ornamental.
Los Churriguera eran una familia de arquitectos catalanes establecidos en
Madrid desde 1650. Alberto Chirriguera fue el creador de la Plaza Mayor de
Salamanca iniciada en 1728. La obra cumbre de la arquitectura española es la
monumental fachada del Obradoiro, de la catedral de Santiago de Compostela, que
encierra el Pórtico de la Gloria levantada entre 1738 y 1750. Un pintor
importante de esta época que rompe con el estilo neoclásico y sus
convencionalismos es Francisco de Goya (1746-1828), quien transgrede en sus grabados incluso las fronteras del realismo. Se formó como pintor de
cartones para tapices que son una auténtica galería de tipos populares y
escenas costumbristas, y fue un pintor de la realeza. Inmortalizó los horrores de la Guerra de la
Independencia en "La carga de los mamelucos" y "Los
fusilamientos de la Moncloa".
Los
ilustrados se avergonzaban de la ausencia de obras científicas y doctrinales
del siglo anterior y preferían el siglo XVI, sobre todo de la primera mitad,
donde encontraban autores de rango europeo, una prosa sencilla y clara muy
alejada de los rebuscamientos del Barroco y el Rococó tan recargado. Los poetas de principios del siglo XVIII prefirieron recuperar la tradición clásica renacentista para ir abandonando los rebuscados conceptismos barrocos.
Los
hombres del siglo XVIII veían la necesidad de relacionar la literatura a
conjuntos de saberes e instituciones relativos a las ciencias, las artes, la
política, la erudición, la filosofía, la música. Literato era sinónimo de sabio
o erudito, conocedor de varias materias en las artes o las ciencias, como
también significaba intelectual. Fray Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764) en Teatro crítico y universal (1727-1739) y Cartas eruditas (1742-1760) exhibe una perfecta muestra del interés
por los temas variados de la cultura. Son disertaciones y temas de todas clases: prejuicios,
creencias religiosas, históricas, literarias, filosóficas, geográficas.
Sostiene que sin la experiencia no es posible estudiar la naturaleza ni tener
conocimiento posible de ella. Feijoo consideraba que no tendría por qué haber
disputa entre ciencia y religión; se expresó contra el aristotelismo, promovió
el estudio del francés en vez del latín. Sin embargo, aún sostenía: “si las
sagradas escrituras y la experiencia se contradicen yo negaría mis ojos y mis
manos para defender las sagradas escrituras” (Teatro crítico).
La
originalidad y modernidad literarias de los ilustrados reside no en los géneros
tradicionalmente adscritos a la creación literaria (poesía, novela, teatro)
sino en la introducción de otros géneros hasta entonces apenas esbozados y en
la forma de expresión adoptada. Iniciaron la prosa moderna de lenguaje claro y
preciso, emprendieron la orientación científica y abordaron con éxito la transcripción
del lenguaje hablado culto. Trajeron nuevos modos de expresión y géneros como
la comedia burguesa, el ensayo, el informe político y científico, el artículo
periodístico informativo, la reseña bibliográfica, los temas de divulgación
tratados en artículos cortos, lo epistolar y las polémicas.
Feijoo
publica en 1725 un opúsculo (folleto pequeño de propaganda) de 45 páginas
titulado "Apología del Sceptismo Médico" donde sostenía con lenguaje
claro que la ciencia no tiene necesidad de Aristóteles sino de la experiencia y
de repetidas y atentas observaciones empíricas y que el camino a seguir es el
de Novum Organum (1620) de Francis
Bacon (1561-1626). Aceptaba el método experimental y denunciaba el atraso
cultural de España, la confusión de ideas que imperaba en el país y la falta de
voluntad para establecer una clara distinción entre fe y ciencia. No en balde
los extranjeros decían que "en España patrocinamos con la religión a la
ignorancia idiota". Según Feijoo no se debía confundir las cosas profanas
con las sagradas. En su Teatro crítico
(ocho tomos publicados desde 1726-1739) Feijoo se presenta conceptualmente
inclinado hacia de los aspectos teóricos y experimentales de la filosofía
empirista, emplea un lenguaje claro, fluido y de tono familiar, libre de rebuscamientos
barrocos y con la ágil pero simple prosa del siglo XVIII. Antes de él no
existía diferencia clara entre la prosa científica y la prosa literaria. “Los
discursos del primer tomo del Teatro
crítico universal muestran el propósito de separar la moral de la
escatología y de comprender los vicios y virtudes dentro de la razón natural y
de las circunstancias concretas de este mundo, prescindiendo, pues, como Feijoo
dice explícitamente, del premio o castigo en la otra vida. El desengaño no
remite a una visión trascendente, sino que es producto de la experiencia aquí-y-ahora” (Sánchez Blanco 53). Ya ha desaparecido la autoridad aristotélica y
emergen visiones más cartesianas y baconianas. Para 1700 Juan Ferreras en su Synopsis histórico chronológica de España muestra escepticismo (muy contrario a lo piadoso de la iglesia) y lamenta
la ausencia de una cátedra donde se explique la historia con criterios que
superen el pasado barroco.
En
su sentido etimológico Teatro crítico
es un "escenario" crítico universal de todas las materias de la época
en ocho volúmenes que contienen 118 discursos. En estos tomos Feijoo se
presenta como el iniciador del ensayismo moderno —en Francia, Michael Montaigne
(1533-1592) es el precursor europeo mediante sus Ensayos). Feijoo presenta argumentos de diversos temas en una
invitación dirigida a la sociedad civil para que transforme la vieja sociedad y
siga la lección del empirismo baconiano y construya una nueva sociedad de la
razón. Este baconismo de Feijoo implica una crítica a la gnoseología cartesiana
de las ideas innatas y del platonismo inherente en el ocasionalismo de Nicolás
de Malebranche (1638-1715). Se inclina al mismo tiempo hacia la concepción
newtoniana y boyliana de la ciencia de la naturaleza entendida como ciencia de
un conjunto de formas inmutables y de un orden de estructuras permanentes donde
finalismo y mecanicismo no son compatibles. Capta con extraordinaria agudeza el
centro de las polémicas de las teorías científicas europeas: acepta que no es
posible una ciencia de las cosas mutables y que por lo tanto toda investigación
sobre la historia del mundo carece de sentido. Evita así el inclinarse a la
búsqueda de nuevas metafísicas sobre las cuales la teología pudiera intervenir.
De 1726 a 1760 cubre en sus artículos todo lo que un hombre culto de su época
podía saber, al modo enciclopédico aunque fuera de la manera ortodoxa que solo
lo podía comprender un español. La
matemática newtoniana sería presentada paulatinamente en las defensas de Feijoo
ni de muchos letrados. “Aunque no hubiera surgido todavía una explicación
materialista al estilo del “hombre máquina” (Julien Offray de la Mettrie, L’homme machine, 1748), ya existía una
visión general del mundo que se denominaba con el término mecanismo o
mecanicismo” ( Sánchez Blanco 210). Negativa para las ideas progresistas sería
el terremoto de 1755, del que la iglesia haría de las suyas.
Ignacio
de Luzán (1702-1754) con prosa lúcida y mesurada escribió La poética en 1737, texto crítico fundamental para la renovación
del gusto literario español en el nuevo sentido neoclásico. Con La Poética Luzán pretendió ofrecerle a
España, siguiendo la tradición aristotélica de la imitación y la verosimilitud,
un tratado general de poética señalando modelos ejemplares para superar el
Barroco y corregir el mal gusto en la escritura del siglo XVII y XVIII. Para
Luzán, si Lope de Vega y Calderón hubieran añadido mejores preceptos poéticos
en sus obras se tendría en España comedias envidiadas por otras naciones. A su
entender, muchos de estos escritores seguían los gustos y aplausos populares,
como lo señala Lope en "El arte nuevo de hacer comedias" (1609) y no
se atuvieron a las exigencias formales de perfección de los clásicos. Cierto es
que las lecciones de Luzán no fueron seguidas en la segunda mitad del siglo que
se orientó hacia formas más abiertas y modernas del gusto cobijadas por el
sensualismo filosófico, pero su Poética
continuó siendo un texto fundamental para la educación clasista e ilustrada.
Luzán establece una clara distinción entre el teatro cómico y el trágico y
define cada uno en su esencia y estructura. Subraya la exigencia de que la obra
dramática esté siempre vinculada a valores morales y tenga como finalidad el
equilibrio entre el deleite y la utilidad. En este aspecto tiene serias
reservas al respecto de las obras de Lope de Vega y Calderón de la Barca. Ve la
necesidad de respetar las tres unidades (de lugar, tiempo y acción) como medida
de orden y autocontrol, la escena como ejemplo de la vida real y la afirmación
de una moralidad que en el teatro no fuera diferente a la vida real.
Fundamentándose en el teatro francés, sugirió para el teatro español reformas
de escenas y de recitación. Entiende que por definición y esencia la poesía
debe imitar la naturaleza en lo universal y lo particular para utilidad o para
deleite de los hombres. Se debe imitar las cosas de la naturaleza no como son
sino como debieran ser. La poesía que junta el deleite a la utilidad didáctica
(la enseñanza) le parece más perfecta aunque acepta que ambos puedan ir por
separado. Con sus preceptivas neoclásicas Luzán descarta lo que podría
considerarse como el misterio de la creación poética y la intuición artística.
Cree que la obra es para el público y no para su creador y que debe por lo
tanto consistir en la realidad objetiva de la imitación artísticamente
aderezada, pero en forma lógica y razonable. Descarta de esa manera el carácter
subjetivo de la poesía y el considerarla una actividad creadora que proyecta
las pasiones del poeta. En ese sentido, condena las metáforas de Góngora por su
oscuridad y dificultad en encontrarle sentido; también crea el discurso de los
que los románticos posteriormente rechazarán. Luzán pide que la razón modere
los excesivos atrevimientos de la imaginación y la fantasía, contrariamente a
como lo pedirán los inspirados y emotivos románticos del siglo XIX.
José
Cadalso y Vázquez (1741-1782) salió del círculo hermético de los géneros
tradicionales mezclando elementos narrativos en su prosa. Es considerado un
ensayista por el carácter marcadamente crítico de sus sátiras, sobre todo en su
obra más conocida, Cartas marruecas
(1789). Su primer ensayo narrativo y satírico fue "Los eruditos de la
violeta" (1772), donde imagina a un profesor que ofrece a sus alumnos un
curso de siete lecciones en una serie de consejos que presentan una buena
imagen de la sociedad. Fustiga la falsa cultura de una clase social dada al
triunfo fácil, que atenta a la moda superficial y posee un vacío moral (se trata de temores a las clases emergentes y sus prácticas modernas, menos letradas). Los eruditos a la violeta son los pseudo intelectuales a los cuales se dirige el autor, satirizante de uno de los periodos más pedantes de la historia.En
"Cartas marruecas" el autor imagina un intercambio de cartas con un
joven Marroquí (Gazel, y más adelante otro llamado Ben-Beley) llegado a España
con un séquito del embajador de su país y un amigo español, Nuño, que le ayuda
a describir a España y a moverse en un ambiente
y en una cultura que le son extraños. Guiado todavía por una ética
aristócrata considera fundamental la exigencia de afirmar el deber moral del
compromiso por la búsqueda de la verdad. Deja a un lado las preocupaciones de
orden metafísico y se afianza como "hombre de bien", como filósofo
consciente de que la vida es ante todo el cumplimiento del deber, de conciencia
guiada por la razón, por el compromiso hacia los demás humanos en el sentido
fraternal. Considera que España debe recuperar su dignidad histórica, como la
existente en la época de los Reyes Católicos y que se debe modernizar siguiendo
las demás naciones, pero sin abandonar el "carácter nacional". Un
tercer legado narrativo es Noches
lúgubres (escrita entre 1771-1772, pero que no sería publicada hasta
1789-1790). Presenta en la literatura española una reflexión sobre el tema de
la muerte, tratado de una manera muy moderna. La repentina muerte de la actriz María Ignacia Ibáñez (1771), a la
que amaba, le impresiona dramáticamente y lo lleva a escribir esta obra. Loco
de dolor por la muerte de la amada el protagonista del relato quiere desterrar
su cadáver para llevárselo a su hogar y morir junto a él, prendiendo fuego a la
vivienda. Es descubierto por las autoridades y encerrado en la cárcel. Podemos
decir que en esta obra hay mucho de los orígenes del romanticismo europeo.
Dice el crítico contemporáneo español, Juan Alborg: "La sátira de Cadalso es
transparente. Toda ella está compuesta con la misma técnica irónica, que se
repite de principio a fin: el profesor, con el objeto de preparar a sus
discípulos para su triunfo y lucimiento en sociedad sin esforzarse en estudiar
cosa alguna en serio, les enseña las cuatro nociones indispensables que les
permita ocupar su petulancia de supuestos sabios, los tópicos que hay que
repetir, los escritores a la moda que hay que ponderar poniendo los ojos en
blanco, los conceptos, las teorías o nombres que hay que despreciar, los
conocimientos que hay que fingir aludiéndolos displicentemente, los diccionarios
y resúmenes que hay que manejar, y las actitudes y las habilidades de que han de servirse en
cada caso. Dicho queda que, sin confusión posible en ningún pasaje, el
pensamiento positivo del autor sobre cada materia queda irónicamente de
manifiesto a través de las lecciones del profesor: y lo que prevalece sobre
todo son los serios conceptos que tenía Cadalso de la ciencia, cada una de
cuyas ramas requiere una vida entera de estudio, y el desprecio que le merece
una sociedad superficial y vana, a la que sólo le interesa la apariencia y el
éxito a poco coste" (p. 721, Tomo III).
Gaspar
Melchor de Jovellanos (1744-1811) es la figura emblemática del final de Antiguo
Régimen. La producción en prosa de Jovellanos, casi toda de carácter teórico y
técnico, aparece unida a la vicisitudes de la existencia y representa un
esfuerzo grandioso de contribución al bien público. No se aleja nunca de la fe
religiosa ni de ciertos principios de formación aristocrática. Combatió los
partidarios del tradicionalismo, pero reconoció la importancia de las
tradiciones que a su entender constituían la esencia de la nación, y se valió
de la historia para interpretar el presente. En política fue siempre moderado,
sostuvo siempre el despotismo ilustrado que le parecía la mejor garantía para
lograr reformas. Cuando formó parte de la Junta Central no apoyó la nueva
Constitución sino que abogaba por no alterar lo ya existente. Más bien era
defensor una constitución inspirada en las instituciones tradicionales con ecos
del sistema parlamentario inglés. Atribuye una gran importancia a la educación
convencido de que era el mejor medio de mejorar la sociedad. Fue fiel al ideal
católico para salvar la unidad espiritual de la nación. Privilegió el estudio
de la lógica y la enseñanza de la ciencia que permite la organización de las
ideas para descubrir la verdad. También no de ja de sostener que organizar las ideas también significa ordenar
la lengua y el saber auténtico sólo puede proceder de la observación analítica
y la experimentación. Los planes políticos de Jovellanos se sostienen, incluso
para finales de su vida y para su reacción frente a la Junta Central, en el
programa ilustrado: fomentar la educación mediante la enseñanza adecuada,
progresar gradualmente hacia un estado de mayor libertad en lo político, y
mayor justicia en los social y reformar los abusos del gobierno.
Leandro
Fernández Moratín (1760-1828) es el famoso creador del drama, El sí de la niñas que fue compuesta en 1801 y estrenada en 1806. Contiene
un alegato en defensa de los derechos de la mujer, al expresarse que ésta debe
casarse con quien ama y no por conveniencias de familia, según la norma
cultural. Trata sobre Doña
Paquita, una joven de 16 años llevada por su madre, doña Irene, a casarse con
Don Diego, un serio y rico caballero de 59 años. Éste ignora que Doña Paquita
está enamorada de Don Félix, quien en realidad se llama Don Carlos, sobrino de Don Diego No obstante, la obra ofrece una defensa tímida, por cuanto ni
Francisca ni Carlos (los dos personajes principales) se rebelan para defender
su amor. Doña Irene, madre de Francisca, ha concertado con el anciano Don Diego
un matrimonio por conveniencia económico-social. Tendrá que ser el tío mismo, Don
Diego, quien finalmente imponga un desenlace al posible conflicto por formarse,
al ceder racionalmente la novia, a finales de la obra. Los críticos celebran que la comedia se
desarrolle en tres actos (una de las innovaciones de Lope, que persiste en el
teatro neoclásico). La unidad de tiempo es
mantenida en la obra (la acción transcurre desde las siete de la tarde hasta
las cinco de la madrugada), por lo que se respeta la unidad de acción y la
unidad de espacio. Como vemos, todo se desarrolla en la sala de una pensión de
Alcalá de Henares. Evidentemente, como todo el teatro neoclásico, la obra se
escribe en prosa y va dirigida fundamentalmente a exponer los valores de la emergente
burguesía, sin ofender la aristocracia o la iglesia. El texto no alcanza una
dialéctica o una trama conflictiva por lo que va dirigida a un público liviano que
habrá de responder a una enseñanza, en el proceso del deleite del texto. Se
denota además que los escritores no poseen plena consciencia y libertad
de reconocimiento de la otredad o la alteridad, en cuanto existen dentro de un contexto de obediencia al Antiguo
Régimen. Para el crítico Joaquín Casalduero: "Don Diego, al vencerse a sí mismo, logra no aumentar el misterio que rodea al hombre, no aumentar su dolor; al imponer a la vida la pauta de la razón, consigue dar la felicidad para los jóvenes enamorados y para la madre imprudente, la consigue también para él" (Forma y sentido en El sí de las niñas, Estudios sobre el teatro español (Madrid: Gredos, 1981).
Para Lázaro Carreter encontramos en las obras de Moratín "comedias de deleite e instrucción, juego e ilustración moral, hallaremos también imitación verosímil de la realidad [...]. La sociedad descrita pertenecería a lo que él llama la "clase media", y sus fábulas y problemas no serán nunca sublimes, horribles. maravillosos ni bajos" ("Moratín en su teatro", Cuadernos de la Cátedra Feijoo, 9. Oviedo, 1961). El sí de las niñas nos indica el que para fines del siglo XVIII un gran escritor como Moratín, carezca de la capacidad para crear una obra con una intriga dialéctica en que se dé cuenta de la conflictividad del sujeto en la sociedad "moderna" de la España de la época. No lo logra un genuino conflicto con los valores de la sociedad de avanzada burguesa y menos con la sociedad tradicional. No obstante, vemos cómo en la literatura se ha ido preparado el camino para cierto realismo obtenido de los valores de la nueva sociedad romántica y burguesa del siglo XIX y se va dejando atrás la mentalidad cerrada del Antiguo Régimen al dársele paso a los valores de la juventud, del porvenir. No obstante, mediante la literatura se pueden alcanzar unos imaginarios muy lejanos de lo concreto social. Tengamos en cuenta que más adelante, los movimientos de jurisprudencia liberal de 1812 de las Cortes de Cadiz no fueron suficientes para enfrentar a la monarquía española, por más ilustrado que el imaginario de algunos grupos fuese. Habría que esperar a las repercusiones de esas constituyentes y al teatro español romántico de los años treinta del siglo XIX, para comenzar a advertir una modernidad que traspasaría la incompleta ilustración de España y que se acoge a la mentalidad romántica de aperturas a nuevos horizontes que poco a poco van abriendo el camino para la Primera República y la Revolución industrial. Era inevitable la entrega a una sociedad aburguesada receptiva a la apertura que traería e mundo industrial que vemos luego a fines del siglo XIX.
Pero si algo notamos en algunas de estas ideas ilustradas (como en la mencionada obra de Moratín) es el deseo de evitar el lenguaje misógino característico de la tradición letrada, de tomar la femineidad con criterio más cuidadoso y de forma complementaria (se cuenta con la mujer como sujeto pero se le considera teniendo en mente su domesticidad y obediencia, como si fuese algo natural). Lo relevante era la sociedad masculina de la modernización social que se preparaba para una nueva etapa que superaba el barroco. La mujer comenzaba ya, sobre todo a ser visible en la discusión de los altos salones (sobre todo en París), a ser incluida en la crítica de la sociedad pública e intelectual. No obstante, los salones intelectuales, las academias, los cafés y los salones eran de composición y liderato masculinos (se contaba con las mujeres para la organización de las actividades, pues en ello solían ser más diestras que los hombres). En muchos de estos lugares eran las mujeres quienes convocaban a las discusiones y organizaban las actividades. Pero se esperaba que se comportaran más bien como anfitrionas subordinadas al implícito mando masculino, a seguir las "buenas costumbres" (como vemos en El sí de las niñas), la elegancia y el refinamiento según lo entendían y lo esperaban los hombres. Si bien la mujer poseía mayor visibilidad pública en los ámbitos burgueses y aristócratas, las pregresistas Sociedades Económicas eran de dominio masculino (en realidad las mujeres no poseían capital ni "cuarto propio"). No obstante, entre los años 1775 y 1787 se discutió la posibilidad de incluir a las mujeres. En ocasiones se admitía un papel de ésta más allá de lo simplemente doméstico, pese a que había aún resistencia a concederle participación significativa más allá de lo doméstico y del ámbito de las actividades intelectuales masculinas. Jovellanos, quien parecía entender en algo el papel de la mujer en la nueva sociedad ilustrada, consideraba que las mismas tenían que mantenerse principalmente dentro de las actividades "propias de su sexo". Pero siempre había quien aceptaba la entrada de las mujeres en los debates públicos. Se creó para esa época una Junta de Damas, separada, pero supeditada a la Sociedad Económica, la cual fue compuesta por aristócratas que se esperaba se relacionaran principalmente con las reformas educativas, de beneficencia y de reformas de modas y lujos. Se pedía de las mujeres más bien contribuir a pulir las formas y prácticas sociales de conducta cristiana, el ser buenas madres y esposas y preparar a jóvenes distinguidas para complementar la sociedad de los hombres. Ya no solo como monjas cultas (como Sor Juana Inés de la Cruz y Santa Teresa), sino como laicas, las mujeres podían dedicarse a la práctica de la escritura (muchas lo realizaron y lograron entrar en debates con filósofos importantes pero el canon no las incluiría en sus listados) (ver Bolufer Peruga en el libro de Martínez Ruiz, pp. 209-232).
Para Lázaro Carreter encontramos en las obras de Moratín "comedias de deleite e instrucción, juego e ilustración moral, hallaremos también imitación verosímil de la realidad [...]. La sociedad descrita pertenecería a lo que él llama la "clase media", y sus fábulas y problemas no serán nunca sublimes, horribles. maravillosos ni bajos" ("Moratín en su teatro", Cuadernos de la Cátedra Feijoo, 9. Oviedo, 1961). El sí de las niñas nos indica el que para fines del siglo XVIII un gran escritor como Moratín, carezca de la capacidad para crear una obra con una intriga dialéctica en que se dé cuenta de la conflictividad del sujeto en la sociedad "moderna" de la España de la época. No lo logra un genuino conflicto con los valores de la sociedad de avanzada burguesa y menos con la sociedad tradicional. No obstante, vemos cómo en la literatura se ha ido preparado el camino para cierto realismo obtenido de los valores de la nueva sociedad romántica y burguesa del siglo XIX y se va dejando atrás la mentalidad cerrada del Antiguo Régimen al dársele paso a los valores de la juventud, del porvenir. No obstante, mediante la literatura se pueden alcanzar unos imaginarios muy lejanos de lo concreto social. Tengamos en cuenta que más adelante, los movimientos de jurisprudencia liberal de 1812 de las Cortes de Cadiz no fueron suficientes para enfrentar a la monarquía española, por más ilustrado que el imaginario de algunos grupos fuese. Habría que esperar a las repercusiones de esas constituyentes y al teatro español romántico de los años treinta del siglo XIX, para comenzar a advertir una modernidad que traspasaría la incompleta ilustración de España y que se acoge a la mentalidad romántica de aperturas a nuevos horizontes que poco a poco van abriendo el camino para la Primera República y la Revolución industrial. Era inevitable la entrega a una sociedad aburguesada receptiva a la apertura que traería e mundo industrial que vemos luego a fines del siglo XIX.
Pero si algo notamos en algunas de estas ideas ilustradas (como en la mencionada obra de Moratín) es el deseo de evitar el lenguaje misógino característico de la tradición letrada, de tomar la femineidad con criterio más cuidadoso y de forma complementaria (se cuenta con la mujer como sujeto pero se le considera teniendo en mente su domesticidad y obediencia, como si fuese algo natural). Lo relevante era la sociedad masculina de la modernización social que se preparaba para una nueva etapa que superaba el barroco. La mujer comenzaba ya, sobre todo a ser visible en la discusión de los altos salones (sobre todo en París), a ser incluida en la crítica de la sociedad pública e intelectual. No obstante, los salones intelectuales, las academias, los cafés y los salones eran de composición y liderato masculinos (se contaba con las mujeres para la organización de las actividades, pues en ello solían ser más diestras que los hombres). En muchos de estos lugares eran las mujeres quienes convocaban a las discusiones y organizaban las actividades. Pero se esperaba que se comportaran más bien como anfitrionas subordinadas al implícito mando masculino, a seguir las "buenas costumbres" (como vemos en El sí de las niñas), la elegancia y el refinamiento según lo entendían y lo esperaban los hombres. Si bien la mujer poseía mayor visibilidad pública en los ámbitos burgueses y aristócratas, las pregresistas Sociedades Económicas eran de dominio masculino (en realidad las mujeres no poseían capital ni "cuarto propio"). No obstante, entre los años 1775 y 1787 se discutió la posibilidad de incluir a las mujeres. En ocasiones se admitía un papel de ésta más allá de lo simplemente doméstico, pese a que había aún resistencia a concederle participación significativa más allá de lo doméstico y del ámbito de las actividades intelectuales masculinas. Jovellanos, quien parecía entender en algo el papel de la mujer en la nueva sociedad ilustrada, consideraba que las mismas tenían que mantenerse principalmente dentro de las actividades "propias de su sexo". Pero siempre había quien aceptaba la entrada de las mujeres en los debates públicos. Se creó para esa época una Junta de Damas, separada, pero supeditada a la Sociedad Económica, la cual fue compuesta por aristócratas que se esperaba se relacionaran principalmente con las reformas educativas, de beneficencia y de reformas de modas y lujos. Se pedía de las mujeres más bien contribuir a pulir las formas y prácticas sociales de conducta cristiana, el ser buenas madres y esposas y preparar a jóvenes distinguidas para complementar la sociedad de los hombres. Ya no solo como monjas cultas (como Sor Juana Inés de la Cruz y Santa Teresa), sino como laicas, las mujeres podían dedicarse a la práctica de la escritura (muchas lo realizaron y lograron entrar en debates con filósofos importantes pero el canon no las incluiría en sus listados) (ver Bolufer Peruga en el libro de Martínez Ruiz, pp. 209-232).
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— Terrero J. y J. Reglá. Historia de España. Desde la prehistoria a la actualidad. Barcelona: Editorial Optima, 2002.
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