Si
hubiera que elegir una imagen para condensar la experiencia de vida del sujeto
actual, tendríamos que optar por la de un prolongado y ensordecedor bostezo.
Tal es el desasosiego e indolencia sociopolíticas que experimentan
nuestras sociedades y sus individuos, desde los más “ignorantes” hasta los más
“ilustrados”. Al menos esa es la principal lectura de nuestra época que hace el
autor Luis Felipe Díaz en su nuevo libro Modernidad, postmodernidad y
tecnocultura actual (Ediciones Gaviota, 2011). Este diagnóstico cobra
viveza en la imagen empleada por el autor al culminar el texto: “Tal
parece que ni la tan anunciada y ensayada invasión de extraterrestres… podría
romper, para el ‘vidente’ contemporáneo, con el aburrimiento pornográfico de la
posmodernidad”(422). ¿Quién es este “vidente” y qué tiene que ver la “posmodernidad”
con él? Y, aún más importante, ¿en qué consiste su “aburrimiento”? El texto
arroja un diagnóstico de nuestra época a la vez que lleva a cabo una larga y
amena exposición de las teorías culturales y filosóficas más importantes: del
Renacimiento a Marx, de Kant a Barthes, pasando por Derrida.
Distribuida en dos partes
y treinta y seis secciones, la trayectoria del pensamiento que se propone
trazar el autor comienza con el período renacentista y culmina con la presencia
de los medios de comunicación actuales. El crítico nos lleva por cada período
rastreando las valoraciones fundamentales que han dado forma a lo que hemos
denominado –si, problemáticamente-, “modernidad” y “posmodernidad”. Lo hace, no
obstante, interesado en salvaguardarle un espacio paralelo a las respectivas
transformaciones socio-económicas que acompañan a los autores de cada época. De
un Renacimiento en el que Descartes adviene ideólogo de la subjetividad
burguesa con su cogito, pasa a una Ilustración que revela sus
contradicciones ético-políticas más criticables en Kant, y llega hasta un Siglo
XX en el que el sospechoso nacionalismo de Heidegger y las rebuscadas
radicalizaciones de Derrida contrastan con el logro barthiano. Con ello, Luis
Felipe Díaz intenta brindar una radiografía de los últimos cuatro siglos de
especulación filosófica. Sobre este asunto, no había un paralelo en nuestras
letras. Aunque en la analiticidad y erudición de la prosa se diferencien, lo
cierto es que tras Modernidad y Romanticismo (Editorial UPR, 1989) de
Esteban Tollinchi, en Puerto Rico sólo se contaba con el imprescindible texto La
filosofía en el debate posmoderno (Heredia, 2003) de Carlos Rojas Osorio.
Con su reciente aportación, Luis Felipe Díaz pretende ensanchar el
horizonte de este tipo de literatura secundaria sobre el tema en nuestro
País, cubriendo ambos períodos, moderno y posmoderno.
II
Este crítico nuestro,
profesor catedrático del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad
de Puerto Rico, no está solo en su lectura de nuestra época. En lo que refiere
a su apreciación de la relación entre ambas, modernidad y posmodernidad, el
autor se informa y concuerda con la atractiva y criticable interpretación
organicista de Frederic Jameson. También eleva, con el riesgo de bordear la
sobrestimación, las aportaciones semióticas del profesor de la Sorbona, Roland
Barthes, sobre las contundentes -aunque “políticamente neutrales”-
elaboraciones de Jacques Derrida, héroe del Collège de France.
Por otra parte, en lo que
respecta a la conclusión del texto y tras una tendida exposición nada inmune al
repudio o al laudo intempestivos de individuos e ideas, coincide el autor con
la filósofa Michela Marzano. En su obra La pornografía o el agotamiento del
deseo (Manantial, 2003), ésta elabora un argumento similar en lo que
concierne a la actual experiencia de la sexualidad. Ambos, Díaz y Marzano,
coinciden en aceptar la idea de Jean Baudrillard de que nuestra cultura se
acerca a los objetos como a los signos y a los signos como a los objetos,
tornándolo todo transparente y despojándolo de misterio y equivocidad. La
experiencia altamente visual en la que nos han sumergido, en parte, la teoría
moderna y en mayor medida las tecnologías recientes, tiene como resultado, en
el caso de la pornografía, el agotamiento del erotismo y su sustitución por el
fetiche, el sadismo y el consumismo del cuerpo. Así como la imagen pornográfica
“expone” al cuerpo, aduce la filósofa, tambien lo “anula”. La avidez del
usuario pornográfico de consumir el cuerpo visualmente, además de despojarlo de
organicidad, es un signo de cómo se comporta nuestra época con los demás
objetos y sujetos de la cultura, físicos o simbólicos. Se trata de un fenómeno
con consecuencias políticas y psicológicas.
En términos políticos,
tanto Luis Felipe Díaz (421) como Michela Marzano (18) concuerdan en que la
experiencia de la verdadera autonomía se erosiona. Pues, en un mundo donde los
sujetos se reifican para ser objetos de un goce consumista, la única
dinámica política es la de la sujeción y la abyección de los participantes. La
autonomía tan ingenuamente defendida por grandes modernos como La Boétie,
deviene heteronomía, o gobierno de uno por parte de Otro. Por el lado
psicológico, lo que se da es un narcicismo concomitante a tremendas ganas de
consumir y destruir sin precedentes.
“No hay sujeto posible en
la posmodernidad”, nos dice Luis Felipe Díaz en una entrevista que le
realizáramos, “lo que veo es un apocalipsis inevitable”. Palabras nada
sorprendentes cuando provienen de un autor de vena marxista y cuya nostalgia
por nuestra capacidad -ahora “fenecida”- de producir nuevas utopías delata un
compromiso humanista que jamás se ve criticado explícitamente en la obra,
aunque sí afirmado desde el comienzo, velado bajo la problemática confesión de
la afinidad entre el autor y el proyecto de la racionalidad moderna (11).
Por otra parte, aún si es
cierto que nuestra sociedad queda bien retratada en el cuadro que nos presenta
Luis Felipe Díaz, no es menos cierto que el atractivo de su lectura se alimenta
de cierta ambigüedad, pues el crítico no hace la aún necesaria distinción entre
cultura académica y cultura de masas, entre agentes y pacientes del
signo. Un corolario del diagnóstico del autor es que los académicos posmodernos
actuales también se acercan a la teoría y a su producción con el afán visual y
consumista de los numerosos clientes de las cadenas transnacionales y medios de
comunicacion. “Esquizoide”, llama Díaz en nuestra entrevista a la creación
posmoderna de conceptos. Esta falta de distinguir entre una posmodernidad
teórica y una cultural es incluso, in principio, alarmante, pues
podríamos decir con confianza que desde el Renacimiento no han coincidido tan
geométricamente claustro y masa, ama de casa y profesora de filosofía. Al
margen de ello, de facto y lejos de lo aseverado por el autor, la
posmodernidad ha contribuido al socavamiento de la metáfora visual del
pensamiento moderno, como eruditamente lo ha argumentado el filósofo francés
Martin Jay en su reciente libro Ojos Abatidos: la denigración de la vista en
el pensamiento francés del siglo XX (Akal, 2007). Esta metáfora visual que
asocia acríticamente las actividades del saber y la teorización con el órgano y
las dinámicas de la vista, está a la base de lo que el mismo Jay ha llamado
“regímenes escópicos de la modernidad” y de las conductas fetiches y
consumistas que giran en torno al goce visual que Díaz y Marzano advierten han
penetrado hasta nuestra experiencia sexual. Jay hizo un llamado al comienzo de
la década de los noventa, a tornarnos críticos del privilegio de esta
asociación entre visión y saber, que en política, como nos recuerdan las
exploraciones de Michel Foucault, devino panóptico, vigilancia y castigo. En Ojos
abatidos nos recuerda el autor que la posmodernidad, en lo que respecta a
los analistas franceses, ha denigrado sistemáticamente esta metáfora centrada
en la visión. Lo sorprendente es ver que a una vorágine tan rica en ideas como
la postmodernidad sí la subyazca un cierto proyecto teórico de (deseables)
repercusiones sociales, un cierto malestar de raíz con lo moderno en lo que
refiere a su sujeto “vidente”. Tras reconocer esto, sólo cabe recordarle a Díaz
y a Marzano que la posmodernidad “teórica” ha sido una aliada en la toma de
consciencia de este estado de cosas que se denuncia, aunque la cultura de masas
actual sea precisamente la ejemplificación reprobable del objeto del
diagnóstico.
Al libro de Luis Felipe
Díaz, cuyo final es tan estimulante y rico en imágenes como abrupto y
anquilosado en sus explicaciones, le contraponemos la apuesta y el deseo de una
academia “agotada”, sí, pero de la metafísica y filosofías enraizadas en la
metáfora visual y no un mundo “aburrido”, cuyos sujetos estén sumidos en la
pobreza espiritual de ser meros “videntes” que lo “consumen” todo, incluso sus
vidas, como una mercancía. El agotamiento y aburrimiento diagnosticados cabe,
por un lado, celebrarlos en el claustro y, por el otro, denunciarlos en la
calle. Pues, así como el espacio de las aulas con tendencias posmodernas ha
colaborado con advertir la debacle política y psicológica de nuestra época,
cuyos consumidores que se rehúsan a dejar de ver al mundo a través de Walmart,
Microsoft o Facebook, se merece éste un espaldarazo y no una denuncia. Se debe
no sólo apreciar sino fomentar la crítica posmoderna en nuestras academias como
un elemento corrosivo y eficaz en nuestra lucha contra el consumismo, el
fetiche y el totalitarismo. El libro de Luis Felipe Díaz, un texto cauteloso y
sugerente donde es apreciable serlo y pedagógico y accesible donde otros no lo
son, es una aportación cuyas pretensiones apenas se sugieren en los pocos y
brillantes filósofos que han publicado al respecto en Puerto Rico y el Caribe.
Nos parece que dará de qué hablar a críticos literarios, filósofos y
estudiantes en general y constituye, a la vez, un gesto a agradecer y una
referencia insoslayable en nuestra isla.
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