Correr tras el
viento, novela (2011) de Elidio La Torre Lagares
Reseña
de Luis Felipe Díaz
Recinto
de Río Piedras
En Correr tras el viento
(San Juan: Terranova Editores, 2012), Elidio La Torre Lagares nos ofrece
situaciones, objetos y personajes intrigantes que se cumplen como signos de
varias situaciones referentes al mundo de la criminalidad narcotraficante, a un
amor intenso y fugaz a la vez, y donde a través de todo se trasluce el arte del
narrar mismo. El autor aprovecha estas circunstancias discursivas tan
particulares y postmodernas para indagar y reflexionar sobre las nuevas
movilidades del sujeto de nuestra cultura contemporánea, en cuanto a las
mudanzas del tiempo en una nueva noción del ser y el espacio (especialmente en su violencia), en lo referente
al amor en su sentido más irónico y fugaz (cada vez más inalcanzable), pleno y
a la vez vacío. Esto lleva la obra de Elidio a advertir la intromisión de la muerte y
del sorprendente espejismo de la textualidad misma. Todo se revelará
intermitentemente contrapunteado en la novela por la metáfora del viento en su
sentido de movilidad fugaz de vulnerables seres empujados por el soplido de un existir
siempre traicioneramente despojador y que lanza al desalojo total. El fuego que accidentalmente destruye el violín (el arte) a finales de la obra es quizás el más sorpresivo soplido de viento escritural, musical y del Eros.
La obra nos refiere a cómo se manejan,
en un país repleto de historias intrigantes en crímenes y situaciones plenas de
corrupción y amoríos, alegorías atractivas capaces de llamar la atención del
público culto puertorriqueño ya acostumbrado también a las grandes producciones mediáticas
e importadas del globalizado (internacional) mundo de Hollywood que vemos en las
pantallas diariamente. Pero en esta obra se trata de delinear todo desde la
intertextualidad que ofrece el arte con estos otros textos mediáticos y el
ingresar en un juego creativo, desafiante y complejo precisamente porque se
enfrenta lo aparentemente simple como el viento mismo. Pero antes de esto la novela bien puede ser
vista (saboreada) como uno de esos chocolates repletos de afrodisiacos provistos para el
goce de la lectura y como el deseo de obtener finalmente el violín con el cual
se obsequiaría a la amada y ofrecerle algún concierto, con una flor en el vaso y
contemplar la luna a lo lejos, y sentir el beso achocolatado en la noche, y
todo lo demás que gira en el viento y canta....
Constantes son las referencias del
narrador al viento como la mayor de las metáforas, junto al reconocimiento del
legendario pasado del músico y las imágenes del saborear las afrodisiacas
ofertas de placeres sensuales y sexuales (asociados con lo criminal) al compás
de la sugerida música y la leyenda del violín en cuanto otredad y subalternidad
que nos define (pues se conecta al ser negro y caribeñista que se infiltra en
el mundo de la oficialidad y lo invisiblemente céntrico). El texto funge
también como si fuera una obra de teatro: con bien controlados espacios en los
cuales los personajes hacen referencia a melodramáticos sucesos pasados conducentes
a las patéticas y a veces casi sublimes circunstancias presentes, sobre todo la
de dos seres (protagónicos) que valoran la música para el amor tan ansiosamente
esperado pero también tan distante y ausente. En este aspecto el autor resulta
muy diestro en exponer constantes diálogos delineados y ajustados con sutil
propiedad a la trama del amor (terror) dentro del dinámico y sorprendente mundo
del clandestinaje y la traición. Todo puede resultar muy transparente y light
para el fugaz lector contemporáneo, aunque también agudas y densas pueden ser
las referencias intertextuales, poéticas y filosóficas, ajustadas muy
apropiadamente a las circunstancias que trae la muy familiar trama (pues
pretende casi con malicia oportunista seguir el compás narrativo de una más, de
tantas películas de nuestras pantallas actuales). Pero nada más lejano de eso.
Sobre todo arropa la novela
circunstancias, a veces cómicas y en ocasiones tristes, del protagonista Brad
Molloy, quien insiste en continuar sus amoríos con Aura Lee, cuando el mismo
sabe, igual que el autor, que ello significa “correr tras el viento” y que en
la gesta se lanza en busca de una felicidad imposible (casi un clisé). Como
igualmente este fluctuar lo puede representar el violín que anima las luchas
por el objeto sublime del deseo en su sentido más simbólico. Se trata, además,
de correr tras la sublime musicalidad del mayor objeto del deseo y lo
substancial en el devenir (lo cual resulta un imposible). También la
masculinidad y su obsesiva violencia en la novela resultan desbordantes, la
actividad gay a veces se proviene del trasfondo, así como la bichería y
acometividad de la mujer. Todo nos revela que estamos frente a un autor
consciente del manejo irónico de la problemática genérica (y de raza) en la
sociedad en que circulan los personajes del presente y del romántico pero
triste pasado (y que nos interpela profundamente porque somos como ese “otro”
que no alcanza la felicidad siempre necesaria y anhelada).
Curioso e interesante resulta que el
novelista termine el relato repitiéndonos parte del acontecimiento ya narrado
al principio de la obra. Mas ello sin dejarnos saber al principio que finalmente
se quema el violín y muere uno de los personajes principales (Dolo, constante
compañero y colega de Brad). Advertimos así un instrumentario intratextual cuyo
hincapié denota que se trata de una representación ficticia en que se puede
jugar con el texto como artefacto de signos y símbolos, como la creación de una
obra de arte (un violín) que se debe a los antojos del artista y de manejo
virtuoso del narrar en una isla como la nuestra en que el género en cuestión
(la narrativa) ha dependido tanto de las "fáciles" alegorías
nacionales. No obstante, las referencias a la situación actual del Puerto Rico
caribeño, sumergido en la globalización y el mercado del clandestinaje
internacional, son más que evidentes y coherentes con nuestro presente estatuto
post-colonial.
La novela trata de un personaje llamado
Brad, quien al ver que muere un hombre con un violín en mano, en su
chocolatería (San Juan Sour) que ha instalado en San Juan, “no podía precisar
cómo, pero de alguna manera presentía que su vida perdía la cómoda monotonía de
la normalidad” (26). Nos enteramos cómo Brad estuvo prisionero por manejos
ilegales en el mundo de las drogas, dejando en su pasado una enamorada —de
novela o de película, de cuento— llamada Aura Lee. Esta reaparece cuando Brad la
encuentra casualmente como la amante de unos de los jefes del narcotráfico
internacional organizado, quien se ha empeñado en coleccionar obras de arte. El
violín estaba en proceso de transacción clandestina con el personaje del primer
acontecimiento de la chocolatería, quien muere de envenenamiento. En la tienda
se preparan chocolates inyectados con afrodisiacos y ha sido utilizada por
Brad, para el comercio clandestino, jugándoselas para ganarse la confianza de
las autoridades mientras cumple una probatoria de la justicia. Los primeros
capítulos pueden parecer en la estructura superficial algo morosos en
discusiones, pero están plenos de acción: muere un violinista, hieren un matón
a sueldo, los asaltan en la chocolatería para recuperar el violín, ingresan inevitablemente
en el remolino de viento que ya empuja el violín en ruta al clandestinaje
internacional (de drogas y armas). Todo se presenta como algo incidental hasta
que el narrador nos lleva a la residencia de Paco Juárez, el mayor traficante,
deseoso por poseer el violín, y actual amante de Aura Lee, la antigua amada del
protagonista Brad (un hombre ciertamente culto y muy a tono con las ideas del
autor implícito de la novela).
En el despacho de Paco nos enteramos de
que domina una compleja red de drogas, espionaje, corrupción policiaca,
colección de obras de arte, prostitución. Aura Lee, esta vez amante
privilegiada de Paco, mantiene cierta postura de diva arrogante e
independiente. Junto al violín se convierte en significante poético del autor
de esta admirable pieza narrativa del también poeta La Torre Lagares.
En el capítulo “Aura Lee: la mujer del
viento”, Brad y su amada se encuentran a espaldas del jefe de los narcos, para
enterarnos del pasado amor de aquel, con su “signo del viento” (la mujer amada).
Destacada resulta la capacidad del narrador para sugerir la poética sensualidad
de la mujer y los placeres que ofrece el chocolate y su afrodisiaco, y otras
delicias del pensar y del lenguaje (propio, además, de un conocedor de la
Literatura Comparada). Nos enteramos de que todo comenzó con el violín y la
historia del “Paganini negro”. Con él se nos remonta a los aconteceres de un
sujeto subalterno inmiscuido en el arte del mundo de la mayor clasismo
(violinista), y de su triste final como hombre enamorado de algo más que su
arte y un violín Se trata de un instrumento (Stradivarius) que sujetos de la
alta burguesía habían concedido al virtuoso músico negro, quien fuera aplaudido
en las mejores salas de Europa y Latinoamérica, y muere solo en un pobre hotel
latinoamericano. Triste final tendrá el instrumento también.
En Argentina el violinista se había
enamorado de una mujer, culminando la historia en un suceso penoso de rechazo
(“un desprecio como una puñado de viento”, 104). El pasado es entonces enlazado
así con la presente vida de Brad y Aura, en una historia de amor vinculada con
el pasado de sufrimiento, de lucha, de arte, música y los siempre presentes
chocolates. El novelista incorpora en esta parte de la obra imágenes de la
Muerte (“le acarició el rostro a manera de un terso viento del oeste",
109), algo muy relacionado con la trayectoria de una novela de crimen y sentido
exhaustivo de lucha (“un remolino de viento”, 113) en un sentido
post-existencialista (más vinculado filosóficamente a la nada del Ser en el
devenir, no tanto en el sentido sartreano sino heideggeriano).
Mas adelante la historia es vinculada
con Vasco, quien estuviera relacionado amorosamente con la medio hermana de
Brad, y es un oficial que investiga la situación de los chocolates y del crimen
relacionados con el violín. Es una parte de la novela bastante divertida y muy
a lo serie televisiva de sujetos machistas que parecen sabérselas todas (“Vasco
los empuja hasta una esquina de la trastienda, se saca su órgano viril y en
un impulso decidido y con puntería, se dedica a orinar cuanta bandeja de
chocolates alcanza”, 136). Nos enteramos de la historia de los robos y compras
del Stradivarius y de cómo Paco Juárez se interesa finalmente en el valioso y
mítico instrumento que cuesta en el mercado nueve millones de dólares. La
situación se torna en una especie de “cubo de Rubic”, porque se nos cuenta cómo
otro magnate se muestra interesado en el violín y ello proporciona mucho de la
intriga en que se fundamenta el argumento de la obra; todas las piezas caerán
en su sitio finalmente manejadas por un autor tan lúdico y entregado a las
contingencias del acontecer, del tiempo y del arte. (Parece que se las juega
todas en esta novela). Las ofertas de este curioso y corrupto agente (Vasco) le
permiten a Brad tramar en cómo sacar del camino a Paco Suárez, para quedarse
como galán y héroe de la película, novela, cuento o poema, y con su amada Lee.
Entre Aura y Brad se repite en cierta
medida la historia de amor del negro violinista, Brindis de Salas. Se valora,
como bien se nos deja ver en el capítulo “la invernada de los deseos”, el
valor del amor, del arte y de la muerte misma. Sobre todo se cuestiona Brad
Molloy, el valor de lo real y poético frente a lo mercadeable (hay connotación
baudrillariana en esta parte). Ambos amantes se percatan que son víctimas de
las mismas fuerzas que desvaloran el arte y el amor, empezando por ellos mismos
(pese a que el autor parece privilegiar a su protagonista Brad). Termina el
capítulo con la siguiente imagen: “Así en ese presente exasperado de extrañeza,
el vestido de Aura Lee rueda cuerpo abajo y Brad Molloy encuentra, al final de
la tarde, que la sonrisa le brotaba desde un lugar desconocido desde su
interior” (186). Mas como veremos, todo se lo llevará el viento del transgresor
destino que solo deja la memoria de un vestido que rueda cuerpo abajo.
En el siguiente capítulo (“nada más
apetecible a la furia”) se desarrolla, tipo película policiaca y gansterina
contemporáneas, la trama por la obtención del violín (que está en manos de
Vasco Quintana). Se preguntan los propios Brad y Aura Lee si terminarán su
historia como la del antiguo violinista negro y su amada, quien murió aferrada
a una copia del instrumento en el momento final. El violín obtiene obvia
función de poder fálico cuando se nos dice que Brad: “siente el violín entre
sus piernas”, el “transporte a la felicidad junto a Aura Lee” (304). Se
prepara la novela para representar la mayor de las acciones del mundo
clandestino y del oficial, mundo de pugnas fálicas.
En la trifulca callejera por el violín y
por atrapar los narcos, un niño cree que filman una película, cuando los
acontecimientos son genuinos. Y una vez que Brad obtiene el violín, tras
superar el plan de Frank Manso y creer haber burlado a Paco Juárez —una tal
Chicolina interviene creando confusión en el escenario— uno de los de la
trifulca por poseer el violín, Hammer, se presenta aliado con el bando de Paco,
y apresan a Brad con todo y violín. El capítulo es uno de los más importantes
del argumento de la novela y está magistralmente manejado en su mímesis, por el
narrador y su autor implícito.
En el capítulo “el camino abierto”,
vuelven a encontrarse Brad y Paco. Entra en escena un ruso, Sergei Petrov,
poderoso de la mafia; y también Aura Lee, quien es atropellada por Paco, ya
enterado de las últimas relaciones sexuales que ha sostenido ella y su amado
Brad. El ruso se jacta de ser parte de una mafia que se ha apoderado del
endeble Puerto Rico y profiere que “El dinero es Dios” (235). En la discusión
el ruso se torna empático con las propuestas de Brad. Paco agrede una vez más a
Aura Lee, y tras una lucha el protagonista Brad mata con una cerámica fálica al
mafioso agresor de su amada. Mundo este de sexualidades violentas y sus
descargues del subconsciente, que el autor implícito ignora porque es un
problema de la cultura implícita que nos rodea (¿?).
A finales de la obra, el ganster
de envergadura internacional, el que termina dominando el escenario es quien
nos resume la trama inicial: “Quiero decir, dos individuos que corren una
chocolatería se ven involucrados en el rescate de un violín que está empeñado
como garantía para cerrar un complicado negocio de armas por drogas…” (245).
Sergei creyó que estos individuos eran unos profesionales espías metidos en la
intriga de todo, pero reconoce su equívoco. Aprovecha la circunstancia tras el
asesinato de Paco y obliga a Brad y a su amigo Dolo a ser parte del tráfico
ilegal a nivel internacional (los Ogunes).
Brad corrobora lo sospechado: Aura
seguirá su camino sin él. “Correr tras el viento”. Brad es obligado a viajar a
Europa, donde se encuentra con un comprador. En la transacción, el violín se
quema accidentalmente (o tal vez como destino mítico) o por Dolo y sus
"tontos" juegos. En la confusión de la humareda, muere Dolo de un
balazo. Se trata de la acción de los dos capítulos finales en los cuales el
autor con suma destreza, simple y compleja en su perspectiva, sumerge al
narrador en expresiones de índole poética y filosófica. Este proceder
trans-genérico hace que la novela tenga varias ventanas medio abiertas desde
las cuales se puede divisar a un escritor escuchando, desde las mismas, los
diversos soplidos del misterioso pero fascinante fluir del viento.
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