Análisis de la obra Lazarillo de Tormes
Luis Felipe Díaz, Ph.D.
Departamento de Estudios Hispánicos
Universidad de Puerto Rico, Río Piedras
Notas clase. Espa 3212
Literatura Española II
¡Lázaro, despierta ya, levántate, lee y anda!
La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades (más
conocida como Lazarillo de Tormes) es una obra de la picaresca española,
anónima y escrita en primera persona. Posee un estilo epistolar muy particular (una
sola y segmentada carta, escrita por un “héroe” nada épico sino pícaro en su estilo). Las ediciones conocidas
y más antiguas son de 1554 y se imprimieron en Burgos, Amberes y Alcalá de
Henares. Resulta curioso que sea del género tipo carta, en una época tan
epistolar como la de los gobiernos de Carlos V (1516-56) y Felipe II (1556-98)
en la España del siglo XVI, cuando se escribía lo más seguro dentro de un contexto de grandes intrigas y "juegos" políticos del Poder que se ocultan tanto en las cartas como en los textos importantes de la época. Se trata del periodo aúero de España (desde los
Reyes Católicos, iniciadores de gran progreso y modernidad, y también de la
continuidad del expansionismo imperialista y marginación de las minorías
nacionales y el genocidio ejercido en América, y todo tipo de manipulaciones siniestras de la monarquía). Fue también con los sucesivos
monarcas, época conducente a la decadencia, cuando se mantuvo la nación apegada
a una ideología monárquica, señorial, anticapitalista y contra-reformista, que no daría margen al
desarrollo de una burguesía nacional y una modernidad apropiada a los tiempos, como en el resto de Europa que fue construyendo el advenimiento de un Estado cada vez más abierto a lo democrático e industrial.
La mayoría de los críticos concuerdan en que la España castiza e imperial resulta completamente desarticulada e ironizada mediante las perspectivistas y las dialógicas representaciones psico-sociales que ofrecen el protagonista y el autor (implícito) de Lazarillo de Tormes. En 1557, cuando todo el mundo cree al rey rodeado de oro, España entera se encuentra en la bancarrota (Vilar 50); esto sugiere mucho de las mentiras de los poderosos que denuncia Lazarillo. Todo se realiza con una ironía que adquiere sentido si consideramos que luego en 1588, con la caída de la "armada invencible", se evidencia aquello que había ido expulsando a España de su habitus (sus negaciones y abyecciones): el mundo moderno, el capitalismo, el "libre pensar" propio del protestantismo y la crítica reformista al catolicismo. Lazarillo de Tormes presenta toda una crítica franca (pero solapada) a lo que España se negaba a reconocer (el ser una patética picaresca nacional). De ahí que la obra sea articulada de manera muy sinuosa por el anónimo autor, ya un judío converso o un católico ocultamente crítico. No eran tiempos de dar cara si se poseía una versión crítica de lo que imperaba en la sociedad dirigida por la monarquía, la iglesia y los poderosos. Era una de las máscaras de los autores tras sus pícaros que tenían mucho que decir en una sociedad de tantas hipocresías y contradicciones del Poder. Tal parece que además del "realismo naturalista" (que encontramos en la obra) la literatura se las tenía que ingeniar empleando un lenguaje irónico y de varios pliegues burlescos para poder dar cuenta de un contexto histórico social de tanta falsedad, contradicción y cinismos.
La mayoría de los críticos concuerdan en que la España castiza e imperial resulta completamente desarticulada e ironizada mediante las perspectivistas y las dialógicas representaciones psico-sociales que ofrecen el protagonista y el autor (implícito) de Lazarillo de Tormes. En 1557, cuando todo el mundo cree al rey rodeado de oro, España entera se encuentra en la bancarrota (Vilar 50); esto sugiere mucho de las mentiras de los poderosos que denuncia Lazarillo. Todo se realiza con una ironía que adquiere sentido si consideramos que luego en 1588, con la caída de la "armada invencible", se evidencia aquello que había ido expulsando a España de su habitus (sus negaciones y abyecciones): el mundo moderno, el capitalismo, el "libre pensar" propio del protestantismo y la crítica reformista al catolicismo. Lazarillo de Tormes presenta toda una crítica franca (pero solapada) a lo que España se negaba a reconocer (el ser una patética picaresca nacional). De ahí que la obra sea articulada de manera muy sinuosa por el anónimo autor, ya un judío converso o un católico ocultamente crítico. No eran tiempos de dar cara si se poseía una versión crítica de lo que imperaba en la sociedad dirigida por la monarquía, la iglesia y los poderosos. Era una de las máscaras de los autores tras sus pícaros que tenían mucho que decir en una sociedad de tantas hipocresías y contradicciones del Poder. Tal parece que además del "realismo naturalista" (que encontramos en la obra) la literatura se las tenía que ingeniar empleando un lenguaje irónico y de varios pliegues burlescos para poder dar cuenta de un contexto histórico social de tanta falsedad, contradicción y cinismos.
Se narra de forma fingidamente autobiográfica la vida de un niño, Lazarillo, en un entramado de conflictos en
múltiples facetas y encuentros sociales y ético-morales con sus anómalas consecuencias
finales. Muchas veces obtenemos en la lectura la voz del Lázaro adulto (quien enuncia),
y en otras el Lázaro del momento infantil o adolescente en que fue creciendo. Son varios los tiempos narrativos inmersos en la obra, que en ocasiones son presentados a la misma vez (ver ensayo de Guillén). Si bien el
narrador articula en primera persona, hay en la obra un hablante amplio (autor
implícito) del discurso (o el llamado autor estructural) que se ocupa de
sugerir significaciones irónicas (expone con disimulo lo contario (o sentido satírico) de lo
inicialmente implicado por el “feliz” y a veces penoso pícaro). No debemos
depender de los criterios de Lazarillo sino entender sus actos y argumentos
dentro de inferencias que nos lleven al punto de vista del autor (implícito) de
la obra, quien se esmera en criticar la España de su época de manera disimulada (irónica) empleando a Lázaro como signo (des)articulador sin que los lectores se percaten del todo de ello. La critica no sólo es político social sino profundamente humana, de una antropología social muy de la época para la cual no había ensayismo pero sí una literatura en prosa con una tradición muy compleja. En este sentido, se debe atender dos estructuras, la frontalmente
superficial (de la voz de Lázaro, intradiegética), y la profunda, que coloca en
perspectiva la primera y pertenece al autor (transdiegética). Se trata del entrecruce de una
estructura superficial y otra profunda en la lectura, y la aprehensión tridimensional de la obra al ver los dos procederes discursivos en choque o adverso encuentro. Dentro de estas tres perspectivas (que incluye el ver en perspectiva) encontramos la del Lázaro pícaro, la de él mismo que se ve con ironía en el contexto en que vive y escribe (nada pícaro y satírico, sino irónico hasta lo más patético posible), y la ironía amplia del autor implícito de la obra (que la crítica literaria de hoy día ha llevado a sus extremos con su ensayística crítica y teórica de lo que es el lenguaje literario). Al lector culto (al letrado) le toca crear una nueva estructura de lectura que depende del entendimiento de las anteriormente mencionadas. (No obstante, el entendimiento de la estructura de la obra nos indica que no se puede interpretar lo que venga en gana).
En el contenido vemos que
se trata del acontecer del pícaro en un mundo de miseria material y humana,
desde su infancia, luego en la adolescencia y finalmente el mundo de su
patética e insegura vida de adulto, pese al medro obtenido. El matrimonio que le asignan a Lázaro es el evento final de su vida perturbada, y motivante de la
carta que leemos. Detrás de todo está el que al parecer Lázaro sea interpelado
por la justicia, pues se le acusa de ser un marido que tolera el adulterio de
su mujer. Lázaro se muestra con amplia consciencia de que ganar las
simpatías del lector (primeramente a quien llama “vuestra merced”), depende del
efecto (pragmático) que inspire el convencimiento en su relato. (Su talento de interpelar o manipular lo que narra). Lázaro intenta que el
destinatario inicial (“vuestra merced”) empatice con él mediante la carta, y
por ello decide dar cuenta de su vida de la manera tan peculiarmente compleja (sinuosa) como
lo realiza (especialmente en el último tratado). En la manipulación retórica de su discurso, Lázaro sabe que
conlleva el “salvarse”, y tal vez por eso ofrece poca amplitud y variada sinuosidad a algunos
capítulos de la narración; no solo para no tener que denunciar y criticar más a
las autoridades sino para no incriminarse. A veces Lázaro es ciudadoso con lo dicho,
pero el hablante detrás de su voz (la polifonía oculta del texto) se infiltra
para denunciar todo lo posible el mundo de corrupción y crueldad que rodea al pícaro. Sólo véase los inicios del último tratado.
El muchacho, que pertenece
a la clase social más ínfima en la España del siglo XVI (es una otredad, en su
subalternidad), le sirve sucesivamente, como criado, a un mendigo ciego, a un
clérigo, a un escudero, a un fraile de la Merced, a un buldero, a un capellán,
a un maestro de pintar panderos, a un alguacil. Finalmente alcanza un oficio “más
estable” mediante el medro social, el de pregonero en la ciudad de Toledo, y
protegido por el Arcipreste de San Salvador, quien lo lleva a contraer
matrimonio con una mujer, que ocultamente es amante de éste. En calidad de
sirvienta, la mujer visita frecuentemente la casa del clérigo a “guisarle y
otras cosas”. Las “malas lenguas” murmuran del oportunismo inmoral del
Arcipreste y la situación indigna de Lázaro, quien sin embargo considera haber
llegado a la cumbre de la prosperidad, la buena fortuna y la dignidad de
“hombre de bien” (tópicos tan importantes en el Renacimiento y posteriormente).
No se trata de la culpabilidad legal de Lázaro sino de la limpieza de su honra
y nombre. El autor implícito de la obra
brinda las pistas para darle la doble y yuxtapuesta lectura a toda la situación
frontal del discurso de Lázaro, y así exponer con ironía un sujeto que
representa la peor situación social y moral de la España de su tiempo. No es para pasar por alto que en estas culturas, aun muy androcéntricas, recaiga sobre la
mujer (como algo natural-moral) la culpabilidad y el fallo. Así resulta con la madre de Lazarillo y con la mujer del tratado final. En
ese sentido, la posición identitaria en que termina Lázaro podría ser
bastante femenina en cuanto su subalternidad ante la masculinidad oficial que lo
acusa reclamándole una explicación. (Interpretación que se obtiene siguiendo la oculta lógica falocéntrica de la época).
La mayoría de los críticos
concuerdan en que Lazaro es víctima de una sociedad cuya religión y autoridad
son como la capa que obtiene finalmente: pura apariencia o simple performance. Parece proclamar que ha
acogido, en su largo camino, los valores de un buen alumno, pero al final cae en
una gran trampa social que lo obliga a sostener una patente mentira. La
perspectiva del autor parece ser la contraria sin necesariamente moralizar contra el “pícaro”, pues el “determinismo” social del que ha sido víctima es lo que
ha llevado a su situación de cornudo, tan indigna y penosa (si es visto con mentalidad machista, porque hoy día no hay manera de que un humano porte cuernos, a menos que esté genéticamente intervenido; el simbolismo de cornudo ya en nuestros tiempos también carece del sentido de antaño). Mas la crítica en general no lo ve exactamente así. Los
analistas tradicionales, prefieren incluso, mediante el último acto, continuar con la
burla que obtuvieran en los primeros tres actos o moralizar al respecto de la
situación del Lázaro adulto (que puede lo mismo ser víctima, que un hipócrita y
oportunista obligado a aceptar “una relación de tres” (ménage á trois). Esto podría ser muy escandaloso en la época, pero
no tanto para el lector de hoy día. Lo importante es el no moralizar respecto de la situación en que se encuentra Lázaro
pues es un signo literario, una metáfora que representa una significación social del
momento, tan dada a estas construcciones moralizantes y androcéntricas. Es
también un pretexto para representar y metaforizar la cultura de la época, pues
no tiene mucho sentido que Lázaro tenga que contestarle a un dignatario de esa
manera. Quien más bien tendría que rendir cuentas debe ser el Arcipreste, el que arregla el anómalo matrimonio de Lázaro, para su conveniencia personal.
La obra es considerada
precursora de la novela picaresca
en España y tiene por uno de los elementos estilísticos principales el “realismo” crudo e irónico en que es narrada
(y no se debe confundir este proceder estilístico con el "realismo crítico" del siglo XIX). El relato se estructura en varios capítulos muy
irregulares el uno del otro. Nos muestran la vida de Lázaro, con varios
amos, quienes lo guían por un proceso de “aprendizaje” y, pese a todo, de
sobrevivencia material y social. ¡Y estará por verse si la carta le permite
sobrepasar la faceta final de su vida!; si en verdad ha medrado y la fortuna (el
espejo que se revela mediante la Letra) está de su lado y refleja algo creíble.
Sobre todo, el pícaro debe sobrevivir ante la crítica de sus lectores, como signo
“realista” creado por un autor, porque es un personaje literario y no una
persona real (como algunos críticos ingenuos creen). En la época, sin embargo,
la obra se leía como algo realmente ocurrido (real por parecer autobiográfico)
y no ficticio. Tal parece que fue escrita por el autor, con esa intención. Se
obliga al lector, según el crítico Francisco Rico, a preguntarse por la
condición de veracidad o ficción del texto. En nuestro trabajo entendemos que se
trata de un texto creado para la diversión y también para una interpretación
simbólica de introspección y reflexión sobre un sujeto en una época
específica. No es intención del autor la de moralizar pero sí desea emplear ocultamente el pensamiento crítico. Estos eran los posibles filósofos (creadores de metáforas complejas) de la España inquisidora y represiva ya que no había manera de ejercer el abierto pensamiento disidente en la España monárquica que entregaba el criterio de ejercer la palabra a la iglesia.
Importa notablemente el
que la obra ofrezca como trasfondo una crítica a la sociedad española de su tiempo
(el siglo XVI: finales de Carlos V, y un tono “moralizador” (en el sentido de
crítica social) y dentro de un trasfondo muy pesimista respecto de la vida misma
(dependiendo de cómo se lea, porque la obra ofrece niveles “encontrados” de
interpretación). Como nos dice el Prólogo —en el cual se mezclan las voces del
autor y de Lázaro adulto—, si el texto se lee con liviandad, sobresale la
comedia, especialmente ante las situaciones chistosas del pícaro, cuando niño especialmente.
Por otra parte, de leerse la obra con hondura simbólica, se obtiene la ironía
profunda y la intención conflictivamente crítica del autor, quien depende de la
lectura que se le ofrezca al texto en su época. (“pues podrá ser que alguno que
la lea halle algo que le agrade, y a los que no ahonden tanto los deleite” (4).
La obra misma es un espejo que invita a crear el Texto que permanence en espera
de interpretación con cierta noción relativista. El escritor tiene una situación muy parecida al personaje, debe articular con sumo cuidado interpretativo. En lo escritural, este proceder
resulta muy inicialmente moderno y ya lejano de lo medieval. Pero el ojo medieval todavía vigila, controla y castiga; el escritor ha de crear discursos muy sinuosos y complejos en su creatividad para poder transmitir significaciones inadvertidas.
En 1935, decía Américo
Castro (en “Perspectivas de la novela picaresca”) que la existencia por los años en que aparece Lazarillo, en la
picaresca ofrece una reacción contra el mundo de la nobleza y eclesiástico que
se asocia con el despertar de una conciencia individual y de protesta,
estimulada por el humanismo cristianizado que prepara los ánimos de rebeldía
del “aquí estoy”. Cierto. Pero en esto es al autor, y no el personaje a quien
le interesa que se vea el "aquí estoy" del espejo de la mentira. Para Julio Rodríguez Puértolas,
“El Lazarillo presenta una agresividad general contra la sociedad que recuerda
muchos aspectos de La Celestina;
abundan las irreverencias y blafemias; el anticlericalismo es una constante; se
someten a revisión crítica y sañuda todos los valores establecidos” (Blanco
Aguinaga, 266). Sobresale, sobre todo, en
la obra un contundente “Yo” del sujeto anónino y común, en un mundo degradado y carente de valores
auténticos (algo propio de la novela como género). No obstante, todavía no se ha dado la novela propiamente hablando porque no hay un conflicto
del protagonista como actante en pugna con una clase social, como lo podría ser
la burguesía. La estructura que rige la obra es de una crítica ética y moral a
la iglesia y la aristocracia pero sin un anclaje en los valores burgueses que
no resultaban “pertinentes” en la España monárquico-señorial del siglo XVI. Es
decir: la oposición social en la España renacentista no la ofrece una clase
social burguesa sino un grupo de casi libre-pensadores, muy
disimulados, sin anclaje en una ideología de clase social. Ya el imperio se encargaría con sus censuras, de acallarlos cada vez más.
La obra no solo es una
crítica social sino que se eleva a cierto alcance de reflexión
filosófico-social en torno al modo de existencia en una cultura como la de la
España del siglo XVI, tal y como es vivida por un pícaro que supuestamente
termina su vida muy bien casado y acomodado (ha medrado) y que insiste algo
cínica y patéticamente ) en su progreso
honroso y en ser hombre de bien (interpretación que no es la de esperar del lector simplista, de la época y del actual). Su medro es social pero no lo sería tanto en
lo ético y como víctima de una cultura bastante culpable de todo lo que a él
mismo le ocurre, pues ha sido la misma cultura la que lo ha guiado y formado y
que solo le brinda los desechos, los sobrantes (cual vómitos de lo social).
Para algunos críticos la obra está escrita primordialmente con intenciones
literarias y folclóricas (M. Bataillon), y siguiendo modelos de otras obras
anteriores y no necesariamente como una metáfora de crítica social a su tiempo.
Aquí apostamos más por esta última opción y no por el conservadurismo interpretativo
del famoso crítico mencionado y los muchos que lo siguen.
En
ese sentido Lazarillo de Tormes ofrece un
discurso muy irónico y despiadado, de la sociedad imperial del siglo XVI, de la
que se muestran sus vicios y actitudes hipócritas, sobre todo las pertinentes a
los clérigos, políticos y funcionarios de la justicia en general. Se representa el bajo escenario social posterior a los reyes católicos (que fue eco de lo hipócrita,
genocida, clasista y explotador) de Carlos V, y un gobierno que heredó toda la
corrupción eclesiástica y político-social de que se ha hablado tanto. Léase,
para comenzar, los capítulos del libro de Blanco Aguinaga, Puértolas y Zavala,
donde se nos ofrece una crítica con consciencia de clase (pese a que sus criterios
ya han sido superados con una crítica deconstrucionista más actual que toma en
cuenta aspectos de subalternidad y de subjetividades espejísticas encontradas, que los marxistas no consideraban en sus tiempos). (ver también críticas de Francisco Rico y Francisco Márquez).
Hay diferentes hipótesis
sobre las influencias en Lazarillo. Se
sostiene, por lo que se infiere de la crítica inmanente del texto, que el autor
fue simpatizante de las ideas erasmistas
de la época. Erasmo de Rotterdam (1466-1536), escritor de El elogio de la locura (1511) y uno de
los iniciadores del libre pensamiento humanista y moderno. Esto, y los otros
aspectos de la crítica social y religiosa, motivaron a que la Inquisición prohibiera Lazarillo y que, más tarde, permitiera
su publicación, pero una vez expurgada. La obra no volvió a ser publicada
íntegramente hasta el siglo XIX.
En 1605, el fraile
jerónimo José de Sigüenza atribuyó la autoría del Lazarillo al también
jerónimo Fray Juan de Ortega, pero es algo muy debatido. La crítica insiste en
que por la época en que se publicó Lazarillo,
Fray Juan de Ortega era General de los Jerónimos, lo cual explicaría que el
libro apareciese sin autor. La última de las investigaciones sobre el autor del
Lazarillo de Tormes se debe a un exhaustivo
trabajo de la prestigiosa paleógrafa Mercedes Agulló, publicado en 2010 (“A
vueltas con el autor del Lazarillo”, Ed. Calambur). Atribuye la autoría a Diego Hurtado de
Mendoza. Pero la autoría sigue siendo una de las
mayores incógnitas de esta obra de la picaresca. Las atribuciones más convincentes son:
Fray Juan de Ortega (general de la orden de San Jerónimo), el poeta Diego
Hurtado de Mendoza, Sebastián de Horozco y Juan de Valdés. También existen
especulaciones con una menor credibilidad que atribuyen la autoría a Lope de
Rueda o Hernán Nuñez de Toledo. Mas el texto es analizable sin necesidad de tener en cuenta biografía alguna.
Para muchos críticos la
temática del Lazarillo de Tormes es principalmente moral: es una crítica
acerba, una denuncia al falso sentido del honor ("la negra que llaman
honra"), del necio medro y de la hipocresía en la sociedad Renacentista
tan idealizada en sus altos valores por muchos escritores de la época y por la
oficialidad de la monarquía-señorial. Pero la obra, más allá de la simple
moralidad como se podría entender superficialmente, trata de la dignidad humana
(tan discutida en la época) en el complejo y contradictorio mundo social en el
cual el sujeto se representa en la obra mediante una sombría visión del existir
que nos ofrece un autor sumamente pesimista y, sobre todo, anticlerical y
crítico de la justicia y del Estado español en general. “¡Cuántos debe de haber
en el mundo que huyen de otros porque no se veen a sí mesmos!”, dice al
principio la obra, implicando al propio Lázaro y a los lectores (mas quien
enuncia en esta parte, en realidad, no es solo el pícaro sino también, por
detrás del discurso, el autor (implícito) de la obra, que se cuela por aquí y
por allá en el texto). Es este autor
quien en verdad entiende la capacidad de un sujeto para verse a sí mismo
dependiendo las circunstancias. Habría que tener en mente que se trae entre manos el autor en cuanto a la capacidad de Lázaro (y del lector) de verse a sí mismo en lo que le ocurre a finales de la obra con el último amo.
Se nos plantea al
principio de la obra que arrimándose a los buenos "se será uno de
ellos" y se medrará dignamente (como cree la madre), y como se ve tras el modo
sugerido en los eventos risibles de la novela. Pero vemos a la larga, y
sobre todo en el capítulo VII, que para ser virtuoso se requiere fingir ser
tal, aunque no se pueda serlo. Los que dominan a ocultas el Poder no permiten
al sujeto subalterno (al individuo) colocarse en tales circunstancias de
dignidad humana. Amplia es la corrupción humana, el cinismo y el mayor el ocultamiento de tal. Y
para “superarse” (como lo pretende realizar Lázaro) se requiere aprender a
representar un papel (como se logra inicialmente con las simples vestimentas
que se cambian a unas mejores, aunque se sea falso y degradado o bueno, pero
inmerso en un mundo social que solo permite lo contrario de lo inicialmente
pregonado). Por tal razón vemos a finales de la obra cómo Lázaro enfrenta
problemas, sosteniendo el papel, el rol que dice tener: el de un hombre de bien, pero
en verdad (nos deja saber el autor impícito) se puede ver que muchos sucesos lo contradicen. También cabe advertir que Lázaro no es menos que quienes
lo acusan. Vemos constantemente en la obra cómo se le niega el pan y el vino a
Lázaro cual representante del pueblo humilde, escogido por Dios. Pero también vemos cómo
éste termina repartiendo el agua en el pueblo, y es pregonero de vinos (significantes
de bendición sagrada) en una sociedad degradada y que reparte bienes de acuerdo a intereses creados.
En ese sentido, la obra
presenta un perspectivismo problemático en que vemos un héroe que podría ser un
“otro” del que dice ser. ¿Miente Lázaro a expensas de que lo sabe, es un
cínico, un necio que miente a pesar de que insiste en no realizarlo? Ofrece a finales
en la carta un saber con amplia convicción, pese a entender que lo afirmado es
apariencia y falsedad. Tal vez una de las razones por la cuales se ve
obligado a mentir sea porque no desea abandonar lo que con tanto trabajo y
esfuerzo ha alcanzado. (¿Quién desea volver a la calle sin nada?). O tal vez porque todos, incluyendo a “vuestra
merced”, son así: actores de un falso papel que responde a la apariencia
social. En su estructura profunda, la obra alcanza de esa manera la ironía
moralizante de la modernidad crítica en su visión de lo doble y espejístico, y que nos rinde hasta hoy día (ver mi libro Modernidad, postmodernidad y…,
pág. 19-37).
La novela nos presenta la
visión de un autor (el implícito en el texto) irónicamente humanista, desencantado con la
ideología oficial del Poder de su época. Como en el caso de La Celestina, estamos ante un autor (tal vez) judeoconverso (y erasmista), con una visión del ser y del contexto que rodean al
individuo de manera muy contraria a la pregonada por la religiosidad católica y el
Imperio (tan creyente en la pureza y limpieza de todo). El autor nos presenta
en la estructura frontal la tradicional visión conservadora y conformista de un
cristiano católico de la contrarreforma, pero entrecruzada con la mentalidad
crítica e irónica del pensador del Renacimiento tardío. Juntas se contraponen y
se atraviesan una a la otra, ofreciendo a la obra una dimensión perspectivista
poco usual en la época tan consevadora y dicotómica (de un polo o de otro y no
de versiones atravezadas y adversas). Lázaro no es tan ingenuo como se pinta,
pero tampoco es simplemente inmoral como se podría creer, por otra parte. Es víctima,
pero no deja de estar ya muy comprometido con la falsedad y el embuste. A la larga la lógica argumental nos sugiere
que quien debería estar en el juzgado es el Arcipreste (había leyes contra
ellos y sus lascivias). Lazarillo parece justificarse no tanto en lo legal sino
en la honra tan defendida en la época imperial y que el autor tiene como punto
de ataque en su crítica a la sociedad en general.
Pero su visión irónica y
crítica llevó la obra a su inclusión en el Índice de libros prohibidos de la Inquisición (1659), aunque se siguió leyendo clandestinamente por su fama y escritura
realista. También la obra circuló mediante una versión expurgada de los
pasajes anticlericales y con una insistencia en la interpretación simplemente
cómica, mientras se ignoraba su crítica dura y profunda. La iglesia y la
academia han sido cómplices en esto incluso a través de los siglos hasta hoy
día en la educación básica e inicial del estudiantado. No tuvo en cuenta, hasta
hace poco, el efecto de la focalización interna, en que habla también el Lázaro
adulto, y la focalización externa en que se hace referencia sugerida y enuncia
un autor irónico. El lector ve desde adentro (voz de Lázaro) la situación
social de un sujeto en su individualidad y subjetividad muy privada, pero
también puede inferir desde afuera, en la perspectiva de la obra, la situación
adversa al pícaro. Se trata de aspectos estructurales en que no se necesita de
la erudición de la tradición, influencias, autores, historia real y oficial.
Esos son otros tipos de análisis tradicionales y por lo regular ideológicamente
reaccionarios. La representación de la vida, tanto interna como externa, de Lázaro es una alegoría del vivencia del sujeto subalterno de la sociedad española de mediados del siglo XVI y de los amos que lo acompañan.
Lazarillo fue una obra muy
traducida, leída, criticada e imitada, e influyó notablemente la literatura
española; tanto que muchos insisten en que sin la misma no se habría podido
escribir ni Don Quijote de la Mancha ni la gran cantidad de novelas
picarescas españolas que siguieron. Hasta
Lazarillo, los relatos presentaban a un héroe adulto (un caballero o un
señor refinado en la vida pastoral o un noble) sin muchos cambios o
perspectivismo conflictivo en su carácter y proceder. El héroe no cobraba
relieves a lo largo de su historia y aventuras; su personalidad no se
tranformaba en su forma de ser dialéctica, como se nos deja ver en Lazarillo. Así es si nos percatamos de
la transformación importante de la personalidad de un sujeto que nos quiere representar
los valores de la sociedad establecida (como Lázaro), pero en su otredad y
alteridad oculta la degradación del sistema de valores en que se quisiera amparar.
Esto hace al relato de Lázaro muy moderno y es en este aspecto de la
transformación discursiva en la cual estriba lo novelesco de la obra.
La división de las siete
partes es muy desigual curiosamente. Lázaro cuenta en primera persona su historia,
desde un niño de origen extremadamente humilde y de nombre irónico (para el
lector advertido). Según se dice con ironía en el prólogo que a nivel profundo
cuenta la versión disimulada del autor tras la obra. Lázaro nació en un simple
río de Salamanca (España), cuando en la literatura de la época se pregonaba a grandes
héroes, su alto nacimiento y procedencia (las nociones bíblicas en este aspecto
del niño en el río y su relación con el agua adquiren significación profunda).
Tormes es hijo de un molinero “ladrón” llamado Tomé González y luego es criado
por un padrastro negro, de quien la madre tiene otro hijo que siendo moreno se
burla ignorantemente de los suyos (no se ve a sí mismo; tal vez como el mismo
Lázaro, quien a finales de la obra no quiere ni puede articular su verdad de
cornudo). El autor aprovecha para mostrar toda la miseria del español promedio
en su nacimiento, en una sociedad tan prejuicida e injusta como la del siglo
XVI. Ni el sujeto ni la sociedad pueden sostener una cognición de sí mismos y
de lo real, franca y transparentemente, como lo quisieran ver los erasmistas de esta
época. El sujeto es sometido en la sociedad a anclajes que no le permiten otra vía que la de la degradación vivencial.
Entre "fortunas y
adversidades", Lázaro va evolucionando desde su ingenuidad inicial con el
ciego, el sacerdote y el escudero hasta desarrollar un instinto de
supervivencia y una personalidad cada vez más compleja y listo para “hazañas”
cada vez más peligrosas, según se ve en los últimos tradados. Pero a partir del
IV capítulo las reflexiones y sentencias críticas van disminuyendo y se ve más
envuelto en la corrupción social, callando y disimulando lo más posible. En
esta parte del texto, tal parece que el autor mantiene mayor distanciamiento
irónico del personaje hasta el último capítulo que se torna sumamente complejo
(además del Prólogo, por su perspectivismo). Hasta esta parte ya se ha dado el
ascenso social y el "descenso moral" del protagonista, quien al final se negará a
aceptar su verdad (y con razón de ello porque entiende que todos han medrado
valiéndose de las trampas y tretas del sistema social).
Lázaro presenta unos
antecedentes familiares marginales propios del pícaro: su padre era ladrón y su
madre sostiene relaciones “inaceptables” para la sociedad y su moralidad. Su
precaria situación social lo lleva a ganarse la vida sirviendo a diversos amos
a cambio de comida y protección. A medida que el relato avanza, Lázaro abandona
su inocencia inicial y comprende después de todo que los buenos escrúpulos
morales no dan de comer; su prioridad radicará en alcanzar una posición social
cómoda, y el engaño y disimulo serán el mejor medio que empleará para
prosperar. Por eso al final no quiere perder el territorio “avanzado” y ganado para medrar y el buen vivir. Detrás de todo, insistimos, repercute la ironía de un autor que emplea su discurso narrativo para representar un sujeto y una sociedad envueltas en situaciones adversas que los llevan a asumir conductas cuyas repercusiones son son para la creación de la mejor sociedad que proclamaba el saber renacentista y humanista.
Recapitulemos
en la diégesis o marco formal del discurso. La estructura externa de la novela gira en torno a siete “tratados” o
capítulos en los cuales Lázaro, mediante una larga carta autobiográfica, narra
sus andanzas a una persona que llama “vuestra merced” (su “narratario”, a quien
le dirige el discurso dentro del texto narrado mismo). Estos capítulos van
precedidos por un prólogo en el cual se explican las razones que han llevado a
escribir la historia en su doble complejidad. Lázaro, por su parte, es un
narrador intradiegético u homodiegético que ofrece su propia versión de lo
acontecido a él mismo. No podemos por tanto creer tanto su versión tan
subjetiva. El autor (implícto) de la totalidad de la obra ofrece las pistas para
entender con ironía al personaje y cómo éste podría representar lo adverso a lo
que él mismo comprende y explica. El
autor presenta otro punto de vista y perspectiva, pero con dismulo (y que los
vea quien pueda o quiera entender).
La
narración se realiza en verdad retrospectivamente, y he aquí otra de las dobles
perspectivas de la obra. El Lázaro ya adulto es quien cuenta al lector de la carta
(y a su Merced), cómo desde niño fue entregado por su madre a un mendigo ciego
para que sirviera de lazarillo. Con él aprende a valerse por sí mismo y a ser listo pese a las traviesas astucias que habrá de desempeñar para evitar las
hambrunas. Aquí se inicia su recorrido por el mundo del hambre, que puede
llevar a la muerte (como se infiere con ciertos signos en el tercer tratado
sobre el empobrecido y “muerto de hambre” escudero). Tras la risa se oculta el
lamento e infortunio, una gran pulsión de muerte en el sentido del
psicoanálisis moderno. Tal vez por eso Lázaro a finales se hace un poco el desentendido, para no regresar a la calle, al hambre, al desalojo total y a la muerte (como, inferimos, le ocurrió al escudero). En este sentido, estamos frente a una obra que bien puede responder a los reclamos y lenguajes (horizontes de expectativas) existencialistas de la primera mitad del siglo XX.
La crítica
también es notable cuando nos percatamos de que su padre fue perseguido por la
justicia porque escondía algunas porciones de trigo y de ésta manera tenía que
pagar menos impuestos, y acabó siendo mulero de un caballero y murió como
leal criado. A su madre le dieron el centenario (cien azotes). Tiene entonces
que ocuparse de ser cocinera y lavandera. Un ciego pasa por el mesón y ella le
ofrece su hijo, ante las limitaciones alimentarias. La carencia y “la falta”
perseguirán a Lazarillo hasta que a finales pretenden expulsarlo del alcanzado
espacio de “ganancia” (de lo pleno, los sacos llenos, aunque sea mediante el
robo, ¿por qué no, si todos, hasta el Imperio y la iglesia, roban?).
La lectura
simbólica es continua, aunque más “simple” a principios de la obra. Cuando
Lázaro inicia su viaje, el ciego lo lleva a colocar el oído en un toro de piedra,
para oír un supuesto ruido. Pero el ciego lo golpea contra el toro como señal de
iniciación a la vida dura y a su capacidad de dominio pese a la ceguera. Aquí el toro pude ser
interpretado como un símbolo fálico, un signo de la entrada de Lázaro al golpe
patriarcal de la vida y el existir brutalmente consciente, sobre todo para el
que vive en la calle, despojado de todo, con nada, “ciego” por la existencia,
pero con los oídos muy pegados a la rudeza del vivir (entrada en el Complejo e Edipo freudiano o el Orden Simbólico lancaniano, en el psicoanálisis). Ese es el sujeto que
tendría que sobrevivir en la corrupta sociedad clerical y estatal de la España del
siglo XVI (la de Carlos V en adelante), ciega y sorda ante el sufrimiento del pueblo
súbdito, subalterno, pese a esos gobiernos que promulgaban todo lo contrario. No se posee aun consciencia del posicionamiento del sujeto no en la comunidad, no en la nación ni el Estado. Muchos menos en el territorio de dignidad correspondiente a una entidad, un ser humano.
Muchas veces en la lectura se le puede prestar distraída atención a las
partes más cómicas y de menor profundidad crítica. Como cuando se dice: “el ciego introduce
la nariz dentro de la boca de Lázaro, le produce náuseas a éste, de forma que
vomita toda la longaniza en toda la nariz del ciego”. Incluso este aspecto
tan cómico podría tener una lectura de lo patético y repugnante de devolver los
desperdicios internos al “otro” subalterno alimentado de su repulsiva mismidad
(el ciego). El miserable ha de extraer de sí las filfas y devolvérselas al más desgraciado
aún. Esos desechos deben ser vistos como lo peor del ser humano en su arrojo
grosero al mundo social de una supuesta sociedad de dignidad y justicia que no
se cumple como tal. De la belleza clásica renacentista a este miserable cuadro
del pícaro, hay un largo trecho. Se trata de lo que se reconoce en el arte, como el
Manierismo. También en ello el autor nos muestra el lado más miserable de la "realidad" española de mediados del Imperio en el siglo XVI. De una sociedad ideal y celestial que pregona mucho de la literatura idealista de la época pasamos a una visión de representación escatológica. Esta sociedad parece haber olvidado que su cristianismo comenzó en las catacumbas.
Finalmente
Lázaro, cansado de las injusticias del ciego le devuelve el golpe de la piedra
en un acto también altamente simbólico (le arroja el sonoro vómito una vez más). En
una ocasión de lluvia debe ayudar al ciego y le indica por dónde pasar, pero es
justo enfrente de un poste. El ciego es invitado a saltar con todo su ímpetu y
choca contra el obstáculo y obtiene irónicamente el mismo golpe que al
principio le propinara a Lázaro. A lo que el pícaro le dice: “¿Cómo, y oliste
la longaniza y no el poste?” (45). Todo esto bajo una lluvia que parece liberar al pícaro de toda culpa y sufrimiento. A partir de esta acción, el anti-héroe está listo
para una nueva etapa menos ingenua en el mundo en que vive. Ya su madurez lo
lleva a saber que el más ciego puede ser el mayor vidente (que retiene incluso
lo más intestinal y egoísta en el seno de lo social). ¿Y cómo no aplica a finales de la carta esta mirada y arrojo a
sí mismo? O realmente lo ejerce, pero el autor lo mantiene sumamente oculto en
la madeja discursiva, y es esta la manera de decir una “verdad” en la hipócrita
España imperial, contradictoria e injusta en su religiosidad. El autor, por su
parte, también lanza al lector “un vómito”, una significación de desperdicio
social, pero es posible que éste no se percate de ello. Se trataría de la ignorancia del lector, quien estaría tragándose el vómito del autor o del discurso que le merece una época como la suya, que tal vez siga siendo parecida a la de Lázaro.
Este primer tratado resulta
importante para entender la obra en su vastedad de significaciones. Antona es
una mujer amancebada con un negro, Zaide, quien le da a Lázaro un hermanastro
mulato, que como señalamos tiene como “virtud’ el no reconocer su realidad
racial, tal vez como España no reconoce la suya. Sabemos que muchos críticos
plantean irónicamente que la Europa blanca termina en los Pirineos. La
capacidad del verse a sí mismo se convierte entonces en uno de los motivos de
la estructura crítica y profunda, pues se trata de la aptitud del lector para
verse espejísticamente en la obra misma, como reflejo de la sociedad y el
reconocerse en el espacio de su nacimiento. No se trata del ideal río
espejístico del héroe Amadís de Gaula, quien no ve su otredad y tampoco la ven sus
lectores renacentistas y neoplatónicos. Lázaro
de Tormes es más bien una obra Manierista que demuestra el lado negativo de
la sociedad, como los cuadros de ese movimiento que suelen enseñar algún
aspecto abyecto (sucio, de desecho, de muerte; como una fruta del paraíso
dañada en la parte más diminuta y disimulada). Estamos en este aspecto ante la España que no se reconoce como africana.
Lázaro pasa luego al servicio de un
clérigo incluso más avaro y perverso, con quien padece hambre a nivel de casi
morir enflaquecido. “Escapé del trueno y di en el relámpago”, dice (47). Todo se
traduce en conseguir algo de pan de un arca que el clérigo posee (cerrada con
unas llaves, como si fueran las de San Pedro ante las puestas del cielo). Como está ante un ser extremadamente avariento, Lázaro
aprovecha la visita de un calderero, y obtiene copia de la llave del arcón
en la cual su amo guarda los alimentos. El clérigo se da cuenta de cómo mengua su
bodega, por lo que Lázaro finge que son ratones y, más adelante, una culebra, que
asaltan el almacén. El clérigo tapa los agujeros y grietas, pero cada noche el
ingenioso muchacho deshace los remiendos. En un bajo lugar esconde
el alimento que le niega a Lázaro, como los ricos del imperio les niegan el pan
a los pobres, algo de lo que se ha dilucidado simbólicamente en el tratado
anterior (la negación del pan y el vino a los humildes, quienes a la larga entrarán
en el reino de los cielos, según el cristianismo). Las connotaciones religiosas
se imponen e indican tal vez la identidad eclesiástica y reformista del autor
(a los eramistas se les acusaba de seguidores del protestantismo luterano).
Tras varios episodios de
pugna y la astucia de obtener y de negar el pan, Lázaro se apodera de una
copia de la llave para tomar el alimento que le es negado, y la aculta en su
boca mientras duerme. En una ocasion el clérigo confunde el silbido proveniente
de la boca del pícaro con el de una serpiente. Si bien cree que es el silbido de una
culebra, el clérigo descubre el engaño de Lázaro, le propina una tremenda
paliza y lo tira a la calle, luego de que los apiadados vecinos lo curan de sus
heridas (todo debe ser leído connotativamente como una amplia crítica al clero,
la iglesia y al Poder que niega el “pan” como simbolismo del mal practicado
cristianismo). Las relaciones pedófilas de algunos clérigos son connotadas (en el relato) mediante el juego en el dormir y la búsqueda de la culebra (el falo). La
expulsión, el vómito (de la llave, de la culebra, de la protección de la falta
y la prohibición) siguen tendiendo relevancia para la interpretación de la obra. Se trata de una escultura que deja los sobrantes que no ofrecen dignidad y bienestar a los sujetos sociales.
Luego Lázaro se arrima a un triste y pobre escudero, arruinado y orgulloso, quien encuentra
en la calle. Queda impresionado por su hidalguía (que como se verá es
mera apariencia). Una vez más estamos ante la problemática espejística del
no-ver. La gran defensa del hidalgo es el honor y la dignidad de clase (aristocrática),
mientras en verdad se ha empobrecido hasta no tener ni para alimentarse.
Irónicamente después de un tiempo Lázaro se ve precisado a mantener al
hambriento y pobre hidalgo con el poco alimento que consigue en la calle (la
parte más profunda y humana del texto). El escudero, por su parte, pertenece a
la categoría más baja de la nobleza campesina que ya ha perdido casi todo en un
imperio donde este tipo de sujeto medieval ya no importa. Para el gobierno de
Carlos V, la nobleza campesina ya pierde su carácter militar y territorial.
Pero el orgullo de clase del escudero lo lleva a sentirse como un noble a quien
a nadie debe nada, solo a Dios y al rey en el sentido medieval.
Resulta
irónico el ascenso de Lázaro al servicio de un “noble” y representa un gran
proceso de aprendizaje el de establecer contacto con un sujeto tan mítico y
cargado de significaciones profundas. El escudero ofrece una situación moral
análoga a la de Lázaro al final de la obra, al tener que defender su honra o estar
en peligro de desaparecer ante el poderío social, y de padecer el hambre
conducente a la muerte (como el escudero). En ese sentido hay una gran carga tanásica, de pulsión
de muerte —en Lázaro y el escudero— en una sociedad tan dada a la violencia
consigo misma y su “otredad” y la Falta. Esto último se entiende como la ausencia de algo no tanto físico sino altamente simbólico. En la sociedad no se pueden poseer las condiciones dignas del Ser que la misma promete pero en el fondo no contiene.
Vemos cómo
Lázaro termina mendigando por las casas, pidiendo de comer, lo que les dieran
las mujeres de la Tripería. Una vez más se revela el aspecto de alimentarse con
los desperdicios (vómitos) de la sociedad, con el sobrante, lo escatológico.
Pero por el lado contrario Lázaro sostiene profundas conversaciones con el
escudero sobre reflexiones de la vida, por lo que debemos ver que se trata de
la parte de mayor reflexión, de concepciones de dignidad y justicia, a pesar de
que es un hidalgo empobrecido sin nada material que ofrecer al pícaro. Aquí la
lectura nos obliga a viajar a través varios sentidos de reconocimiento de la
complejidad de los procederes humanos, sus destinos y maneras de comunicar su
propio acontecer. Es lo que le ocurre con mayor contundencia a Lázaro a finales
de su trayectoria y es lo que le proporciona a la obra un nuevo perfil de
representación en la historia literaria. Se trata de una parte del texto que
nos lleva a ver cómo el sujeto narra y justifica su propia existencia; a advertir cómo una sociedad ocultamente degradada le reclama al sujeto más abyecto y subalterno que justifique su miserable existencia. El colmo del colmo! Tanto la iglesia como el Estado reclamaban tal justificación a un pueblo destinado a la miseria y es esto precisamente lo que podría identificar parte de la mirada de un judío ante su propio pueblo español que lo rechazaba. Tal vez esa sea también la justificación del miserable existir que la iglesia católica le demanda al súbdito más desprovisto y nada bienaventurado. Mientras tanto, ese otro hambriento espera la bendición de los poderosos y de la gente de "bien".
En una
ocasión el hidalgo consigue algo de dinero y envía a Lázaro a realizar unas
compras. En el camino se encuentra con un entierro en el cual llevan un cadáver
la “casa lobrega y oscura” (la casa del escudero es como símil de la tumba y la
muerte). Es el lugar donde nunca se come y de la casa vacía y oscura. El pícaro
confunde entonces los dos significantes con la residencia de su amo: el no
comer que lleva a la tumba y la muerte (el vómito del existir, lo escatológico).
Vemos que éste signo (hambre=muerte) a la larga es el gran actante (actor) que
persigue a Lázaro y contra el cual tiene, desde un principio, que luchar. Tal
parece que la sociedad solo le ofrece desperdicios que a la larga tiene que
devolver (como el discurso final de defender su dignidad, que resulta más en un
despojo que en otra cosa). Pero a finales de la obra oculta su situación, pues
no desea regresar al hambre, lo que podría significar su desaparición y muerte
(como el escudero). La obra ya cobra significaciones casi filosóficas que trascienden las explicaciones personales en lo social
Luego de
este evento humorístico y a la vez profundamente simbólico de la obra, la casa
del escudero es embargada por las autoridades y éste desaparece. Lázaro queda
solo y abandonado cuando se había ya acostumbrado a tener la responsabilidad de
suplirle humilde alimento (desperdicios) a su hambriento y orgulloso amo. Los
papeles se invierten con un escudero que representa un antiguo sistema de
regimiento social ya en decadencia y con otros conceptos de honradez, orgullo y
justicia (muy idealistas y clasistas) y que Lázaro asimila y aprende. Los mismos
estarán en peligro de deshacérsele ante lo ocurrido más adelante y que se relata
en el último tratado. La obra, en esta parte del escudero, obtiene su mayor
capacidad espejística al invertir los papeles sociales con ironía. El sujeto oficial (el escudero) depende de las miserias del otro subalterno.
Hasta esta parte del libro, son los primeros tres amos quienes
influyen en la formación inicial del personaje, y con ellos conoce la crueldad
de la vida y la hipocresía de la sociedad y algo de nuevos conceptos de
dignidad y apariencias, con el escudero. El suceso de este último, sin embargo,
lleva la narración a tomar un giro significativo en cuanto el sirviente se las
arregla para sostener a su amo, con las implicaciones ideológicas y éticas que
ello conlleva. Se trata como si el texto (el sujeto; Lazarillo y Lázaro)
cobrara mayor consciencia de sí mismo y obtuviese mayor capacidad para
observarse en su “otredad”. De aquí en adelante la narración no será la misma y
es esta madurez la que incluso se cuela en los dos primeros capítulos que en
ocasiones presentan el discurso de un Lázaro adulto capaz de reflexionar.
“¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se veen a sí
mesmos!” (Rico: 18).
Lázaro estuvo
sirviendo a un hidalgo arruinado cuyo único tesoro son sus remembranzas de
hidalguía y de dignidad, inmerso en un mundo cambiante y que ha descartado su
presencia, a menos que se entienda como una reminiscencia fantasmática que
merodea por la ciudad y que no perturba a nadie. Lazarillo empatiza con él, ya
que aunque el escudero no tiene nada que ofrecerle, pero al menos lo trata con
dignidad y ternura patriarcal. El patético y fantasmático ser termina por
abandonar la ciudad y Lazarillo se encuentra de nuevo solo en el mundo del
arrojo y el abandono. Es el mismo mundo en el cual se prodría ver a finales del
relato si lo despojan de todo lo ganado. Por eso se las juega en su necio
mentir (total ya parece acostumbrado a los vómitos del inducidos al “otro”).
Más adelante, en el cuarto
tratado, Lázaro servirá a un sospechoso mercenario, tan amante del mundo que en
sus andanzas apenas se detiene en su convento y lo lleva reventar los zapatos
(alusión a las reformas monásticas por entonces de moda, en el sentido de
"descalzar" o hacer más rigurosos los estatutos del clero regular). Se trata de unos zapatos (desechos y desperdicios humanos
una vez más) que cubren la apariencia de ser tan pobre, aunque solo le duran
unos pocos días. Lázaro se cansa de seguir
su trote continuo y abandona este amo, por eso y “por otras cosas que no dijo”.
Este tratado, aunque es el más breve de toda la obra, contiene una dura crítica
hacía la corrupción de los eclesiásticos en lo que al voto de castidad se
refiere. Lázaro dice del fraile de la Merced que era “amicísimo de negocios
seglares y visitar, tanto, que pienso que rompía él más zapatos que todo el
convento”. Se hace referencia a “negocios seglares” (es decir, negocios que no
eran de índole religiosa) y “visitar”; es a que, o bien el fraile tenía
aventuras con mujeres del lugar, o bien visitaba a prostitutas. Puesto que
ninguna las dos conductas son aceptables en un fraile, con este personaje el
autor realiza una de sus más duras y directas críticas al clero. Incide en este
aspecto otro de los comentarios de Lázaro sobre el fraile: “Gran enemigo del
coro y de comer en el convento, perdido por andar fuera”; con lo cual parece
querer decir que el fraile no gustaba mucho de las labores espirituales, pero si
adoptaba las más terrenales (se infiere el relacionarse con mujeres).
Inferimos además que gracias a este fraile,
Lázaro alcanza su despertar sexual e inicio en prácticas eróticas. Este hecho
se enfrenta totalmente con la visión de la Iglesia sobre la abstinencia del
sexo y la sexualidad en los adolescentes, por lo tanto que sea un fraile el
artífice de esta conducta no deja de expresar la crítica del autor como duro
reproche a la inmoralidad e hipocresía del clero. No olvidemos que la obra
connota el haber sido escrita por un judío converso y erasmista, tal vez de
visión muy adversa a la contradictoria práctica católica.
El buldero, amo en el próximo
tratado, es un funcionario vendedor de bulas, documentos con el sello del Papa,
que concedían privilegios o dispensaban de alguna obligación religiosa. El
negocio de las bulas daba lugar a numerosos fraudes y protestas del pueblo y
resultaba parte de todo un complejo y tramado negocio de los desechos sociales.
El buldero, según el protagonista, es “el más desenvuelto y desvergonzado que
jamás yo vi ni ver espero ni pienso que nadie vio”. No obstante, Lázaro posee
ya un peculiar modo de expresar, ha aprendido a disimular y quedarse al margen
sin ocasionar problemas. Después de pasar unas cuantas penurias, se marcha y
deja este problemático amo, pues sabe lo que es una provocación del vómito
social a un “otro” como él.
El buldero y el alguacil simularon
una disputa referida a la autenticidad de las bulas, y el alguacil, en tratas
con el buldero, se lanza al suelo y queda, luego de haberlo acusado, como
mentiroso e injurioso para asombro de todos. Se trata de una de las partes que
somete a prueba la capaciad que tiene un sujeto para mentir y actuar, algo que
está en juego ya en la significación del metatexto (el texto que se ve a sí
mismo) y que estamos leyendo en su totalidad. Vemos por dentro, en su mecanismo
de fabiración misma, el procedimiento de crear una representación para el
engaño, que en gran medida es el gran teatro de la mentira social (vómito) que
muestra la obra, la cual se niega en el fondo a ser como un texto parecido a
las bulas (“vómitos”) papales.
Sigue la parte de un maestro de
pintar panderos y un capellán, capítulo casi tan esquemático como el cuarto. Se
nos dice que Lázaro sirvió a dos amos, y que con el segundo, el aguador, estuvo
cuatro años. Con los ahorros, compra una espada y ropa de “hombre de bien”. Ya
ha pasado de la adolescencia y es un adulto. Las experiencias alcanzadas le
permiten llevar a cabo la actuación, el performance
que debe sostener en esa sociedad que exige un tipo de acomodo en las
actuaciones y roles sociales del desperdicio y la miseria. No se hace
significativa referencia narrativa (mimética) a la evolución del personaje en
cuanto conocedor del engaño e hipocresías burdas. En estas partes, el texto no
parece tan interesado en ello y da la impresión de que no fueron terminadas al
momento de decidirse el autor a publicar la obra.
El segundo amo en este tratado le asigna a
Lázaro un trabajo, del cual le da treinta maravedíes todos los días, y le
permite retener lo que ganara los sábados y todo lo que obtiene entre semana (más
de treinta maravedíes). Debido a estas ganancias al cabo de cuatro años Lázaro
ahorra suficiente como para comprarse ropa “de hombre de bien”, como él lo
llama, y para dejar ese amo. Finalmente llega a ser pregonero de vinos, como
señal en el texto de que se apodera de este significante que en un principio le
fuera negado (el agua y el vino son signos de comunión con la divinidad, pero
en el mundo de Lázaro son señales de la negación
social). El río que fue a principios de la obra parte del imaginario materno se
convierte en un signo reificado (comercializado) como lo es en verdad el vino
(que pierde su capacidad de bendición comunal). Ya habíamos visto en la parte
inicial del ciego que Lázaro era ungido con vino junto a los vómitos y golpes que
le limpiaban los demás.
Tal parece que por fin Lázaro había ganado
la independencia necesaria para realizar lo que quisiera. Consigue el
cargo de pregonero gracias al Arcipreste de la iglesia toledana de San
Salvador, quien además le ofrece una casa y la oportunidad de casarse con una
de sus criadas. Pero lo realiza con la finalidad de disipar los rumores que se
ciernen sobre él, ya que era acusado de mantener una relación con su criada. Se
trata una vez más de signos de desechos y desperdicios sociales que esta vez le
lanza la sociedad a Lázaro con posibles fines catastróficos para él.
Sin embargo, tras la boda los rumores no
desaparecen y Lázaro comienza a ser objeto de la burla del pueblo. Al parecer sufre
en el fondo la infidelidad con resignación, después de toda una vida de ver
cómo el engaño y la hipocresía son las conductas que encubren la dignidad humana.
Al menos su actitud le permite sobrevivir; y así termina la carta: con un
cínico alegato de auto defensa que justifica de manera sinuosa su proceder.
Lázaro afirma que ha alcanzado la felicidad, pero para ello ha debido perder su
honra, ante los constantes rumores de quienes afirman que su mujer es la amante
del Arcipreste. Para mantener su posición, Lázaro prefiere hacerse de oídos
sordos. Y en el centro de todo está la mujer cual significante social que carga
el sentido primordial a tal andro-sociedad: la prueba de la honra; precisamente
de lo cual carece. Hay así una gran ansiedad de retención de lo que no se puede
obtener más allá del desperdicio y o el desecho social. En verdad es en esta
ocasión Lázaro quien recibe el despojo social, y debe retenerlo. No obstante, alcanza a su entender lo que considera la “cumbre de toda buena
fortuna”.
Con
esta obra se inaugura en España, y en toda Europa, la novela realista en su
sentido más iniciático del mundo moderno. Éste se percibe específicamente en el
tratamiento de cada uno de los elementos de la narración: en la acción, en los
personajes, en el tiempo y en los espacios y el modo mimético que se les
confiere. Sobre todo, se evade en esta novela el modo de recepción idealista o
preciosista del Renacimiento. Sería más bien una obra de estilo Manierista, y
de ahí su interés en aspectos del desperdicio y la penumbra social. La novela,
en ese sentido, no evade la problemática social y representa los conflictos crudos de su época, situándose en la historia con relativa precisión y ambientación
de lugares reconocibles. Por último, adopta un lenguaje espontáneo, alejado de
la expresión artificiosa e idealista de la poesía de su tiempo. La amarga realidad resulta
muy bien manejada mediante la prosa narrativa que se reconoce a sí misma de
manera irónica, y con consciencia del desecho y tachadura de las expectativas
convencionales de una sociedad neciamente idealista en su visión imperialista (“que en este grosero
estilo escribo”, Rico: 8-9).
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