Debates culturales de España
Luis Felipe Díaz, Ph.D.
Universidad de Puerto Rico
Recinto de Río Piedras
(Ensayo todavía en construcción)
España bajo el complejo de que no contaba con la "pureza de sangre" de los países europeos situados más allá de los Pirineos, quiso castrarse a sí misma, abjurar del pasado anterior a los Católicos Reyes, vestirse de limpio e ilustrarse como si fuera nación nacida en el siglo XVII. Fue incapaz de admitir su otredad, de revestirse con ropajes de múltiples culturas. El nacional catolicismo suponía la intolerancia y la miseria cultural y espiritual. Se iniciaba con Isabel y Fernando y concluía con Franco y Millán Astray. Quien no aceptara sus horrendos postulados sería declarado hereje, condenado, silenciado. —Contra esta visión nacionalista, inquisitorial se ha alzado Juan Goytisolo.
Juan Goytisolo. República de las Letras, No. 103, julio-agosto 2007: 23.
En “Debates culturales de España” exploramos las diversas consideraciones intelectuales sobre la manera de entender la
identidad nacional y cultural española a través de los siglos, y a manera de gran
síntesis. El inicio del debate suele registrarse con el llamado Regeneracionismo de finales del siglo XIX que se incrementa luego mediante los dramáticos reclamos de la Generación
del 98 y sus inquietudes respecto de la nación (imperial). Veían su República en caída y decadencia, invadidas sus últimas colonias (Cuba y Puerto Rico) en 1898 por los estadounidenses. Será una reacción que también seguirá la Generación del 27 de manera más contra-culturalista y que
coincidirá con las inquietudes vanguardistas. Pero más adelante todo el proceso y debate sería dramáticamente detenido por el general Francisco Franco (1892-1975) y
su intervención militar y dictatorial, a partir de 1936. El asesinato del poeta y dramaturgo Federico García Lorca es el
gran evento representativo de la bestial y autodestructiva violencia que trajo el régimen fascista de Franco (y que Picasso deja ver tan bien en su cuadro, Guernica).
España era una nación con una burguesía que
para fines del siglo XIX apenas comenzaba a ingresar en la Revolución Industrial (1870) con un andamiaje ya muy propio de un Estado con una burguesía fortalecida y con las ideas liberales del siglo XIX. Pero esta burguesía liberal no poseía aún la capacidad para enfrentarse debidamente al antiguo régimen imperial y superar los anclajes creados por este poder desde los fines del siglo XIV mismo. Pero muchos de los criterios y reclamos de la
Generación del 98, si se toman al pie de la letra, pueden considerarse exageradamente alarmantes, y defensores de una "España eterna", parte del imaginario que viene desde los Reyes Católicos y la "baja edad media". Algunos analistas hoy día se preguntan, ¿cómo entender la reacción ideológica de estos intelectuales del 98 (su queja) ante una España desde
hace tiempo opacada y retrasada ante los progresos liberales y humanísticos como se daban (por lo general) en el
resto del mundo auropeo desde el siglo XVI? ¿Como entenderla también en una España que a principios del siglo XX había alcanzado un adelanto económico y social como nunca antes, independientemente de haber perdido la guerra hispanoamericana? También podemos considerar, para salir un poco de la óptica hispanófila que nos impone el debate, lo siguiente. Muchos de los pensadores y
políticos de principios del siglo XX, se asombraron ante la agresión estadounidense, mediante la llamada Guerra Hispanoamericana de 1898, y se alarmaron ante el lento avance político-social español para esa época. Pero no habrían de
considerar (de tomar en cuenta) el sentir y la perspectiva de los habitantes de
las colonias (Cuba, Puerto Rico) finalmente “liberadas” por un
naciente imperio (EUA). Era una preocupación bastante traumática y narcisista, el malestar de una España tal vez mordiendo su propia cola, sin así reconocerlo. Muchos regeneracionistas y noventayochistas se quejaban no con preocupación liberal (propias de lo que era de esperarse de su momento histórico) sino con actitud tan imperialista como la del Antiguo Régimen que tanto despreciaban. He ahí una de las razones de por qué algunos de los importantes miembros de la generación del 98 son tan nostálgicos con la antigua Castilla y a la larga protegen la ideal e imaginaria España imperial.
Pero había otras invasiones imperiales anteriores
depositadas en el imaginario colectivo y nacional español y que repercutían en
lo advertido y debatido por los pensadores y artistas de fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Los historiadores y analistas en general se retrotraen a la Edad Media. Los musulmanes habían invadido en el año 711 (fecha oficial que no abarca la complejidad de la invasión) el territorio de la Hispania visigodo-romana, y ello dio lugar a un constante enfrentamiento de estos dos grupos, que perduró hasta el siglo XV. La penetración islámica fue un proceso lento y no una invasión como se propone corrientemente. Pero los Reyes Católicos Fernando e Isabel terminaron expulsando finalmente los últimos moros de Granada en 1492 y a los judíos especialmente. Pensaban que en nombre del cristianismo y lo que consideraban el Estado español, sin tomar en cuenta el sentir hispano-árabe o hispano-hebreo, estaban cumpliendo con su papel ("destino manifiesto") de recuperar lo que consideraban su territorio y patria única. Para esa época también se apoderarían de lo que los europeos llamaron luego América. A partir de entonces se quiso ignorar que lo oriental era parte consustancial del simbólico-imaginario español (hasta hoy día), y que lo que se dio en América fue genocidio, una agresión inmisericorde contra la otredad indígena, especialmente en el Caribe (donde no vemos indios hoy día a pesar de que para 1492 eran los únicos pobladores de las islas).
Caber tener varios procesos temporales (diacrónicos) en mente, tal y como los suele presentar la academia:
I. Romanización de la Hispania (la antigua Iberia antes de la caída del imperio romano en el siglo IV).
II. La sociedad hispanorromana (hasta la caída del imperio romano).
III. La Hispania germánica. Hispania visigoda. (desde mediados del siglo III hasta el principios del siglo VIII). Los llamados bárbaros que invaden la Península.
IV. Invasión árabe de en el siglo octavo y surgimiento y desarrollo del Al-Ándalus (711?-1492). Esto, conjuntamente a la población judía y sus problemas de minoría socio-cultural frente a los romanos-godos y ante los árabes.
V. Alta y baja edad media (siglo III-XIV) y la reconquista (siglo XI). Pre-Renacimiento (siglos XIII-XIV).
VI. Renacimiento, Manierismo, Barroco (siglos XV-XVII). La modernidad contra-reformista
VII. Neoclasicismo, Despotismo Ilustrado (siglo XVIII).
VIII. Romanticismo, Realismo, Naturalismo (siglo XIX). Desarrollo de la burguesía
IX. Restauracionismo, Generación del 98, Novecentismo, Generación del 27 (Vanguardismo). Primeras tres décadas del siglo XX.
X. Guerra Civil (1936-39) y gobierno dictatorial (Tremendismo de los años 40 y 50).
Los
hispano-romanizados y su nobleza bárbara, tras la invasión árabe, se refugiaron, para el siglo VIII, en la región norteña asturiana y la parte
medio sur se mantuvo con gran concentración islámica. Cuando los musulmanes
conquistaron hacia el norte solo huyeron algunos cristianos (surgen de ellos
los llamados “mozárabes” o hispanoárabes). Y luego, cuando los cristianos
norteños asumieron la Reconquista hacia el territorio sureño, desde el siglo XI (el Al-Ándalus), una parte de los invadidos esta vez adoptan las creencias de los
cristianos, llamados, “moriscos”. No es de pasar por alto las
importantes comunidades judías que se habían instalado en la península antes
del 711 y que convivieron con la población islámica y cristiana. Muchos de
ellos por ser comerciantes, letrados, juristas, constructores, artistas, fueron influyentes en altas
esferas de decisiones y por eso alimentaban aún más el ser despreciados por el pueblo llano. No está demás mencionar que eran considerados como los "despreciables" judíos que habían vendido a Cristo. No poseían territorio y estuvieron a la merced de musulmanes y cristianos de acuerdo a quién estuviera en poder. Fueron expulsados de España en 1492, de no convertirse al cristianismo. Lo cual varios sí realizaron a medias (los llamados "conversos"), para luego pasar por las consecuencias funestas que les impusiera la Inquisición. Fue uno de los grandes genocidios que iniciaron la Modernidad no sólo en España sino en Europa en general. A ello se debe sumar el rapto de los africanos y el genocidio con los indios de América. Muchas de estas pulsiones de eliminar (real y simbólicamente) al otro-diferente han sido asimiladas por los españoles actuales mismos y por los americanos.
Muy singular en todo este debate ha sido el filólogo Américo Castro
(1885-1972), en un primer libro titulado España
en su historia (ampliado luego en La
realidad histórica de España, 1954). No nos expone lo de la penetración musulmana en la península como lo acostumbrado, pero debemos verlo en su contexto. Ve a España como el resultado de un
clima cultural y espiritual que fue tomando forma mayormente después de la
invasión de 711 y su consecuente proceso de reconquista del siglo XI. Para Castro era una falsedad creer que lo propiamente español se iniciaría fundamentalmente en la época romana y visigoda (como creían muchos seguidores de Claudio Sánchez
Albornoz). Consideraba que la Hispania era una parte romanizada, una provincia imperial que aún no había formado una lengua y una cultura propiamente hispanas. Cree que la constitución discursiva hispánica se cristaliza al iniciarse la reconquista y una vez se
comienza a entender lo español como negación de lo árabe o judío. Tras la invasión
musulmana y sus efectos culturales fue formándose en los territorios cristianos
una consciencia propia de una comunidad con nuevas circunstancias ideomáticas e
históricas (gallegos, leoneses, castellanos, aragoneses, catalanes). La palabra
“español” provino del sur de Francia en el siglo XIII y antes el nombre que los
identificaba era el de “cristianos”. Cuando el castellano comenzó a escribirse, los reinos cristianos no tenían un nombre laico que los abarcara a todos,
eran solo cristianos, según De Castro. Las emergentes pugnas cristiano-islámico-judaicas llevaron a los "re-conquistadores" a dar importancia a las creencias y al dogma religioso, frente a la razón y el
sentido de heterogeneidad social-cultural que definía en verdad a la Península para esa época. El Poder de coherencia institucional y de empeño imperial de los cristianos-visigodos les daría supremacía territorial y despliegue simbólico-cultural sobre el resto de las etnias. Mas ello no niega, si seguimos a Castro, el que la composición socio-cultural tuviese un carácter tridimencionalmente étnico. No se debe ver el proceso histórico-social hispánico con una mirada única que nos ha impuesto el etnocentrismo monárquico-señorial y cristiano a lo largo de los siglos.
Para Castro los creyentes
de lo contrario (en general, reaccionarios monárquicos y ultracatólicos) no
consideraban la “morada vital” en la península donde interactuaron tres castas.
Considera a los musulmanes y judíos los sujetos históricos importantes en el
diseño del ser inicial de España. Hoy día muchos entienden que todo el proceso
(incluyendo el debate mismo) es parte de la identidad del español, así como no se debe descartar el
pasado romano-peninsular y bárbaro como periodo (luego de la caída del imperio
romano) muy relevante para entender las bases de la cultura hispánica. Américo Castro interpreta los
hechos históricos principalmente a base de lo lingüístico-filológico. Ubica lo propiamente español en
los siglos posteriores a la conquista musulmana (siglo XI), con el surgimiento
de las lenguas romances nuevas (lo cual se denota en el Cantar de Mío Cid como obra paradigmática del sentimiento de
dominio fundamentado en el rey y su trascendencia hispano-visigoda). Varios siglos antes del Cantar de Mio Cid (1206) habían surgido unos versos llamados "jarchas", siendo parte de las "moaxajas" árabes, que estaban transcritas en dialecto romance a finales de poemas clásicos (como estribillos). Hoy día se ven los orígenes de la literatura hispánica en estas jarchas, gracias al descubrimiento del filólogo Samuel M. Stern (en 1948).
Pero hubo fuertes disidentes de las ideas americocastristas. Según Claudio Sánchez
Albornoz (1883-1984), el primer español en sentido estricto fue un tal Marcial, quien pensó y escribió (en tiempos de Roma) como luego lo realizarían muchos españoles. Un
aragonés llamado Prudencio y un portugués, Osorio, experimentaron también bajo
el imperio romano el orgullo de la hispanidad (según nos dice en España, un enigma histórico (1957). En los
años que van desde la conquista realizada por Roma hasta la presencia
musulmana (711), se forma una comunidad histórica peninsular que resulta embrión de
la España moderna. De ahí surge lo que él llama, en contestación a Castro, la "contextura vital". La lengua latina —entiende—ofrecería los principios impulsores y unificaría lo que luego sería el pueblo español, especialmente a partir de las cruzadas. Insiste en que cabe preguntarse cómo los moros pudieron imponerse a unos tantos millones de personas que vivían ya en esa "contextura vital" en el sur de la península. Sostiene que hasta mediados del siglo IX los cordobeses, por ejemplo, no aceptaban las modas orientales y muy pocos hablaban la lengua árabe. Fueron, a su entender, más bien los invasores quienes adoptaron las formas de vivir de los nativos peninsulares, de dónde surgen los dialectos romances. Los invasores se encontraban adaptándose a la cohesión que ofrecía lo mahometano, pues en el siglo ocho apenas se cumplía el siglo de la muerte de Mahoma (632). No dejan de ser válidos para varios historiadores muchos argumentos de Sánchez Albornoz, pero entienden que no fue atinada la valoración que hiciera del pensamiento de Castro. Les resulta muy evidente su sentir pro-franquista y pensamiento conservador. Para el posterior historiador, Antonio Maravall (Estudios
de historia del pensamiento español, 1983) el momento de la invasión islámica se da en un
proceso histórico-social en que el conglomerado racial hispano-romano-visigodo
va estableciendo una unificación política jurídica y cultural que luego se
sostiene a partir de la invasión del 711.
Este criterio concurre más con Américo Castro, quien habría de ver el proceso de manera
tridimensional (según los criterios que se podían vislumbrar en su época). En el proceder
histórico, desde la Edad Media, el español no se bastó a sí mismo sino que se
fue constituyendo en su identidad (en su imaginario y simbólico culturales) con
una consciencia ya islamizada y judaizante. Sobre todo el español se llamaba a
sí mismo como tal porque su rival era musulmán. Fuera de los poderes oficiales y
dominantes en la Edad Media, dirigidos por la monarquía
y la nobleza, el español se constituía a sí mismo compenetrándose con los quehaceres
cotidianos, del diario existir, con los modos del “otro” hispanoárabe. Los
judíos, por su parte, principalmente de los siglos X al XIII, colaboraron y buscaron protección en las clases altas de los
cristianos, con lo que llegaron incluso a mezclarse en las más poderosas jerarquías. Luego, en los
siglos XV y XVI éstos, como cristianos nuevos, colaboraron en las
actividades científicas, técnicas y literarias, a medida que el imperio, que
les sería finalmente adverso y contrario, se iba afianzando en su dominio
político-social castizo. Según Castro, los cristianos castizos fueron mirando la tarea
intelectual como propia de los judíos, y por lo tanto “nefanda”, pese a ser de
inimitable e insuperable calidad.
Para pensadores más contemporáneos, como Manon Larochelle, en el califato de Córdoba (929-1031), por ejemplo, se compartieron las ideas y los saberes entre las diversas comunidades culturales, incluyendo a los judíos. El Islam ha sido reconocido por muchos estudiosos por haber ejercido al principio la tolerancia y valorado la convivencia. Sí se efectuó un multiculturalismo entre moros y cristianos. A inicios de la conquista los moros buscaron más bien la expansión del territorio y es con la llegada de los almorávides y los almohades, en el siglo XI, que la convivencia comenzó a verse obstruida por severas pugnas. Considera, siguiendo a Castro, que fue con la Hispania musulmana que nació la identidad española. Si aceptamos (con escepticismo) la fecha de 711, la población de la península no era aún homogénea y los no-moros ya poseían elementos culturales para convertirse en una unidad nacional.
También según Francisco Abad, estudioso ya más cercano a
nuestros tiempos (1987), al darse la instalación definitiva de la autoridad
visigoda medieval en el ámbito peninsular, puede hablarse ya de una comunidad política
autónomamente organizada en el suelo hispano, y por eso propone comenzar la historia de España, propiamente dicha, en ese momento visigodo. Lo histórico
español no existe desde siempre, sino que puede ya legítimamente datarse desde
la constitución de un dominio independiente en el suelo peninsular con la
monarquía goda; esa comunidad política que luego madurará en el transcurso del
tiempo transformándose y rehaciéndose en la comunidad o entidad histórica a la
que se llama España (Literatura e
historia de la mentalidades (Madrid: Cátedra, 1987: 40-41). Abad considera,
siguiendo a Antonio Maravall (en El
concepto de España en la Edad Media), que al momento de la invasión
islámica el conglomerado racial hispano-romano-visigodo ya había alcanzado una
unificación política, pre-estatal, jurídica y cultural y eso es lo que les permitiría mantener su unidad en el norte de la Península.
Pero un aspecto importante que no se debe dejar
como mero paréntesis de la Edad Media es la situación judía. La persecución
a este pueblo se tornaría alarmante para 1391; muchos se mantuvieron en la
fe y fueron expulsados luego en 1492 por los reyes católicos, y otros se
convirtieron a la ortodoxia (aunque fuera mediante el disimulo). En el siglo XVI,
la institución de la Inquisición cristiana asumió la práctica legal de persecución religiosa, con sus desastrosas consecuencias para el pueblo en
general. Se revivieron las ideas de “limpieza de sangre” que tenían muchos españoles castizos (desde la edad Media misma) y bien podemos decir que grupos
conservadores del estado español se convirtieron en los primeros propulsores
del holocausto en Europa (mucho se podría hablar de lo ocurrido en Francia también). Aspectos que abonaron al desprecio de los hispano-judíos por parte de otros grupos
hispanos fueron: sus cargos políticos de importancia, su elite proselitista e
intelectual (culta), su manejo de las riquezas, mantenerse apartados de otros grupos en la Península y el ser
objeto de los prejuicios de los católicos, llamados “cristianos viejos”, que
los consideraban oportunistas apegados a la monarquía (Abad 78). Los judíos también fungían como actantes muy impulsores del capitalismo (que la nobleza española no sabía ejercer apropiadamente). (En realidad, la reina Isabel no sabía que con la entrega de su perlas a Colón, para emprender su viaje a las Indias, estaba fungiendo de empresaria capitalista). El 31 de marzo
de 1492 una Proclama ordenó la expulsión de los judíos si no se doblegaban a la conversión. Era
una forma extrema de totalitarismo del Estado Renacentista, que los reyes católicos
asumieron obedeciendo el desprecio popular por este grupo étnico y por el
antisemitismo de la nobleza y el pueblo que se veía como parte de la herencia visigoda. En este sentido,
no es atinada la idea de considerar la convergencia llanamente estable de sociedades
tripartitas de religiones distintas en la baja Edad Media. La documentación
señala que los judíos, los musulmanes y los cristianos constituían micro-sociedades
atadas a un rey de dominancia hispano-visigodo-cristiana (cabeza de un reinado
que no aceptaba la legalidad de núcleos minúsculos en la cultura peninsular y que persistían profundas diferencias y riñas),
(Luis Suárez Fernández, Judíos españoles
en la Edad Media, Madrid, 1980) (Abad 78-79).
En el siglo XX toda esta
perspectiva estaba en la base del debate especialmente entre republicanos
liberales de izquierda y conservadores católicos y fascistas (dicotomizando un
poco —para iniciar la contienda— esta cuestión tan compleja). Las pugnas de
diversos grupos traería la tragedia posterior que implosionaría en los años
treinta del siglo XX y que culminaría con la conquista obtenida por el conservador y
fascista Francisco Franco en 1936. 1868 es la fecha de la revolución burguesa,
1873 y 1874 las fechas de la primera república y su fracaso (la Restauración),
1898 la de la pérdida de las colonias, 1923, la dictadura de primo
Rivera, 1931 la segunda república y 1936-1939 los años de la Guerra Civil y la
triunfante dictadura de Franco, la cual duraría hasta los años 70 del pasado siglo.
En los años 40 del siglo XX, desde el extranjero, Américo Castro echaría fuego al debate (con su anti-franquismo) y su insistencia en dar seminal importancia al elemento mahometano-judío, algo tan ignorado (y negado) por la derecha española cuyos íconos eran el Cid medieval y la reina Isabel renacentista. Muchos de los españoles republicanos que emigraron a América desde los años treinta fueron defensores, como era de esperarse, de la ideas radicales republicanas. La novela Nada (premio Nadal de 1944) de Carmen Laforet recoge mucho de la mentalidad de desarraigo personal y colectivo que implosionó inmediatamente luego de la entrada y conquista de Franco.
Frente lo dicho anteriormente, habría que tener en mente el que varios teóricos
consideran que la forma política de “Estado”, propia y jurídicamente hablando,
comienza a surgir con los criterios liberales modernos de inicios del siglo XIX
y con el Estado de Derecho de la época contemporánea que no ve la monarquía
medieval ni el antiguo régimen como una comunidad de Estado. En ese sentido no
sería hasta las Cortes de Cádiz en 1812 que se consolida un órgano plenamente
parlamentario y un Derecho político moderno. (Alías Díaz, Estado, derecho y sociedad democrática (Madrid, 1981); Jesús Linde
Abadía, “Depuración histórica del concepto de estado”, en M. J. Peláez, Edit., El estado español en su dimensión histórica
(Barcelona, 1984).
El Antiguo Régimen, del siglo XVI al XVIII, encontraría, para principios del liberalismo que trae el siglo XIX, la crisis y transición de las aristocracias, los cambios de las monarquías absolutas, el debilitamiento del clero, la transformación de la mentalidad medieval de las sociedades estamentales. Emergen los estados nacionales, la consolidación de la burguesía, las constituciones modernas, la mentalidad democrática y populista (desde la consciencia burguesa romántica), la esfera pública de las comunicaciones, especialmente el periodismo. Francia y los Estados Unidos estarían a la cabeza de estos cambios de las constituyentes modernas y España, tras Franco, comenzaría a re-encontrase como un Estado distinto (con una relativa prosperidad que se montaría para fines del siglo XX).
Estamos ante un proceso
muy complejo y extraño en el caso de España. Mucho más cuando ciertos economistas sociales entienden que, si
bien para 1930 España no era una sociedad capitalista con las bases avanzadas necesarias, como algunos
otros países europeos, habrá de iniciar, sin embargo, desde 1870, un proceso empresarial válidamente
desarrollado en sectores como la banca, la minería, la electricidad, la
construcción naval, los ferrocarriles, la agricultura (había crecido una clase
media desde la Revolución industrial regeneracionista, nunca antes vista). La
dinámica actividad cultural que más adelante llevaría a cabo la Generación del 27
(la Edad de Plata) implica la presencia de una intelligentsia vanguardista muy avanzada y da fe de la existencia de
una sociedad con unas elites muy educadas y una sociedad en dinámico desarrollo. El Vanguardismo mismo como movimiento requiere de sujetos muy avanzados en sus conceptos del avant-garde que tienden a entenderse dentro del avance de la prosperidad citadina y europeizante. Esto nos indica cierta ceguera y equívocos historiográficos en estos aspectos
(Juliá 48-49) cuando se insiste tanto en el atraso y decadencia de España para inicios del siglo XX. Así,
el pesimismo y muchos de los severos argumentos de los integrantes de la
Generación del 98 (los de Miguel de Unamuno, por ejemplo) carecen de
fundamentos sólidos al advertirse que lo que estaba ocurriendo en el contexto
económico y social era de un significativo adelanto y progreso material que no justifica tanto pesimismo en cuanto al llamado atraso de España. Mucha de este adelanto se debe a la tregua liberal que se dio en los entre siglos. El pensamiento de principios del siglo XX en Europa en general pregona una gran incertidumbre, pero esto ocurre mayormente en el campo filosófico y no en lo económico-social. Todo este aspecto, similarmente, debe ser visto dentro de una Europa próspera, con grandes y poderosos instrumentales bélicos (nunca vistos antes en la historia) que llevaron, sin explicaciones historiológicas claras, a la primera guerra mundial de mediados de la década del 10. Habría que considerar que estos pensadores del 98 y el 27 no eran sociólogos ni historiadores sino artistas y filólogos. No es de pasar por alto, sin embargo, la admirable capacidad interdisciplinaria de Américo Castro (y la ecuanimidad de Ortega y Gasset, y de algunos otros).
No obstante, el progreso
alcanzado en la España en cuestión, no resultaba suficiente para crear una mentalidad de sólida democracia
político-social (y sus instrumentales inter-comunicativos y estatales) que
pudieran enfrentar al ejército, la nobleza, la asustada alta burguesía y la amedrentada iglesia católica (que se impresionaban sobre todo con el avance de los comunistas y sindicalistas ateos). El triunfo de los franquistas, apoyados por estos últimos
grupos, así lo indica. La infraestructura del País desde los años 70 del siglo XIX había
cambiado favorablemente, mas no así el sistema político debatido por liberales
y conservadores, minado de viejos prejuicios y desprecios sociales irracionales. Sobre todo, el
ejercito, el catolicismo conservador, la alta burguesía y la nobleza no aguantaban el
empuje populista y exigencias democráticas de los republicanos y liberales de las primeras tres décadas del siglo XX. Cabe preguntarse si era evitable el golpe militar de 1936 y que la monarquía evolucionara a la manera británica (una monarquía "democrática") y si el republicanismo podría seguir un gobierno de un parlamento con mayor capacidad para enfrentar el conservadurismo (como el rumbo que habían tomado los franceses), (Juliá, 129-130). El golpe militar de primo de Rivera vino a ser en 1923 un Leviatán estrangulador del Estado mismo en momentos en que se daba apenas una débil transición a la democracia y la interacción entre tantos grupos dispares de las clases medias, los campesinos y los obreros. Mucho más cuando esta dictadura se identificó plenamente con el fascismo italiano.
Mas cabe volver al proceso característico
de la España desde inicios de su modernidad renacentista para entender un poco mejor estos aspectos. Los móviles que trajeron los
iniciales problemas medulares, desde el siglo XVI, bien se pueden resumir:
primeramente como el estancamiento agrario y comercial, el fracaso del inicial
industrialismo, la intolerancia religiosa y la Inquisición con su dogmatismo,
la debilidad de la burguesía y ausencia de una clase media significativa, la
ineficiencia intrigante del Estado monárquico, sus fuertes estamentos y sus
crudas instituciones del Antiguo Régimen. Ha de tenerse en cuenta que la
mentalidad (el fantasma) medieval estaba por encima de cualquier proceso
moderno de cambio junto al poder que se aseguró la iglesia católica con la contra-reforma. Son aspectos inter-relacionados que tendrían mucho que ver en la problemática
inicial de la cultura española, que se extendería por siglos, y de lo que se
aprovechan los franquistas. Un gran sector de la población poseía un imaginario socio-cultural de pánico ante las fuerzas liberales que llevaban hacia la izquierda política (especialmente se le temía a la amenaza del comunismo).
También el liberalismo que se daría durante el siglo XIX
representaba para los franquistas lo más nefasto que había traído a principios
del siglo XX tanta confusión. Franco alardeaba de un nacionalismo
patriota que nada tenía que ver con el liberalismo del siglo XIX (que él
hubiese querido borrar de la historia), pues ese siglo fue para él “la negación del
espíritu español, la inconsecuencia de nuestra fe, la denegación de nuestra
unidad, la desaparición de nuestro imperio…” (Juliá 206). Su modelo de Estado
era el de los reyes católicos, el imperio castizo que negaba toda hibridez y
crítica socio-cultural que traían las complejas prácticas y pugnas de otros grupos étnicos e ideológicos.
Si pensamos en ese siglo XIX que tanto rechazaban los franquistas, habría que destacar que en 1835 bajo el reinado de Isabel II se fundó el Ateneo de Madrid y en él se daban las cátedras más magistrales de la época que proclamaban pensamientos ilustrados y románticos. Para contrarrestar el predominio doctrinario que siempre se ejercía en España se creó en 1843 una cátedra de filosofía en la Universidad Central, y fue nombrado Julián Sanz del Río (1814-1869), para ejercer estudios en Alemania. Allí se pondría en contracto con el pensamiento de Karl Kristian Friedrich Krause (1781-1832), cuyo saber atraería a los españoles y crearía un pensamiento liberal (racionalista) que duraría hasta la llegada del propio Franco. En 1876 se crearía la Institución Libre de Enseñanza con Giner de los Ríos (1839-1915) a la cabeza, donde se enseñaban ideales reformistas de la modernización y democratización del País (por ella pasaron los más importantes pensadores de fines del siglo XIX y principios del XX, como Miguel de Unamuno y Leopoldo Alas, con sus ideas krausopositivistas). Las bases del pensamiento liberal (propiamente de librecambismo capitalista) comienza por aquí al romper con el poderoso paradigma monárquico que, formado desde la Edad Media, se había impuesto desde los monarcas renacentistas.
Se ha estado de acuerdo generalmente que hubo decadencia en los
siglos XVI, XVII y XVIII. Y siguiendo los criterios modernos del lado liberal del
debate, cabe mencionar a las Cortes de Cádiz de 1812 y el pensamiento
republicano que comenzaría a adquirir complejidad a mediados del siglo XIX. El
pueblo y los liberales se habían enfrentado, y lograrían expulsar, al imperio
napoleónico en 1808. Los franceses napoleónicos tenían aliados en la monarquía española y emplearon el territorio español para invadir a Portugal. Esto crea una confusión en el pueblo y algunos intelectuales y artistas; se habrán también de rechazar los ideales liberales por los que se había luchado en la Francia moderna y menos caníbal.
Antonio Alcalá Galiano, José Joaquín Mora y José María
Blanco-White desde Inglaterra, donde se mantenían desterrados, comenzaron a
propagar las ideas verdaderamente liberales de la España moderna (fundamentadas en las ideas del Romanticismo). Crearían en
Cádiz una de las constituciones más avanzadas de Europa en 1812, pero se las
verían muy mal seguidamente con Fernando VII (1814) y un periodo absolutista y la
expulsión y emigración de varios liberales hacia Inglaterra. Surge un trienio
liberal de 1820 a 1823, para culminar una vez más con la represión en la
“ominosa década” (1823-1833). Pero el proceso liberal en 1823 continuaría con
personas como Francisco Martínez de la Rosa (1787-1862) y llevaría más adelante a José Mariano de Larra (1809-1837), en
1833, a decir: “Libertad en literatura, como en las artes, como en la
industria, como en el comercio, como en la consciencia. He aquí la divisa de la
época”. Ya para esta época se dejaban escuchar las voces de una España liberal que daría un giro a la historia de esa nación en la segunda mitad del siglo XIX. Se comienza a hablar de un adelanto y progreso que solo podría traer el capitalismo, la burguesía, el proletariado y el campesinado organizados. Otro importante liberal y poeta José de Espronceda (1808-1842), arremetió contra el Neoclasicismo y las ideología atrasadas. Una constitución similar a la de Cádiz se implantó en 1812 en Portugal y en Gracia (en 1825).
Pero en el resto de la Europa de las primeras tres décadas del siglo XIX las cosas tampoco fueron de simple avance liberal. Tras la devastadora era napoleónica (1799-1815) se dio en Francia la Restauración de 1811-15, en que se buscó un equilibrio de poder estableciéndose un sistema institucional de alianzas y Congresos y hubo intentos serios de retroceso al absolutismo. Fueron muchos los problemas internos de los estados europeos para nacionalizarse liberalmente más allá de los poderes religiosos. Europa entera seguía siendo dominada principalmente por los aristócratas, continuaba siendo agraria, y preindustrial. En la misma Inglaterra la "revolución industrial" fue un proceso lento y tormentoso. Vocablos como "clase trabajadora", clases medias, burguesía, huelga, no aparecerían significativamente en la "esfera pública" hasta finales de la primera mitad del siglo XIX. Pero fueron mejorando los salarios y horarios, los derechos de asociación, los precios alimenticios y de vivienda eran cada vez más accesibles, se ampliaron las extensiones del sufragio, y surgieron los sindicatos. El capitalismo y su liberalismo comenzaban a pavimentar el terreno para el enriquecimiento de pocos y la explotación del pueblo trabajador. Marx y Engels presentaron el Manifiesto comunista en 1848. Ya para mediados del siglo XIX el camino estaba más despejado en casi toda Europa para el liberalismo que no acababa de cimentarse en España. A pesar de todo, tarde en el siglo XIX se le daría por fin paso a los derechos políticos y civiles, al parlamentarismo, al sistema representativo y el gobierno de gabinete, el "libre" despliegue de fuerzas económicas capitalistas. Pero algo parecía faltar para que hubiesen unas bases sólidas de interacción democrática en la sociedad.
Durante las décadas del ‘30 al ’60, la
burguesía y sus ideas liberales y constitucionalistas obtienen cierto despliegue y avance en España. Después del 1868 (de la Revolución) la nación lograría desafiar el poderío del Antiguo Régimen e iniciar
por fin una revolución burguesa. Se daría el momento cumbre de la caída la
monarquía y el triunfo de la, aún débil, burguesía nacional. Se establece la
Primera República en 1873, la cual no tendría tanto éxito (por varias razones)
por lo que la burguesía liberal tendría que aceptar compartir el poder con los
monárquicos, la nobleza y los altos poderes. Esto se expresa mediante lo que se conoce como La
Restauración (1874), cuando Alfonso XII es traído a Madrid. El sistema impuesto por el conservador Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897), en 1876, estaba basado en dos partidos políticos —uno conservador y otro liberal— que se turnaban el gobierno mediante un pacto alcanzado por las elites dominantes y que excluía a todos los demás grupos. El parlamento, fabricado por un sistema de fraude electoral, no logró darle participación a sectores amplios en el debate democrático y todo culminaría en la dictadura de Primo Rivera en 1923. Este golpe sería el que destruiría mucho de la monarquía constitucional que había creado Cánovas en 1876 y causó "la ruptura decisiva en la historia moderna de España", según Raymond Carr (97). Dos novelas, una de fines del siglo XIX y otra de casi mediados del XX, nos dan cuentas de estos procesos y sus intrincadas ideologías que reflejan en parte el imaginario colectivo español, La regenta (1885) de Clarín y Nada (1944) de Cermen Laforet.
Para la década del ‘70 del siglo XIX toma gran impulso la
revolución industrial y España comienza a modernizarse. Ante las dificultades
continuas en el afincamiento de una sociedad liberal y democrática, algunos
intelectuales inconformes de la época restauradora (como Leopoldo Alas, Benito
Pérez Galdós), considerarían que la decadencia la encerraban los españoles en el
“tuétano” mismo de su ser (metáfora prejuiciada que no explica bien el asunto).
Hubo para esta época del Realismo y el Positivismo un desaliento y una desesperanza, tras el fracaso
democrático y la pérdida de las ideas románticas que se habían dado desde
principios de siglo XIX, en Cádiz. Al parecer los cambios eran más económicos y ventajosos para las establecidas clases dominantes, que para una sociedad liberal, con una significativa clase media y obreros organizados y con esperanzas de prosperidad amplia. El avance material de la modernidad era más visible que el de las ideas progresistas y el de una sociedad con bases democráticas.
Muchos institucionalistas dejaron de creer en
la capacidad del pueblo para entender lo que era libertad y en la manera en que
los políticos manejaban la administración del Estado (casi siempre de difícil
encuentro de consenso). En ciertos sectores se creyó que era necesaria una
educación masiva que enseñara a amar "la cultura de la patria", que abogara por
el progreso y la libertad (como se creía en la Institución Libre Enseñanza
(1876), donde tuvo la España de la Restauración liberal sus primeros
abanderados). Pero se iban haciendo cada vez más evidentes las pugnas entre los
nacionalistas conservadores y los republicanos liberales (junto a otros
grupos), para el último tercio del siglo XIX y luego de manera más ruidosa para las decidas del 20 y el 30 en el siglo XX.
El régimen liberal iniciado a principios del
siglo XIX verá en ese tiempo, más arriba señalado, cómo madurará una alta burguesía aliada a la
nobleza y la iglesia, que se dejan amedrentar por las demostraciones liberales
y radicales del pueblo trabajador (“El pueblo les da miedo”) apoyados por los
sindicatos y sus intelligentsias. Se
comienza a endosar decisiones militantemente contra-revolucionarias y hasta
antiliberales en un contexto de desarrollo industrial necesitado de
liberalidades. Curioso resulta que la dialéctica, de este proceso
socio-histórico, como contradicción, vaya dando margen a un régimen fascista
como el que se verá triunfar en 1921 y luego en 1936.
Hay toda una serie de textos de historia que dan cuenta de este largo proceso. En el 1781 había surgido Historia crítica de España y de la cultura española (con edición en español de 1783-1805, del expulsado jesuita español Juan Francisco de Masdeu). Se concibe el adelanto de la nación española, con datos científicos de poca solidez (Fox 36) así como el ingenio de los españoles para la literatura y la industria. Siguiendo la idea alemana de los románticos se ve al pueblo como parte fundamental del alma nacional aunque todavía la historiografía sigue dándole capital importancia al desarrollo de la literatura. Se considera hoy día que este es uno solo de los muchos elementos a tomar en consideración.
Un modelo historiográfico sería el libro del francés Françoise Piere Guillaume Guizot, Historie General de la Civilisation en France (1830) donde se concebía además de las disciplinas tradicionales las leyes, la moral y la sociedad. Estamos acercándonos ya al Positivismo y su sociologismo extraído de las ideas de Darwin (con sus criterios de objetividad y ciencia empírica). Texto importante precursor de estas metodologías del historiar es Historia general de España desde los tiempos primitivos hasta nuestros días (30 tomos, entre 1850 y 1867) de Modesto Lafuente (de mentalidad liberal que empleaba archivos y fuentes primarias y prescindía de los comunes prejuicios de las dos Españas). En 1854, Antonio Cánovas del Castillo publica Historia de la decadencia de España desde el advenimiento de Felipe III al trono hasta la muerte de Carlos II (aumentada en 1868 y modificada en 1888). Cánovas fue catedrático, Jefe del Partido Conservador, uno de los arquitectos de la Restauración y presidente del gobierno a partir de 1875. Consideraba la unificación de España por parte de los reyes católicos como un mito, y reprochaba el que no hubieran unificado al País, por medio del derecho común y Cartas Nacionales de una Carta Magna) y que no lograran canalizar el porder de la nobleza. También se publicó en 1878 Estudios sobre el engrandecimiento y la decadencia de Espana, por el krausista Manuel Pedregal y Cañedo. Consideraba que el despotismo, el fanatismo religioso y la intolerancia de los Hasburgo habían destruido el sentido del ser individual y colectivo, intelectual y moral del españoles, y no fue hasta la Guerra de la Independencia que el pueblo recuperó el sentido de su identidad colectiva (Fox, 43). Historia de España y de la civilización española (4 tomos, 1899-1906) de historiografía krausista, castellanófila, estudia la historia externa, la organización social, las costumbres, y la cultura en general, y la importancia de Castilla tras la reconquista. Reconoce la sublevación de las comunas en Castilla (1520), episodio clave en la historiografía liberal. Ve el menosprecio de la agricultura en la Castilla del siglo XVI. "Los comuneros de Castilla —escribe Gumersindo de Azcárate en su Minuta de Testamento (1876)— eran los héroes paradigmáticos de una España que pudo ser y que fue ahogada por el despotismo austriaco" (Fox, 53).
Por otra parte, el Naturalismo y el Positivismo
de orígenes darwinianos y cientificistas de mediados y finales del siglo XIX iban alterando mucho de la visión de mundo ultraconservadora de mantalidad católica
(incluyendo la de los liberales mismos). Estos movimientos les fueron en general
favorables a las ideas modernas y científicas, de puertas abiertas al
capitalismo y a las constituyentes laicas y que tanto los letrados y las clases
medias deseaban. En el campo de las perspectivas culturales, especialmente
mediante el periodismo y la literatura, la cultura, en cuanto semiofera pública,
habría de cambiar abriéndose al mercado capitalista y a las ideas burguesas. La
cultura española ingresaba en una esfera pública que la acercaba más al resto
de Europa no sólo en el sentido económico y político sino en la idiosincracia
liberal y en las ideas de lo cultural y los movimientos vanguardistas artísticos.
Luego, escritores de principios del siglo XX, como Antonio Machado, Ramón María del
Vale Inclán, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, solo se entienden en
ese contexto de las vanguardias que se manifiestan en el campo del pensamiento y
la literatura, mediante lo aportado artísticamente por la Generación del 98 y la Generación del 27.
El marxismo y las ideas socialistas (de la
última mitad del siglo XIX) serían en general importantes en la fortaleza que
adquiriría el pensamiento radical con que se enfrentaría al imaginario
conservador de la España proveniente de la época barroca cuya ideología medular perduraba (incluso
en varias concepciones profundas dentro de la misma Generación del 98). Pero
antes que ver a España dentro de una concepción marxista o realmente
sociológica, la desesperación llevaba a muchos intelectuales a ver un “pueblo
rezagado de más de tres centurias, indigente, anémico, ineducado, escaso de
iniciativa, pérdida de la brújula, una raza de eunucos, un material” (Manuel
Azaña, ‘¡Todavía el 98!”, Madrid, 1975, Vol I, p. 81).
Varios intelectuales
actuales se preguntan por qué se pensaba de esa manera tan drástica cuando el contexto económico social y
cultural acusaba avances importantes ya desde los años de inicios de la
Revolución Industrial de fines del siglo XIX. El despliegue y solidez de la
novela (género burgués por excelencia) de fines del siglo XIX (Clarín, Pérez
Galdós, Pardo Bazán) ofrecen amplia señal del empuje del liberalismo burgués
y sus ideas modernas de adelanto y progreso (sobre todo de reconocimiento y tolerancia ante el
“otro”, la adversidad cultural conducente a la lucha y el conflicto). Estas novelas aluden a un contexto de una sociedad industrial y burguesa en pleno proceso y en la creación de un sujeto moderno y una cultura citadina de gran complejidad en el sentido de reflexión del imaginario cultural. El debate político que se rendía en ese contexto era también propio de una naciente e incipiente democracia, donde se articulaba y expresaba una burguesía y un proletariado, junto al antiguo régimen. Pero dentro de este contexto de progreso económico y de dinámicas ideas culturales, los políticos y dirigentes del Estado cada vez podían llegar menos a acuerdos definitivos o de significativa estabilidad. Se hablaba, para la época de la Restauración, del "libre turno" o "turno pacífico", es decir, los políticos e ideólogos se las arreglaban para ocupar el gobierno sin llevar a cabo cambios favorables para el desarrollo democrático. No se había alcanzado el acuerdo en cuanto una seria constituyente democrática. Esta falta de un anclaje de base firmemente interiorizada en la conciencia cultural aportaría un gran desvarío en e incertidumbre en la cultura (como se ve en el periodismo y la literatura).
Ya se mostraba amplia expresión, finalmente,
después de la primera mitad del siglo XIX, del despliegue definitivo del
capitalismo que, como se indicó antes, no había tenido afortunado desarrollo desde el Renacimiento debido
a las políticas antimodernas de la España católica y monárquica de los siglo
XVI a principios del siglo XIX. Eran políticas que no permitieron el crecimiento de una burguesía que
respondiese a los intereses de una modernidad liberal, ya manifiesta en Europa
desde el Renacimiento mismo. Desde el siglo xvi España seguió siendo más mercantilista que dinámicamente capitalista. No salen a flote los individuos que pudieran ser ampliamente ricos ni el desarrollo notable de una clase media y una clase trabajadora en ascenso. Este desarrollo tendría en Europa aún mayor despliegue desde el pensamiento
ilustrado y racionalista del siglo XVIII y el Romanticismo que en lugares como Inglaterra y Alemania se daría desde fines del siglo XVIII. No obstante, habría que señalar que lugares como la Universidad de Salamanca fueron centros de algunas ideas enciclopedistas y racionalistas. Figuras centrales de la Ilustración española fueron P. Benito Feijoo (1676-1764), José Cadalso (1741-1782) y Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1810). Pero muchos de estos intelectuales y creadores del siglo XVIII tuvieron que enfrentarse tímidamente a un gobierno autoritario respaldado por toda una tradición e infraestructura de fundamentos reaccionarios. Todavía en una obra neoclásica como El sí de las niñas (estrenada en 1806), de Leandro Fernández Moratín (1760-1828) encontramos que las ideas progresistas de la educación dependen de la autoridad del padre simbólico y no de intromisiones (dialécticas) del "otro", de que es diferente y termina aportando nuevas ideas, aunque sea mediante su muerte. Se concibe que es un padre racional quien puede solucionar los problemas de la familia y la cultura y no necesariamente la complejidad ideológica del Estado y el liderato nacional.
El paradigma de amplios debates e
interpretaciones se expresa en lo político e ideológico de manera patente ya desde
el último cuarto del siglo XIX, en el moderno periodismo del País. En 1876 el
realista y a la vez romántico Juan Valera (1824-1905), por ejemplo,
consideraría que “la singular anomalía de que habiéndose hallado al despuntar
el siglo XVI a la cabeza de la naciones civilizadas […] surgiera de aquella
época el punto de partida de nuestra decadencia”. Para Valera España
acogió el papel de defensora, puntal de la edad moderna mediante su empuje
protagónico en la Guerra de los Treinta Años, la rebelión de los países bajos y
las contiendas con Francia. Pero este liderato también debilitaría a España,
sobre todo, al emplear recursos que no poseía y al ahogar su fortaleza interior y
gastar (desperdiciar) sus riqueza nacionales. En Carlos V se le presenta el
origen mismo del debilitamiento y la decadencia, primeramente en lo intelectual,
al dejar a España marginada material e intelectualmente ante la revolución científica, por destinar tantos
recursos a las guerras y no haber dado impulso a las instituciones necesarias
para el progresismo histórico (“De la perversión moral de España en nuestros
días”, Obras Completas, Madrid, 1958,
citado de Santos Juliá p. 32). Se trata de una de las interpretaciones del origen (renacentista y de los Siglos de Oro) de la problemática española que prevalecen hasta hoy día. Si el continuador de Carlos V, Felipe II, no hubiese dedicado tantos recursos económicos a mantener las guerras para sostener el imperio, España y sus colonias hubiesen sido más prósperas, el capital hubiese tenido fluido interno en la nación y en las colonias, y otra hubiese sido la dinámica económico-social que no llevara a la decadencia que se produjo (ver MacLennan, 61-620. El estado se dedicó mucho a defender las riquezas y no tanto a desplegarlas en su sentido capitalista,
El debate sobre la crisis de España inmiscuyó
profundamente a los intelectuales y especialmente a los literatos desde los iniciales tiempos modernos. La crítica había
comenzado de una manera irónica y solapada en el Renacimiento (con La Celestina, 1499) Lazarillo de Tormes, 1654),
Quijote, 1605 y 1615). Pero el debate
se expresaba en ese entonces de manera subterránea dada la represión de las
instituciones de la monarquía y la iglesia. La vida es sueño (1635) de Calderón de la Barca es un buen ejemplo de lo conservadora que se mantenía la España de mediados del siglo XVII y la crítica literaria posterior a esta obra (hasta finales del siglo XX) valida esa ideología nobiliaria de la que no se ha separado el imaginario cultural asistido por una academia anacrónica. El dudar del contexto concreto y real y proponer como alternativa más segura y firme un imaginario trascendente, con que medie la ambigüedad, es señal del no haberse ajustado al menos al perspectivismo relativista que proponía la modernidad neoclásica y romántica y que habrá de dominar el cientificismo del siglo XX. De ahí que no haya cabida para las ideas materialistas del darwinismo y muchos menos de lo nietzscheano y lo freudiano de la última mitad del siglo XIX. Si emerge una burguesía y nobleza que se enriquecen mediante la nueva industrialización, pero sin crear las condiciones para el desarrollo y despliegue de una burguesía republicana y dinámica (la misma que será suprimida finalmente por el alto militar, Franco, luego en 1936), El héroe ejemplar del imaginario del dominio fascista y oligárquico lo crea Miguel de Unamuno ya para principios de década del 30, alguien que con su duda siembra la certeza equívoca y dependiente del añejo sentimiento religioso (nada trágico): don Manuel bueno, mártir. La heroicidad de este falso profeta contrasta con la poética de la generación vanguardista del 27.
Como se ha señalado, no se tornaría tan agresivo y alarmista
el debate hasta la Generación del 98 y la Generación del 27 (el Vanguardismo). Sobre
todo, la disputa se intensificaría a raíz del suceso de la Guerra Hispanoamericana (en
1898). El debate sobre la preexistencia de un carácter nacional o identidad del
ethos español se incrementaría cada vez más a partir
de esa época y de ahí el pensamiento americocastrista. (En la atención prestada
a este debate se debe tener presente que la noción de Ser es un concepto moderno
(cartesiano) y no resulta visto hoy día como una esencia sino como una
construcción del imaginario cultural). El nacionalismo de derecha se definió para principios del siglo XX en Europa como una alternativa al liberalismo (el que se vemos muy bien en las artes) y se impuso desde las esferas del alto poder de Estado (y la religión cristiana) como una ideología antidemocrática y defensora de la tradición y el canon. Sobre todo, el golpe de estado de Primo de Rivera, en 1923, "al destruir la monarquía constitucional creada por Cánovas en 1876, es lo que constituye en verdad "la ruptura decisiva de la historia de España". Liquidó cincuenta años de liberalismo y constitucionalidad (Santos Juliá 131).
También se discute principalmente a principios del
siglo XX por qué razón se torna problemático alcanzar un acuerdo sobre la
identidad nacional frente de otras naciones con mayor desarrollo y éxito
económico cultural y también por los factores intrínsecos de la historia de
España que crearon un ethos nacional tan sinuosamente peculiar. Se reconoce cómo la cultura francesa, alemana o inglesa alcanzaron
una mayor modernidad, y se plantea cómo, desde el Renacimiento (siendo España
paradójicamente el Estado de mayor alcance moderno en el siglo XV), no se
crearon las condiciones de un futuro desarrollo nacional y capitalista que
mantuviera la continuidad del imperio (como ocurrió en esas otras naciones) hacia nociones del dinámico librecambio del capital que condujeran a las ideas liberales y más adelante a la democracia con sólidos fundamentos.
Las mismas condiciones monárquicas, institucionales, religiosas, jurídicas de
España en los siglos XV y XVI sufren retrasos y tropiezos que no dan margen al
desarrollo de una dialéctica entre las clases sociales burguesas y la monarquía
señorial, contrario a como ocurría en los demás países de la Europa moderna. En Inglaterra caerá el poder monárquico absoluto en el siglo XVI y en Francia a fines del siglo XVIII. Estos aspectos fueron
fundamentales en los diversos criterios, literarios e historiográficos, que
incrementaron el debate y adquiere mayor complejidad en España para el primer lustro de los años 30 del siglo XX. Incluso hoy día, para la caída del capitalismo neoliberal de fines del siglo XX, el debate ha tomado auge una vez más.
Actualmente no se busca un esencialismo del
ser español sino una perspectiva "filosófica" en el sentido cultural
(foucoultiano, derridariano, postestructuralista) en cuanto se trata de una
reflexión sobre la constitución Simbólica e Imaginaria de la heterogeneidad y
multiplicidad (los cruces culturales y epistémicos) de lo español (y no
solamente lo castellano, pues ha de contarse con otros grupos como los vascos,
gallegos, catalanes). Se entiende más que nunca que las naciones no son
inmutables, sino construcciones de los sujetos humanos en su desempeño
económico, politico y social (y de epistemas de fluires profundos en la
historia) que se filtran (mediante lo que se narra) en el presente con respecto a cómo
se ha concebido lo que se entiende como pasado (como na(rra)ción).
II.
Los caballos negros son.
Las herraduras son negras.
Sobre las capas relucen
manchas de tinta y de cera
("Romance de la Guardia Civil", Federico García Lorca)
Según Santos Juliá la Guerra Civil fue una interrupción al proceso histórico (si la monarquía se hubiese abierto a la democracia, y si la república hubiese consolidado un regimen democrático), un profundo tajo infligido a un cuerpo en el momento en que experimentaba un estiramiento que le hubiese permitido incorporarse a la corriente general de la civilización europea de la que se sentía como apartado desde las guerras napoleónicas. La España de 1940 es una negación en todos los órdenes a la nación de 1930 (145-146).
Ya desde inicios del siglo XX el importante filósofo
español, José Ortega y Gasset (1883-1955), propuso una interesante paradoja:
Lo que nos pasó y nos pasa a los españoles es que no
sabemos lo que nos pasa.
También Ángel Ganivet (1865-1898), escritor de la
Generación del 98, abordó el tema en Idearium español y Porvenir de
España (1898). Mucho de la polémica proviene de las enseñanzas de los famosos
krausistas y la Institución Libre de Enseñanza que había tenido su despliegue
con las ideas liberales alemanas desde mediados del siglo XIX. Hay pensadores
que pueden calificarse como casticistas conservadores y reaccionarios, como
Marcelino Menéndez y Pelayo (1856-1912) director de la Biblioteca Nacional
Española y autor de estudios altamente eruditos en los cuales califica lo
español con lo ortodoxamente católico, en Historia de los heterodoxos
españoles (1880-82). Fue un
católico conservador seguidor de las ideas estéticas kantianas, uno de los eruditos
que más sistemáticamente estudiaría la cultura española desde la Edad Media y
que establecería mucho de lo que luego sería el canon. Más adelante, los
seguidores de la Generación del 98, no le prestarían tanta atención. Menéndez
Pelayo fue para Ramiro de Maeztu: “un triste coleccionador de materias
muertas”. Según el historiador Donald S. Shaw, “aparte del valor intrínseco de
su erudición está su valor simbólico. La defensa que hizo Menéndez Pelayo de la
aportación de España a la cultura universal, su anhelo de restaurar su
característico humanismo nacional católico, le convirtió en el principal
guardían y alentador del espítu español en los años ochenta y noventa.” (Historia de la literatura española. 5. Siglo
XIX, (Barcelona: Ariel,1973: 275). Ni la defensa que realiza el mismo Shaw
en 1973, han detendo el proceso que ha marginado en gan medida al mencionado
erudito restauracionista.
El llamado “desastre de 1898” (desastre para ellos) trajo
una reacción conducente a una gran reflexión muy introspectiva sobre la crisis
española. Se comenzó a pensar en el atraso de la Nación, ante la modernidad, y frente
a naciones adelantadas, que consideraban en ese momento, Alemania, Inglaterra,
Francia, Estados Unidos (nación que a su entender los había humillado). Para
algunos críticos actuales todo estuvo en el fondo muy relacionado con las ideas
del tradicional y arrogante imperialismo español (e internacional) y las
teorías de la supremacía racial de la época que se relacionaban con el determinismo
naturalista de herencia positivista y darwiniana. Se trata de nociones de
nacionalidad dominadas por grupos conservadores y racistas, con criterios prejuiciadamente fijos de la cultura, en pugna con los liberales desde fines
del siglo XIX y principios del siglo XX. Mas si bien varios de estos liberales manejaban ciertas definiciones estables de la nacionalidad española (del pasado), también reconocían
que se abría un inevitable espacio para la incertidumbre y la paradoja. Cabe
distinguir, no obstante, que importantes sectores no tan reconocidos como conservadores actuaron aliados a los grupos de
la alta burguesía y la aristocracia y que en nada contribuirían a dialécticas
de cambios significativos sino que a la larga preferían el status quo.
Incluso para algunos conservadores de fines del siglo XIX y principios
del siglo XX, no eran necesarias las elecciones, se debían surpimir las
instituciones democráticas, y se entendía que las masas eran “infames”. El congreso
de Diputados estaba pleno de miembros muy conservadores; para algunos ya la
única salida posible le parecía la de buscar un tirano: “Bien busquemos un
tirano, busquémosle” (“El tablado” p.
55). Pero quienes sobresalen en la Generación del 98 (como Unamuno, Valle
Inclán, Machado, Ortega y Gasset), no se dejan convencer tan fácilmente. En general los artistas letrados e intelectuales cumplían ya su papel de opositores de las ideas conservadoras del Poder. No es de olvidar que la Generación del 98 prepara el camino para los más radicales pensadores y creadores de la Edad de Plata (primeras tres décadas del siglo XX) de la literatura española.
El debate se torna complejo, conceptual y muy controversial
con Miguel de Unamuno en obras como En
Torno al casticismo (1895) y Del
sentimiento trágico de la vida (1913). En las mismas si bien este
intelectual se muestra algo conservador al añorar la vieja Castilla, a Quijote
y Sancho, también demuestra ser muy progresista (de joven era muy dado al
socialismo) al superar el Positivismo y el racionalismo de herencia decimonona,
con la nuevas ideas que luego se considerarán inicadoras del existencialismo
(que distinguiría a Jean-Paul Sarte en Francia en los años 40 del siglo XX). Unamuno
es de los primeros en España en poner en abierta duda (a nivel filosófico) la
“fe” y la pugna entre sentimiento y razón. En 1914 escribe una de las novelas más destacadas de la literatura
europea, Niebla, “nivola” —como él la
llama— que se podría colocar al lado de una obra tan vanguardista en lengua
inglesa como Ulises (1922) de James
Joyce (1882-1941). Los niveles metacognoscitivos que alcanza Unamuno en su obra no son los de un reaccionario o de un sujeto de confusiones ideológicas (como algunos creyeron) sino los de uno de los más agudos pensadores (junto a Ortega y Gasset) del pensamiento español. En 1936, este rector de la Universidad de Salamanca, contestando a los gritos "Viva la muerte", "Muera la inteligencia" (de un general fascista), contesta: "Acabo de oír el grito necrófilo y sin sentido de "Viva la muerte". Esto me suena a lo mismo de "Muera la vida!". Y yo he de deciros con autoridad en la materia que esta ridícula paradoja me parece repelente...Este es el templo de la inteligencia. Y yo soy su sumo sacerdote. Vosotros estáis profanando su sagrado recinto...Venceréis pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho de lucha. Me parece unútil que penséis en España. He dicho". Este discurso lo llevó a sufrir arresto domiciliario y pronto murió en 1936.
Su obra San Manuel bueno, mártir (1936) resulta crucial para reconocer la ambigüedad del pensamiento del primer lustro de los años 30. Se trata de una obra en que una feligresa relata cómo su amado sacerdote posiblemente no cree en Dios, razón por la cual cae en el profundo abismo de la duda y del sufrimiento. Su héroe, don Manuel (el mencionado cura), nos deja saber la narradora Angelina Carballino, en sus sermones no articula del todo su verdad —pues duda y ha perdido la fe en Dios— al pueblo. Teme que de así hacerlo el pueblo (las masas) ingresaría en una profunda crisis (como la que le aqueja a él). Prefiere que crean, que oren, que consuman el “opio de las masas” y que sigan la gran mentira, que continúen levantando la gran montaña de la fe que se acrecienta con los rezos del pueblo que él mismo anima y cuyos ruegos (los de él junto al pueblo) terminan cayendo al fondo del lago, desde cuya profundidad claman las voces de todos los que han creído en la salvación y la vida eterna. Si algo promete el Evangelio es no sólo la salvación del espíritu sino la resurección y la “vida “eterna”. No solo se trata de un problema ontológico, existencial sino teológico-social que inmiscuye en cuanto continuar o terminar las creencias tradicionales de las bases del cristiano pueblo español. Angelina, por su parte, escribe el libro a modo de confesión para que el pueblo lector tome finalmente la decisión de si se debe beatificar la figura de don Manuel (quien ha muerto ya cuando Angelina relata), si es un santo o un hipócrita (o una santo hipócrita). Notamos que ya desde el título mismo el autor llama a su “héroe”, San Manuel, bueno mártir. En la obra el autor crea un espejo de lo que siempre se ha creído en el cual no se refleja la creencia en la alteridad, la negación y la nada. Algo muy similar logra en una anterior obra (Niebla, 1914) en que el personaje protagonista de la nivela se percata que su creador, el autor de la novela misma, posee planes muy distintos a los de él. El personaje descubre que su identidad no es sólo la creación de un Otro que se desconocía (el autor, Dios). Unamuno eleva así la problemática española a una monumental paradoja en que mismidad y otredad se encuentran en una misma unidad para irónicamente anularse o reconstruirse. Se trata de la problemática del sujeto de la alta modernidad del siglo XX y la crisis y caída de su más grandes mitos. Algo de esto Cervantes lo había relatado en Don Quijote, ya para inicios de ese mundo moderno en el siglo XVI.
A partir de 1914, importante se tornará
similarmente el filósofo José Ortega y Gasset, con Meditaciones del Quijote (1914), España invertebrada (1921), La rebelión de las masas
(1930). El debate trae la disyuntiva de europeizar
España y modernizarla. Pero hay paradojas: una frase muy divulgada fue:
“¡qué inventen ellos!”, de Unamuno, y que Ortega consideraba una desviación “africanista” del “terco maestro”,
y “morabito salmantino”. Para muchos estudiosos tenía mucha razón Ortega
frente al creador de dos de las novelas importantes del siglo XX español (Niebla y San Manuel, bueno, mártir). Antes que en paradojas, Ortega creía en un perspectivismo razonable y moderno. Unamuno murió creyendo en sus paradojas, pero a Ortega se le ha reprochado el haber sido algo ambiguo en su proceder luego de la intervención franquista al haber callado con un proceder ideológico oportunista. Fueron tiempos difíciles en los cuales no sólo se verían en peligro las carreras profesionales de los intelectuales sino sus propias vidas.
Ortega, por su parte, se preguntaba el porqué de
“tanta desventura” y decía que los españoles eran una raza que había perdido la
conciencia de su continuidad histórica, que era una raza sonámbula y espuria,
que andaba ante sí, sin saber de dónde venía ni adónde iba, una raza fantasma,
raza triste, malencólica, doliente (España
invertebrada, OC, Vol. 3, pp. 182-122). Véase cómo se habla de los
españoles como una raza y no como un pueblo, de una nación o étina híbrida (habrá que
esparar a Américo Castro en adelante). Pero el llamado final de Ortega era derribar
la monarquía y proclamar una república más cercana a lo europeo, de tomar en
sus manos el destino y proclamar una España nueva y democrática. Se trataba de
un filósofo de mentalidad muy moderna, muy conocedor de los filósofos alemanes
de los años 20 y 30. Es el creador de una de las obras pioneras del pensamiento
de la modernidad globalizada: La rebelión
de las masas (1930). Para él no se trataba solo de una crisis en España
sino de una problemática global en que los intelectuales no debían ceder ante
el vulgar poderío que traían las incultas masas del mundo "democrático". En esto sigue en parte lo que en
Alemania sería la prestigiosa Escuela de Frankfurt. En Ser y tiempo (1927), Heidegger en Alemania destacaba el fenómeno de la temporalidad en el existir (el sujeto era un ser arrojado al ser-en-el-mundo, solo y seguro de su propia muerte). Y en el 1929 Ortega en ¿Qué es la filosofía? hablaba de una realidad primaria que es nuestra vida en la circunstancia. En La rebelión de las masas (1930) veía el peligro de la aparición del sujeto masa, un tipo nuevo que dominaria la realidad social de la sociedad industrial. En España, como en Alemania, esto tendría que darse bajo la dirección de un caudillo, reflejándose así la ineptitud del pueblo y sus líderes más agudos para crear una sociedad liberal y democrática.
La identificación de lo español con lo castellano y la
búsqueda en el significado del paisaje de Castilla, y de sus ofertas esenciales, por parte de varios
autores, ha sido considerada como una de las características principales de
Unamuno, Ramiro de Maeztu, Antonio Martínez Ruiz, (“Azorín”), Antonio Machado
y, en menor medida del radical, Ramón María del Valle Inclán. Para Esteban
Tollinchi: “No pasará despecibida la frecuencia con que el noventayochista
maneja términos como voluntad, sentimiento, emoción, pasión, etc., ninguno de
los cuales es muy agradable a la sensibilidad cientificista, racionalista y
progresista del momento. Igualmente es notable —y seguramente y relativo a lo
anterior la emoción con que se siente o se quiere: edificante en Menéndez Pidal
(La España del Cid), agónica en
Unamuno, íntima en Machado, estetizante en Valle Inclán, zahiriente en Baroja
—toda mana de sensibilidades solitarias que dejan de lado la causalidad, la
lógica, la razón, lo que sustenta a las mayorías y a la vida oficial. En otras
palabras, todos parecen convencidos de que el sentimiento es superior a la lógica,
la emoción a la claridad causal, la vida a la razón” (Los trabajos de la belleza modernista. 1848-1945… . San Juan:
Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 2004: 370).
Se destacaron también los aspectos y rasgos negativos
del español como la mentalidad castiza de atraso, la ignorancia ante la ciencia,
la envidia, el cainismo cultural, la brutalidad y bestialidad humana, lo esperpéntico
(lo deformado). La literatura y el buen empleo de la lengua se veían como uno
de los grandes elementos que consolidaban la cultura. La Generación del 27
sería muy esmerada en estos aspectos más coherentemente contra-culturalistas.
“hay pueblos que en un puro mirarse al ombligo caen en un seño hipnótico y
contemplan la nada”, nos dice Unamuno en En
torno al casticismo. Pensando en la contemplación y en la intrahistoria en
relación con el mundo del afuera nos dice: “El despertar de la vida de la
muchedumbre difusa y de las regiones tiene que ir de par y enlazada con el
abrir de par en par las ventanas al campo europeo para que se cree la patria.
Tenemos que europeizarnos y chapuzarnos en pueblo… ¡Fe, fe en la espontaneidad
propia, fe en que siempre seremos nosotros y venga la inundación de afuera, la
ducha (En torno…)". Pero estas son aperturas que
no ofrecería su personaje don Manuel, con su hermetismo (tal vez debemos contar que hay distanciamiento irónico de Unamuno hacia su (anti)héroe). En lo anteriormente citado
Unamuno estaría más de acuerdo con el auropeizante Ortega y Gasset.
Muchos han señalado que los integrantes de la
generación del 98 (con tantas luchas del pueblo y del proletariado en los años
20 y 30) se fueron inclinando cada vez hacia el ambiguo centro o la derecha
ideológicas. En este aspecto cabe distinguir a Ramón María del Valle Inclán, con las vaguardistas
obras Luces de Bohemia (1923) y Tirano Banderas (1925), y a Antonio Machado
(1875-1939) (mediante su poesía, Soledades,
Campos de Castilla). Ambos dejan entrever una persistencia de las ideas
radicales y en la crítica al poder autoritario. En general, fueron muchos los que asumieron posiciones republicanistas
y democráticas y expresaron visiones muy críticas ante el tradicionalismo
castizo y atrasadamente católico (aún dado a la melancolía barroca). A varios
de ellos para 1936 los desplomaría psicológica y espiritualmente el falangismo franquista. Muchos vanguardistas
de una generación más joven que los del 98, como lo ejemplifica García Lorca, lo presintieron
venir. Así nos lo testimonia la trágica obra La casa de Bernarda Alba (1936) en que irónicamente triunfa la mentira del Poder ante la verdad del existenciario poético. Varios de estos creadores existieron
en el trasfondo de su consciencia con una visión trágica y agónica (como Unamuno) ante la desesperanza que ofrecía la separación de las Españas en pugna que procedía desde inicios
de la modernidad que no se cumplió en la agónica Nación. En las décadas del 20 y el
30 se presentaba tal vez uno de los desafíos más complejos de la cultura
española de todos los tiempos: el abandono definitivo de los viejos mitos de la
cristiandad y la nobleza. Fueron grandes las pugnas de toda índole letrada y
política en que a la vez se aceptaban y rechazaban muchos de los antiguos imaginarios bien apegados a la identidad colectiva del pueblo.
Triste ejemplo nos muestra la separación de los hermanos Machado: Manuel era del
bando nacional, y Antonio (major poeta y visionario), del republicano.
Se habla también de una “Generación de 1914” (Novecentismo), que se ha
calificado como más europeísta y modernizadora, que contó con intelectuales que
se inmiscuyeron en política (Ortega y Gasset, Ramón Pérez de Ayala, y otros que
se apartaron un tanto de la cruda realidad (como Juan Ramón Jiménez y López de
la Serna). Muchos otros, vinculados a esta generación que va del 98 al 36,
(como Eugeno D’Ors), se mostraron como grandes debatientes del tema de España, desde el exilio
(Salvador Mandariaga, Américo Castro, y también desde la España franquista,
como Manuel García Morente). La Generación del 98 se había caracterizado en general por su ensimismamiento pesimista, pero los de la generación del 14 fueron decididamente más abiertos a los cambios y a la europeización, se habían formado en gran parte en universidades extranjeras y consolidaron más lo que luego sería el contraculturalismo y el liberalismo vanguardista (que se seguiría en el exilio).
No obstante, es la generación del 98 la que dramatiza singularmente la introspección crítica sobre lo español, forjando lemas lapidarios, como
cuando Unamuno dice: “Me duele España”. En este aspecto, para Antonio Machado:
Ya hay un español que quiere
vivir y a vivir empieza
entre una España que muere
y otra España que bosteza
Españolito que vienes
al mundo, te guarde Dios
una de las dos Españas
ha de helarte el corazón
Ambos pensadores ofrecen en su pensamiento la evidencia de una fractura, que advierte de los cambios de lo que llevará
al enfrentamiento de 1936. Pero se debe tener presente que lo ocurrido en España forma parte de un movimiento regeneracionista en general de toda Europa. Amplia era la formación de movimientos nacionalistas forjados en Inglaterra, Francia, Italia, Alemania. Querían poner en marcha proyectos de adelantos socio-económicos pero no sin antes dejar atrás el mito de la nación propia, subordinar el espíritu moderno de los sujetos, lo que se creía ser el destino patrio (o al espíritu nacional que se reconocía de una manera muy hegemónica e imperialista desde el Romanticismo). La primera y segunda guerra mundiales sacarán a España, y a varios países de Europa, de la creencia de estos ideales neo-nacionales y se impondrá el capitalismo imperial pre-globalizado de Inglaterra y los Estados Unidos. Demás está decir que no era lo mismo el nao-nacionalismo liberal de muchos de estos escritores noventayochistas y el nacionalismo fascista de Franco que, en su aislamiento, sí triunfó y agenció la cultura española hasta los años ochentas de fines del siglo XX
Pero el Estado, para principios del siglo XX, en España, al igual que en el resto de Europa, fue convirtiéndose en el instrumento desde el cual se podrían canalizar los intereses generales de una sociedad más equilibrada e igualitaria. Sería un instrumento de integración social, de búsqueda de equilibrio y tensiones mediante lo parlamentario, para la reforma y el alcance de una mejor distribución de riquezas. Muchos lo veían como el mejor momento en la historia para el humanismo radical y el socialismo; algo que la derecha de ningún país estaría dispuesta (menos la Rusia bolchevique a permitir. Se trataba de la materialización de los principios democráticos de la Revolución francesa y su interpretación en las Cortes de Cadiz de 1812. Para la década del 20, Europa estaba, sin embargo, distante de ser democrática, pululaban persistentes imaginarios de imperios y monarquías y estructuras muy autoritarias. Ningún país había reconocido el sufragio de la mujer, el poder parlamentario era limitado, la adad electoral estaba cifrada a los 25 años, eran amplias las facultades ejecutivas de la Corona, por ejemplo (Juan Pablo Fusi 101-102).
Mas allá del pensamiento de los letrados de la época habría que tener en mente que, como señala Santos Juliá, los vencedores de la república de 1931 (que había vencido democráticamente el golpe militar de Estado que gobernaba desde 1923) no eran revolucionarios dirigentes de una democracia ya consolidada. Tal aspecto se nota primordialmente en que no procedieran a depurar el Estado de funcionarios enemigos de la democracia, no afrontaron el problema de tierras y bienes de los poderosos, en crear una significativa política económica, destituir jerarcas principales del ejército al servicio de la dictadura. No se creó una agresiva reforma social, un verdadero estado laico liberado de la tutela militar y eclesiástica como tendría que ser en una democracia. El que no hubiese una revolución con derramamiento de sangre les hizo creer a los líderes liberales que la voluntad del pueblo y el republicanismo eran garantía del poder que poseían y que no tenían ya rivales tan seminales como el rey y la iglesia. No se pensó en lo difícil que sería continuar las coaliciones entre republicanos y las izquierdas radicales y que los grupos católicos y fascistas se reorganizarían y que aún controlaban en mucho la voluntad del pueblo masivo (no tolerarían tan fácilmente la separación de iglesia y Estado). La iglesia, por su parte, no estaba dispuesta a aceptar la "esfera pública" laica que traería el republicanismo y los separaba del pueblo (la iglesia cambiaría sus estrategias de manipulación de la información masiva). La prensa, la radio, las voces en las instituciones oficiales fueron medios empleados por todos los bandos para persuadir, para convencer al otro.
El 1936 cierra con una obra emblemática del ejercicio del poder y la tiranía que traía en su herencia simbólica (en su imaginario) una nación como España. Se trata de La casa de Bernarda Alba en que Federico García Lorca deposita en su protagonista, Bernarda, todas las fuerzas de la tiranía y la represión, entendidas desde el sentido moral que ofrecía el catolicismo y el mando cerrado a la diversidad y al fluir del ser (lo fascista). Lorca logra representar en este drama el enfrentamiento de dos fuerzas tan antípodas (y entrelazadas una con la otra) como lo son Eros y Tanatos. El instinto de vida versus la pulsión de muerte se enfrentan en un espacio donde pugnan la clausura y la libertad, en una búsqueda de la requerida y natural sexualidad, pero sin posibilidades bajo la enclaustrante y persistente vigilancia represiva de Bernarda. Se trata del mundo escatológico del rezo en el cual Bernarda pasa a ocupar la posición del padre muerto y ausente que sigue dominando la cultura (el muerto Cristo de los conservadores españoles es buena muestra de este paradigma de dominio del imaginario cultural). Y si bien, con la muerte de la heroica Adela, todo le resulta a la autoritaria tirana (Bernarda) en lo adverso a lo esperado (la continuidad hegemónica de su dominio) a finales del drama aún porta energías para proclamar el silencio y la mentira (su hija ha muerto virgen). Se trata del dominio del lenguaje y de la acción de un actante (un totem, ícono) que no tolera otras formas de comunicar en la cultura y la sociedad. Mejor metáfora del regimen franquista por venir no se podía anticipar.
Según en 1936 se daba en España un don Manuel bueno, mártir (de Miguel de Unamuno) y una Bernarda Alba (de Federico García Lorca), en representación del cinismo y el autoritarismo —frente a una España en pleno progreso industrial y humanista—, en La montaña mágica (1924) de Tomas Mann y La muerte en Venecia (1913), en Alemania, por su parte se expresaban metáforas de una Europa enferma y en caída. El mundo de progreso y prosperidad de principios de siglo había llevado en Europa a la Primera Guerra Mundial, a España a la dictadura en 1923 y en 1936. Estos serios conflictos autodestructivos en la humanidad se dieron en el contexto europeo de nuevas teorías que revolucionarían la realidad social y psíquica del sujeto: en 1900 Max Planck expuso la teoría cuántica, los botánicos demostraron que los cuerpos eran parte de leyes de herencia y de lógicas de evolución natural, los psicoanalistas ampliarían los horizontes de la subjetividad con la idea del subconsciente (y el lenguaje del mismo en el devenir y el tiempo), Einstein propuso la tesis sobre la relatividad, de 1911 a 1912 se descubrió la estructura del átomo, en 1914 las teorías de la mutaciones genéticas, y los filósofos abordarían teorías dadas al existencialismo, la fenomenología y la hermenéutica (sin dejar de mencionar el inicio del estructuralismo lingüístico de Ferdinand de Saussure (1917). El desarrollo de las artes era el fruto del despliegue de la creatividad proveniente del Renacimiento (a pesar de los atrasos del reconocimiento de las otredades, las diferencias y los grupos marginales). El Vanguardismo del principios de siglo XX, que atendería por fin estos asuntos otreicos, sería un movimiento que se paralizaría en España con la presencia del franquismo y en el resto de Europa con la Segunda Guerra Mundial.
"De entre todas las historias de
la historia, la más triste es la de España, porque termina mal".
Jaime Gil de
Biedma
Según Santos Juliá entre una de las primeras arengas, Franco reclamaba el "deber de cooperar en esta lucha decisiva entre Rusia y España. No se trata simplemente de un movimiento militar. [...] Se trata de algo más: de la vida de España, a la que hay que salvar inmediatamente. No creed las mentiras. Reaccionad todos. España es y será cada día más fuerte". Franco consideraba que los comunistas buscaban la ruina de España y la destrucción del patrimonio nacional, hasta convertir "nuestro glorioso solar en una mísera colonia rusa". Según el anti-comunismo se apoderó de la retórica de los reaccionarios sublevados, la consigna antifascista estaba en la retórica de los que se consideraban leales (a la república" (Santos Juliá 108-109). La movilización de los católicos militantes tendría también su efecto inmediato en la "guerra nacional". "No es una guerra la que se está librando, es una cruzada, y la iglesia, mientras pide a Dios la paz y el ahorro de sangre de todos sus hijos —de los que la aman y luchan por defenderla y de los que la ultrajan y quieren su ruina —, no puede menos que poner cuanto tiene a su favor de sus cruzados" (advierte la circular de un obispo). Nos dice Santos Juliá: "De hecho, Partido Comunista e iglesia católica fueron las dos grandes sustancias suministradoras de sendos discursos de guerra construidos en una exacta simetría de elementos: guerra popular/nacional, contra un invasor extranjero fascista/comunista, apoyado en la antipatria o la anti-España, que no podía terminar mas que en el triunfo total de una parte y el exterminio de la contraria (111). De manera distinta a los enfrentamientos, incluso muy sangrientos, entre adversarios, desde el siglo XIX, la Guerra Civil del siglo XX dejó un vencedor que exterminó casi por completo a su opositor.
Muchos historiadores actuales parecen no estar tan de acuerdo sobre las tesis de la excepcionalidad del caso español, ante todo las presentadas y dominadas por interpretaciones ya muy negativas o pesimistas, y que se acogen a los conocidos tópicos de fracasos, frustraciones, ineptitudes, equívocos, de las dos eternas Españas en pugna o de una violencia ancestral y atávica inherentes al espíritu español. Se critica la visión
restrictiva o el optimismo y el minimizar los amplios factores y dialécticas que entraron en juego en todo el proceso desde la Edad Media y que llevaron a las España de fines del siglo XIX y principios del XX a una modernidad inesperada. Tal parece que la mentalidad ideológica de todos los sectores no estaba preparada para legislar democráticamente ante los rápidos procesos de cambio que se estaban experimentando en lo social y cultural. Pero se tiende a considerar, como hemos visto, que España no ha sido diferente a varios otros estados europeos importantes, en su desempeño en el proceso que impone la Modernidad capitalista, ya monárquica o burguesa o una combinación de ambas. Pero cómo refutar lo que se acaba de citar de Biedma. ¿Cómo "se transformó en tempestad de pasiones violentísimas lo que sólo era un problema político, ni tan nuevo que no se hubiese visto en otras partes ni tan difícil que no pudiera ser dominado?" (de Pío Baroja; ver Santos 126). Mas lo ocurrido en España era el preámbulo a la Segunda Guerra Mundial. Mucho de Europa también termina mal y sigue mal.
Para 1977, mientras se reformaban las instituciones políticas para ajustarlas al sistema democrático occidental, unos combates intelectuales durísimos surgieron entre los españoles. Los más avezados en la vida política advirtieron pronto todo lo que había que hacer para cancelar el régimen franquista mayormente y para orientar a toda una emergente generación, en la necesidad de valorar la educación, el arte, la literatura y el pensamiento. Los más pusilánimes mostraban un gesto de estudiado escepticismo hacia esos deseos. Una vez más, no era la primera ni sería la última, se debatió las posibilidades de una aceleración del curso de la historia española, y se buscó la manera de participar en los objetivos comunes de la república de las letras occidental; se asimiló así el retraso con el aislamiento, sin atender las muchas excepciones que habían tenido lugar. Se decía entonces que la política sacaría el casticismo del territorio del pensar y se confió en la estrategia de los partidos políticos para tal fin. Sin embargo, la señal definitiva de que estábamos a las puertas de un falso movimiento se produjo cuando comenzaron a tomarse las primeras decisiones respecto a la selección del profesorado universitario encargado de aplicar esas medidas (José Enrique Ruiz Domeneç, "Pensar no es cualquier cosa").
Según Ruiz Domeneç en 1977 "éramos optimistas y lo confesábamos con un poco de psicodelia en las formas. Una y otra vez recurríamos a esa necesidad de expresar la inquietud con estudios básicamente humanísticos. Algunos proponíamos escribir sobre el pasado para afrontar el reto del futuro. Estaba claro que en ese año íbamos a ser juzgados por nuestros actos como ocurrido en el 98 con la generación que se enfrentó a la decadencia política trufada de crisis del concepto nacional, o en 1927 cuando se cuestionó la dictadura militar de Primo Rivera a través de la literatura, el arte y la pedagogía vinculada a la Institución Libre de Enseñanza. E igual que en las dos últimas ocasiones la pregunta era la misma: ¿habría líderes capaces de establecer el orden de prioridades y de tomar decisiones para dirigir el cambio?" (Ruiz Domeneç).
La sociedad española fracasó en el intento de alcanzar las ambiciosas metas a las había sido llamada, y se desplomó al asumir principios ilusorios en la redacción de una constitución con puntos oscuros que ha necesitado de un club de intérpretes, el llamado Tribunal Constitucional para ajustarles a los intereses de una parte. Herencia orteguiana en el culto a unas minorías capaces de controlar a las masas mediante una tensión autogenerada en los periódicos, verdaderos artefactos de propaganda de carga prolongada. Desde los primeros pasos se vio que el control era engañoso, pero la sacralidad de la máquina que lo movía invitaba, de todos modos, a venerarlo. Herencia de los viejos liberales: en el cuarto poder reside la convicción de que hay que hacer poco y decir que se hace mucho, pues ese poco que se hace se sublima mediante la idea del momento adecuado para la metamorfosis del sentido de las palabras y las cosas que condujo entre nosotros al análisis del ensimismamiento y la adolescencia robad (Domeneç).
Víctor Gómez Pin nos apunta en su artículo "La lengua de Ortega y Gasset: "Inclinadas por necesidad a no satisfacerse con la ortodoxia que emanaba del poder, las comunidades judías en la transición del siglo XV al XVI parecían predestinadas a la disposición intelectual que condujo a la Ilustración, disposición favorecida por el conocimiento de lenguas y la familiaridad con culturas diversas que posibilitaban la comparación. Para apercibirse de lo que pudo suponer el privarse de esta comunidad baste una referencia. En 1492, hacía ya siglos que había una floreciente población judía en Ferrara emblema de ciudad renacentista, en la que habían sido acogidos músicos y artistas franceses o flamencos Ante la noticia del edicto de expulsión por los Reyes Católicos, Ercole I d'Este les ofrece su ciudad. El estupor del Duque ante una medida cultural y económicamente tan disparatada, fue de hecho compartido por todos los que entonces tenían poder en el mundo. Ahí empezó quizás ese sesgo en la mirada sobre España, que la predeterminaba como matriz de intolerancia. Y como es bien sabido hubo otros episodios relevantes".
Señala además" "Como ha ocurrido con tantos países, una vez consumada la decadencia (y en ocasiones a fin de contribuir a la misma), España no ha sido sometida a la misma vara de medir que las comunidades que desde el siglo XVI han forjado la imagen de Europa. No es una cuestión de justicia o injusticia, sino simplemente de relación de fuerzas. En la medida en que España se deslizaba hacia los márgenes en el devenir del continente, la visión europea sobre España se cargaba de connotaciones que acentuaban la diferencia, resumida nuestra historia en la existencia de nobles que hace siglos abandonaron toda entereza y siervos abocados a vivir de subterfugios. Una parte del desgarro psicológico de la España de nuestros días procede de que esta imagen ha sido en gran parte interiorizada, de tal manera que Europa y su cultura siguen siendo para nosotros más bien un espejo mirífico en el que nos gusta reconocernos que una identidad que los demás y hasta nosotros mismos dan por supuesta. De hecho, la historia de nuestro país está mucho más llena de contrastes que lo que el estereotipo propio y ajeno estipula y ello tiene expresión en el plano del pensamiento, que no dejó de estar presente, a veces con enorme vitalidad, incluso en los muchos períodos oscuros que exigían extremar la prudencia". (Víctor Gómez Pin)
Bibliografía adicional
Arístegui, Julio, Cristian Bruchucher y Jorge Saborido (diretores). El mundo contemporáneo: Historia y problemas. Barcelona: Editorial Biblos, 2001.
Abad, Francisco. Literatura e historia de las mentalidades. Madrid: Cátedra, 1987.
Berlin, Isaiah. Las raíces del romanticismo. Madrid: Taurus, 2000.
Cacho Viu, Vicente. "La imagen de las dos Españas", Revista de Occidente, 60 (mayo de 1986: 49-77.
Castro, Américo. La realidad histórica de España. México: Editorial Porrúa, 1975.
Crespo, MacLennan, Julio. Imperios. Auge y declive de Europa en el mundo, 1492-2012. Galaxia Gutemburg, 2004.
Fox, Inman. La invención de España. Madrid: Cátedra, 1997.
Fusi, Juan Pablo. Breve historia del mundo contemporáneo Desde 1776 hasta hoy. Barcelona: Galaxia Gutemburg, 2013.
Juliá, Santos. Hoy no es ayer. Ensayos sobre la España del siglo XX. Barcelona: RCBA Libros, 2011.
Sánchez Blanco, Francisco. La mentalidad ilustrada. Madrid: Taurus, 1999.
Tollinchi, Esteban. Los trabajos de la belleza modernista. 1848-1945... . San Juan: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 2004.
Ver Bibliografía del Sílabo. Debates de la Cultura Española. Del Barroco al Vanguardismo.