lunes, 24 de diciembre de 2012

Hostos: La peregrinacion de Bayoán 2


Análisis de La peregrinación de Bayoán

de Eugenio María de Hostos



Luis Felipe Díaz, Ph.D.

Departamento de Estudios Hispánicos

Universidad de Puerto Rico, Río Piedras

De notas y conferencias. Espa 4221 y Espa 4231


Eugenio María de Hostos

"Para que la política pudiera tener un sentido heroico era necesario que trascendiera a la simple tarea  de administrar la cosa pública, de tal modo que el espacio de la política no se encontraba localizado en el presente sino, otra similitud con la religión, en el imaginario futuro. Para "creer" en la política era necesario que el sentido de su práctica fuera deducido de una finalidad, por lo común utópica. Esa finalidad debía estar asegurada. Y en los tiempos de la modernidad no había ningún seguro más seguro que la ciencia, pues, de acuerdo a un juego tautológico, se suponía que algo podía ser verdadero si era científico. La verdad solo podía ser científica y lo científico era la verdad. La ciencia ha sido un buen sustituto de la fe. Ahora bien: ¿qué ciencia garantizaba el cumplimiento de los fines de la política? No había mejor alternativa: la historia. Mejor dicho: la historia como ciencia" (Fernando Mires. El malestar en la barbarie 222).

La peregrinación de Bayoán (1863)[1] en gran medida representa la visión de un joven autor como Eugenio María de Hostos (1839-1903), identificado con las ideas diferenciadas y radicales de la cultura puertorriqueña y americanista de la segunda mitad del siglo XIX. Pocos escritores puertorriqueños e incluso latinoamericanos en general alcanzaron tal nivel de alta comprensión de la cultura y la historia a través de la metáfora y lo ficticio y el sujeto americano inmerso en ello. Hostos se enfrentó a las ideas y poderes sociales e ideológicos adversos a sus profundos y serios criterios fundamentados en un nuevo tipo de pensamiento ilustrado (racional), pero dado también a lo subjetivista (romántico) en el sentido fenomenológico e incluso hermenéutico. Pese a sus propios escepticismos y contradicciones empleó los conceptos más adelantados y complejos de su época que fueron de transiciones fundamentales en los delineamientos hacia una nueva Modernidad. Hostos ya estaba en un mundo en que se pasaba del Romanticismo idealista (la modernidad estética) al realismo más positivista (no del todo materialista en muchos casos, pero sí más consciente del perecer en el tiempo). Su estado de consciencia se mantenía atado a la fuerza de la naturaleza y al ser trascendente (romántico) del sujeto humano dentro de la misma naturaleza. No se había desprendido aún de la modernidad rousseauniana del mundo natural (la felicidad del salvaje), mientras se ve arrojado al ámbito ya más positivista de la ciudad (que no aceptaba del todo por su maligna alianza con lo transitorio, capitalista e irracional). Pero aún así tendría que reconocer y mantenerse atado al complejo mundo de la ciudad moderna (una nueva semiosfera) ya a la vista y en incontenible avance capitalista y en contradicción con lo ideal y la belleza. El saber científico del positivismo, de la industria y del dinero se iba separando cada vez más del pensamiento kantiano (del bien y del "imperativo categórico" del racionalismo) que Hostos reconocía como lo estable y verdadero. En algún umbral de estas intermitencias se ubica su "hablante implícito", al escribir esta anómala obra (La peregrinación...), pero que sigue mereciendo nuestra atención (tal vez porque aún estamos luchando con esa penumbra). Curiosamente en su búsqueda no hubo cabida para el marxismo y el socialismo en un sentido explícito y directo (¡lo cual hubiera facilitado nuestra labor crítica!). Puerto Rico y el resto de Latinoamérica no eran en realidad parte de la revolución industrial y el positivismo de ruptura con el capitalismo que proponía el marxismo. Pero como buen latinoamericanista, Hostos reconocía que se tenía que abandonar el estadio (estancamiento) del sujeto anclado en la simple admiración de la belleza de América, desde la mirada europea. Hostos representa la mayor capacidad que posee el sujeto latinoamericano de verse a sí mismo en el espejo de la cultura, pero problematizada.
En su obra, en el fondo Hostos duda del romanticismo mismo que emplea, no cree en el realismo novelesco, no es psicologista (acude al diario intimista y poético) y no aborda del todo la mentalidad positivista porque La peregrinación es algo anterior al auge de este movimiento de los años 70 y 80 en Europa. En su sentido del novelar, como los españoles mismos, se negaría a ser un naturalista del positivismo crudo y mantenía la fe en reconocer una belleza natural que tendría que ser guiada racionalmente en la historia. No creo que su consciencia obedeciera los mandatos religiosos que dominaban a los españoles hasta la médula; pero sí era un místico y metafísico muy de fondo poético (estético). En específico, no quiso reconocer plenamente el papel predominante e insuperable que tendría el mundo material y moderno que desplazaría y opacaría la imaginaria “ciudad letrada” del pasado romántico, y que quedaría cada vez más sepultada precisamente por la nueva modernidad cuyo lado más materialista y siniestro él quería rechazar (el "lado oscuro de la modernidad capitalista"). Al manos así lo advertimos hasta los primeros años 60 del siglo XIX, época de la producción de La peregrinación de Bayoán.
Bien encontramos en la obra un idealismo paradójico, pero muy de avanzada pre-positivista, que se emplea para representar los deseos y frustraciones de Bayoán, protagonista de su "novela". El mundo representado en la misma (sea ya el mundo liberal o conservadoramente burgués del Puerto Rico, la Latinoamérica y la España de entonces) es sometido a una agresiva crítica en que se incluye a sí mismo no de manera simple (en la mismidad) sino de forma paradójica (otreica). Su obra en realidad era parte de otros escritos ya emprendidos, que titula Diario, en que reflexiona sobre su vida y su pensamiento en general, tal y como ocurre en La Peregrinación.[2] De ahí que sea primeramente una obra intimista y de búsqueda del ser, pero manteniendo siempre una añadida perspectiva del sentido psico-social y cultural (esto lo acerca a la novela y su concepto más complejo del devenir). Hostos retendría mucho de la mentalidad shakesperiana del pesimista y paradójico Hamlet (lo barroco dramático), del romanticismo subjetivista y del conocimiento de lo que es un diario y su estilo testimonial y reflexivo que puede rayar en la reflexión filosófica[3]. En su búsqueda de lo interior del sujeto (su racionalismo poético) se adelanta a una época que aún no se prestaba al freudismo ni al psicoanálisis, posteriores a La peregrinación. Después de todo, en su texto Hostos se propone alcanzar el sociologismo racionalista (de raíz krausista-española) antes que la mentalidad de la duda y la incertidumbre psicologista de Hamlet y de Bayoán (y del inicial romanticismo), que domina la obra con su dramatismo, en parte. La "sociología cultural" era una nueva disciplina (moderna) que Hostos cultivaría muy bien en su posterior obra y ya La peregrinación le sirve de taller para ello.[4] El género del diario, en su intimismo y peregrinar hacia lo profundo de la personalidad y del ser lo llevará después de todo a buscar una salida hacia lo social, a la apertura que proporciona la novela (lo cual nunca logró del todo bien, pero sí con el ensayo y su poder de crítica social ampliamente racionalista, pero que no abandona lo subjetivo). Este género lo llevaba a la errancia y el ensayo era el género que le confería mayor estabilidad en su modo de razonar. De ahí que Hostos mismo rechazara el novelar y la ficción (género literario muy del positivismo industrial europeo). Los mediados del siglo XIX eran tiempos de un nuevo novelar, una nueva lírica, un novel drama y un aventurado ensayismo (que incluiría el periodismo), algo que Hostos parecía entender muy bien (de aquí que los adopte en su novela).
En La peregrinación de Bayoán se presenta una crisis en que un creador como Hostos, con sus ideales de redención social y de encuentro de un sujeto plenamente ético (kantiano), se resiste a ser seducido, como muchos, por la superficialidad horizontal de la modernidad de la época del capitalismo y el individualismo iniciales que sacude su emprendedora época, en proceso hacia lo industrial (¿peregrina en una romántica barca o en una cochina máquina de vapor?). En su obra nos advierte cómo, frente a su contemplación de la belleza americana, se ve inmerso en una sociedad colonial de gran egoísmo y de falta de justicia social, según nos dice de manera dramáticamente poética y casi siempre ensayística. Concibe a la sociedad manipulada por planes de grandes poderes nada interesados en poéticas nacionales o en liberaciones trascendentales. En lo costumbrista entendía que no solo se trataba de una cultura aún esclavista sino de una sociedad que ingresaba en una nueva explotación de todos los trabajadores en general y de un gran atraso de sus instituciones culturales y educativas. No había comenzado en América, del todo, la Revolución Industrial (que también criticaría) de España, y mucho menos en Latinoamérica. En Puerto Rico, una sociedad anacrónicamente colonial, se estará muy atrasado en estas ideas de la sociedad pre-industrial (que el capitalismo comenzaba a agenciar) y que ya pensadores como Hostos critica y rechaza con firmeza (por su nuevo coloniaje, principalmente). No obstante, el lado cientificista del positivismo le permite ver algo de avances para la idea de la Humanidad que muchos liberales de la época (como él) esperaban.
La Peregrinación se escribe a principios de la segunda mitad del siglo XIX, época de la emergente sociología, del psicologismo y la madurez de la filosofía del Romanticismo, del Costumbrismo frente a la crisis que le trae el Realismo, y el naciente pensamiento positivista que luego acaparará a la novela en la historia. A todos estos saberes responderá la obra de Hostos, tratando de presentarlos lo más novelescamente posible en La peregrinación (no sin ciertas dificultades en el manejo del género ficcticio como lo es la novela). Será el ensayismo lo que le interesará luego (en Tratado moral de 1888), pero siempre guiado por un didactismo en que yuxtapone el sentimiento y la subjetividad al imperio de la severa razón (E. Álvarez 68)[5]. De ahí la ambigüedad de su pensamiento y escritura, en el buen sentido, pues los grandes pensadores tienden a ser así, sujetos de la ambigüedad y la paradoja (ese es su territorio fronterizo, foráneo, emigrante, errante y peregrino). Una de las mayores cronotopías de La peregrinación es la incertidumbre y la inestabilidad (la otredad) en que un sujeto se enfrenta a la contingencia, sin temer a la mudanza, al cambio inevitable del tiempo moderno.
En esta crisis cultural que repercute en la creación de la obra, resulta singularmente importante el que Bayoán, desde un principio se haya distanciado ideológicamente a un nivel máximo del mundo que lo rodea. No muestra posibilidades algunas de comunicar significativamente con este ámbito tan alejado de sus ideales éticos y de cierta complejidad incluso para pensadores cultos de la época. De ahí la dificultad que posee Hostos para escribir una novela que implicaría (sin tanto apasionamiento) representar los criterios de los demás, aunque sean retrógrados. Por eso Hostos escribe tan en soledad y con un sentido tan elevadamente moral (pero muy amparado en ideas de la época). Hay una separación amplia entre lo que se vislumbra en su consciencia y el rumbo tomado por el entorno histórico-social, incluso el de los liberales. Mucha reflexión casi filosófica y poca dialogicidad sociológica. Son dos peregrinajes distintos. Hostos vislumbra una modernidad ética y racional, no tan materialista y capitalista como la que se estaba gestando en el mundo, y que requería ser tolerada con distanciamiento mimético en una novela (la que no logra —o no quiere—  semiotizar del todo). La novela representaba en el fondo la entrega al mundo industrial, y el eticismo de Hostos no toleraba esa nueva subalternidad impuesta por los europeos en América.
En el Prólogo que escribe en la edición chilena de 1873, el autor es consciente de que escribe una obra con ideas europeas pero de interrogantes y respuestas a una mentalidad latinoamericanista, muy crítica ante la tiranía colonial siempre ejercida por España. El mundo con el cual se identifica el autor (y su protagonista Bayoán) es parte de un imaginario que procede del idealista Romanticismo europeo y latinoamericano y que aspira a armonizar al sujeto con la sociedad al menos liberal (la de la gran familia nacional) y con la naturaleza y la mujer en mente (las cuales se concebían como esenciales para el encuentro de lo bello y armonioso). Todo ello resulta concebido desde su entorno inicial que es el Caribe, y su Yo problemático y casi agónico ante el, a veces, indeseado rumbo de la historia personal y cultural. Pero todos los deseos del autor y su personaje, en la aspiración de trascender, no se alcanzan ni mínimamente. Marién muere a fines de la obra y Bayoán desaparece y emprende una lucha incierta después de tan devastadoras experiencias. La primera muerte (la del simbolismo femenino en Marién) tal vez anuncia la agonía de no alcanzar el ideal caribeñista y americanista (el Eros masculino de la confraternidad federada). La obsesión o pulsión de muerte representan la imposibilidad de encontrar la patria (y es una ansiedad constante en la literatura puertorriqueña, creo que mucho más que en el resto de Latinoamérica).[6]
Todo lo anterior es presentado en La peregrinación de Bayoán,[7] dentro de una “novela” en forma de diario intimista en que una voz poética, sutil, a veces, y atormentada (romántica), en otras ocasiones, nos cuenta inicialmente su viaje por las Antillas (como un Cristóbal Colón sorprendido frente a su propio e inesperado espejo) y deja saber su malestar ante el panorama socio-cultural que ve (el cual revela una visión anti-colonial de la historia). Tal parece que el viaje (el peregrinar) es más interno, de su consciencia, que externo. Pero tras las muchas reflexiones (y de mostrar la deplorable situación ideológica de varios lugares caribeños) se encuentra en Cuba con la hermosa Marién (antes se nos deja saber que Guarionex representa la República Dominicana). Se enamora a primera vista de Marién (el mar, como símbolo, y Cuba, la Antilla valiosa y preciada por los poetas de la época), e ingresa en un severo conflicto moral y del Eros muy interno e intenso. De responder a su enamoramiento se vería obligado a crear una familia e ingresar en una especie de egoísmo que lo alejaría del ideal de liberar las Antillas y de unirse al proyecto americanista de una emancipación cada vez de mayores demandas y repudio al coloniaje. Luego nos relata cómo Marién se enferma y se ve obligado a llevarla a España en búsqueda de la ciencia que podría curarla. (Lo masculino nunca encuentra su lado femenino; ni aún en el estilo de la "novela"). En la travesía hacia España continúa con grandes dudas e incertidumbres, bajo el sufrimiento de ver a su amada desfallecer y de advertir también que un anciano bolivariano regresa de América, derrotado, con antiguas aspiraciones de redención, parecidas a las de él (tómese en cuenta lo señalado sobre la pulsión de muerte). Tal parece ser un revolucionario de una de las Republicas vencedoras, que luego se ven sorprendidas por oligarcas traidores y oportunistas nada interesados en los derechos humanos que guiaron la revolución (como en verdad ocurrió en Latinoamérica).
Bayoán llega a España en busca de “El Árbol de la Ciencia” (57), mas aún así con todo y la modernidad médica, Marién muere. Pero antes y a finales de la obra el lector se topa con un nuevo editor que obtiene el diario de Bayoán mismo, y quien posee y edita el texto que hemos leído. Nos enteramos finalmente que Bayoán se embarca luego a América persiguiendo su ideal, pero ya con una gran desilusión y sufrimiento. También se podría inferir que tras la experiencia ya el propio autor de la obra no es tan “ingenuamente” idealista y podría estar más listo para asumir posiciones firmes frente a los conflictos reales del coloniaje político y capitalista en América. Hay distanciamiento irónico del autor hacia su propio protagonista, tan idealista, melancólico y solitario.[8] Esto nos indica que estamos ante una obra que merece una lectura meta-textual, de un texto que se critica a sí mismo. Se trata de la propia crítica de Hostos a su incertidumbre juvenil y su manera de entender la sociedad y la Historia (como lo adopta en Tratado moral).
El editor ulterior nos ofrece a fines de la obra sus opiniones sobre el carácter de Bayoán (lo que no cambia mucho la caracterización que hemos obtenido de él mismo: un neurótico, obsesivo-compulsivo con su proyecto personal y social). Nos ofrece fragmentos del diario del héroe, en los cuales se nos habla de su estadía en Madrid con su Marién ya agónica, hasta que muere. Este editor nos relatará con un proceder narrativo más controlado que el de Bayoán mismo, hasta que todo culmina, y el acongojado héroe se marcha a América. Muchas veces este editor parece un alter ego de Bayoán observándose a sí mismo, y como una tercera persona más calmada y capacitada para narrar desde afuera sus propios acontecimientos. Se nota a finales que la obra ha progresado en destreza narrativa desde que fue iniciada tan poéticamente.
El editor incluye en esta parte acciones muy íntimas de la relación entre Bayoán y Marién, que incluso podrían referir a lo necrofílico (302)[9]. Esta obsesión en la novela por la muerte de la mujer (al extremo de no querer abandonarla tras su muerte) podría ser indicativa del deseo por superar el mito poético (masculino) que relaciona lo femenino con la patria en el sentido más ranciamente romántico. En la literatura romántica, ganar la lucha en la patria se parea a la conquista de una amada saludable y sublime que cumpla con el papel de esposa, madre y de obediencia patriarcal. El llevar a Marién a morir compromete al novelista con deshacerse de sus posibilidades de fundar una familia y de crear las condiciones necesarias para que no se cumpla la muerte del ser ideal en lo futuro personal y nacional. Todo esto resulta de un gran “mandato” subliminal en lo familiar y en lo social, en la placer del texto. Por esa razón emprende finalmente, lo más seguro, melancólico, pero frenéticamente, una lucha que sospecha que habrá de perder (como el viejo en el barco). La anticipación temerosa y precipitada a la pulsión de muerte lleva a eliminar a la poética amada (el Eros de la escritura). Ya Marién le anuncia al autor como señal simbólica que no  hay manera de escapar a la fuerza adversa de la naturaleza, no importan los más altos ideales románticos. Pero Hostos no abadonaría el idealismo ni sería un materialista. No daría supremacía al objeto, a la cosas en sí, y mantendría la idea romántica de un yo trascendental como posibilidad apriorística de alcance.
No obstante, el autor de la obra no podría ser acusado de machista, pues si alguien se distinguió en la defensa de la mujer fue Hostos. Marién es antes que nada un signo literario y simbólico que dice más de la consciencia (del estado mental en su otredad) de Hostos que de la mujer como ser real y referencial. (No obstante, algún que otro tapaboca le promete a Marién por no actuar según sus criterios). Es de esperarse que en su época estas obras resulten andronormativas y que sus mujeres respondan a alegorías de las ideas culturales pertinentes a los hombres y sus luchas nacionalistas y sus temores/goces necrofílicos más internos (endogenéticos). Marién representa la otredad subconsciente del hablante de Hostos mismo y aún no es un signo de la supremacía del "otro", de la realidad externa como fenómeno "objetivo" con independencia del sujeto. Mas esto es cuestión de posturas filosóficas y la aquí asumida es una de ellas.
Regresando al texto, notamos que las descripciones, diálogos, referencias y aconteceres en general de esta parte final se van tornando según, se avanza en la lectura, más novelescas, y se acercan bastante a la narración realista con tintes aún románticos, y con unas profundas meditaciones que nos exponen las connotaciones del significado de la muerte (la máxima otredad) en su sentido trágico y de psicología profunda. Es la parte de la obra más certera de Hostos en la creación de esta novela, poema, diario, drama y ensayo (todo a la vez). Pero con todo ello, sobresale el elemento de lucha (casi barroca), de signos opuestos y en términos de cruces dramáticos (y de ahí su profundo entendimiento de la obra de Shakespeare).
Tenemos también la impresión de que esta última sección en que interviene el editor exponen reflexiones de Hostos sobre sí mismo en su doble alter ego: el apasionado Bayoán y él mismo observándose al convertirse en editor ulterior de lo anteriormente escrito (el diario inicial) cuando era más joven.[10] En la época en que escribe ya Hostos parece haber cambiado un tanto y no se concibe tan idealista con lo que era en su identidad pasada, como el Bayoán exaltado y ambivalente entre razón y pasión que a finales desaparece (como su fantasmático padre… parecido a lo sucedido en Hamlet). Pero el cambio después de 1863, no es tan significativo. Creo que es más bien estratégico y razonado pues su literatura posterior continúa dialogando con muchos de los aspectos ya abordados. En los años 60, cuando se ve cómo editor, se siente más realista (por su krausismo) y abandona el poético idealismo desbordado e inicial desbordadamente romántico.
Importa el que la obra se dilate en presentarnos el argumento principal (la mímesis). La relación amorosa con Marién se presenta extremadamente poética y reflexiva (muy excéntrica, pues no es realista sino románticamente simbólica). Carece del realismo y de la dialéctica novelística (los juegos de pugnas y contrarios). Así se presentaría una problemática social dinámica sobre la lucha de clases y de ideologías concretas de individuos en la sociedad moderna y capitalista (lo cual no se expresa en esta novela). La dialéctica del héroe, Bayoán, no es con el mundo sino primeramente consigo mismo (tal vez porque Hostos es un crítico radical del mundo burgués que lo formaba —del que depende la novela como género— pese a no ser tampoco socialista). Hostos no cree en la burguesía ni en su género literario predilecto, la novela.
 Bayoán trata a Marién como un ser intocable, más símbolo poiético que otra cosa. No es un signo de pugna burguesa, como lo sería la mujer en la novela moderna. De ahí la ausencia de una sexualidad común. Pero mientras más avanza la obra, más “novelesca” se torna, a pesar de todo, aunque desde un principio se nos ha dicho que es un texto ficticio en forma de diario poético. No obstante, la obra maneja a un hablante muy diestro y complejo que incluso supera las dicotomías barbarie/civilización tan características del discurso Latinoamericano.[11] Mas, insisto, no encuentra su na(rra)ción burguesa (ver mi La na(rración….)
Luego de la enfermedad de Marién y la partida hacia España la obra se torna más clara en cuánto a lo que se persigue concretamente, y el narrador del diario incorpora lo transcurrido en el argumento, a sus deliberaciones poéticas y reflexiones ensayísticas (es un meta-texto). Se trata, además,  de un pretexto, después de todo, esmerado en ensayar las ideas del autor hasta ese momento histórico de 1863. En verdad, pese a las críticas que le podamos lanzar, es una de las mejores piezas, en su complejidad, de la literatura puertorriqueña y se adelanta en ciertos aspectos a María (1867) de Jorge Isaac (aunque ésta sea más novelesca). En verdad, en la propia España aún en 1863 no se había expresado del todo, en su genuino sentido, el arte del novelar burgués. Habría que esperar a fines de los años 70 y principios de los 80 para la implosión de la novela en ese país, y la Revolución Industrial y burguesa que abrirían paso a la narrativa compleja que abandona el simplismo alegórico del realismo costumbrista. Benito Pérez Galdós presenta los mejores ejemplares novelescos (superiores algunos de ellos a La regenta, como los son La Desheredada y Fortunata y Jacinta). Una obra como Pepita Jiménez (1874) de Juan Valera, no es una novela burguesa en el sentido estricto.
Pero volviendo a Bayoán vemos que su distanciamiento con respecto al mundo que lo rodea, lleva la obra a perder dialéctica narrativa y alcance mimético (la acción, la intriga), ya que no se constituye como lo que le correspondería ser, una novela burguesa.[12] Debido a la indefinición de la mímesis de la obra (la acción se dilata en extremo y aparece como algo secundario a las deliberaciones y digresiones que ocupan primeramente al narrador), el novelista tiene que recurrir a la impresión lírica en unas ocasiones y a la consideración ensayística en otras. Se presenta como un Colón del siglo XIX que viaja por el Caribe y se asombra de todo: “¡Otra vez, otra vez!... ¡Oh patria mía, cuántos dolores me cuestas! Apenas sosegado mi corazón, apenas colmadas las agitaciones que la meditación de este otro mundo me ha causado, y otra vez obligado a abandonarte!”  (47).  “¡Y el mar también sombrío! Sus olas me recuerdan el desierto: yo llevo uno conmigo. ¿Por qué me asusta su soledad” ( 47). Luego Bayoán regresa en un viaje inverso al de Colón, como espejo en que no ve lo mismo sino su “otredad”, su efecto contrario.[13]  Se trata de un Hostos que realmente cree en un lado ético y de de adelanto histórico en la empresa de Colón, como efecto de la unión a la civilización. En ello hay interpretaciones opuestas, pues Hostos es muy idealista en este aspecto. Hay que mantener en todo momento presente el genocidio y la maldad que en la conquista y colonización de América.
En ese sentido la obra tiene mucho de subjetivismo del Romanticismo (del lirismo, pero teniendo en cuenta el pasado americano, incluso el de las crónicas) de principios del siglo XIX, y del Costumbrismo realista de mediados de ese mismo siglo (al describir y referir a ciertos lugares y situaciones que no están directamente relacionados con el conflicto de la obra). Son observaciones y comentarios a principios del texto de un Bayoán-Colón que reflexiona sobre lo negativo, mayormente, que le ha ocurrido a América y cómo no se cumplen los valores de solidaridad, justicia y libertad (mucho menos mediante la noble España). “Esa justicia universal, que persigue el delito hasta en el tiempo, en la tumba, hasta en la historia;…” (51). Debido a lo último el que La peregrinación … sea una obra de tendencia ensayística que delibera racional e ilustradamente sobre los problemas ideológicos y morales de la sociedad y la cultura de su tiempo (y no elabora una problemática ficticia y conflictiva socialmente de los personajes). El protagonista representa muy bien, mediante sus reflexiones, el “imperativo categórico” kantiano (la máxima expresión de exigencia del bien moral y la eticidad que puede alcanzar el sujeto moderno, la metacognición de guiarse por el deber que conduce al bien por el bien mismo). “aspiración a la virtud, amor a la verdad y a la justicia, resolución de buscarlas y enseñarlas…” (99), nos dice el diarista, quien conoce el "otro" pero no logra llevarlo a metáfora narrativa y novelesca, precisamente porque no le interesa adentrarse en la pugna burguesa ya vigente.
Pero el conflicto y distanciamiento en que se encuentran el protagonista y el autor, con el mundo narrado (sobre todo al principio de la obra), es tan abismal, que les resulta difícil dialogar (incluso mediante la ironía y la sátira, que sería como procedería un narrador de la época) con ese mundo representado. La obra se ve en necesidad de recurrir a lo poético en unas ocasiones, y a la deliberación racional y ensayística en otras (esferas no tan directamente vinculadas a la acción ficticia de la obra: que es el vínculo con Marién y su “problema”). No obstante, el argumento de la obra resulta muy simple, pues lo que le confiere lento movimiento es la enfermedad de la amada de Bayoán y el viaje a España (lo cual no resulta suficiente para una argumento novelístico dinámico). No hay lucha social representada ni conflicto de clases o de grupos ideológicos, que sí vemos en la temprana literatura romántica en Latinoamérica (como en “El matadero” (1839) de Esteban Echeverría, y en la propia Amalia, 1849). Otro escritor nuestro de la época, Alejandro Tapia y Rivera tenderá más a alcanzar la dialéctica novelesca es algunos de sus textos. Su drama, La cuarterona (1867) es plenamente dialéctico y muy efectivo en su mímesis del conflicto de ideas clasistas y de prejuicios raciales concretos. Pero no tanto sus novelas pues no existe un contexto de lucha burguesa en Puerto Rico.
Por una parte, los momentos líricos del texto de Hostos muestran un apego altamente subliminal y emotivo a las ideas de la propia novela y una búsqueda desesperada de explicaciones que no se encuentran en lo concreto y lo novelable. La problemática nunca está en que el protagonista se enfrente a un rival en el mundo social, alguien (un actante) que le impida alcanzar lo que desea, sino más bien radica en incertidumbres filosóficas y poéticas. El lector que espere acción novelística en el sentido tradicional, no la obtendrá, pues no fue lo que se propuso realizar el autor. Así lo deja saber en sus prólogos. Hostos tal vez sospechaba que carecía de margen suficiente  para escribir novelas en el contexto puertorriqueño.
Lo ensayístico, por otra parte, revela un apego muy racional y deliberado ante los problemas sociales planteados en la obra y una toma de posición ideológica que pese a ser tan idealista, no se ajusta a la creación de una acción ficticia y novelesca. El narrador nos deja saber en el diario que no participa ideológicamente del proceso del materialismo moderno alcanzado en América, pues no se han seguido los principios de la Justicia moderna. Es una sociedad guiada por un positivismo organicista que Bayoán (y Hostos) rechaza. Ve que el gran ideal de la patria americana que legara lo mejor de Colón ha sido traicionado y ultrajado. En una obra más convencional (en las del realismo crítico, por ejemplo), estos aspectos de conflicto en el mundo serían presentados por medio de la mímesis, mediante la narración de situaciones ficticias en las cuales media la voz de un narrador que no se presenta ni como poeta ni como ensayista, y que finge (he aquí la “ironía romántica”) no intervenir en lo que acontece. De aquí que en Latinoamérica y en España se criticaran las novelas costumbristas y las llamadas narraciones tendenciosas que no acababan de presentar una problemática social (ficticia) en la que no interviniera el narrador con sus opiniones y digresiones. Novelas como Amalia (1851) de José Mármol en Argentina, María en Colombia, La familia de Alvareda y La Gaviota (1849) en España, fueran criticadas por ser muy tendenciosas y demasiado costumbristas. Incluso un cuento como “El matadero” de 1839, de Esteban Echeverría, resulta muy tendencioso, ensayístico y no tan mimético (ya en un sentido estrictamente realista)  como lo serían luego los relatos de Horacio Quiroga (1878-1937). En Puerto Rico obras como Garduña y La charca (1894-1896) pueden ser consideradas propiamente novelas (a pesar de mostrar narradores todavía dados al opinar ensayístico y positivista).
En ocasiones La peregrinación también recurre al diálogo sostenido, como si fuese un drama, en el cual la mediación del narrador y el mundo que rodea a los personajes parecen no importar. (Incluso los prólogos tienen elementos de drama). Por esa razón la novela se tarda en alcanzar un argumento e intriga claras y distintivas que definan la problemática y el conflicto con el mundo como expresión social y no necesariamente como condición ontológica o ideológica (dramática) que incumbe al autor en su reflexión personal y social. Una novela no debe representar directamente las opiniones del autor, debe ser mediada por lo ficticio. Tal es posible en un diario y su testimonio; y mucho de ello se da en dramas como Hamlet [14] que Hostos disfrutaba y admiraba tanto. Tal vez esta obra de Hostos debería en alguna ocasión llevada al teatro o a las pantallas cinematográficas o televisivas.
   Es casi después del primer tercio de la novela, cuando Bayoán se entera de la enfermedad de Marién, que la acción principal toma el plano frontal de la obra para darse así el desarrollo de la trama y se supediten en general el resto de los argumentos de la obra. Ya desde este momento, el narrador (y el autor implícito) se muestra más ágil y dinámico al aprovechar los acontecimientos en el plano de la acción principal, para presentar sus reflexiones filosóficas, ideológicas y poéticas. Es a partir de este proceder discursivo que podemos reconocer, sin digresiones, el argumento ficticio y novelesco del texto.  Sabemos que se sostiene la preocupación del narrar en el viaje hacia España y que luego allí se encuentra con amigos, el editor, y empeora la condición de salud de Marién. La incertidumbre ante la caída de la amada resulta bien narrada en su elemento de suspense. Será así sobre todo con la aparición de un editor a fines de la obra que problematiza el argumento y el discurso, de una manera poco realizada por escritores de la época (ver E. Álvarez). La cronotopía de la muerte colonial marcará en mucho el ethos na(rra)cional puertorriqueño. De ahí el manejo del fallecimiento del prematuro del Eros, en un cuadro tan compulsivo con ese tema, como El Velorio de Francisco Oller.
Luego de este giro en la obra, el lector se va enterando con mayor precisión de que se trata de un héroe extremadamente apasionado e idealista (Bayoán) que oscila entre lo que considera su deber patriótico y ético de luchar por la liberación de las Antillas (y de América) y su necesidad de encontrar la felicidad personal en el matrimonio con su amada Marién. El conflicto, además de ser con el mundo, lo es del héroe en pugna consigo mismo, lo cual dirige la obra hacia lo poético y ontológico de la existencia como señalamos antes (sorprendentemente posee hasta elementos del existencialismo del sigo XX). Si bien la novela como género en general, opera de esa manera (insisto), los relega a planos secundarios y no los sobrepone a la representación ficticia de situaciones en el mundo (a la transparencia del relato mimético).
Tras la resistencia del relato a adentrarse en la mímesis que podría crear con transparencia el argumento, el lector se encuentra con que la enfermedad de Marién finalmente obliga a Bayoán a dirigirse hacia España en búsqueda de la ciencia que podría remediar el mal de su amada (57). Se trata de un héroe de muy poca acción y mucho pensamiento (como Hamlet), que se ve en la necesidad de cargar con el cuerpo enfermo de su amada, en búsqueda de la salvación de ésta (es casi un símbolo de la ausencia del cuerpo de la patria). Marien resulta casi espectral (tal vez como lo es el ideal de la Patria para el Poder). Notamos un subyacente sentido positivista y darwiniano en estas cuestiones de la enfermedad y la miseria del cuerpo antepuesta a el que se privilegie una inconmensurable idealidad (imposible de alcanzar). Se trata de la metáfora del cuerpo enfermo (del ideal) de América.
Este aspecto del plano mimético pasa entonces a matizarse con el plano ontológico, pues la esperanza de la salvación de Marién (símbolo de América y de las Antillas) se entrelaza a la pérdida de fe que ya ha mostrado el autor de la obra en cuanto al potencial redentor de la ciencia y de España, de la burguesía y el Estado moderno como medios potenciados para liberar de los males sociales. Nuestro autor estuvo para mediados de siglo en España y sabía que estaba frente a una nación ideológicamente muy atrasada incapaz de darle la libertad a Puerto Rico y a Cuba por la vía legal y constituyente. De ahí su insistencia en decidirse por la lucha de una manera distinta y con criterios anticolonialistas. En la obra, Marién viene aún más a dilatar esa acción y apartarle del deber, de una misión casi crística de intervenir en la salvación y redención del “otro”[15]. A la larga el autor no creía en el novelar, en la ficción novelesca; por eso será más pensador social del ensayismo.
 La alegoría política de la obra toma entonces dimensiones dramáticas y hasta trágicas, pues se busca aquello que se sabe que no se podrá alcanzar. Se trata a la larga de la imposible salvación del cuerpo enfermo de las Antillas y de América (representadas en Marién), de la incapacidad de encontrar un suelo firme que permita la felicidad individual y particular, a la vez que se pierde la fe en la posible reivindicación por medio de la lucha política y social. La enfermedad, el cuerpo, la muerte, se convierten en impedimentos simbólicos y hasta sociológicos (se aquí acerca al positivismo darwiniano). El héroe Bayoán (como hijo del patriarca nacional y sus demandas más ideales) no se identifica ni con el mundo de la hacienda, ni con el liderato liberacionista latinoamericano (lo ocurrido al anciano en el buque es muestra de ello, 189). Tampoco con la inteligencia liberal de España y mucho menos en ésta como nación interesada en las acciones emancipadoras. De aquí la ansiedad que emerge por la falta de masculinidad y la ausencia del deseo viril que permitirían la unión con la amada y la continuidad necesaria de la familia puertorriqueña, caribeña y americana. Queda el héroe finalmente atrapado en una gran incertidumbre y en un gran desasosiego; impresiones y sentimientos éstos que ya poseía desde un principio y que recupera a finales de la obra ya casi de manera agónica. En este final ya el nuevo editor (Hostos mismo ya más maduro) se ha apartado de Bayoán y éste desaparece como un signo espectral.
Para finales de la obra el estado de profundo pesimismo pasa a un segundo plano al presentarse un nuevo nivel de inteligibilidad en la lectura (lo cual hace de ésta una obra meta-narrativa). Se trata de cuando el editor “acusa” la mentalidad extremadamente idealista y dramática del personaje Bayoán.[16] Este proceder discursivo marca el distanciamiento irónico que el hablante de la obra (el autor) ha mantenido con su héroe Bayoán, sin advertírselo al lector. Por esto no se deben confundir los valores del protagonista con los de su autor. Pero el editor no dirige la obra hacia un nuevo relato o rumbo argumental que podría llevar a una dinámica de nuevos registros con lo ya narrado. Su intromisión, no obstante, adquiere un sentido significativo, por cuanto tan singular recurso debe ser visto como trasunto de la consciencia de Hostos, quien al momento de la escritura de esta obra se aleja y distancia un tanto de la ideología extremadamente romántica (como la de Bayoán) de su primera juventud. La conciencia hostosiana busca más hacia lo racionalmente positivista[17] que hacia lo míticamente romántico y de ahí su resistencia al novelar mismo. Para que la obra se concretara como novela moderna tendría que acercarse más al positivismo racionalista de la cultura y al realismo crítico en lo estético y tendría que abandonar el debate romántico y ontológico que caracteriza al protagonista y que le da un matiz muy anacrónico.
La novela se niega, en ese sentido, a posarse en una inteligibilidad firme, a apoderarse de verdades supremas y céntricas capaces de definir el ser y la existencia. Tal es lo que en realidad se esperaría de un género amparado en un discurso y proyecto social que para mediados de siglo había comenzado con tanto ímpetu. En realidad Bayoán cree en una justicia y dignidad supremas, pero las mismas se marcan como objetos de búsqueda imposible y descentralizada. De aquí que como héroe se muestre constantemente ex-céntrico, desplazado, deslizándose siempre de significante en significante, oscilando entre relaciones opuestas y antípodas. Tal proceder lo separa de la mentalidad liberal de la época tan dada a buscar reconciliaciones aunque fueran imaginarias. Y pese a esta negativa a adoptar sin conflicto el pensamiento liberal de la época, Hostos en su novela no logra ubicarse en un espacio semántico que le permita ver con ironía las oposiciones a—éste sería ya un proceder de la modernidad del siglo XX. Se trata del máximo de conciencia posible del sujeto libre-pensador de la sociedad decimonónica, que Hostos capta singularmente en esta magisterial obra. Para su época problematiza en extremo la utopía liberal, ya fuera la pragmática o la más idealista, de la conciencia decimonónica. Pero su poca creencia en la efectividad y el valor crítico del arte novelesco no le permitió continuar por esta senda. Tal vez la ausencia de una base burguesa en una colonia como Puerto Rico, y el no creer en la burguesía ya formada en Latinoamérica, están en la base de estas incertidumbres de nuestro escritor.
(Ver Bibliografía de los Sílabos de los cursos en cuestión). Epígrafe de Fernando Mires, El malestar de la cultura. Erotismo y cultura en la formación de la sociedad política, Caracas: Nueva Sociedad, 1998.


NOTAS



[1] Eugenio María de Hostos. La peregrinación de Bayoán (Río Piedras. Editorial Edil, 1970). Es un  “poema-novela en prosa” impreso primero en Madrid (1863) y luego en Santiago de Chile (1973-1874). Un años después escribió para un certamen la novela La tela de araña, (Mayagüez: Ediciones Riqueña, 1992, con Prólogo de Argimiro Ruano). También se debe consultar Obras Completas. Edición Crítica. La peregrinación de Bayoán. Vol. I, Literatura, Tomo I. San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña y Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1988. La tela de araña tampoco da muestras de ser una novela en el sentido estricto; mucha consideración ensayística en la misma, para ser propia de ese género.
[2] Según Josefina Rivera de Álvarez en Literatura puertorriqueña. Su proceso en el tiempo (La Habana/Madrid: Ediciones Partenón, 1983) Hostos escribió su diario desde 1866, cuando estudiaba en Madrid, hasta la cercanía de su muerte el 6 de agosto de 1903). Las ha publicado el gobierno de Puerto Rico en Obras Completas (1939). Luego en las Obras Completas, de nuestra primera nota al calce. De Julio César López es el Prólogo Eugenio María de Hostos. Obra literaria selecta. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1988.
[3] “Romeo y Julieta” y “Análisis de Hamlet”, en Obras Completas, Vol. 11. Ver de Francisco Manrique Cabrera, Historia de la literatura puertorriqueña (Rio Piedras: Editorial Cultural, 1971): 160-169. El pensamiento de Hostos está muy matizado por el Krausismo que obtuvo desde 1857 con las ideas de Julián Sanz del Río (maestro de los krausistas liberales de la época) en la Universidad Central de Madrid. La filosofía krausista ya reconocía el avance la ciencia y repudiaba el Romanticismo exaltado y mucho más la superficial tendencia mística y religiosa propia de ese movimiento. Hostos, quien tiene mucho de Krausista, no abandona lo romántico en un sentido más profundo y problemático: “Sé que el romanticismo y la fantasía, otra fuerza que me imputaba Giner como una falta” (citado de Diario del Instituto de cultura, 1990, p. 59, de Gabriela Mora). Dice Josefina Rivera de Álvarez sobre la sociología y la moral social de Hostos: “ Expresa en síntesis nuestro escritor que el progreso progresivo del hombre en dirección del ideal del bien, su espíritu y su conciencia habrán de experimentar un creciente grado de desenvolvimiento que le permitirá a éste compenetrarse de la verdadera y racional esencia del mudo, con el logro final de un estado de armónica relación entre el hombre y la naturaleza” (154). Esto resume en gran medida el idealismo del pensamiento krausista de Hostos y su rechazo al materialismo positivista en su sentido más crudo pese a sus relaciones con el mismo. Ver el Prólogo de José Luis Méndez a Tratado de Sociología, Obras Completas de Eugenio María de Hostos, Vol. 8, Tomo I, Río Piedras, Editorial de la UPR, 1989.
[4] Ya eran conocidos los escritos de Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), Immanuel Kant (1724-1804), Georg W. F. Hegel (1770-1831), Karl Marx (1818-1883), Arthur Schopenhauer (1788-1860). El Romanticismo y el realismo dominan la primera mitad del siglo XIX. El positivismo es un periodo que cubre más o menos desde 1840 hasta los años 30 del siglo XX, con sus variantes. Augusto Comte (1798-1857) y Carlos Darwin (1809-1882) serían decisivos en el giro científico de mediados del siglo XIX (Del origen de las especies, de 1859). Comte, entre 1817 y 1823 desarrolló sus teorías bajo las premisas positivistas. Acuñó la palabra “sociología” en 1824 y aparece impresa la misma en su Curso de filosofía positiva de 1838. Mucha influencia tendría también Hostos, para la segunda mitad del siglo XIX, del krausismo del maestro Julián Sanz del Río (quien funde en su pensamiento algo de Kant, Hegel y sociologismo pre-positivista). Se ha visto a Hostos como un romántico pesimista, kantiano, hegeliano y de ideas krausistas; con una gran tendencia a la sociología de la última mitad del siglo XIX. No será un positivista comteano, dado que su ética tenía raíces kantianas entremezcladas con un krausismo deísta, muy panteísta e intimista y de un "racionalismo armónico". Este deseo de indagar y problematizar tanto en lo filosófico (sin poseer la metodología y el rigor de esa disciplina y modo de pensar) no le permitiría escribir como novelista, incluso en La tela de Arana de un año después de La peregrinación. La tela de araña es una obra más sosegada y clara en su decir, pero sigue siendo una reflexión ensayística, poco novelesca.
[5] Uno de los mejores trabajos sobre esta obra de Hostos es de Ernesto Álvarez: Hostos novelista. La estética y psicología en La peregrinación de Bayoán (San Juan: Editorial Edil, 2000). Para Antonio S. Pedreira La peregrinación es un “tendencioso relato en forma de novela”, para la crítica Carmen Gómez de Tejera la obra “apenas tiene trama” (“Introducción de Ruano: nota no 47: 34). Veremos en este trabajo que tales opiniones no resultan tan relevantes hoy día. La obra debe ser analizada en sí misma, en su semiosis, en su estructura y significación históricas, sin tampoco dar tantas alabanzas al genio de Hostos que ya no está en duda. Por su timidez y soledad, Hostos se refugió desde joven en la escritura del “diario intimista” y a partir de ese género debe ser valorada su obra, sin prejuicios genéricos. Se trata de una época de gran transición y la obra de estos escritores suele ser muy híbrida.
[6] Ver de Luis Felipe Díaz, La na(rra)ción en la literatura puertorriqueña, (San Juan: Huracán, 2009). En ese libro elaboro el tema de la nación-narrada, siguiendo a Homi Bhabha y otros postcolonialistas. Persigo la idea de la imposibilidad de narrar satisfactoriamente una nación trunca, sometida al tránsito y trauma que se relaciona a la pulsión de muerte sobre del Imaginario y el Simbólico culturales y a la post-escatología que culmina en La patografía (1998) de Ángel Lozada, y en otros escritores postmodernos en Puerto Rico. En su ensayo sobre Hamlet nuestro autor habla de Ofelia de Shakespeare como si fuera un pretexto para lograr la mentalidad trágica del héroe. Y así parece Marién, un pretexto, una alegoría de Hostos para expresar sus paradójicas ideas; no es un personaje novelesco propiamente pese a sus iniciales delineamientos ralistas, sobre todo al final de la obra. Creo que para Hostos la mujer (la representada por él) era un síntoma de la otredad que no entendía (era su subconsciente)
[7] Hostos revisa el texto de la primera edición escrita en Madrid en 1863 y presenta una segunda edición en Chile en 1873 con algunos cambios textuales y un segundo prólogo.
[8] Ver estudio de las voces diegéticas de Jorge Enrique Lefebre Tavárez, “Las voces autoriales en La peregrinación de Bayoán”, Tesis de Estudios de Honor de la Universidad de Puerto Rico, Recinto, Río Piedras (200?) http://repositorio.upr.edu:8080/jspui/bitstream/10586%20/253/1/La%20peregrinacion%20de%20Bayoan%20y%20sus%20voces%20autoriales.pdf. Habría que tener en mente que esa soledad de Bayoán es de raíz hamletiana, un ser con una dialéctica interna que no se convierte en oposición concreta ante un problema del mundo. De ahí nuestra insistencia en la cortedad novelesca de esta obra de Hostos. La otredad está en el sujeto mismo y no es convertida en ficción independiente del Yo (contiene procedencia del drama clásico). También a eso se debe que lo intradiegético (homodiegético) y lo externo en la diégesis del discourse no provenga de una problemática de los personajes sino del Yo de un hablante en su reflexión misma. No se encuentra la heteroglosia mimética que requiere lo narrativo en su fábula e intriga problemática.
[9] En las págs. 302-03, Bayoán narra una de las últimas noches con la agonizante amada y todo lo dicho trasluce sexualidad cumplida y no deseo reprimido como desde inicios de la obra. En su relación con Marién, Bayoán deja ver una gran represión de las demandas del cuerpo. Primeramente porque ella es un símbolo para él, pero ya a las alturas de lo narrado a finales el personaje ha adquirido mayor concreción realista. Tal parece que existe una homo-sociabilidad muy reprimida (y no tan pertinente a la problemática inicial que pide el análisis del texto). Ver de Peña Jordán, Teresa, “Cuerpo político del deseo: literatura, género e imaginario geocultural en Cuba y Puerto Rico, Universidad de Pittsburgh, http://www.enciclopediapr.org/ing/article.cfm?ref=06100601&page=1, 2005.
[10] Sobre el aspecto meta-narrativo, véase de Leticia Franqui, “Un acecho cervantino a La peregrinación de Bayoán”, dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/3988187.pdf. Este aspecto meta-narrativo que sepamos resulta único en Latinoamérica, de la manera que lo realiza Hostos, relacionado con la meta-cognición que proporciona el empleo del diario (el advertir al máximo las capacidades y límites del Yo). Véase la obra de Ernesto Álvarez.
[11] Ver explicación de Jean Franco, en Historia de la literatura hispanoamericana, Barcelona: Ariel 1997.  Hace referencias a Civilización y barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga, ensayo de Faustino Sarmiento, publicado en 1845, uno de los iniciadores de ese motivo cultural que ha perseguido la literatura hispanoamericana hasta el siglo XX (Doña Bárbara, 1929) por ejemplo. La tridimensionalidad subalterna del discurso de Hostos en La peregrinación supera estos aspectos. La barbarie la veía Hostos proveniente de la mentalidad opresora del imperialismo que se inicia en los tiempos mismos de la colonia y culmina en Europa y Estados Unidos y sus sociologías darwinistas y positivistas dominantes. Contario al pensamiento latinoamericanista en general Hostos no se ubica en la ideología del radical anticolonial que a la larga termina siendo una copia de su opresor. Pertenece (como José Martí) a un pensamiento anticolonial mayor complejidad, sufrimiento y ambigüedad (en el gran sentido).
[12] Dice José Juan Beauchamp: “Por eso la novela toma la forma de un diálogo del protagonista con la historia, especialmente con personajes históricos y hasta con la naturaleza americana, de tal modo que parece un loco.  Y es aquí donde mayormente está contenido el juicio sobre España que hace Bayoán y que en el nivel de la forma conduce el relato hacia una crisis de la forma tradicional de la novela y hace que ésta entre en identidad con el ensayo.” (“La peregrinación de Bayoán: Crisis de la novela y novela de la crisis de la búsqueda de valores”, Talleres. Revista del Junior College de Puerto Rico, Vol. 5, Núms. 1-2, 1989: 113-174). La ausencia de una burguesía nacional no permitirá el desarrollo de una novela dialéctica y del realismo crítico (por lo menos cercana) hasta los años ochenta en Puerto Rico, cuando al menos existía una ansiedad y asomo por lo na(rra)cional (ver mi libro La na(rra)ción en…). La novela es el género de las burguesías nacionales en Europa y sus nuevos mandatos culturales (siguiendo en esto a G. Lukács)
[13] Ver el valioso y más que sugerente ensayo de Félix Córdova “La peregrinación de Bayoán. Construcción de un punto de vista”, Hostos para hoy. Anuario Hostosiano. Vol. 1, Núm. 1, Recinto Universitario de Mayagüez, 1988, pp. 89-105. Córdova persigue la idea de la peregrinación monumental y gigantesca (anti)colombinas (al revés, otreica) que emprende Hostos mediante su metáfora (mirada) escritural y anti-imperialista que le proporciona la máxima razón posible de su época).
[14] De ahí el agrado de Hostos por Hamlet de Shakespeare. Nos dice Rafael Cancel que la visión trágica en Hostos implica que el hombre tiene que padecer el mal para poder conocer el Bien. La opción del héroe trágico estiba en su libre elección del mal (el sufrimiento) para obrar el Bien. Véase: “Hostos: crítico de Hamlet”, Hostos para Hoy (citada antes), pp. 73-79. La obra de Hostos que aquí tratamos tiene mucho de dialogicidad con los actantes de la madre, la amada, y el fantasmático padre de Hamlet. También están los amigos traidores del ideal americanista de la nación y la inevitabilidad trágica (el destino) de la muerte. Estos son los "dioses escondidos" del drama pre-moderno (Barroco y Neoclásico) de que habla Lucien Goldmann y el apego a esta estructura mental es lo que no permite a los escritores de esta época de Hostos ser novelistas no el sentido más moderno y burgués.
[15] Entiéndase por “otro” el signo contrario al inicialmente ofrecido, la negatividad, el polo opuesto implícito en el signo o el símbolo mismo, la diferencia, la alteridad, aquello que no se desea, pero como efecto sintomático emerge con significado peculiar y pertinente a la negación inicial de un sujeto. El Uno carga dentro de sí su otredad, un sujeto posee un subconsciente que surge como marginalidad de su ego, de su narcisismo, de la relación espejística de su Imaginario maternal con el Simbólico paternal. Ver mi explicación de términos lacanianos en Modernidad, postmodernidad y tecno cultura actual (San Juan: Gaviota, 2011). El mayor alcance de la “otredad” son la muerte y el hueco de la nada, las cuales inician el llamado a un nuevo dialogo y proceder ante la pulsión del existir. En este caso la muerte deja de ser síntoma paranoico y se convierte en significante de nuevas posibilidades. La literatura puertorriqueña a lo largo de la última mitad del siglo XIX y todo el siglo XX es sencilla y patológicamente obsesiva con la muerte (signo clave de la identidad nacional).
[16] En el Prólogo de la edición de Chile de 1873 dice Hostos: “Cuando lo publiqué por primera vez era dos veces niño: una vez por la edad; otra vez por la exclusive idealidad en que vivía.” (18, edición antes citada). Las voces diegéticas en esta obra de Hostos son múltiples y muy desparramadas y separadas y creo que ello es uno de los elementos que afecta su crisis como novela que no se cristaliza como tal (ver tesis de Lefebre Tavárez, antes citada). Como alegoría se trata de un niño que no parece encontrar la manera de llevar a cabo el mandato del padre y elimina en su obediente proceder a su eros más preciado (la amada) ante la ausencia de una madre fiel. Problemas estos de la enfermedad andro-hetero-normativa de la modernidad complusiva. Se trata de una resistencia al mandato edípico que caracteriza a la inicial modernidad y que os clásicos persiguieron sin tanto trauma: el asesinato del padre.
[17] Hostos no adoptó la visión darwinista o spenceriana al-pie-de-la-letra sino que la elaboró con otras construcciones socio-culturales. Véase estudio de Alfonso R. Latoni, “”Eugenio María de Hostos. Primer sociólogo de América”,  Hostos para hoy, antes citado, pp.  67-71. Ver también Prólogo de José Luis Méndez en Obras Completas, Vol. VIII, Tomo 1 (ya citado). El aspecto positivista sí se revela en parte en la obra pero no de manera explícita sino simbólica, como se ha señalado antes.
Lizza Fernanda explica a Hostos