lunes, 22 de abril de 2013

Análisis de Lazarillo de Tormes



Análisis de la obra Lazarillo de Tormes
Luis Felipe Díaz, Ph.D.
Departamento de Estudios Hispánicos
Universidad de Puerto Rico, Río Piedras
Notas clase. Espa 3212
Literatura Española II



¡Lázaro, despierta ya, levántate, lee y anda!

La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades (más conocida como Lazarillo de Tormes) es una obra de la picaresca española, anónima y escrita en primera persona. Posee un estilo epistolar muy particular (una sola y segmentada carta, escrita por un “héroe” nada épico sino pícaro en su estilo). Las ediciones conocidas y más antiguas son de 1554 y se imprimieron en Burgos, Amberes y Alcalá de Henares. Resulta curioso que sea del género tipo carta, en una época tan epistolar como la de los gobiernos de Carlos V (1516-56) y Felipe II (1556-98) en la España del siglo XVI, cuando se escribía lo más seguro dentro de un contexto de grandes intrigas y "juegos" políticos del Poder que se ocultan tanto en las cartas como en los textos importantes de la época. Se trata del periodo aúero de España (desde los Reyes Católicos, iniciadores de gran progreso y modernidad, y también de la continuidad del expansionismo imperialista y marginación de las minorías nacionales y el genocidio ejercido en América, y todo tipo de manipulaciones siniestras de la monarquía). Fue también con los sucesivos monarcas, época conducente a la decadencia, cuando se mantuvo la nación apegada a una ideología monárquica, señorial, anticapitalista y contra-reformista, que no daría margen al desarrollo de una burguesía nacional y una modernidad apropiada a los tiempos, como en el resto de Europa que fue construyendo el advenimiento de un Estado cada vez más abierto a lo democrático e industrial. 
     La mayoría de los críticos concuerdan en que la España castiza e imperial resulta completamente desarticulada e ironizada mediante las perspectivistas y las dialógicas representaciones psico-sociales que ofrecen el protagonista y el autor (implícito) de Lazarillo de Tormes. En 1557, cuando todo el mundo cree al rey rodeado de oro, España entera se encuentra en la bancarrota (Vilar 50); esto sugiere mucho de las mentiras de los poderosos que denuncia Lazarillo. Todo se realiza con una ironía que adquiere sentido si consideramos que luego en 1588, con la caída de la "armada invencible", se evidencia aquello que había ido expulsando a España de su habitus (sus negaciones y abyecciones): el mundo moderno, el capitalismo, el "libre pensar" propio del protestantismo y la crítica reformista al catolicismo. Lazarillo de Tormes presenta toda una crítica franca (pero solapada) a lo que España se negaba a reconocer (el ser una patética picaresca nacional). De ahí que la obra sea articulada de manera muy sinuosa por el anónimo autor, ya un judío converso o un católico ocultamente crítico. No eran tiempos de dar cara si se poseía una versión crítica de lo que imperaba en la sociedad dirigida por la monarquía, la iglesia y los poderosos. Era una de las máscaras de los autores tras sus pícaros que tenían mucho que decir en una sociedad de tantas hipocresías y contradicciones del Poder. Tal parece que además del "realismo naturalista" (que encontramos en la obra) la literatura se las tenía que ingeniar empleando un lenguaje irónico y de varios pliegues burlescos para poder dar cuenta de un contexto histórico social de tanta falsedad, contradicción y cinismos.
     Se narra de forma fingidamente autobiográfica la vida de un niño, Lazarillo, en un entramado de conflictos en múltiples facetas y encuentros sociales y ético-morales con sus anómalas consecuencias finales. Muchas veces obtenemos en la lectura la voz del Lázaro adulto (quien enuncia), y en otras el Lázaro del momento infantil o adolescente en que fue creciendo. Son varios los tiempos narrativos inmersos en la obra, que en ocasiones son presentados a la misma vez (ver ensayo de Guillén). Si bien el narrador articula en primera persona, hay en la obra un hablante amplio (autor implícito) del discurso (o el llamado autor estructural) que se ocupa de sugerir significaciones irónicas (expone con disimulo lo contario (o sentido satírico) de lo inicialmente implicado por el “feliz” y a veces penoso pícaro). No debemos depender de los criterios de Lazarillo sino entender sus actos y argumentos dentro de inferencias que nos lleven al punto de vista del autor (implícito) de la obra, quien se esmera en criticar la España de su época de manera disimulada (irónica) empleando a Lázaro como signo (des)articulador sin que los lectores se percaten del todo de ello. La critica no sólo es político social sino profundamente humana, de una antropología social muy de la época para la cual no había ensayismo pero sí una literatura en prosa con una tradición muy compleja. En este sentido, se debe atender dos estructuras, la frontalmente superficial (de la voz de Lázaro, intradiegética), y la profunda, que coloca en perspectiva la primera y pertenece al autor (transdiegética). Se trata del entrecruce de una estructura superficial y otra profunda en la lectura, y la aprehensión tridimensional de la obra al ver los dos procederes discursivos en choque o adverso encuentro. Dentro de estas tres perspectivas (que incluye el ver en perspectiva) encontramos la del Lázaro pícaro, la de él mismo que se ve con ironía en el contexto en que vive y escribe (nada pícaro y satírico, sino irónico hasta lo más patético posible), y la ironía amplia del autor implícito de la obra (que la crítica literaria de hoy día ha llevado a sus extremos con su ensayística crítica y teórica de lo que es el lenguaje literario). Al lector culto (al letrado) le toca crear una nueva estructura de lectura que depende del entendimiento de las anteriormente mencionadas. (No obstante, el entendimiento de la estructura de la obra nos indica que no se puede interpretar lo que venga en gana).
     En el contenido vemos que se trata del acontecer del pícaro en un mundo de miseria material y humana, desde su infancia, luego en la adolescencia y finalmente el mundo de su patética e insegura vida de adulto, pese al medro obtenido. El matrimonio que le asignan a Lázaro es el evento final de su vida perturbada, y motivante de la carta que leemos. Detrás de todo está el que al parecer Lázaro sea interpelado por la justicia, pues se le acusa de ser un marido que tolera el adulterio de su mujer. Lázaro se muestra con amplia consciencia de que ganar las simpatías del lector (primeramente a quien llama “vuestra merced”), depende del efecto (pragmático) que inspire el convencimiento en su relato. (Su talento de interpelar o manipular lo que narra). Lázaro intenta que el destinatario inicial (“vuestra merced”) empatice con él mediante la carta, y por ello decide dar cuenta de su vida de la manera tan peculiarmente compleja (sinuosa) como lo realiza (especialmente en el último tratado). En la manipulación retórica de su discurso, Lázaro sabe que conlleva el “salvarse”, y tal vez por eso ofrece poca amplitud y variada sinuosidad a algunos capítulos de la narración; no solo para no tener que denunciar y criticar más a las autoridades sino para no incriminarse. A veces Lázaro es ciudadoso con lo dicho, pero el hablante detrás de su voz (la polifonía oculta del texto) se infiltra para denunciar todo lo posible el mundo de corrupción y crueldad que rodea al pícaro. Sólo véase los inicios del último tratado.
     El muchacho, que pertenece a la clase social más ínfima en la España del siglo XVI (es una otredad, en su subalternidad), le sirve sucesivamente, como criado, a un mendigo ciego, a un clérigo, a un escudero, a un fraile de la Merced, a un buldero, a un capellán, a un maestro de pintar panderos, a un alguacil. Finalmente alcanza un oficio “más estable” mediante el medro social, el de pregonero en la ciudad de Toledo, y protegido por el Arcipreste de San Salvador, quien lo lleva a contraer matrimonio con una mujer, que ocultamente es amante de éste. En calidad de sirvienta, la mujer visita frecuentemente la casa del clérigo a “guisarle y otras cosas”. Las “malas lenguas” murmuran del oportunismo inmoral del Arcipreste y la situación indigna de Lázaro, quien sin embargo considera haber llegado a la cumbre de la prosperidad, la buena fortuna y la dignidad de “hombre de bien” (tópicos tan importantes en el Renacimiento y posteriormente). No se trata de la culpabilidad legal de Lázaro sino de la limpieza de su honra y nombre.  El autor implícito de la obra brinda las pistas para darle la doble y yuxtapuesta lectura a toda la situación frontal del discurso de Lázaro, y así exponer con ironía un sujeto que representa la peor situación social y moral de la España de su tiempo. No es para pasar por alto que en estas culturas, aun muy androcéntricas, recaiga sobre la mujer (como algo natural-moral) la culpabilidad y el fallo. Así resulta con la madre de Lazarillo y con la mujer del tratado final. En ese sentido, la posición identitaria en que termina Lázaro podría ser bastante femenina en cuanto su subalternidad ante la masculinidad oficial que lo acusa reclamándole una explicación. (Interpretación que se obtiene siguiendo la oculta lógica falocéntrica de la época).
     La mayoría de los críticos concuerdan en que Lazaro es víctima de una sociedad cuya religión y autoridad son como la capa que obtiene finalmente: pura apariencia o simple performance. Parece proclamar que ha acogido, en su largo camino, los valores de un buen alumno, pero al final cae en una gran trampa social que lo obliga a sostener una patente mentira. La perspectiva del autor parece ser la contraria sin necesariamente moralizar contra el “pícaro”, pues el “determinismo” social del que ha sido víctima es lo que ha llevado a su situación de cornudo, tan indigna y penosa (si es visto con mentalidad machista, porque hoy día no hay manera de que un humano porte cuernos, a menos que esté genéticamente intervenido; el simbolismo de cornudo ya en nuestros tiempos también carece del sentido de antaño). Mas la crítica en general no lo ve exactamente así. Los analistas tradicionales, prefieren incluso, mediante el último acto, continuar con la burla que obtuvieran en los primeros tres actos o moralizar al respecto de la situación del Lázaro adulto (que puede lo mismo ser víctima, que un hipócrita y oportunista obligado a aceptar “una relación de tres” (ménage á trois). Esto podría ser muy escandaloso en la época, pero no tanto para el lector de hoy día. Lo importante es el no moralizar respecto de la situación en que se encuentra Lázaro pues es un signo literario, una metáfora que representa una significación social del momento, tan dada a estas construcciones moralizantes y androcéntricas. Es también un pretexto para representar y metaforizar la cultura de la época, pues no tiene mucho sentido que Lázaro tenga que contestarle a un dignatario de esa manera. Quien más bien tendría que rendir cuentas debe ser el Arcipreste, el que arregla el anómalo matrimonio de Lázaro, para su conveniencia personal.
     La obra es considerada precursora de la novela picaresca en España y tiene por uno de los elementos estilísticos principales el “realismo” crudo e irónico en que es narrada (y no se debe confundir este proceder estilístico con el "realismo crítico" del siglo XIX). El relato se estructura en varios capítulos muy irregulares el uno del otro. Nos muestran la vida de Lázaro, con varios amos, quienes lo guían por un proceso de “aprendizaje” y, pese a todo, de sobrevivencia material y social. ¡Y estará por verse si la carta le permite sobrepasar la faceta final de su vida!; si en verdad ha medrado y la fortuna (el espejo que se revela mediante la Letra) está de su lado y refleja algo creíble. Sobre todo, el pícaro debe sobrevivir ante la crítica de sus lectores, como signo “realista” creado por un autor, porque es un personaje literario y no una persona real (como algunos críticos ingenuos creen). En la época, sin embargo, la obra se leía como algo realmente ocurrido (real por parecer autobiográfico) y no ficticio. Tal parece que fue escrita por el autor, con esa intención. Se obliga al lector, según el crítico Francisco Rico, a preguntarse por la condición de veracidad o ficción del texto. En nuestro trabajo entendemos que se trata de un texto creado para la diversión y también para una interpretación simbólica de introspección y reflexión sobre un sujeto en una época específica. No es intención del autor la de moralizar pero sí desea emplear ocultamente el pensamiento crítico. Estos eran los posibles filósofos (creadores de metáforas complejas) de la España inquisidora y represiva ya que no había manera de ejercer el abierto pensamiento disidente en la España monárquica que entregaba el criterio de ejercer la palabra a la iglesia.
     Importa notablemente el que la obra ofrezca como trasfondo una crítica a la sociedad española de su tiempo (el siglo XVI: finales de Carlos V, y un tono “moralizador” (en el sentido de crítica social) y dentro de un trasfondo muy pesimista respecto de la vida misma (dependiendo de cómo se lea, porque la obra ofrece niveles “encontrados” de interpretación). Como nos dice el Prólogo —en el cual se mezclan las voces del autor y de Lázaro adulto—, si el texto se lee con liviandad, sobresale la comedia, especialmente ante las situaciones chistosas del pícaro, cuando niño especialmente. Por otra parte, de leerse la obra con hondura simbólica, se obtiene la ironía profunda y la intención conflictivamente crítica del autor, quien depende de la lectura que se le ofrezca al texto en su época. (“pues podrá ser que alguno que la lea halle algo que le agrade, y a los que no ahonden tanto los deleite” (4). La obra misma es un espejo que invita a crear el Texto que permanence en espera de interpretación con cierta noción relativista. El escritor tiene una situación muy parecida al personaje, debe articular con sumo cuidado interpretativo. En lo escritural, este proceder resulta muy inicialmente moderno y ya lejano de lo medieval. Pero el ojo medieval todavía vigila, controla y castiga; el escritor ha de crear discursos muy sinuosos y complejos en su creatividad para poder transmitir significaciones inadvertidas.
     En 1935, decía Américo Castro (en “Perspectivas de la novela picaresca”) que la existencia por los años en que aparece Lazarillo, en la picaresca ofrece una reacción contra el mundo de la nobleza y eclesiástico que se asocia con el despertar de una conciencia individual y de protesta, estimulada por el humanismo cristianizado que prepara los ánimos de rebeldía del “aquí estoy”. Cierto. Pero en esto es al autor, y no el personaje a quien le interesa que se vea el "aquí estoy" del espejo de la mentira. Para Julio Rodríguez Puértolas, “El Lazarillo presenta una agresividad general contra la sociedad que recuerda muchos aspectos de La Celestina; abundan las irreverencias y blafemias; el anticlericalismo es una constante; se someten a revisión crítica y sañuda todos los valores establecidos” (Blanco Aguinaga, 266).  Sobresale, sobre todo, en la obra un contundente “Yo” del sujeto anónino y común, en un mundo degradado y carente de valores auténticos (algo propio de la novela como género). No obstante, todavía no se ha dado la novela propiamente hablando porque no hay un conflicto del protagonista como actante en pugna con una clase social, como lo podría ser la burguesía. La estructura que rige la obra es de una crítica ética y moral a la iglesia y la aristocracia pero sin un anclaje en los valores burgueses que no resultaban “pertinentes” en la España monárquico-señorial del siglo XVI. Es decir: la oposición social en la España renacentista no la ofrece una clase social burguesa sino un grupo de casi libre-pensadores, muy disimulados, sin anclaje en una ideología de clase social. Ya el imperio se encargaría con sus censuras, de acallarlos cada vez más.
     La obra no solo es una crítica social sino que se eleva a cierto alcance de reflexión filosófico-social en torno al modo de existencia en una cultura como la de la España del siglo XVI, tal y como es vivida por un pícaro que supuestamente termina su vida muy bien casado y acomodado (ha medrado) y que insiste algo cínica y patéticamente ) en su progreso honroso y en ser hombre de bien  (interpretación que no es la de esperar del lector simplista, de la época y del actual). Su medro es social pero no lo sería tanto en lo ético y como víctima de una cultura bastante culpable de todo lo que a él mismo le ocurre, pues ha sido la misma cultura la que lo ha guiado y formado y que solo le brinda los desechos, los sobrantes (cual vómitos de lo social). Para algunos críticos la obra está escrita primordialmente con intenciones literarias y folclóricas (M. Bataillon), y siguiendo modelos de otras obras anteriores y no necesariamente como una metáfora de crítica social a su tiempo. Aquí apostamos más por esta última opción y no por el conservadurismo interpretativo del famoso crítico mencionado y los muchos que lo siguen.
     En ese sentido Lazarillo de Tormes ofrece un discurso muy irónico y despiadado, de la sociedad imperial del siglo XVI, de la que se muestran sus vicios y actitudes hipócritas, sobre todo las pertinentes a los clérigos, políticos y funcionarios de la justicia en general. Se representa el bajo escenario social posterior a los reyes católicos (que fue eco de lo hipócrita, genocida, clasista y explotador) de Carlos V, y un gobierno que heredó toda la corrupción eclesiástica y político-social de que se ha hablado tanto. Léase, para comenzar, los capítulos del libro de Blanco Aguinaga, Puértolas y Zavala, donde se nos ofrece una crítica con consciencia de clase (pese a que sus criterios ya han sido superados con una crítica deconstrucionista más actual que toma en cuenta aspectos de subalternidad y de subjetividades espejísticas encontradas, que los marxistas no consideraban en sus tiempos). (ver también críticas de Francisco Rico y Francisco Márquez).
     Hay diferentes hipótesis sobre las influencias en Lazarillo. Se sostiene, por lo que se infiere de la crítica inmanente del texto, que el autor fue simpatizante de las ideas erasmistas de la época. Erasmo de Rotterdam (1466-1536), escritor de El elogio de la locura (1511) y uno de los iniciadores del libre pensamiento humanista y moderno. Esto, y los otros aspectos de la crítica social y religiosa, motivaron a que la Inquisición prohibiera Lazarillo y que, más tarde, permitiera su publicación, pero una vez expurgada. La obra no volvió a ser publicada íntegramente hasta el siglo XIX.
En 1605, el fraile jerónimo José de Sigüenza atribuyó la autoría del Lazarillo al también jerónimo Fray Juan de Ortega, pero es algo muy debatido. La crítica insiste en que por la época en que se publicó Lazarillo, Fray Juan de Ortega era General de los Jerónimos, lo cual explicaría que el libro apareciese sin autor. La última de las investigaciones sobre el autor del Lazarillo de Tormes se debe a un exhaustivo trabajo de la prestigiosa paleógrafa Mercedes Agulló, publicado en 2010 (“A vueltas con el autor del Lazarillo”, Ed. Calambur).  Atribuye la autoría a Diego Hurtado de Mendoza. Pero la autoría sigue siendo una de las mayores incógnitas de esta obra de la picaresca. Las atribuciones más convincentes son: Fray Juan de Ortega (general de la orden de San Jerónimo), el poeta Diego Hurtado de Mendoza, Sebastián de Horozco y Juan de Valdés. También existen especulaciones con una menor credibilidad que atribuyen la autoría a Lope de Rueda o Hernán Nuñez de Toledo. Mas el texto es analizable sin necesidad de tener en cuenta biografía alguna.
     Para muchos críticos la temática del Lazarillo de Tormes es principalmente moral: es una crítica acerba, una denuncia al falso sentido del honor ("la negra que llaman honra"), del necio medro y de la hipocresía en la sociedad Renacentista tan idealizada en sus altos valores por muchos escritores de la época y por la oficialidad de la monarquía-señorial. Pero la obra, más allá de la simple moralidad como se podría entender superficialmente, trata de la dignidad humana (tan discutida en la época) en el complejo y contradictorio mundo social en el cual el sujeto se representa en la obra mediante una sombría visión del existir que nos ofrece un autor sumamente pesimista y, sobre todo, anticlerical y crítico de la justicia y del Estado español en general. “¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se veen a sí mesmos!”, dice al principio la obra, implicando al propio Lázaro y a los lectores (mas quien enuncia en esta parte, en realidad, no es solo el pícaro sino también, por detrás del discurso, el autor (implícito) de la obra, que se cuela por aquí y por allá en el texto). Es este autor quien en verdad entiende la capacidad de un sujeto para verse a sí mismo dependiendo las circunstancias. Habría que tener en mente que se trae entre manos el autor en cuanto a la capacidad de Lázaro (y del lector) de verse a sí mismo en lo que le ocurre a finales de la obra con el último amo.
     Se nos plantea al principio de la obra que arrimándose a los buenos "se será uno de ellos" y se medrará dignamente (como cree la madre), y como se ve tras el modo sugerido en los eventos risibles de la novela. Pero vemos a la larga, y sobre todo en el capítulo VII, que para ser virtuoso se requiere fingir ser tal, aunque no se pueda serlo. Los que dominan a ocultas el Poder no permiten al sujeto subalterno (al individuo) colocarse en tales circunstancias de dignidad humana. Amplia es la corrupción humana, el cinismo y el mayor el ocultamiento de tal. Y para “superarse” (como lo pretende realizar Lázaro) se requiere aprender a representar un papel (como se logra inicialmente con las simples vestimentas que se cambian a unas mejores, aunque se sea falso y degradado o bueno, pero inmerso en un mundo social que solo permite lo contrario de lo inicialmente pregonado). Por tal razón vemos a finales de la obra cómo Lázaro enfrenta problemas, sosteniendo el papel, el rol que dice tener: el de un hombre de bien, pero en verdad (nos deja saber el autor impícito) se puede ver que muchos sucesos lo contradicen. También cabe advertir que Lázaro no es menos que quienes lo acusan. Vemos constantemente en la obra cómo se le niega el pan y el vino a Lázaro cual representante del pueblo humilde, escogido por Dios. Pero también vemos cómo éste termina repartiendo el agua en el pueblo, y es pregonero de vinos (significantes de bendición sagrada) en una sociedad degradada y que reparte bienes de acuerdo a intereses creados.
     En ese sentido, la obra presenta un perspectivismo problemático en que vemos un héroe que podría ser un “otro” del que dice ser. ¿Miente Lázaro a expensas de que lo sabe, es un cínico, un necio que miente a pesar de que insiste en no realizarlo? Ofrece a finales en la carta un saber con amplia convicción, pese a entender que lo afirmado es apariencia y falsedad. Tal vez una de las razones por la cuales se ve obligado a mentir sea porque no desea abandonar lo que con tanto trabajo y esfuerzo ha alcanzado. (¿Quién desea volver a la calle sin nada?). O tal vez porque todos, incluyendo a “vuestra merced”, son así: actores de un falso papel que responde a la apariencia social. En su estructura profunda, la obra alcanza de esa manera la ironía moralizante de la modernidad crítica en su visión de lo doble y espejístico, y que nos rinde hasta hoy día (ver mi libro Modernidad, postmodernidad y…, pág. 19-37).
     La novela nos presenta la visión de un autor (el implícito en el texto) irónicamente humanista, desencantado con la ideología oficial del Poder de su época. Como en el caso de La Celestina, estamos ante un autor (tal vez) judeoconverso (y erasmista), con una visión del ser y del contexto que rodean al individuo de manera muy contraria a la pregonada por la religiosidad católica y el Imperio (tan creyente en la pureza y limpieza de todo). El autor nos presenta en la estructura frontal la tradicional visión conservadora y conformista de un cristiano católico de la contrarreforma, pero entrecruzada con la mentalidad crítica e irónica del pensador del Renacimiento tardío. Juntas se contraponen y se atraviesan una a la otra, ofreciendo a la obra una dimensión perspectivista poco usual en la época tan consevadora y dicotómica (de un polo o de otro y no de versiones atravezadas y adversas). Lázaro no es tan ingenuo como se pinta, pero tampoco es simplemente inmoral como se podría creer, por otra parte. Es víctima, pero no deja de estar ya muy comprometido con la falsedad y el embuste.  A la larga la lógica argumental nos sugiere que quien debería estar en el juzgado es el Arcipreste (había leyes contra ellos y sus lascivias). Lazarillo parece justificarse no tanto en lo legal sino en la honra tan defendida en la época imperial y que el autor tiene como punto de ataque en su crítica a la sociedad en general.
     Pero su visión irónica y crítica llevó la obra a su inclusión en el Índice de libros prohibidos de la Inquisición (1659), aunque se siguió leyendo clandestinamente por su fama y escritura realista. También la obra circuló mediante una versión expurgada de los pasajes anticlericales y con una insistencia en la interpretación simplemente cómica, mientras se ignoraba su crítica dura y profunda. La iglesia y la academia han sido cómplices en esto incluso a través de los siglos hasta hoy día en la educación básica e inicial del estudiantado. No tuvo en cuenta, hasta hace poco, el efecto de la focalización interna, en que habla también el Lázaro adulto, y la focalización externa en que se hace referencia sugerida y enuncia un autor irónico. El lector ve desde adentro (voz de Lázaro) la situación social de un sujeto en su individualidad y subjetividad muy privada, pero también puede inferir desde afuera, en la perspectiva de la obra, la situación adversa al pícaro. Se trata de aspectos estructurales en que no se necesita de la erudición de la tradición, influencias, autores, historia real y oficial. Esos son otros tipos de análisis tradicionales y por lo regular ideológicamente reaccionarios. La representación de la vida, tanto interna como externa, de Lázaro es una alegoría del vivencia del sujeto subalterno de la sociedad española de mediados del siglo XVI y de los amos que lo acompañan.
     Lazarillo fue una obra muy traducida, leída, criticada e imitada, e influyó notablemente la literatura española; tanto que muchos insisten en que sin la misma no se habría podido escribir ni Don Quijote de la Mancha ni la gran cantidad de novelas picarescas españolas que siguieron. Hasta Lazarillo, los relatos presentaban a un héroe adulto (un caballero o un señor refinado en la vida pastoral o un noble) sin muchos cambios o perspectivismo conflictivo en su carácter y proceder. El héroe no cobraba relieves a lo largo de su historia y aventuras; su personalidad no se tranformaba en su forma de ser dialéctica, como se nos deja ver en Lazarillo. Así es si nos percatamos de la transformación importante de la personalidad de un sujeto que nos quiere representar los valores de la sociedad establecida (como Lázaro), pero en su otredad y alteridad oculta la degradación del sistema de valores en que se quisiera amparar. Esto hace al relato de Lázaro muy moderno y es en este aspecto de la transformación discursiva en la cual estriba lo novelesco de la obra.
     La división de las siete partes es muy desigual curiosamente. Lázaro cuenta en primera persona su historia, desde un niño de origen extremadamente humilde y de nombre irónico (para el lector advertido). Según se dice con ironía en el prólogo que a nivel profundo cuenta la versión disimulada del autor tras la obra. Lázaro nació en un simple río de Salamanca (España), cuando en la literatura de la época se pregonaba a grandes héroes, su alto nacimiento y procedencia (las nociones bíblicas en este aspecto del niño en el río y su relación con el agua adquiren significación profunda). Tormes es hijo de un molinero “ladrón” llamado Tomé González y luego es criado por un padrastro negro, de quien la madre tiene otro hijo que siendo moreno se burla ignorantemente de los suyos (no se ve a sí mismo; tal vez como el mismo Lázaro, quien a finales de la obra no quiere ni puede articular su verdad de cornudo). El autor aprovecha para mostrar toda la miseria del español promedio en su nacimiento, en una sociedad tan prejuicida e injusta como la del siglo XVI. Ni el sujeto ni la sociedad pueden sostener una cognición de sí mismos y de lo real, franca y transparentemente, como lo quisieran ver los erasmistas de esta época. El sujeto es sometido en la sociedad a anclajes que no le permiten otra vía que la de la degradación vivencial.
     Entre "fortunas y adversidades", Lázaro va evolucionando desde su ingenuidad inicial con el ciego, el sacerdote y el escudero hasta desarrollar un instinto de supervivencia y una personalidad cada vez más compleja y listo para “hazañas” cada vez más peligrosas, según se ve en los últimos tradados. Pero a partir del IV capítulo las reflexiones y sentencias críticas van disminuyendo y se ve más envuelto en la corrupción social, callando y disimulando lo más posible. En esta parte del texto, tal parece que el autor mantiene mayor distanciamiento irónico del personaje hasta el último capítulo que se torna sumamente complejo (además del Prólogo, por su perspectivismo). Hasta esta parte ya se ha dado el ascenso social y el "descenso moral" del protagonista, quien al final se negará a aceptar su verdad (y con razón de ello porque entiende que todos han medrado valiéndose de las trampas y tretas del sistema social).
     Lázaro presenta unos antecedentes familiares marginales propios del pícaro: su padre era ladrón y su madre sostiene relaciones “inaceptables” para la sociedad y su moralidad. Su precaria situación social lo lleva a ganarse la vida sirviendo a diversos amos a cambio de comida y protección. A medida que el relato avanza, Lázaro abandona su inocencia inicial y comprende después de todo que los buenos escrúpulos morales no dan de comer; su prioridad radicará en alcanzar una posición social cómoda, y el engaño y disimulo serán el mejor medio que empleará para prosperar. Por eso al final no quiere perder el territorio “avanzado” y ganado para medrar y el buen vivir. Detrás de todo, insistimos, repercute la ironía de un autor que emplea su discurso narrativo para representar un sujeto y una sociedad envueltas en situaciones adversas que los llevan a asumir conductas cuyas repercusiones son son para la creación de la mejor sociedad que proclamaba el saber renacentista y humanista.
     Recapitulemos en la diégesis o marco formal del discurso. La estructura externa de la novela gira en torno a siete “tratados” o capítulos en los cuales Lázaro, mediante una larga carta autobiográfica, narra sus andanzas a una persona que llama “vuestra merced” (su “narratario”, a quien le dirige el discurso dentro del texto narrado mismo). Estos capítulos van precedidos por un prólogo en el cual se explican las razones que han llevado a escribir la historia en su doble complejidad. Lázaro, por su parte, es un narrador intradiegético u homodiegético que ofrece su propia versión de lo acontecido a él mismo. No podemos por tanto creer tanto su versión tan subjetiva. El autor (implícto) de la totalidad de la obra ofrece las pistas para entender con ironía al personaje y cómo éste podría representar lo adverso a lo que él mismo comprende y explica. El autor presenta otro punto de vista y perspectiva, pero con dismulo (y que los vea quien pueda o quiera entender).
    La narración se realiza en verdad retrospectivamente, y he aquí otra de las dobles perspectivas de la obra. El Lázaro ya adulto es quien cuenta al lector de la carta (y a su Merced), cómo desde niño fue entregado por su madre a un mendigo ciego para que sirviera de lazarillo. Con él aprende a valerse por sí mismo y a ser listo pese a las traviesas astucias que habrá de desempeñar para evitar las hambrunas. Aquí se inicia su recorrido por el mundo del hambre, que puede llevar a la muerte (como se infiere con ciertos signos en el tercer tratado sobre el empobrecido y “muerto de hambre” escudero). Tras la risa se oculta el lamento e infortunio, una gran pulsión de muerte en el sentido del psicoanálisis moderno. Tal vez por eso Lázaro a finales se hace un poco el desentendido, para no regresar a la calle, al hambre, al desalojo total y a la muerte (como, inferimos, le ocurrió al escudero). En este sentido, estamos frente a una obra que bien puede responder a los reclamos y lenguajes (horizontes de expectativas) existencialistas de la primera mitad del siglo XX.
     La crítica también es notable cuando nos percatamos de que su padre fue perseguido por la justicia porque escondía algunas porciones de trigo y de ésta manera tenía que pagar menos impuestos, y acabó siendo mulero de un caballero y murió como leal criado. A su madre le dieron el centenario (cien azotes). Tiene entonces que ocuparse de ser cocinera y lavandera. Un ciego pasa por el mesón y ella le ofrece su hijo, ante las limitaciones alimentarias. La carencia y “la falta” perseguirán a Lazarillo hasta que a finales pretenden expulsarlo del alcanzado espacio de “ganancia” (de lo pleno, los sacos llenos, aunque sea mediante el robo, ¿por qué no, si todos, hasta el Imperio y la iglesia, roban?).
     La lectura simbólica es continua, aunque más “simple” a principios de la obra. Cuando Lázaro inicia su viaje, el ciego lo lleva a colocar el oído en un toro de piedra, para oír un supuesto ruido. Pero el ciego lo golpea contra el toro como señal de iniciación a la vida dura y a su capacidad de dominio pese a la ceguera. Aquí el toro pude ser interpretado como un símbolo fálico, un signo de la entrada de Lázaro al golpe patriarcal de la vida y el existir brutalmente consciente, sobre todo para el que vive en la calle, despojado de todo, con nada, “ciego” por la existencia, pero con los oídos muy pegados a la rudeza del vivir (entrada en el Complejo e Edipo freudiano o el Orden Simbólico lancaniano, en el psicoanálisis). Ese es el sujeto que tendría que sobrevivir en la corrupta sociedad clerical y estatal de la España del siglo XVI (la de Carlos V en adelante), ciega y sorda ante el sufrimiento del pueblo súbdito, subalterno, pese a esos gobiernos que promulgaban todo lo contrario. No se posee aun consciencia del posicionamiento del sujeto no en la comunidad, no en la nación ni el Estado. Muchos menos en el territorio de dignidad correspondiente a una entidad, un ser humano.
     Muchas veces en la lectura se le puede prestar distraída atención a las partes más cómicas y de menor profundidad crítica. Como cuando se dice: “el ciego introduce la nariz dentro de la boca de Lázaro, le produce náuseas a éste, de forma que vomita toda la longaniza en toda la nariz del ciego”. Incluso este aspecto tan cómico podría tener una lectura de lo patético y repugnante de devolver los desperdicios internos al “otro” subalterno alimentado de su repulsiva mismidad (el ciego). El miserable ha de extraer de sí las filfas y devolvérselas al más desgraciado aún. Esos desechos deben ser vistos como lo peor del ser humano en su arrojo grosero al mundo social de una supuesta sociedad de dignidad y justicia que no se cumple como tal. De la belleza clásica renacentista a este miserable cuadro del pícaro, hay un largo trecho. Se trata de lo que se reconoce en el arte, como el Manierismo. También en ello el autor nos muestra el lado más miserable de la "realidad" española de mediados del Imperio en el siglo XVI. De una sociedad ideal y celestial que pregona mucho de la literatura idealista de la época pasamos a una visión de representación escatológica. Esta sociedad parece haber olvidado que su cristianismo comenzó en las catacumbas.
               Finalmente Lázaro, cansado de las injusticias del ciego le devuelve el golpe de la piedra en un acto también altamente simbólico (le arroja el sonoro vómito una vez más). En una ocasión de lluvia debe ayudar al ciego y le indica por dónde pasar, pero es justo enfrente de un poste. El ciego es invitado a saltar con todo su ímpetu y choca contra el obstáculo y obtiene irónicamente el mismo golpe que al principio le propinara a Lázaro. A lo que el pícaro le dice: “¿Cómo, y oliste la longaniza y no el poste?” (45). Todo esto bajo una lluvia que parece liberar al pícaro de toda culpa y sufrimiento. A partir de esta acción, el anti-héroe está listo para una nueva etapa menos ingenua en el mundo en que vive. Ya su madurez lo lleva a saber que el más ciego puede ser el mayor vidente (que retiene incluso lo más intestinal y egoísta en el seno de lo social). ¿Y cómo no aplica a finales de la carta esta mirada y arrojo a sí mismo? O realmente lo ejerce, pero el autor lo mantiene sumamente oculto en la madeja discursiva, y es esta la manera de decir una “verdad” en la hipócrita España imperial, contradictoria e injusta en su religiosidad. El autor, por su parte, también lanza al lector “un vómito”, una significación de desperdicio social, pero es posible que éste no se percate de ello. Se trataría de la ignorancia del lector, quien estaría tragándose el vómito del autor o del discurso que le merece una época como la suya, que tal vez siga siendo parecida a la de Lázaro. 
     Este primer tratado resulta importante para entender la obra en su vastedad de significaciones. Antona es una mujer amancebada con un negro, Zaide, quien le da a Lázaro un hermanastro mulato, que como señalamos tiene como “virtud’ el no reconocer su realidad racial, tal vez como España no reconoce la suya. Sabemos que muchos críticos plantean irónicamente que la Europa blanca termina en los Pirineos. La capacidad del verse a sí mismo se convierte entonces en uno de los motivos de la estructura crítica y profunda, pues se trata de la aptitud del lector para verse espejísticamente en la obra misma, como reflejo de la sociedad y el reconocerse en el espacio de su nacimiento. No se trata del ideal río espejístico del héroe Amadís de Gaula, quien no ve su otredad y tampoco la ven sus lectores renacentistas y neoplatónicos. Lázaro de Tormes es más bien una obra Manierista que demuestra el lado negativo de la sociedad, como los cuadros de ese movimiento que suelen enseñar algún aspecto abyecto (sucio, de desecho, de muerte; como una fruta del paraíso dañada en la parte más diminuta y disimulada). Estamos en este aspecto ante la España que no se reconoce como africana.
         Lázaro pasa luego al servicio de un clérigo incluso más avaro y perverso, con quien padece hambre a nivel de casi morir enflaquecido. “Escapé del trueno y di en el relámpago”, dice (47). Todo se traduce en conseguir algo de pan de un arca que el clérigo posee (cerrada con unas llaves, como si fueran las de San Pedro ante las puestas del cielo). Como está ante un ser extremadamente avariento, Lázaro aprovecha la visita de un calderero, y obtiene copia de la llave del arcón en la cual su amo guarda los alimentos. El clérigo se da cuenta de cómo mengua su bodega, por lo que Lázaro finge que son ratones y, más adelante, una culebra, que asaltan el almacén. El clérigo tapa los agujeros y grietas, pero cada noche el ingenioso muchacho deshace los remiendos. En un bajo lugar esconde el alimento que le niega a Lázaro, como los ricos del imperio les niegan el pan a los pobres, algo de lo que se ha dilucidado simbólicamente en el tratado anterior (la negación del pan y el vino a los humildes, quienes a la larga entrarán en el reino de los cielos, según el cristianismo). Las connotaciones religiosas se imponen e indican tal vez la identidad eclesiástica y reformista del autor (a los eramistas se les acusaba de seguidores del protestantismo luterano).
     Tras varios episodios de pugna y la astucia de obtener y de negar el pan, Lázaro se apodera de una copia de la llave para tomar el alimento que le es negado, y la aculta en su boca mientras duerme. En una ocasion el clérigo confunde el silbido proveniente de la boca del pícaro con el de una serpiente. Si bien cree que es el silbido de una culebra, el clérigo descubre el engaño de Lázaro, le propina una tremenda paliza y lo tira a la calle, luego de que los apiadados vecinos lo curan de sus heridas (todo debe ser leído connotativamente como una amplia crítica al clero, la iglesia y al Poder que niega el “pan” como simbolismo del mal practicado cristianismo). Las relaciones pedófilas de algunos clérigos son connotadas (en el relato) mediante el juego en el dormir y la búsqueda de la culebra (el falo). La expulsión, el vómito (de la llave, de la culebra, de la protección de la falta y la prohibición) siguen tendiendo relevancia para la interpretación de la obra. Se trata de una escultura que deja los sobrantes que no ofrecen dignidad y bienestar a los sujetos sociales.
     Luego Lázaro se arrima a un triste y pobre escudero, arruinado y orgulloso, quien encuentra en la calle. Queda impresionado por su hidalguía (que como se verá es mera apariencia). Una vez más estamos ante la problemática espejística del no-ver. La gran defensa del hidalgo es el honor y la dignidad de clase (aristocrática), mientras en verdad se ha empobrecido hasta no tener ni para alimentarse. Irónicamente después de un tiempo Lázaro se ve precisado a mantener al hambriento y pobre hidalgo con el poco alimento que consigue en la calle (la parte más profunda y humana del texto). El escudero, por su parte, pertenece a la categoría más baja de la nobleza campesina que ya ha perdido casi todo en un imperio donde este tipo de sujeto medieval ya no importa. Para el gobierno de Carlos V, la nobleza campesina ya pierde su carácter militar y territorial. Pero el orgullo de clase del escudero lo lleva a sentirse como un noble a quien a nadie debe nada, solo a Dios y al rey en el sentido medieval.
     Resulta irónico el ascenso de Lázaro al servicio de un “noble” y representa un gran proceso de aprendizaje el de establecer contacto con un sujeto tan mítico y cargado de significaciones profundas. El escudero ofrece una situación moral análoga a la de Lázaro al final de la obra, al tener que defender su honra o estar en peligro de desaparecer ante el poderío social, y de padecer el hambre conducente a la muerte (como el escudero). En ese sentido hay una gran carga tanásica, de pulsión de muerte —en Lázaro y el escudero— en una sociedad tan dada a la violencia consigo misma y su “otredad” y la Falta. Esto último se entiende como la ausencia de algo no tanto físico sino altamente simbólico. En la sociedad no se pueden poseer las condiciones dignas del Ser que la misma promete pero en el fondo no contiene.
     Vemos cómo Lázaro termina mendigando por las casas, pidiendo de comer, lo que les dieran las mujeres de la Tripería. Una vez más se revela el aspecto de alimentarse con los desperdicios (vómitos) de la sociedad, con el sobrante, lo escatológico. Pero por el lado contrario Lázaro sostiene profundas conversaciones con el escudero sobre reflexiones de la vida, por lo que debemos ver que se trata de la parte de mayor reflexión, de concepciones de dignidad y justicia, a pesar de que es un hidalgo empobrecido sin nada material que ofrecer al pícaro. Aquí la lectura nos obliga a viajar a través varios sentidos de reconocimiento de la complejidad de los procederes humanos, sus destinos y maneras de comunicar su propio acontecer. Es lo que le ocurre con mayor contundencia a Lázaro a finales de su trayectoria y es lo que le proporciona a la obra un nuevo perfil de representación en la historia literaria. Se trata de una parte del texto que nos lleva a ver cómo el sujeto narra y justifica su propia existencia; a advertir cómo una sociedad ocultamente degradada le reclama al sujeto más abyecto y subalterno que justifique su miserable existencia. El colmo del colmo! Tanto la iglesia como el Estado reclamaban tal justificación a un pueblo destinado a la miseria y es esto precisamente lo que podría identificar parte de la mirada de un judío ante su propio pueblo español que lo rechazaba. Tal vez esa sea también la justificación del miserable existir que la iglesia católica le demanda al súbdito más desprovisto y nada bienaventurado. Mientras tanto, ese otro hambriento espera la bendición de los poderosos y de la gente de "bien".
     En una ocasión el hidalgo consigue algo de dinero y envía a Lázaro a realizar unas compras. En el camino se encuentra con un entierro en el cual llevan un cadáver la “casa lobrega y oscura” (la casa del escudero es como símil de la tumba y la muerte). Es el lugar donde nunca se come y de la casa vacía y oscura. El pícaro confunde entonces los dos significantes con la residencia de su amo: el no comer que lleva a la tumba y la muerte (el vómito del existir, lo escatológico). Vemos que éste signo (hambre=muerte) a la larga es el gran actante (actor) que persigue a Lázaro y contra el cual tiene, desde un principio, que luchar. Tal parece que la sociedad solo le ofrece desperdicios que a la larga tiene que devolver (como el discurso final de defender su dignidad, que resulta más en un despojo que en otra cosa). Pero a finales de la obra oculta su situación, pues no desea regresar al hambre, lo que podría significar su desaparición y muerte (como el escudero). La obra ya cobra significaciones casi filosóficas que trascienden las explicaciones personales en lo social
     Luego de este evento humorístico y a la vez profundamente simbólico de la obra, la casa del escudero es embargada por las autoridades y éste desaparece. Lázaro queda solo y abandonado cuando se había ya acostumbrado a tener la responsabilidad de suplirle humilde alimento (desperdicios) a su hambriento y orgulloso amo. Los papeles se invierten con un escudero que representa un antiguo sistema de regimiento social ya en decadencia y con otros conceptos de honradez, orgullo y justicia (muy idealistas y clasistas) y que Lázaro asimila y aprende. Los mismos estarán en peligro de deshacérsele ante lo ocurrido más adelante y que se relata en el último tratado. La obra, en esta parte del escudero, obtiene su mayor capacidad espejística al invertir los papeles sociales con ironía. El sujeto oficial (el escudero) depende de las miserias del otro subalterno.
     Hasta esta parte del libro, son los primeros tres amos quienes influyen en la formación inicial del personaje, y con ellos conoce la crueldad de la vida y la hipocresía de la sociedad y algo de nuevos conceptos de dignidad y apariencias, con el escudero. El suceso de este último, sin embargo, lleva la narración a tomar un giro significativo en cuanto el sirviente se las arregla para sostener a su amo, con las implicaciones ideológicas y éticas que ello conlleva. Se trata como si el texto (el sujeto; Lazarillo y Lázaro) cobrara mayor consciencia de sí mismo y obtuviese mayor capacidad para observarse en su “otredad”. De aquí en adelante la narración no será la misma y es esta madurez la que incluso se cuela en los dos primeros capítulos que en ocasiones presentan el discurso de un Lázaro adulto capaz de reflexionar. “¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se veen a sí mesmos!” (Rico: 18).
     Lázaro estuvo sirviendo a un hidalgo arruinado cuyo único tesoro son sus remembranzas de hidalguía y de dignidad, inmerso en un mundo cambiante y que ha descartado su presencia, a menos que se entienda como una reminiscencia fantasmática que merodea por la ciudad y que no perturba a nadie. Lazarillo empatiza con él, ya que aunque el escudero no tiene nada que ofrecerle, pero al menos lo trata con dignidad y ternura patriarcal. El patético y fantasmático ser termina por abandonar la ciudad y Lazarillo se encuentra de nuevo solo en el mundo del arrojo y el abandono. Es el mismo mundo en el cual se prodría ver a finales del relato si lo despojan de todo lo ganado. Por eso se las juega en su necio mentir (total ya parece acostumbrado a los vómitos del inducidos al “otro”).
     Más adelante, en el cuarto tratado, Lázaro servirá a un sospechoso mercenario, tan amante del mundo que en sus andanzas apenas se detiene en su convento y lo lleva reventar los zapatos (alusión a las reformas monásticas por entonces de moda, en el sentido de "descalzar" o hacer más rigurosos los estatutos del clero regular). Se trata de unos zapatos (desechos y desperdicios humanos una vez más) que cubren la apariencia de ser tan pobre, aunque solo le duran unos pocos días. Lázaro se cansa de seguir su trote continuo y abandona este amo, por eso y “por otras cosas que no dijo”. Este tratado, aunque es el más breve de toda la obra, contiene una dura crítica hacía la corrupción de los eclesiásticos en lo que al voto de castidad se refiere. Lázaro dice del fraile de la Merced que era “amicísimo de negocios seglares y visitar, tanto, que pienso que rompía él más zapatos que todo el convento”. Se hace referencia a “negocios seglares” (es decir, negocios que no eran de índole religiosa) y “visitar”; es a que, o bien el fraile tenía aventuras con mujeres del lugar, o bien visitaba a prostitutas. Puesto que ninguna las dos conductas son aceptables en un fraile, con este personaje el autor realiza una de sus más duras y directas críticas al clero. Incide en este aspecto otro de los comentarios de Lázaro sobre el fraile: “Gran enemigo del coro y de comer en el convento, perdido por andar fuera”; con lo cual parece querer decir que el fraile no gustaba mucho de las labores espirituales, pero si adoptaba las más terrenales (se infiere el relacionarse con mujeres).
     Inferimos además que gracias a este fraile, Lázaro alcanza su despertar sexual e inicio en prácticas eróticas. Este hecho se enfrenta totalmente con la visión de la Iglesia sobre la abstinencia del sexo y la sexualidad en los adolescentes, por lo tanto que sea un fraile el artífice de esta conducta no deja de expresar la crítica del autor como duro reproche a la inmoralidad e hipocresía del clero. No olvidemos que la obra connota el haber sido escrita por un judío converso y erasmista, tal vez de visión muy adversa a la contradictoria práctica católica.
            El buldero, amo en el próximo tratado, es un funcionario vendedor de bulas, documentos con el sello del Papa, que concedían privilegios o dispensaban de alguna obligación religiosa. El negocio de las bulas daba lugar a numerosos fraudes y protestas del pueblo y resultaba parte de todo un complejo y tramado negocio de los desechos sociales. El buldero, según el protagonista, es “el más desenvuelto y desvergonzado que jamás yo vi ni ver espero ni pienso que nadie vio”. No obstante, Lázaro posee ya un peculiar modo de expresar, ha aprendido a disimular y quedarse al margen sin ocasionar problemas. Después de pasar unas cuantas penurias, se marcha y deja este problemático amo, pues sabe lo que es una provocación del vómito social a un “otro” como él.
            El buldero y el alguacil simularon una disputa referida a la autenticidad de las bulas, y el alguacil, en tratas con el buldero, se lanza al suelo y queda, luego de haberlo acusado, como mentiroso e injurioso para asombro de todos. Se trata de una de las partes que somete a prueba la capaciad que tiene un sujeto para mentir y actuar, algo que está en juego ya en la significación del metatexto (el texto que se ve a sí mismo) y que estamos leyendo en su totalidad. Vemos por dentro, en su mecanismo de fabiración misma, el procedimiento de crear una representación para el engaño, que en gran medida es el gran teatro de la mentira social (vómito) que muestra la obra, la cual se niega en el fondo a ser como un texto parecido a las bulas (“vómitos”) papales.
      Sigue la parte de un maestro de pintar panderos y un capellán, capítulo casi tan esquemático como el cuarto. Se nos dice que Lázaro sirvió a dos amos, y que con el segundo, el aguador, estuvo cuatro años. Con los ahorros, compra una espada y ropa de “hombre de bien”. Ya ha pasado de la adolescencia y es un adulto. Las experiencias alcanzadas le permiten llevar a cabo la actuación, el performance que debe sostener en esa sociedad que exige un tipo de acomodo en las actuaciones y roles sociales del desperdicio y la miseria. No se hace significativa referencia narrativa (mimética) a la evolución del personaje en cuanto conocedor del engaño e hipocresías burdas. En estas partes, el texto no parece tan interesado en ello y da la impresión de que no fueron terminadas al momento de decidirse el autor a publicar la obra.
      El segundo amo en este tratado le asigna a Lázaro un trabajo, del cual le da treinta maravedíes todos los días, y le permite retener lo que ganara los sábados y todo lo que obtiene entre semana (más de treinta maravedíes). Debido a estas ganancias al cabo de cuatro años Lázaro ahorra suficiente como para comprarse ropa “de hombre de bien”, como él lo llama, y para dejar ese amo. Finalmente llega a ser pregonero de vinos, como señal en el texto de que se apodera de este significante que en un principio le fuera negado (el agua y el vino son signos de comunión con la divinidad, pero en el mundo de Lázaro son señales  de la negación social). El río que fue a principios de la obra parte del imaginario materno se convierte en un signo reificado (comercializado) como lo es en verdad el vino (que pierde su capacidad de bendición comunal). Ya habíamos visto en la parte inicial del ciego que Lázaro era ungido con vino junto a los vómitos y golpes que le limpiaban los demás.
      Tal parece que por fin Lázaro había ganado la independencia necesaria para realizar lo que quisiera. Consigue el cargo de pregonero gracias al Arcipreste de la iglesia toledana de San Salvador, quien además le ofrece una casa y la oportunidad de casarse con una de sus criadas. Pero lo realiza con la finalidad de disipar los rumores que se ciernen sobre él, ya que era acusado de mantener una relación con su criada. Se trata una vez más de signos de desechos y desperdicios sociales que esta vez le lanza la sociedad a Lázaro con posibles fines catastróficos para él.
    Sin embargo, tras la boda los rumores no desaparecen y Lázaro comienza a ser objeto de la burla del pueblo. Al parecer sufre en el fondo la infidelidad con resignación, después de toda una vida de ver cómo el engaño y la hipocresía son las conductas que encubren la dignidad humana. Al menos su actitud le permite sobrevivir; y así termina la carta: con un cínico alegato de auto defensa que justifica de manera sinuosa su proceder. Lázaro afirma que ha alcanzado la felicidad, pero para ello ha debido perder su honra, ante los constantes rumores de quienes afirman que su mujer es la amante del Arcipreste. Para mantener su posición, Lázaro prefiere hacerse de oídos sordos. Y en el centro de todo está la mujer cual significante social que carga el sentido primordial a tal andro-sociedad: la prueba de la honra; precisamente de lo cual carece. Hay así una gran ansiedad de retención de lo que no se puede obtener más allá del desperdicio y o el desecho social. En verdad es en esta ocasión Lázaro quien recibe el despojo social, y debe retenerlo. No obstante, alcanza a su entender lo que considera la “cumbre de toda buena fortuna”. 
     Con esta obra se inaugura en España, y en toda Europa, la novela realista en su sentido más iniciático del mundo moderno. Éste se percibe específicamente en el tratamiento de cada uno de los elementos de la narración: en la acción, en los personajes, en el tiempo y en los espacios y el modo mimético que se les confiere. Sobre todo, se evade en esta novela el modo de recepción idealista o preciosista del Renacimiento. Sería más bien una obra de estilo Manierista, y de ahí su interés en aspectos del desperdicio y la penumbra social. La novela, en ese sentido, no evade la problemática social y representa los conflictos crudos de su época, situándose en la historia con relativa precisión y ambientación de lugares reconocibles. Por último, adopta un lenguaje espontáneo, alejado de la expresión artificiosa e idealista de la poesía de su tiempo. La amarga realidad resulta muy bien manejada mediante la prosa narrativa que se reconoce a sí misma de manera irónica, y con consciencia del desecho y tachadura de las expectativas convencionales de una sociedad neciamente idealista en su visión imperialista (“que en este grosero estilo escribo”, Rico: 8-9).




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