El
discurso poético puertorriqueño
en
el umbral de fines y principios
de los
siglos XX y XXI
Luis Felipe Díaz, Ph. D.
Departamento de Estudios
Hispánicos
Universidad de Puerto Rico, Río Piedras
Este trabajo apareció
inicialmente
en la Edición Especial de El Sótano 00931 de 2009.
Ha sido revisado y ampliado.
Para
el poeta de nuestros tiempos resulta un gran desafío comprender lo lírico no sólo
en tensión y oposición a su sentido más encumbrado y metafísico, sino en
cuanto a controlar sus expresiones más cotidianas y mundanas que podrían llevar a
perder la poesía misma. En las últimas décadas muchos se han visto dados a
abordar la poesía desde su forma más trans-literaria y lúdica que les impone la postmodernidad, enfrentándose a problemas de cómo eludir (o retener de una manera distinta) las concepciones humanamente trascendentes que solían
definir y guiar lo lírico en el mundo moderno.[1] Y esto se debe a que la sensibilidad en lo humano se ha transmutado dentro de una post-sociedad que solo se ocupa de la con-formación de un private citizen o de un organismo cibernético (máquinas deseantes), echándose a un lado la noción de subjetividad que nos viene desde la Ilustración y el Romanticismo y de la que tanto ha dependido la poesía. A pesar de su acometida contra-culturalista de fines del siglo XX, la poesía hasta hace poco mantenía su prestigio aureático y cada vez ha tenido que irse adaptando a otras demandas al parecer nada poéticas. El poeta debe explorar y metaforizar las emociones y aconteceres en la sociedad postmoderna; debe convertirse en un inaugural habitante del mundo que lo rodea (de comunicación tan entrópica), pero guiado por encontrar el control virtuoso del lenguaje en en un cambio de tiempo.
Algo
de ello lo habían confrontado ya desde los años 20 los aguerridos
vanguardistas, aunque siempre tuviesen presente la poiesis, la inspiración
misma que tendría que provenir de otros lares ajenos a los juegos de los
significantes del texto y del lenguaje. Antes, con los modernos pre-vanguardistas (los simbolistas, los modernistas), se mantenía más fenomenología
y metafísica que hermenéutica y semiosis discursivas.[2] Sin negar que estos últimos son los iniciadores en parte, de lo que estamos hablando en cuanto a las transformaciones de lo lírico en cuanto a evento y simbolismo (como lo hicieran Verlaine, Rimbaud y Baudelaire, por ejemplo). Pero desde
los vanguardistas mismos de los años 20 ya el lenguaje se había refugiado a la larga en una
convención poética y hasta metafísica (el lenguaje de los lenguajes, el misterio lúdico de los signos). Entiéndase
que desde el Vanguardismo los poetas se muestran más interesados en los juegos
significantes, discursivos, textuales y lúdicos, que en contenidos (en las
búsquedas de un sentido referencial más poseído por lo discursivo). Los simbolistas y modernistas mismos de los periodos
anteriores (aunque todavía post-románticos) se acercaron en algo a este interés por los signos en cuanto portadores de semánticas genuinas inspiradas en algo que se consideraba como una referencialidad que daba cuentas del sentir del poeta en el mundo).
Pero el lenguaje en su constitución formal y significante se convierte desde los años 20 (también para los teóricos formalistas) en un misterio y un desafío a pesar de su juego formal (así lo deja expresado un poemario como Trilce (1923) de César Vallejo o Tuntún de pasa y grifería (1937) de Luis Palés Matos), Fervor de Buenos Aires (1922). En el juego de las formas y los significados también hay fenomenologías, significaciones poéticas que quizás remiten a los contenidos, al argumento, a lo contado inicialmente (no es de olvidar que la poesía nos narra algo sobre (o desde) las sensaciones, emociones íntimas de la psiquis, principalmente). Las formas en sí ofrecen contenidos y hacen referencia a ellas mismas; su lenguaje trata sobre el lenguaje mismo. La poesía busca el placer o el malestar de lo escondido, recóndito y no nombrado. Es decir, los significantes y las formas apuntan a un significado pero en su auto-referencia pueden ofrecer significaciones de otra índole que no podría ser comunicada de la simple y convencional forma de signo-significante/significado. Implica esto que los significantes tienen su propio mensaje independiente del significado, de la semántica inicial y conscientemente emitida por un emisor. En la poesía el sentido del signo es el signo mismo (R. Jakobson). Por ejemplo: la sonoridad, la morfología, la materialidad del signo sugieren imágenes y sensaciones que seducen al lector como si estuvieran cargadas de significados. En la poesía, la forma de expresar y comunicar mismas poseen sentido y significado. Incluso en la poesía más popular esto se manifiesta: digamos que "kimbaracumbaracumbaquinbamba" es juego del lenguaje como lo primero, y luego nos ofrece unos contenidos indefinibles con el lenguaje referencial mismo. Se trata del dominio de lo formal del lenguaje para expresar una sensación ante lo cultural, lo social, lo humano. Los significantes nos refieren a la rumba, la fiesta de sonidos, los tambores, África, el ethos negrista.
Pero el lenguaje en su constitución formal y significante se convierte desde los años 20 (también para los teóricos formalistas) en un misterio y un desafío a pesar de su juego formal (así lo deja expresado un poemario como Trilce (1923) de César Vallejo o Tuntún de pasa y grifería (1937) de Luis Palés Matos), Fervor de Buenos Aires (1922). En el juego de las formas y los significados también hay fenomenologías, significaciones poéticas que quizás remiten a los contenidos, al argumento, a lo contado inicialmente (no es de olvidar que la poesía nos narra algo sobre (o desde) las sensaciones, emociones íntimas de la psiquis, principalmente). Las formas en sí ofrecen contenidos y hacen referencia a ellas mismas; su lenguaje trata sobre el lenguaje mismo. La poesía busca el placer o el malestar de lo escondido, recóndito y no nombrado. Es decir, los significantes y las formas apuntan a un significado pero en su auto-referencia pueden ofrecer significaciones de otra índole que no podría ser comunicada de la simple y convencional forma de signo-significante/significado. Implica esto que los significantes tienen su propio mensaje independiente del significado, de la semántica inicial y conscientemente emitida por un emisor. En la poesía el sentido del signo es el signo mismo (R. Jakobson). Por ejemplo: la sonoridad, la morfología, la materialidad del signo sugieren imágenes y sensaciones que seducen al lector como si estuvieran cargadas de significados. En la poesía, la forma de expresar y comunicar mismas poseen sentido y significado. Incluso en la poesía más popular esto se manifiesta: digamos que "kimbaracumbaracumbaquinbamba" es juego del lenguaje como lo primero, y luego nos ofrece unos contenidos indefinibles con el lenguaje referencial mismo. Se trata del dominio de lo formal del lenguaje para expresar una sensación ante lo cultural, lo social, lo humano. Los significantes nos refieren a la rumba, la fiesta de sonidos, los tambores, África, el ethos negrista.
Desde
el Romanticismo los poetas tuvieron ante sí la encomienda de alcanzar la poesía
en cuanto inspiración y originalidad, pero luego los vanguardistas terminarían
abordándola, de manera desafiante y hasta insultante. Señalamos que un poco antes del
vanguardismo, los simbolistas y modernistas (rubendarianos) buscaron un
lenguaje poético que además de expresar emociones desde su contenido lo realizara
desde la textura formal, desde la imagen discursiva, desde la manipulación de las emociones (colores, sensaciones, cuestiones auditivas). Precisamente luego, desde el vanguardismo de los
años 20, la búsqueda ha sido una cuestión de vérselas con el lenguaje mismo y
de tomar la metáfora más cercanamente sorprendente, pero apropiada en cuanto a
su capacidad de captar el sentido de lo inmediatamente vivencial y de crear el
texto como construcción de significantes, como expresión válida por el placer
del texto en sí mismo y en su capacidad formal y significante más allá de los
contenidos y las referencias a lo real.[3] En lo que aquí nos ocupa veremos cómo muchos
de los poetas más actuales en nuestro barrio isleño (en Puerto Rico), los más conocidos, de los
que podríamos considerar (post)modernos, llevan este proceder a sus mayores extremos y a su más cabal
consumación hasta casi desgastarla y deconstruirla. Todo ello parece estar relacionado con el llamado "fin del arte"; pero ¡tal tal vez para
comenzar de nuevo o por puro juego discursivo, por repetición de lo repetible! Ya veremos cuánto también tiene de vivencial todo esto.
El
existencialismo y lo absurdo (A. Camus, F. Kafka, J. P. Sartre) heredados desde
mediados del siglo XX llevaron a los poetas de los años 70 en Puerto Rico, como herederos del Vanguardismo, a desplazar las
gestiones metafísicas que habían madurado con los esfuerzos de los románticos,
simbolistas y modernistas desde el siglo XIX y principios del XX. Los setentistas pudieron armar su gesto de
protesta ideológica y vitalmente humana como continuidad de lo realizado por
los vanguardistas de los años 20 en lo formal, y también por los vivenciales que defendían los existencialistas. La Generación del 30 mantuvo sus continuidades vanguardistas pese a sus duras militancias que los comprometía con un nacionalismo post-romántico. Por ello el que en los poetas de los años 70
insulares, encontremos un fluctuar entre el mensaje ideológico de manera radical (como los treintistas y los existencialistas), pero ondeando
la visibilidad del lenguaje en cuanto signo, en lo significante (como los iniciales vanguardistas de los años 20). Tal proceder los lleva a su vez a lo contra-cultural, irónico y desafiante. Atendamos un
curioso y conveniente poema de un decidido y agudo postvanguardista de los
setenta:
En una capital
cumplida
ya tengo muchas
cosas
demasiadas tal vez
para el gusto
terrible de la época.
Tengo:
Un auto que humea
grasa para el
caballo
calcetines y las
aves del cielo.
Tengo:
un piso alquilado
salpicón las más
noches
camisetas
un vicio.
Tengo:
Un sueldo precario
muchas
obligaciones
derechos que no
ejerzo
dos amigos.
Tengo:
Un cero en el
pecho
una hija total
cuatro bolsillos rotos
y todas las
estrellas.
Me declaro
culpable de felicidad
pero juro que fue
en defensa propia.
( “Capital”, de José Luis Vega).
En
Puerto Rico hemos tenido una amplia expresión de poetas setentistas que hasta
hoy día continúan hurgando en las expresiones propias de la radical protesta
ideológica y en las consideraciones neovanguardistas del existir, de la psique
y la profunda subjetividad, pero asumiendo juegos formales de los signos que siguen
albergando nociones modernas del arte. (Modernas en cuanto creen en un algo emancipador en la poesía). Y esta labor la realizan siempre manteniendo
la constitución significante y formal del lenguaje mismo en cuanto portador de
contenidos y formas, pero con aguda ironía y placer (se trata de la pragmática
y recepción formal del texto). Tanto los más lúcidamente encumbrados como los de
mayor proclividad iconoclasta en el vanguardismo (de los ‘20 y los ‘70) fueron
parte de la modernidad contra-cultural en su doble manifestación, ya de alianzas o de protestas
frente a la lírica y el proceder del poeta con la existencia misma. (No es de
olvidar que los rodea un mundo conservador, abrumadoramente capitalista, que detestan, y rechazan mediante sus lenguajes tan idealistas o ya los peligrosamente comercializados y amenazadores del arte).
No
obstante, desde mediados de los años ochenta comenzamos a advertir ciertas
turbulencias discursivas en la lírica, que a los críticos nos complican el
reconocimiento del panorama de dicho género y sus procesos (como de manera
simple lo hemos aquí explicado). Las fugas, lo híbrido, las parodias, los
pastiches, lo minimalista, lo lúdico frente a la tecnocultura comercializada…
muchos de estos aspectos adquieren relieves interesantes e imprevistos que no se
manejaban a sus extremos transvanguardistas, ni en la poesía más transgresora de los años ’70. Para mediados de los ochenta la competencia con los discursos mediáticos son ineludibles e ingresamos en la llamada postmodernidad del mundo tecnomediático y transnacional. (Ver tesis "Apropiación y parodia del discurso mediático en tres poetas puertorriqueños contemporáneos: Nemir Matos, Guillermo Rebollo Gil, Urayoán Noel", de Alejandra Pagán Vélez en la Biblioteca de la UPR o Seminario Federico de Onís).
Hoy día, muchos de los poetas de los años setenta, en su madurez y mayor “vulnerabilidad” ante los temores y sorpresas de las transiciones del tiempo, no dan del todo la bienvenida a los modos escriturales de los llamados postmodernos (o llámeseles de otra manera; hay una nueva promoción de escritores más jóvenes… resulta inevitable). Para mediados de los años ochenta, como veremos, surgen nuevas y diferenciadas expresiones de jóvenes poetas. No sólo se trata de ansiedades, de los setentistas, al no sentirse influyentes y admirados, sino del deseo de no perdurar en el presente y en lo futuro. Resulta en el inevitable temor a la muerte del discurso de su época y a la ansiedad ante la desaparición de la cultura moderna (y sus poéticas e ideologías radicales), tal y como la conocíamos hasta los años setenta.
Hoy día, muchos de los poetas de los años setenta, en su madurez y mayor “vulnerabilidad” ante los temores y sorpresas de las transiciones del tiempo, no dan del todo la bienvenida a los modos escriturales de los llamados postmodernos (o llámeseles de otra manera; hay una nueva promoción de escritores más jóvenes… resulta inevitable). Para mediados de los años ochenta, como veremos, surgen nuevas y diferenciadas expresiones de jóvenes poetas. No sólo se trata de ansiedades, de los setentistas, al no sentirse influyentes y admirados, sino del deseo de no perdurar en el presente y en lo futuro. Resulta en el inevitable temor a la muerte del discurso de su época y a la ansiedad ante la desaparición de la cultura moderna (y sus poéticas e ideologías radicales), tal y como la conocíamos hasta los años setenta.
Desde
los años 70, innovadoras han sido las destacadas voces líricas de Ángela María
Dávila (1944-200?), Rosario Ferré
(1938- ), Olga Nolla (1938-200?), Etnairis Rivera (1949), Vanessa Droz (1952) Luz Ivonne Ochart (1949), Aurea María Sotomayor (1951), Nemir Matos
Cintrón (1949), Lilliana Ramos Collado (1954). Una de las primeras poetas reconocidas de esa promoción nos dice:
No dejes que otras mujeres caminen nuestras mismas
huellas.
Por el amor que nuestro padre tuvo a Io
los pasos
de mi madre no se han borrado de los
campos.
Las malvadas se fueron con los hombres
Comenzaron a temblar lavando las espigas de los niños
y murieron incendiados en Wall Street
murieron divididas de sus ojos, apartadas del dinero
que da
noches y relámpagos
y estatuas con rostro de león.
(“Las furiosas” de Ivonne Ochart).
En otros versos más directos y sutiles se nos advierte:
Para llegar hasta el día
la mujer comenzó las llamadas
armadura en mano, hacia adentro.
Naciendo esta vez para ella misma
quiso recoger horas sobre las calles
como si dijera el envase: para los niños de Biafra,
contra el polio, por una ciudad limpia.”
(“*” de Etna Iris Rivera).
Un poema postvanguardista que trasluce incluso un hábil clasicismo, reza así:
(…) “Rosa sitiada que la brisa congela
con garfios de madera y lazos de aserrín.
¿Qué mano un cierto día de un zarpazo,
escanciará sus sílabas,
deshará el tallo?
Los ciegos ojos que no te han sostenido
conservarán tu imagen en el mar vasto
o en las fronteras adversas de la desposesión.
(“Cuadrante de
la osa” de Áurea María Sotomayor).
Una
de las mejores poetas de la época, que además de comulgar con su generación,
los guajanos sesentistas, dialoga (y permanece) con los setentistas, nos
expresa:
Ante tanta visión de historia y prehistoria, de mitos,
de verdades a medias –o cuartas-
ante tanto soñarme, me vi,
la luz de dos palabras me descolgó la sombra:
animal triste.
soy un animal triste y parado y caminando
sobre un globo de tierra.
lo de animal lo digo con ternura,
lo de triste lo digo con tristeza,
como debe ser,
como siempre le enseñan a uno el color gris.
un animal que habla
para decirle a otro parecido su esperanza.
un mamífero triste con dos manos
metida en una cueva pensando en que amanezca.
con una infancia torpe y oprimida por cosas tan
ajenas.
un pequeño animal sobre una bola hermosa,
un animal adulto,
hembra con cría, que sabe hablar a veces
y que quisiera ser
un mejor animal.
animal colectivo
que agarra de los otros las tristeza como un pan
repartido
que aprende a reír solo si otro ríe
-para ver cómo es-
y sabe decir:
soy un animal triste, esperanzado,
vivo, me reproduzco, sobre un globo de tierra”
(Animal
fiero y tierno (1977)
de Ángela
María Dávila).
Un
amplio rechazo al atávico encierro impuesto a la mujer nos los presentan unos
muy desafiantes y simbólicos versos:
Hoy guardo mis anillos
en un cofre robado.
Pocas veces lo abro
y esos inmensos ceros se yerguen
terribles ante mis manos.
Como una nada me las cercan.
Me las sitian al desnudo
profiriendo contra ellas
alaridos salvajes de penumbra y estiércol.
(“Hoy
guardo todos mis anillos” de Vanessa Droz).
Unos
versos tranvanguardistas parecen desear salirse del propio género y de la
época desde la cual enuncian:
el poeta destornilló la esperanza
de donde la tenía agarrada
el poeta se arrastró de barriga
por debajo de los alambres por la causa
el poeta asimiló billones de años de historia
le inculcó matemática al vecino
al poeta lo metieron de cabeza en el ridículo
lo bestializaron
lo amordazaron haciéndolo núbil mariposa
le rasparon la calva una y otra vez
le negaron la entrada a los locales sospechosos
(“Proema
clisé” de Lilliana Ramos Collado).
Todas
estas poetas han contribuido a crear un amplio y complejo universo lírico de
perspectivas poéticas muy heterogéneas, pero definidoras de la nueva poesía de
identidad y sensibilidad ante los cambios de la cultura puertorriqueña de los
años 70, en lo cultural y lo textual-literario. Destacadas son, además, por sus
acometidas feministas, la consciencia de su sexualidad y el sitial genérico tan suprimido por lo andronormativo en la historia.[4]
Se ocupan ante todo de articular los sentires íntimos y más cercanos a la mujer
mediante un lenguaje dotado de relatos que muestran la expresión de una
inaugural y transgresora expresión del deseo, del sentir profundo que vinieran
expresando las féminas desde los años 30 de una manera tierna pero con fiereza. La acometividad del impulso
vanguardista es el escudo frontal de sus disidencias y diferenciadas
sensibilidades que viajan desde el mito amplio (lo antropológico-poético) hasta
el acontecer inmediato y cotidiano del existir (lo interno o fugaz del yo).
Unas lo realizan con mayor combatividad ante las significaciones de un mundo
crudamente dominado por machos y otras con contenida y lúdica ironía ante un ámbito del cual deben cuidarse con cautela. Se
esmeran en superar, sobre todo, la sujeción del cuerpo de la mujer al silvestre
y poético suelo patrio (cosas de poéticas masculinas), para desterritorializarlo e integrarlo al espacio de la
moderna ciudad y los diferenciados sentires de las nuevas subjetividades (son
seguidores de Julia de Burgos)[5]. Pero ya en la postmodernidad que comienza a emerger para los años 90 surgirán nuevas
voces feministas que tenderán incluso a distanciarse de los feminismos
setentistas y sus agresiones visiblemente contracultuarles. Todavía no hemos comenzado a articular ni mínimamente, qué las
distingue en su nuevo (y continuo) proceder (como a Karen Sevilla (1983- ) y Mirna Estrella (1978- ).
Así ocurre con los versos que siguen, que pese a su
transvanguardismo feminista, parecen anunciar el traspasar los lenguajes de los años 70 y
responder incluso a otra época:
No lloraré lo perdido,
mi historia recompensa la verdad,
no habrá prosa ni poesía que se quede
en el camino
porque mi vida no se convertirá
en la suerte de un bufón
que reclame un gran papel.
Y bajará el telón hasta sus narices
extasiadas de fama, muchos llorarán.
(…)
Estos aires de grandeza eterna,
¡Ay benditos aires!
qué sería de la tinta sin la sed
de ser inmortal no me corroyese.
Heme aquí, fría como un muerto
(…)
que busca el reposo eterno.
¿Quién soy, si no más que un juego al adivino
que recolectará monedas inscribiendo
letras sobre mis huesos?
(“Delirios”,
Mirna Estrella Pérez en Ecos de Eva).
A
partir de la década de setenta se dejaron sentir también en el mundo masculino,
las voces líricas de José María Lima (1934-200?), Hjalmar Flax (1947- ), Iván
Silén (1944- ), José Luis Vega (1948- ), Edwin Reyes (1944- 199?), Ché Meléndez
(1950- ), Salvador Villanueva (1947- ), Jorge A. Morales (1948- ), Jan Martínez
(1954- ), Marcos Reyes Dávila (1952- ), Félix Córdova Iturregui (1944- ),
Alfredo Villanueva-Collado (1944- ), Manuel Ramos Otero (1948-1990), Víctor
Fragoso (1944-1982), Erik Landrón (1953- ). Una simple muestra nos podría ubicar:
Fui a que me leyeran la mano
encontraron muy corta
mi línea de la vida.
mi línea de la vida.
Vieron raras enfermedades,
trágicos sucesos en el tiempo.
Despavorido corrí a casa
y extendí al infinito
la maldita línea.
(“Quiromancia”,
de Jan Martínez).
Algo
magisterial, diferente y menos lúdico en el sentido postvanguardista podría ser
el siguiente poema de un setentista:
Estamos entrando en al albor
de un nuevo ojo
y la alegría es cantar
el nuevo nacimiento
¿no hay acaso viejas cortinas
desgarrándose en la inutilidad de la noche?
Nos cayeron encima tantas cosas
que nos dejaron la piel adormecida.
Los objetos humanos nos vistieron
con su halo de fascinación
y las preguntas mejores
se despegaron de la conciencia.
Hoy nace un ojo difícil
pero nace.
Un ojo que quiere poner las cosas al derecho…
(“Difícil nacimiento”, Félix Córdova Iturregui).
Se
trata de un poeta lúcidamente moderno, vanguardista a la vez, pero que no
abandona el lado racional y de la poiesis
del sujeto radical, ideológicamente hablando.
Un texto que tempranamente en el movimiento setentista manifiesta de modo cristalino la nueva gesta escritural, reza así (en algunas partes):
Un texto que tempranamente en el movimiento setentista manifiesta de modo cristalino la nueva gesta escritural, reza así (en algunas partes):
Por cuanto la tristeza tiene raíces,
por cuanto del dolor de la almendra se
infiere lógicamente su transparencia,
por cuanto los verdaderos cangrejos se
reproducen en Mesopotamia,
(…)
por cuanto cada letra puede romperse y
precisamente de esta terrible posibilidad
nacen aquellos seres exquisitamente
perfumados que damos en llamar poemas
(…)
¿por cuánto”
los homosexuales tienen su propia H
naturalmente distinta de la otra
hay una diferencia abismal entre culo
y chiringa, de cuya diferencia nacen astros,
el verbo tiene mango y pude sujetarse
cada palabra tiene un destino variable
que la hace consecutivamente diferente a
sí misma e igual a una cama húmeda o un
trapecio flotante,
(…)
(“Manifiesto’ de José María Lima).
Si
bien hay ambigua homofobia (otro cantar, el cual no tenemos que considerar ahora),
se expone un adelanto discursivo-poético de tipo transvanguardista
impresionante en su fluidez y territorialización lírica.
De manera similar a las mujeres, se reconocen estos escritores (algo heterogéneos en su proceder) en la gestión expresiva de una diferente subjetividad ideológica y existencial y en la de ofrecer audiencia a los nuevos llamados de un mundo cambiante que demanda prestar atención a cotidianeidades y expresiones de singulares opresiones que se suman a las tradicionales supresiones coloniales que atendieron tanto los poetas anteriores (De Diego, Llorens Torres, Corretjer, Matos Paoli). Esta vez, no obstante, han de atender la quebradura del patriarcal nacionalismo, y acometer con sus criterios radicales del socialismo sartreano y fanoniano, las inaugurales agresiones del postcapitalismo de los años '70.
De manera similar a las mujeres, se reconocen estos escritores (algo heterogéneos en su proceder) en la gestión expresiva de una diferente subjetividad ideológica y existencial y en la de ofrecer audiencia a los nuevos llamados de un mundo cambiante que demanda prestar atención a cotidianeidades y expresiones de singulares opresiones que se suman a las tradicionales supresiones coloniales que atendieron tanto los poetas anteriores (De Diego, Llorens Torres, Corretjer, Matos Paoli). Esta vez, no obstante, han de atender la quebradura del patriarcal nacionalismo, y acometer con sus criterios radicales del socialismo sartreano y fanoniano, las inaugurales agresiones del postcapitalismo de los años '70.
Unos
versos que se instalan cercanos al vanguardismo de los setenta, pero reteniendo
en mucho los anteriores sentires y recelos de escritores aún dados al
patriotismo y las utopías esperanzadoras, podrían ser los siguientes:
Después de la noche manda,
El trago, la marihuana
Es honda como el amor.
Quizá encontremos algo, ciudad mía,
Huyendo por tus calles deslumbrados
Los hijos predilectos de un siglo milagroso.
¡VIVA LA DEMOCRACIA! ¡VIVA DIOS!
¡VIVA EL MUERTO!
Un
paso.
Y
otro
paso.
Quiero llorar llorar
La miseria
El amor
¡LA
PUTA VIDA!
(“Ciudad
67”, Edwin Reyes)
Una mirada más apremiante ante las expresiones
existenciales que impone la aún más deshumanizante y colonizadora sociedad del
capitalismo más avanzado y depredador (ya ampliamente visible en los años 70), se lanza
con mayor urgencia tras el llamado de protesta social y poética (tal y como
también les ocurre a las poetas antes mencionadas). Muchos se enfrentan a los
asedios de una modernidad cada vez más enajenante del “elemento humano:
(metáfora interesante que no logro evitar), con una ironía humorística, muy escéptica
en ocasiones y liberadoramente rabiosa en otras, tanto en lo expresivo
discursivo como en lo psíquico, en materia del Ser. Animal fiero y tierno de Ángela María Dávila y los libros de José
María Lima me parecen los más interesantes en estos nuevos llamados
usurpadoramente problemáticos del mundo neocolonial de los ‘60 y ‘70 y los
avisos de la cercanía de una sociedad mucho más agresiva y amenazante para la poética
y sus anhelos y advertencias para alcanzar un mundo más humano (que tanto
pregonaran los más éticos pensadores de la modernidad, desde Kant, Hegel y Marx.
En Puerto Rico: Hostos Pedreira, Albizu se ocuparon de esas altas éticas y muchos poetas setentistas en el fondo las siguen sosteniendo).
Todos
ellos forman parte de una promoción que fluye desde lo más sublime y aureático de la poesía hasta lo más cotidiano y desarticulador del verso. Muchos, si bien
continúan voceando el alegórico discurso patrio (no de manera tan frenéticamente
aguerrida como algunos treintistas y guajanos de los ‘60), no dejan de
reconocerse en la desnudez y cotidianeidad de un existir poetizable en cuanto
descarnado y sin trilladas utopías. No obstante, suelen mantener las esperanzas
de alcanzar un mundo mejor en lo social, ideológico y humano (de ahí sus persistentes afinidades con Vallejo y Neruda).
Pero
son más bien cultivadores de la nueva poesía puertorriqueña, en cuyos textos se
expresa un estimulante tipo de consciencia y subjetividad que problematiza la
existencia más allá de la tradicional patria o la nacionalidad según se
entendía hasta los años 60. Mas si bien son creadores prestos a adentrarse en
las fronteras de significaciones verticales y comprometidas con proyectos de
vida en la cultura ya más moderna, no les corresponde el ser capaces de
reconocer más allá de los ámbitos en los cuales se revelan los polisemióticos y
rizomáticos signos del textualismo paródico y el pastiche de la postcultura
horizontal del mundo tecnomediático perceptible para los años 80.[6] La cultura puertorriqueña comieza desde la decada misma a sufrir los efectos del nuevo epistema cultural tardomoderno de la sociedad tecnomediática del cambiante capitalismo de la época. (Pero cada sujeto tiene su horizonte de expectativas existenciales y llega un
momento en que se ancla en un territorio semántico-pragmático difícil de abandonar).
El sorpresivo asedio que trae la nueva postcultura resulta visible para algunos poetas ya desde mediados de los años ochenta. Los poetas de los años setenta son parte de un mundo donde aún domina la cercana relación del sujeto con lo natural y con la aprehensión racional de la problemática social y humana y no con la emergente semiofera cultural cada vez más arrojada a un sujeto saturado (nublado) por los artificios de una realidad ya decididamente semio-instrumental y nada racional-humana. Esta es la “realidad” en la cual el sentido de lo poetizable queda significativamente desplazado y hasta acribillado. ¡Good bye Socialism, la caída del muro de Berlín (para beneplácito de los seguidores de Reagan, e incluso de socialistas y comunistas inconformes) y de la Unión Soviética; "bienvenidos" el bloqueo paralizador de EUA a Cuba, la gozosa era Clinton de los postcapitalistas ladrones del todo, el gozoso romerato y el rosellismo para gran cantidad de felices votantes boricuas, la crisis del ELA y la actual disfuncionalidad de sus psudo-proyectos fordistas iniciados en los años 50! Con alguna consciencia de estos aspectos, o críticos eventos análogos, se tiene que enfrentar el poeta contemporáneo de entremilenios (incluyendo a algunos setentistas) para ejercer lo que les anime en su quehacer de profunda sensibilidad y de librarse de la manera en que se les había armado la consciencia, con antiguas correspondencias modernas que no cuadran con la praxis social del transcapitalismo y sus abruptas agenciaciones neocoloniales en Puerto Rico, que ni la izquierda ni los llamados autonomistas han podido siquiera conceptualizar del todo bien.[7] ¿Cómo continuar una poética tras todos estos trastornos y quiebras del devenir en una colonia de una subalternidad en su peor expresión identaria?
El sorpresivo asedio que trae la nueva postcultura resulta visible para algunos poetas ya desde mediados de los años ochenta. Los poetas de los años setenta son parte de un mundo donde aún domina la cercana relación del sujeto con lo natural y con la aprehensión racional de la problemática social y humana y no con la emergente semiofera cultural cada vez más arrojada a un sujeto saturado (nublado) por los artificios de una realidad ya decididamente semio-instrumental y nada racional-humana. Esta es la “realidad” en la cual el sentido de lo poetizable queda significativamente desplazado y hasta acribillado. ¡Good bye Socialism, la caída del muro de Berlín (para beneplácito de los seguidores de Reagan, e incluso de socialistas y comunistas inconformes) y de la Unión Soviética; "bienvenidos" el bloqueo paralizador de EUA a Cuba, la gozosa era Clinton de los postcapitalistas ladrones del todo, el gozoso romerato y el rosellismo para gran cantidad de felices votantes boricuas, la crisis del ELA y la actual disfuncionalidad de sus psudo-proyectos fordistas iniciados en los años 50! Con alguna consciencia de estos aspectos, o críticos eventos análogos, se tiene que enfrentar el poeta contemporáneo de entremilenios (incluyendo a algunos setentistas) para ejercer lo que les anime en su quehacer de profunda sensibilidad y de librarse de la manera en que se les había armado la consciencia, con antiguas correspondencias modernas que no cuadran con la praxis social del transcapitalismo y sus abruptas agenciaciones neocoloniales en Puerto Rico, que ni la izquierda ni los llamados autonomistas han podido siquiera conceptualizar del todo bien.[7] ¿Cómo continuar una poética tras todos estos trastornos y quiebras del devenir en una colonia de una subalternidad en su peor expresión identaria?
Tal resulta la labor fronteriza en que
se ven inmersos muchos de los más capaces y complejos creadores de las últimas
décadas, inicialmente la gestión de los poetas ochentistas o llamados
“soterrados”, de las revistas Terravilla
(1978-1981), Filo de juego,
(1983-1987), Aldebarán (1986-1987) Página robaba (1989-1990) y Tríptico. (1987-1989). Sus artistas
pudieron iniciar la labor poética desde una diferente mirada y por ello
comienzan a reclamar un sitial distintivo en el devenir literario
puertorriqueño que les parecía diferente al de los poetas de la década anterior.
En diálogo retante con un establecido poeta
setentista (con J. L. Vega) uno de los más acometedores poetas ochentistas señala:
Esa puta que se llama/poesía
me viene a visitar
cuando mi pájaro con Alas truncas, está dormido
en su nido oscuro
(…)
Esa puta que se llama poesía…
si yo pudiera llevármela a la cama!
(“Ella, la que escribe” de Luis Albaladejo).
Otro del los ochentistas, obviando el
malditismo, insiste con sensatez en darle un nuevo sentido al verso:
Que nadie pregunte dónde he estado.
Hay tantas cosas que quiero olvidar,
Hay ciertas propagandas
ciertas lloviznas
y ciertas colegialas
que deseo abandonar en el “Una Vez”
como quien olvida un paraguas
detrás de la puerta.
(…)
Que nadie pregunte dónde he estado
No puedo asegurar que soy el mismo
que camino por los cuerpos
por los lentos procesos, aquel que cayendo
como un obstinado minero
apartó con sus manos
los balances y remordimientos
hasta encontrar solo el silencio.
Que nadie pregunte dónde estuve.
es que hay un sabor, un nombre
que necesito injustamente olvidar
y estoy tiste y no puedo.
(“Mudanzas y destrucciones”,
Carlos Roberto Gómez).
Pero siempre podemos encontrar en
estos poetas insistencias en continuidades formales y ontológicas:
El último retorno…
ni el olvido, ni el súbdito silencio de la muerte
podrán negarme en la infinita suerte
de ser… al fin… aquello que he sido.
Yo soy yo mismo, al borde, en el confín
de mi antes, de mi después y… al fin el fin.
(“III”, Noel Luna).
Rafael Acevedo (1960), Mayra Santos
(1966), Edgardo Nieves Mieles (1957), Claudio Cruz Núnez (1958), Carlos Roberto
Gómez (1959), Eduardo Lalo (1960), José (Pepe) Liboy (1964), Alberto Martínez
Vázquez (1966), Frances Negrón Muntaner (1966) Katia Chico (1969), Zoé Jiménez
Corretjer (1963) son poetas que figuran entre los principales aportadores en
estos aspectos del quehacer literario de las últimas dos décadas. Y realizan su
labor en la antesala de lo que ahora consideramos postmoderno en el sentido
epistémico y hermenéutico, siendo la poesía el primer género que se enfrenta a
los síntomas del discurso que ofrecen los cambios que nos obligan a ocupar nuevas
miradas. No obstante, mantienen algo (o tal vez mucho) del aguerrido
acometimiento postvanguardista con su peculiar desdén ideológico anticapitalista,
pese a que proclaman una poética más irónica e intertextual, heterogénea, menos
interesada en lo bello y sublime, dialógica consigo misma y consciente de la
desolada ocredad desértica del mundo tecnocomercializado que los comienza a
asediar (son conscientes de las caídas y crisis de las utopías del mundo
moderno que tanto atrajo a los setentistas). La ideología militante y optimista
en este mundo, tal y como era adoptada aún para los años 80, ya no les parece
tan asumible. Si bien quieren mantener distancia de los setentistas, y de las
gestiones metafísicas del pasado moderno aún presentes en éstos, retienen un
sentido de ética algo existencialista y comprometido con la lucha humana y
social, aunque algo diferente a como se entiende desde los esperanzadores y
radicales relatos de la pasada vanguardia radical. No conciben algo sublime y
recóndito en alguna parte, algo que pueda ser descubierto y revelado mediante
el lenguaje (unas antropologías universales).[8] Se
ocupan del mundo desde la experiencia de lo individual, lo singularizado en el
tiempo de la cotidianeidad donde incluso se hace problemático el Ser mismo en
lo repetible y virtual del tiempo cada vez más calculado por la máquina del
Poder tecnomediático.
Por ello quizás que a los
setentistas en general no les parezcan
tan originales ni les concedan el título de generación propiamente literaria.[9] Al
principio tal parecería ser cierto, sin embargo, más cautelosamente vistos, son
muy diferentes en sus maneras de distinguir y textualizar la cultura, de
encontrarle sentido a lo que parece haberlo perdido, y de buscar nuevas
estéticas aunque no existan (la nueva anti-aura del arte). Pero atrás va
quedando el radical compromiso ideológico del manifiesto vanguardista, el que
todavía persigue unos Universales Modernos, profundos y, por cierto, de los más
complejos de nuestra historia universal. Así lo persiguieron los setentistas y
sus anteriores maestros, para encontrar ahora el fin a la República de las
Letras sin que ellos mismos lo admitan o lo deseen.
Esta vez lo más jóvenes poetas
ochentistas se ven cada vez más (aunque tampoco lo deseen) desfilando en la
pasarela del gran bazar tecnomediático de la cultura-pantalla de la “villa glocalizada”.[10] Todo lo
sublime y aureático que pueda quedar del arte se ve subordinado y mutado por
esta nueva esfera de la “nada” horizontal que viene a ofrecer la postmodernidad
para mediados de los años 80 (estamos en el traspaso de las sociedades
capitalistas industriales fordistas (1960-1985) a las sociedades transcapitalistas
y multinacionales que se valen de la informática globalizada y las tecnologías
microelectrónicas conducentes a las conductas cibernéticas que dominan el mundo
más allá incluso de las Naciones más poderosas). El proceso viene a cambiar la
noción de subjetividad y la consciencia y la manera de transmitirla mediante el
lenguaje-mundo y el arte que lo trasmite o representa. El lenguaje lírico ahora
está dirigido a lo anti-mítico e (in)humano del mundo; más puede estar
precisamente en lucha y negación ante este predicamento.
De aquí que muchos de los poetas que recién mencionamos comiencen
a enfrentar el mundo muy diferenciado de fines del milenio. La cultura
postindustrial y su modo de producción microelectrónico y cibernético crea una
crisis tanto del sentimiento de lo sublime como de la radical ideología
vanguardista de esperanzas emancipadoras. La estetización en este mundo deja de
poseer un aura especial y pierde mucho del encantamiento lírico que aún retienen
y defienden los setentistas que, aunque vanguardistas, están atados a lo
moderno y su racionalidad de lo mismo y no de la negatividad de la “otredad”.[11] El artista más joven y
ciber-mediático comienza a enfrentarse a una postcultura de banalidad, hibridez
y lo disperso que trae los tardomoderno. Lo que comienza a destacarse en la
cultura a partir de mediados de los años ochenta es el simulacro y la copia, la
falta de misterio, el deseo sin claro destinatario y las nuevas generaciones lo
“ven” y entienden (los muy modernos, no tanto). Detrás del deseo de
“sublimidad” en esta ocasión suele infiltrarse el consumo compulsivo, el uso
repetitivo y el desecho, la aparición de lo efímero y carente de proyectos de
trascendencia. Tiene la poesía así que vérselas más que nunca con la velocidad,
el accidente, la catástrofe que tanto define la sociedad postindustrial y
cibernética. Ya no se trata de contemplar los aconteceres en el tiempo y el espacio,
provenientes de la relación neo-realista con la naturaleza y el ideal Ser, sino
de atrapar (ya con angustia o cinismo) las inaugurales cronotopías que produce
la tecnocultura del artificio y el simulacro y sus copias de copias, del
desvanecimiento de lo primordialmente humano, de lo cual tanto ha dependido la
poesía y la subjetividad profunda del Ser en el sentido moderno. No creo que los
vanguardistas setentistas lo previeron tanto así pese a sus agraciadas
capacitaciones de avanzada e impulsos de rupturas. Si bien crearon un corpus
poético muy coherente e intenso, éste se ve trasmutado por las nuevas
perspectivas del mundo postmoderno y los poetas que se enfrentan al mismo.
A
los nuevos creadores que comienzan a publicar para la última mitad de la década
del 80, y ya más decididamente para los ‘90, podríamos ubicarlos dentro del
inicio de las tendencias del desencanto postmoderno.[12] La
aparición de revistas literarias antes mencionadas dieron apertura y
visibilidad a las producciones textuales de escritores que no encuentran
espacios de expresión en los medios convencionales ya dominados por los
setentistas ajenos o ciegos ante los nuevos lenguajes de la tecnocultura de la
“villa global” y sus nuevos poetas-juglares y “vulgares” performatividades
discursivas. Algunos antólogos y casas editoras (como Isla Negra, Terra Nova,
El Sótano, y algunas creadas por los poetas mismos) se esmeran en proveerle un
medio de difusión a los emergentes escritores, más dados al juego estético, a
la hibridez ideológica y al escepticismo, que al clásico y duro compromiso
político que anhela el alcance de la poiesis
en el sentido moderno. De la recia experimentación
vanguardista de los años 70 pasan a un experimentalismo ligero y efímero más
consciente de lo comercial y publicitario y sus sugeridos lenguajes. Frente al
agotamiento de la ideología contracultural de las vanguardias, sus conceptos de
lucha, ruptura y heroísmo histórico, sus nociones de trascendencia,
originalidad, e individualidad creadora —nociones estas tan importantes en la
edificación de las estéticas y poéticas modernas— se manifiesta un cambio de
paradigma que aquí hemos llamado postmoderno (o que ya algunos podrán otorgarle
otro nombre).[13]
Aún así, muchos de los jóvenes poetas pueden insistir en buscar esencias y
vitalidades intrasubjetivas del Ser, aunque con una consciencia distinta a los
modernos setentistas. Reconocen que en la búsqueda de la mismedad identitaria
se oculta la otredad negadora, la alteridad. Los más agudos pueden entender que
el fin del fin ofrece un lugar de significación poetizable y nada temible.[14]
Se preparan tal vez para el Apocalipsis (más en el sentido antropológico-social
que religioso-escatológico).
En este (a)salto “mortal”, la involución y transmutación superan
el sentido de revolución; el instante cotidiano y pasajero se va imponiendo
ante lo sublime y onto-ético, la
resistencia cede el paso a la indiferencia. Surge cada vez más el gusto por lo
híbrido, multifacético y polifónico, el multi-estilo que hace gala de variadas
y posibles expresiones. Tal parece que estos poetas están dispuestos a explorar
el “todo puede ser válido” y el “todo es asimilable”; que se impone el reto de
descentrar los referentes legitimadores de la originalidad y genialidad
artísticas, de ignorar lo distintivamente individualista y original; se
prefiere el nomadismo, lo rizomático y lo postdático (lo marginal y la
“otredad”). A partir de los años ochenta comenzamos a notar estos procesos y
cambios que ahora para fines de la primera década del siglo XXI son más que
evidentes (en poetas como Federico Irizarry Natal, Urayoán Noel y José Raúl
González (Gallego), por ejemplo). No obstante, algunos de estos poetas pueden continuar
el dialogo con lo más clásico del sentir moderno. Como en estos versos:
La
tela de Penélope desteje
el tiempo
en espiral. La mano intensa
de
noche busca el hilo y lo destrenza,
de día
vuelve al hilo y lo entreteje.
La
hebra entre sus dedos recupera
la
indómita ilusión de que Odiseo
a
Ítaca regrese, cual Teseo
que
acorta en el ovillo larga espera.
La
vida es ese rito. Cada día
es esa
ceremonia interminable;
la
tela recupera el inefable
momento
en que el regreso se extravía.
Penélope
está en vela. Solo el sueño
libera
la memoria de su empeño.
(“Trabajos de Penélope”, Noel Luna, Hilo de voz).
Interesante resulta el contraste de un plácido e inspirado de
nuestros tiempos (como Luna) con los versos de otro poeta, que no es tanto de
estos tiempos postmodernos de que hablamos:
Si vas
a volver a Borikén, ya llevas recorrido la mitad
del camino;
el
exilio ha sido generoso contigo y tú mismo
comprendes
que
solo te hacen falta los huesos del destino
Piensa,
que ningún compañero compartirá tu
soledad,
que la
ciudad te amó y entre sus ruinas fuiste
espíritu
de luz, sin haber estado muerto,
y de
noche fue tuyo el cuerpo de la noche.
No temas
al ángel que cada madrugada
dejó
sobre tu cama las palabras prohibidas
que te
hicieron poeta, tu corazón siempre ha sido
azul de mar
y sus
sirenas no quieren tu naufragio.
No
eres el escogido, y sin embargo eres
el que
regresará con lámparas de gas
a
desviar el curso de tantos huracanes.
No
dejes que el perfume impaciente de los
flamboyanes
precipite
la imagen, encontrarás cántaros
llenos
de aguas de parchas para calmar la sed
y
cuevas de golondrinas de una playa lejana
devolverán
la paz de tu niñez.
Y
sobre todo, reconocerá viajeros cuyo regreso
será
testigo de quel recuerdo es carbón para tu
hoguera.
Piensa
que ningún compañero compartirá tu soledad,
pero
además, camino a Borikén tu barco se cruzará
con
otro barco rumbo a Ítaca, y sabrás
que
vuelven los guerreros, que solo reposaron
en el
puro gozo de la carne.
Y si
al llegar, Borikén es la misma
que te
obligó al exilio, sacrifícala;
solo
de cuna y tumba te ha servido la tierra,
y
entre ambas, un hombre entre hombres
ha cultivado
arrugas entre la nada.
No
habrás perdido tiempo deshilvanando tiempo,
volviendo
a Borikén has vuelto hasta tu centro;
Borikén
es el nombre que te dieron los dioses.
(“Kavafis”, Manuel Ramos Otero).
Y compárese también, las nociones de viaje, patria, sueño en el
siguiente texto de uno de los postmodernos más radicales en su poética tan
deconstructora:
Boringkén
(…)
I want you to meet
your boring kin
I want you to call
your boring quien
(…)
Biringkén/
me gustas cuando granizas
porque
te haces artificio (…) Boringkén
nombre
al pensamiento en grietas
que se
promenea buscando
un
paraíso reparadizo
(…)
Tengo
sueño y tengo sueños,
Sueños
confabuladores
Poblados
de ruines Señores
con
muy poco de risueños;
En mi
casa está el empeño
De un
despeñadero extraño,
Desempeño
del desempeño
Del
espejo del ensueño
¡Seño!
¡Enseño! ¡Ciño el ceño
de un
Boringkén aledaño!
(Boringkén,
Urayoán Noel).
Véase en contraste un diestro poeta muy de nuestros tiempos, en su
manejo discursivo que mantiene ironías transvanguardistas:
hemos
perdido la capacidad de soñar.
y lo
hemos pagado con creces
podríamos
invertir promesas
para
solventear el desbalance
de
ausencias. O acogernos a una prórroga
del
arrepentimiento, pero las garantías
están
agotadas, y hemos quebrado el corazón
demos
la cuenta por cerrada, pero sin aflicciones:
aún a
las flores muertas
les
sobrevive el fantasma de su perfume
(“quiebra”,
Vicios de construcción
de
Elidio La Torre Lagares).
Revistas
culturalistas como Postdata, bordes Nómada,
no aparecen tan respaldadas por un evidente proyecto de exposición de poéticas literarias.
Pero sí ofrecen mucho de Manifiestos exponentes mediante el ensayismo de varias
de estas ideas, durante los años noventa. En el libro Mal(h)ab(l)ar: antología de nueva literatura puertorriqueña (1997),
Mayra Santos nos presenta a jóvenes poetas que persiguen estilos, sin gran
ansiedad ante las influencias. Aprecian la poesía vanguardista de Octavio Paz,
de Che Meléndez y Pedro Pietri, pero también acuden al verso mitológico,
feísta, informático, rapero, y cultivan más el lado antipoético que lo sublime
del verso (como aún lo hacían algunos setentistas pese su político vanguardismo
radical). No se expresa uniformidad estilística en sus escritos; y lo novedoso
y original (esas obsesiones de la modernidad) estriban precisamente en la falta
de ello. Como todo grupo promocional, son noveles poetas que siguen cultivando
los temas del amor, las pasiones conflictivas, la cotidianeidad, el urbanismo y
los nuevos sentires ideológicos en general, cargados de ironía y
desprendimiento en cuanto a compromisos ontológicos o inefables. No obstante,
se alejan cada vez más del sentido metafísico y ontológico del poetizar. Igualmente
se distancian, pero con ironía y sin traumas nacionales, de los compromisos
ideológicos radicales que atan a la nación.
De
manera similar se presentan estas tendencias mediante el El Límite volcado de
Alberto Martínez Vázquez y Mario R. Cancel (2000). Surge para esta época
también Los nuevos caníbales. Antología de la más reciente poesía en el
Caribe hispano (2003), y en ese mismo año, eXpresiones. muestra de ensayo, teatro narrativa, arte y poesía,
antología, la cual se adentra aún más en la tendencia postmodernizadora de
la cultura. Desde fines de los años 90, un grupo de jóvenes han presentado
insistentemente sus propuestas y estilos poéticos de proyecciones múltiples,
dentro de la amplia y heterogénea reacción postmoderna, en la revista El Sótano 00931 (y sus ciberblogs). Se trata del grupo más heterogéneo, en el cual
encontramos poetas aún creyentes en las ideologías radicales (Juanmanuel
González) hasta los más transvanguardistas y transgresores de las poéticas
convencionales (David Capiello, Carlos
Vázquez). Uno de esos poetas nos dice:
Pudo escribir Neruda
los versos más tristes
alguna noche…
… haber escrito,
por ejemplo:
Yo no tengo fe en el hombre,
tengo resaca de tristeza,
estoy triste de tristeza;
que tengo calambre de perdones.
(…)
Ya no hay noches estrelladas,
y si tiritan a lo lejos,
los astros, es de miedo.
(“Escribir por ejemplo”,
Comunión
antropológica de J. D. Capiello Ortiz).
Para ellos la consciencia del mundo va abandonando su carácter
diacrónico (la tradición con lo histórico que aún mantenían los setentistas) y
se acerca a lo más inmediatamente sincrónico y horizontal de la postcultura. De
acercarse a la tradición y textos históricos lo realizan con sentido paródico e
irónicamente dialógico. Se adentran más en la sucesión de los instantes, de los
fragmentos, lo que pierde contacto con las totalizaciones esencialistas. De ahí
la pérdida del existencialismo comprometido con proyectos de la pasada
modernidad y el ingreso en la descentralización de un sujeto sin un claro
panorama de su fuerza deseante y de la presumible solidez de los espacios y el
compás del tiempo. Muchos de estos nuevos poetas podrían sin embargo, mostrarse
comprometidos con las micro-luchas de los emigrantes, ecologistas, feministas, gays, deambulantes, y actantes otreicos
y oprimidos en la sociedad. En sus tácticas de lucha se han alejado, no
obstante, de las heroicidades optimistas de los setentistas y sus modernas
ilusiones amplias y totalizantes (orgánicas). Si bien las nociones de lucha y
compromiso social no son del todo abandonadas por muchos poetas, éstas adquieren
unas estrategias y acometividades distintas. Son más seguidores de las
“micro-luchas” de que habla Michel Foucault.
La noción vanguardista del arte, que retienen, tiende a definirse
cada vez más dentro de la parodia y el postmoderno pastiche, lo kitsch y
minimalista. Muchos van hurgando cada vez más en un discurso que resulta en una
parodia vacía que no vislumbra un concepto de fin ni muestra nostalgia por un
pasado heroico ya colectivo o individual. Si miran al pasado lo es para afirmar
la trivialidad del presente, para regodearse en lo retro, pero sin gran sentido nostálgico o de pérdida. Al apropiarse
del pasado, suelen convertirlo en imagen, en texto que funge como ornamento del
presente, sin la búsqueda de explicaciones profundas del presente o de lo
futuro.
El mundo se les va tornado cada vez más en un bazar de signos,
íconos y señales (médicas, comerciales, subliminales, ecológicas, cibernéticas,
cyborgs). Atrás quedan las metáforas
y los símbolos profundos y esperanzadores en alcanzar una mejor humanidad como
se concebía desde los relatos modernos. Aunque si bien abandonan el pasado
nostálgico de lo romántico también pierden la noción de lo futuro de algunas
vanguardias de la primera mitad del siglo XX. El futuro les parece el presente
y su paródico y pornográfico fin de la historia. El pasado cuenta en la medida
en que proporciona un escenario pleno de curiosidades y apetencias de signos.
La memoria y la mirada hacia atrás son un elemento más del pastiche poliédrico
en cuanto suplidor de mutiplicidades y heterogeneidades de lo marginal, híbrido
y fronterizo como episodio de la abyección a que los ha arrojado el ya lejano
centro totalizador y (falo)logocéntrico. Si el poeta moderno y vanguardista
escribió al margen del Texto, el poeta postmoderno lo realiza desde el
fragmento o remanente del margen, desde una nueva otredad en la cual no hay espacio
para la poesía como se le entendía. Y ese es precisamente un reconocimiento que
se torna en una gestión (anti) o más bien postpoética. Ya muchos pintores han
querido grabar blanco sobre blanco o negro sobre negro.
Se trata, a nivel amplio, de un momento literario animado por la
tercera revolución, la microelectrónica, donde el posicionamiento del arte ha
adquirido unos matices distintos a los de la era maquinal o fordista, en la cual imperaba la
concepción del trabajo poetizable como disciplina digna y única de movilidad,
adelanto y avance en el encuentro de la subjetividad única y profunda. Los
poetas vanguardistas así lo reconocieron con fiereza y acometividad, pero los
postmodernos no se perturban tanto. Todo parece fugarse a un presente que es
tal vez el más narcisista de la historia, el cual termina devorándose a sí
mismo como signo, como texto de liviandad y extrema liquidez. Atrás ha quedado
el simbolismo y la alegoría, el misterio connotativo. De todo lo que dependió
el lenguaje de la poesía moderna. Mucho de esto fue iniciado por las
vanguardias históricas (como en los textos de Borges) pero no a estos niveles
de negación, diferencia, otredad, del sin sentido. Si hay emoción ante esta
catástrofe del arte habría que redefinirla.
Superada
la angustia de la rebeldía metafísica, la Totalidad para el artista deja de ser
una obsesión y se convierte más bien en un peligro. Ahora su vida reclama otros
proyectos menos trascendentales e intrigantes. Lo vanguardista de los setenta
queda así museografiado por las nuevas sensibilidades postmodernas, contagiadas
por una des-sublimación estética impuesta por la digitalización postcultural
que se apodera de todos los lenguajes, de toda comunicación e información,
incluida la del arte poética. La tiranía del virtual desierto de los signos
tecnoinformáticos resulta cada vez más ineludible. Resistance seems to be futile, nos dicen los cyborgs en un programa televisivo de ciencia ficción.
Frente a las fuertes y comprometidas expresiones de los
vanguardistas, varios escritores de la nueva poesía noventista y de principios
del nuevo milenio tienen que vérselas con el experimentalismo ligero y efímero
y descartar lo ontológico y la profundidad poética tan del gusto de la
literatura moderna y que los setentistas todavía saben cultivar y apreciar.
Atrás dejan lo que quedaba de la densa poiesis
moderna y optan por la informática inmediatez y el fugaz lenguaje parecido al
eslogan publicitario; no rechazan la estetización ejercida por el consumo y
adoptan la cínica celebración de la ciber cultura que no desea comunicar sino
transmitir. Muestran desencanto y desilusión por las militancias setentistas y sus,
ahora, “ingenuos” deseos de cambio, y la ideología de ruptura y anhelos de
heroísmo. Ante lo disciplinado en la escritura no descartan la improvisación,
prefieren los discursos blandos frente a los discursos duros del pasado, no le
temen a la ligereza que descarta el pulimiento discursivo de los modernos.
Frente a la revolución ideal proponen el hedonismo inmediato; prefieren el
ornamento de lo kitsch y del pastiche frente a lo singular de lo memorable y el
monumento, captan la dejadez del instante antes que el compromiso duradero; no
desprecian el mercadeo postestético que ignora la sublimidad y lo perdurable,
frente a los proyectos firmes se inclinan más hacia lo instantáneo y la
resistencia mínima, prefieren la indiferencia ante el decidido compromiso
ideológico. Frente a la dialéctica del conflicto representado en el texto,
proponen los márgenes, las fronteras, la hibridez la otredad de la nada, el
silencio, la ausencia, la falta incluso de la falta y la pérdida del ser.
Aunque para muchos artistas actuales estos aspectos no representen un
manifiesto o imperativo de acción, sí les atraen inadvertidos abismos,
conflictos e incertidumbres en su producción artística. No obstante, habrá
poetas más o menos (post)modernos (o plenamente modernos) que aún persigan algo
de la búsqueda romántica y nostálgica del “objeto perdido” y habrá quienes en
el extremo se conciban como máquinas deseantes que copian, escanean, aplican un
simple cut and paste, y el mixing
performatero como los DJs y los travestis.
El
surgimiento de nuevas casas editoriales muestra últimamente una diferente
acometividad creativa en el quehacer literario y cultural isleño que se
comienza definitivamente a apartar de los setentistas y amplía y problematiza
el panorama generacional de las últimas décadas. Sobresalen, en esta inaugural
gestión artística, obras como Cannibalia
(2005) e Instrumentario (1996) de
Rafael Acevedo, Kitsch (2006) de
Federico Irrizarry, Frutos subterráneos
(2007) de Alberto Martínez, Estación
Delirio (2006) de Edgar Ramírez, Al
otro lado de sus párpados (2006) de Hugo Ríos, Viaje a la noche (1989) y Aún
de Carlos Roberto Gómez, Hilo de voz
(2005) de Noel Luna, Esta carne proscrita
(2004) de Miguel Ángel Náter, Fracturas
del devenir (2006) de John Torres, Rehalidades (2006) de Amarilis Tavárez, Mariconerías (2006) de Daniel Torres, Veinte (2000) de Rebollo Gil, Barrunto (2000) y Residentedellupus (2006) de Raúl González (Gallego), Animal pedestre (2004) de Nestor
Rodríguez. Sobresalen, además, Kathia Chico en Efectos secundarios (2004), Urayoán Noel en Las flores del Mall (2000) y Boringkén
(2007), Javier Ávila en La simetría
del tiempo (2005), Alabalacera
(2006) de Mara Pastor, Alejandria
(2006) de Marcos Pérez Ramírez, Sobre
todos tus silencios (2006) de Juanmanuel González Ríos, Dosis (2008) de Mayda Colón, Casquillos de David Capiello (2008), Miss Carrusel (2010) de Myrna Estrella
Pérez, El mal de los azares (2010) de Karen Sevilla, Sencilla Mente (2010) de Carlos Vázquez Cruz, El tiempo de los escarabajos de Ángel Antonio Ruiz.
Unos
ejemplos finales:
He dicho que no
quiero el mar
si tiene la tinta
que imagino,
la gota de sudor
del obrero
o del erizo,
sólo quiero ver
televisión
como quien toma
veneno
los domingos.
(reisidentedellupus, José Raúl González,
Gallego)
El tránsito es un
espejo. El único peligro de tener una dirección es pensar demasiado en el
retorno. No tengo la velocidad de la luz, por eso esta fascinación por los
letreros, el celoso neón de las palabras. Viajera, no quiero explicaciones. Ven
a jugar en mi puente levadizo –lo único feudal del catillo es arena-. En el
aire se desvanece lo sólido. Uso las manos para tocar la evidencia. Lo ligero
se sale con la suya.
(Cannibalia, Rafael Acevedo)
La vida es un segundo
que no tiene que ser una
tormenta de siglos.
Dale su espacio a la miseria
y al banquete de la vida
(idus de marzo, Julio César Pol)
Hay un adorable
aparato libre de todo trauma
Es menester levantar
el altar
y enchufarlo
(Fracturas del devenir, John Torres)
Ayer escuché el
himno nacional
y un impulso patriótico
me movió
casi
involuntariamente
a apagar la tele.
(Casquillos, J.D Capiello Ortiz)
Entonces nos
fuimos sentando uno a uno
sin orden
ni control
listos y ávidos de
ironías
desesperados por
sentir la bóveda del salón
cambiar.
Acalorados de
emoción
nos sentamos ahí
fieles y
hambrientos
listos para
conjugar (escribir)
lo que otros
dijeron
mucho antes que nosotros.
(Realid(h)ades, Amarilis Tavárez Vales)
(...)
Hay una geometría ineludible
para todo lo que ataca a lo infinito.
La vida moribunda es un epíteto.
Vivimos entre idénticos paréntesis,
entre confines de existencia,
indomables surtidores de penumbra
que rigurosamente nos obligan
a perseguir lo inescrutable,
innata posesión que nos limita
y nos libera.
("La simetría del tiempo", Javier Ávila)
sabernos d i s t a n c i a entre las tintas
es también poblar un archipiélago de letras
y migrar como a un papel en blanco
hacia un poco más que la elocuencia de las olas
y un poco menos que el silencio de los junios permanentes.
sabernos (N)(H)OMBRE en cambio
es nombrar lo ajeno y la frontera
es convidar la ausencia y la miseria
y galopar su viaje interminable de silencio.
("el nombre, la ausencia, la miseria" de Ángel Antonio Luis Laboy
en El tiempo de los escarabajos).
sabernos d i s t a n c i a entre las tintas
es también poblar un archipiélago de letras
y migrar como a un papel en blanco
hacia un poco más que la elocuencia de las olas
y un poco menos que el silencio de los junios permanentes.
sabernos (N)(H)OMBRE en cambio
es nombrar lo ajeno y la frontera
es convidar la ausencia y la miseria
y galopar su viaje interminable de silencio.
("el nombre, la ausencia, la miseria" de Ángel Antonio Luis Laboy
en El tiempo de los escarabajos).
Bibliografía
Aline
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Notas
[1] Veremos cómo
los poetas contemporáneos llevan a sus extremos la línea de pensamiento y
proceder literario ya dilucidado en sus orígenes por Viktor Sklolvsky con el
concepto de “desfamiliarización” (1917-1923). Con las formas artísticas
tradicionales, sobre todo, los poetas atienden los contenidos trascendentes y "olvidan" que el arte es ante todo mecanismo, forma, artificios formales
(juego con los significantes como luego dirían Jakobson y Barthes). Se trata
del formalismo ruso en la creación de las bases del vanguardismo de los años 20. Todo
esto culmina en las teorías derridarianas como veremos más adelante. Ver
primeros capítulos de Historia de la
crítica literaria. Del formalismo al postestructuralismo de Raman Selden,
Editor, (Madrid: Akal, 2010). El “distanciamiento irónico” que creen los
modernos poseer, respecto de las contradicciones del mundo, ya no son posibles
para los postmodernos. No existe un Yo distanciado de un "otro" o de la realidad. Se es el "otro" que se observa observando. Ver además La
estética moderna de Simón Marchán
Fiz (Madrid: Alianza Editorial, 2000). Ya el poeta no busca lo formal del lenguaje, sino que detrás de los mismos se encuentra el intersticio de un origen inexistente; solo hay posibilidades de encontrar el síntoma del Otro, de la Falta y la Nada. (Ver Salvoj Zizek, Ideología. Un mapa de la cuestión (México: Fondo de Cultura Económica, 2005).
[2] Desde el
Romanticismo la poesía responde a una inspiración profunda que anhela encontrar
la suprema belleza (una poiesis: un
espacio de alcance del ser bello consigo
mismo, un más allá de lo real, misterioso e inefable). Los Vanguardistas de los
años 20 en adelante rechazan esta fenomenología por ser idealista, y ven la
poesía antes que nada como lenguaje (hermenéutica), que solo puede encontrase a
sí misma (el metatexto), de que no hay un fenómeno fuera del sujeto que se
pueda localizar; solo signos que ingresan en juegos consigo mismos pese a
pertenecer en sus significaciones referenciales, a su propia semiosis
(comunicación), a la problemática de lo real creada por la burguesía. Los
postmodernos llevan al extremo el Vanguardismo al considerar que el sujeto
enunciante se encuentra encerrado en una constante circulación de imágenes y
discursos, que no hay un afuera, un distanciamiento estético y ético (Kant)
desde el que se pueda enunciar como creen los Modernos (el placer del contemplar por contemplar lo inspiradamente bello). Ver de Peter Bürger,
The Theory of the Avant-Garde
(Minneapolis: University of Minnesota Press, 1974) y a Richard Murphy, Theorizing the Avant-Garde. Modernism,
Expressionism and the Problem of Postmodernity (Cambridge University Press, 1999).
[3] En La revolución del lenguaje poético de
1974 (New York: Columbia University Press, 1984), Julia Kristeva sigue a Roland
Barthes en la idea del “placer del texto”, procedente de la parte formal del
texto de la cual a su entender fluyen las “otredades” del deseo, en el juego de
la semiosis de lo social y el imaginario del sujeto (siguen a J. Lacan) en que
se alcanzan la etapa pre-edípica (anterior a la metáfora patriarcal) y los
impulsos primigenios y placeres del deseo y el goce (la jouissance). Desde los años 20 los poetas se revelan conscientes de
estos aspectos (sin haber leído, por supuesto, a Barthes o a Kristeva), y son
dados a jugar con las formas del lenguaje (en España ver José Ortega y Gasset,
“La deshumanización del arte”, 1925). Para los años 70 este proceder continúa
con lo que he llamado trans o post vanguardistas (luego vendrán los
postmodernos, quienes no podrán desligarse de estas cuestiones). Ver el libro
de Selden citado antes, y Modernidad, postmodernidad y tecnocultura
actual, de Luis Felipe Díaz (San Juan: Publicaciones Gaviota, 2011):
85-210. De Roland Barthes, ver El placer
del texto (México: Siglo XXI, 1974); “La muerte del autor” en El susurro del lenguaje, (Barcelona Paidós,
1999). He tratado algo de estos aspectos de los vanguardistas puertorriqueños de los '20, en "El vanguardismo puertorriqueño y se desarrollo histórico formal" en La na(rra)ción en la literaura puerorriqueña (San Juan: Huracán 2008: 81-122).
[4] Para una
visión y debate complejos de estos aspectos véase el libro De lengua, razón y cuerpo de Áurea María Sotomayor (San Juan:
Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1987). También es fuente valiosa Crónica de tres décadas. Poesía
puertorriqueña actual —de los años sesenta a los ochenta— de Rubén González
(San Juan: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1989). Libro feminista y
deconstruccionista contra el canon, que cubre procesos totalizantes e
historiados de la literatura puertorriqueña es Literatura y paternalismo en Puerto Rico de Juan G. Gelpí, con una 2da. edic. ampliada (San Juan: La Editorial de
la Universidad de Puerto Rico, 2005).
[5] Ver los
trabajos de Ivette López Jiménez, sobre todo Julia de Burgos. La canción y el silencio (San Juan: Colección
Arturo Carrión. Fundación Puertorriqueña de las Humanidades, 2002).
[6] Ver de Luis
Felipe Díaz y Marc Zimmerman, Globalización,
nación postmodernidad. Estudios culturales puertorriqueños (LA CASA: San
Juan, Chicago, 2001), en el cual se explican muchos de estos conceptos
concernientes a la isla de Puerto Rico y el particular debate cultural que se
sostiene a partir de los años ochenta.
[7] En estos
aspectos ver el libro (muy inclinado hacia las versiones de cierta y particular
izquierda, a veces, pero muy útil y valioso académicamente, no obstante) de
César J. Ayala y Rafael Bernabe, Puerto Rico
en el siglo Americano. Su historia desde 1898 (San Juan: Ediciones
Callejón, 2011).
[8] A partir de
los ochenta estos jóvenes pensadores, poetas e intelectuales tienden a alejarse
de Herbert Marcuse y Frantz Fanon (de los años 60) y a fijarse más en Walter
Benjamin (u otros similares), sobre todo en el trabajo de este alemán, titulado
“La obra de arte en la era de la reproducción mecánica” (Buenos Aires:
Ediciones 3, 1968) e Illuminations (Madrid:
Taurus 1990). Ver comentarios sobre la Escuela de Frankfurt en mi libro Modernidad…, ya citado, p. 254-274).
[9] Si bien
artistas y críticos reaccionan al concepto de generación (algunos prefieren
hablar de promoción), sería conveniente aquí puntualizar que no lo usamos en
sus acepciones histórico-biológicas y genéticas (de cuándo nació el autor y a
qué grupo genealógico pertenece). Se trata más bien de discursos (estilos) de grupos, que
obedecen a fluidos de cambios ideológicos en el devenir (a cambiantes
construcciones simbólicas e imaginarias que construye la cultura desde donde emerge
la subjetividad) y que imponen una lengua, una semiosfera cultural, un habitus, un tipo de consciencia, una
mirada, una identidad. Esto se traduce en una transformadora escritura que similarmente
responde a las movilidades socio-culturales que con-forman al sujeto en cuanto
hablante implícito y no a un autor individual, racional y empírico. Para la
crítica literaria, el autor “ha muerto”. ¿Para qué leer tanto a Roland Barthes
y Michel Foucault, si no lo usamos en nuestra crítica? ¿Y tanta lingüística
post-seussureana y chomskiana, por qué no la acabamos de asimilar? Ver de Eduardo Mateo Gambarte, El concepto de generación literaria
(Madrid; Editorial Síntesis, 1996).
[10] Marshall
McLuhan (1911-1980) para los años 60 y 70 comienza a vaticinar lo que será la
“aldea globalizada” del mundo transcapitalista y tecnoglobalizado en que
algunos sujetos de formación literaria mantienen aversiones a la sociedad
mediática e informática (y del internet) donde lo llanamente auditivo y visual
adquiere un inaugural input que domina la semiosfera cultural y la consciencia
de los individuos en las sociedades tardo y postmodernas. Ver de McLuhan, Comprender los medios de comunicación
(Barcelona: Paidós, 1996), The Gutenburg
Galaxy (University of Toronto Press, 1972). La “semiosfera cultural” es de
Yuri M. Lotman, en La semiosfera. Semiótica
de la cultura y del texto (Madrid: Ediciones Cátedra, 1988).
[11] Se trata de la
etapa espejística narcisista en que el sujeto desarrolla un Yo, respaldado por
el moi en que cree ver lo que hay que
ver para la estabilidad de su Ser y estar. Aquello problemático que no desea ver,
por negación (im)pertinente, ya es parte de su “otredad”. Emerge lo negativo
que se crea en el proceso (trazo) afirmativo que en su afincamiento a una
“verdad” narcisista construye la alteridad (el inconsciente). Un signo no
adquiere valor por sí mismo sino por el signo que le es contrario. El sujeto
mismo crea su otredad, que a la larga se origina en la arbitrariedad y la profunda
“nada”. A menos que se crea en un Dios u otro mito originario. “Mas ese lugar y
esa figura tienen una estructura singular: ella encierra su propio vacío en sí
mima, solo abriga su propio desierto interiorizado. No abre sobre nada, no
encierra nada, solo contiene como tesoro la nada: un hueco, un espaciamiento
vacío, una muerte (…) Nada detrás de las cortinas. De ahí proviene la sorpresa
ingenua del no judío cuando abre, cuando se le permite abrir o cuando viola el
Tabernáculo, cuando entra en la mansión o en el templo, y que después de tantas
vueltas rituales para acceder al centro secreto, no descubre nada, solo la
nada. Ni centro, ni corazón, un espacio vacío, nada”. (Jacques Derrida, Dar la muerte, Barcelona: Paidós, 2000:
42-43). Todo esto proviene de Jean-Paul Sartre y Jacques Lacan. Los franceses
de la postguerra no tuvieron la virtud de citarse, ¡tal vez porque perdieron el
origen! Ver El lugar del sujeto de
José E. Milmaniene (Buenos Aires: Editorial Biblos, 2007).
[12] Ya lo he
explicado, siguiendo a los teóricos y críticos pertinentes, en los últimos
capítulos de mis libros Modernidad
literaria puertorriqueña (San Juan: Isla Negra, 2005), La na(rra)ción en la literatura puertorriqueña (San Juan: Huracán,
2009) y en De charcas, espejos, infantes
y velorios en la literatura puertorriqueña (San Juan: Isla Negra, 2011).
[13] Ver
Carlos Fajardo Fajardo, Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad
Complutense de Madrid (2002). URL:
ucm.es/info/especulo/numero20/postmodern.html.
[14] Al caer las
ideas ilustradas y progresistas de la modernidad (incluido el radicalismo socialista
que pregonaba un mayor progreso y adelanto) los escritores se ven llevados a tornarse
nihilistas. La imposibilidad de ver establecido el poder Nacional prometido (la
caída de la utopía independentista) ya de por sí lleva a los setentistas a
ingresar en el nihilismo, además del impacto de otros eventos. De los ochenta
en adelante el nihilismo se revela más inmerso en los deconstruccionistas y los
transvanguardistas de que estamos hablando. Carlos Pabón reacciona a cómo a los
postmodernos en Puerto Rico se les acusa de nihilistas, como si ello fuese un
atributo repulsivo y abyecto en sí mimo (Nación
postmortem. Ensayos sobre los tiempos de insoportable ambigüedad, San Juan:
Ediciones Callejón, 2002). Nihilismo, cinismo, sarcasmo, ironía, incredulidad
total; son procederes que abundan en el discurso contemporáneo y deben ser
analizados sin moralismos nacionales o religiosos. De mi interés ha sido: Pessimism. Philosophy, Ethic, Spirit, de
Joshua Foa Dienstag (Princeton: Princeton University Press, 2006).
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