Presentación
de Los hombres no lloran.
Ensayos sobre las masculinidades
Víctor García Toro, Rafael L.
Ramírez y Luis Solano Castillo
Ediciones Huracán
Luis Felipe Díaz, Ph. D.
Departamento de Estudios Hispánicos
Departamento de Estudios Hispánicos
Universidad de Puerto Rico, Río
Piedras
Presentado en Librería
Mágica
Las más destacadas feministas y teóricos del género en general, —como
Guy Hocquenhem, Helen Cixous, Lucy Irigaray, Julia Kristeva, Rosi Braidotti—han distinguido los sistemas
discursivos y mentales de oposiciones (binarismos) en la cultura occidental, para llamar la
atención sobre la desventajada posición de la mujer y de otros sujetos diferenciados. La mujer, diferenciada sexual y corporalmente, es llevada a ocupar la "otredad",
enclaustrada dentro de una estructura (círculo) de Poder, en la cual se le tolera en
tanto sea capaz de instalarse en el lugar marginal (que llamo "otreico") y autoritamente asignado. Algo similar ocurre
con la sexualidad y lo genérico de los sujetos queer
(mariconiles o pateriles)[1]
de los llamados por la psiquiatría y la psicología: "homosexuales". Las mujeres y los queer sí tienen porqué llorar en la cultura opresiva ante estas impuestas identidades fatuas.
Se espera que los sujetos puedan reprimir su identidad propia (la dotada
por la naturaleza o lo psico-social, en los orígenes), pero distintas a lo convencional y oficial impuesto por los hombres que no lloran.
Se espera también la aceptación de las imposiciones del mandato de sujeción patriarcal
heteronormativa (así ha sido en siglos de historia). Irónico resulta que
similarmente el hombre similarmente también se encuentre prisionero de esas
imposiciones falócratas de los de su propio género (es decir: de sí mismo). Así cabe proponerlo en general para los hombres (y los no hombres) si
meditamos detenidamente sobre la propuesta de los autores del libro que aquí
consideramos: Los hombres no lloran,
de Víctor García Toro, Rafael L. Ramírez y Luis Solano Castillo. De entrada, la
simple pero llamativa portada del libro nos muestra a cuatro hombres
prisioneros de la circunsición significante que el libro mismo nos habrá de
exponer y explicar (aunque no del todo bien en su organicidad como libro que aborda el tema genérico actual siguiendo principalmente a "los hombres" y sus jodiendas).
Para Cixous, la situación de la mujer es semejante a la de la bella
durmiente que sólo alcanza despertar en tanto sea besada y liberada por el
hombre. Su existencia se marca por la espera del beso del príncipe, el objeto
del deseo del otro que en realidad nunca llega (solo en esas películas de
Hollywood). Pero en esta ocasión postmoderna en que vivimos tal parece que será
el hombre quien dormirá en espera del beso de la mujer (o de un transgénero). Solo podrá despertar
en tanto logre recuperar su verdadero y primer llanto (el de la madre que lo
compromete desde su nacimiento con los gritos feminiles, los que al parecer ha olvidado). Pero tal vez Los hombres no lloran comienza a
reclamar ese proceder mediante su irónico título y a través de las
consideraciones explícitas e implícitas en su no evidente teorizar, en su muestreo y sus
hipótesis avaladas muchas veces por simpáticas estadísticas que requerirían mayor interpretación. No obstante, y pese a que es un libro de las Ciencias Sociales,
lo podemos apreciar desde una perspectiva humanística y feminista-queer (pese a que parece que tal no fue
el intento consciente de sus escritores). ¡Lástima!
En su
ensayo “La risa de la Medusa”, la teórica Cixous también describe cómo la exclusión de la
mujer aparece relacionada con la historia occidental y su peculiar modo de
supeditar el cuerpo. Pero cuando irrumpe el cuerpo femenino con todo su sentir, y se disloca la política masculina que impone la tiranía mental andronormativa. Y cuando
surge algún cuerpo masculino con diferencias impuestas a las de sus mismos pares,
los machos de su igual género también se podrían exponer a la inesperadas implosiones contra la
tiranía de la psicología impositiva y compulsiva de la ley andronormativa. Surgen de esa
irrupción los “torrentes luminosos” y los márgenes de los excesos que se
encuentran depositados en el ámbito no dominado por el macho, aquello que está
en las afueras prohibidas, en la “otredad”. Se trata del momento en que la
mujer (y los herejes de los mandatos heteronormativos) se conscientiza y comienza a Ser más plenamente, pero sin necesariamente el llanto que tanto l@s caracteriza.
Convendría, luego de lo dicho, ver qué ocurre cuando el hetero-hombre se textualiza
(se sexualiza), es decir, qué pasa cuando cobra metacognición de su incuestionada
identidad y del haber reprimido el llanto atribuido a las mujeres.
Mucho de ese proceso de concienciación lo obtenemos mediante la lectura de “Hacerse hombre contra viento y marea” de Víctor I. García Toro en el libro que esta noche nos ocupa. Es un relato que aquí destacamos y que se presenta como texto idóneo para el público no especializado, pero sí interesado en los francos testimonios sobre las identidades masculinas. Se trata de cómo se nace hombre hereterosexual y la concientización textual no cambia necesariamente su sexualidad franca, pero lo hace más espontáneo, bueno, claro y humano. Víctor, nos deja saber, sin traumas machistas, que “los hombres también lloran”. ¡Mis felicitaciones!
Mucho de ese proceso de concienciación lo obtenemos mediante la lectura de “Hacerse hombre contra viento y marea” de Víctor I. García Toro en el libro que esta noche nos ocupa. Es un relato que aquí destacamos y que se presenta como texto idóneo para el público no especializado, pero sí interesado en los francos testimonios sobre las identidades masculinas. Se trata de cómo se nace hombre hereterosexual y la concientización textual no cambia necesariamente su sexualidad franca, pero lo hace más espontáneo, bueno, claro y humano. Víctor, nos deja saber, sin traumas machistas, que “los hombres también lloran”. ¡Mis felicitaciones!
Pero para la teórica Jacqueline Rose la mujer no permanece simple y llanamente dentro de las
categorías impuestas por el falocentrismo patriarcal. De su alteridad y su
transgresión surgen la neurosis, la histeria y la disfuncionalidad, lo
regularmente atribuido como síntomas de incapacidad para ajustarse a las
demandas de la realidad de los hombres. Más bien se trata de conductas que
señalan su resistencia a aceptar las imposiciones de la imperial política del
simbólico masculino en la cultura. Sin embargo, antes que resistencia lo que
desde su soberanía los hombres revelan es intolerancia ante todo lo que pueda
resultar amenazante a su política, cuyo fundamento se justifica sobre todo en
la supremacía sexual. Y de violencia y sexualidad tratan los ensayos de este
libro de Víctor, Rafael y Luis, en un intento de presentar una seria y innovadora mirada a la construcción de la masculinidad en el Puerto Rico actual. Así
resulta especialmente en el bien documentado y argumentado estudio del capítulo
“Masculinidad y violencia”. También de manera rápida pero profunda se nos
expone en el ensayo inicial, titulado “El cuerpo”, la atenuante valoración que
los varones poseen del cuerpo como metáfora. Los dos ensayos vienen a
compaginar formidable pero problemáticamente para aquellos que conocemos el tema desde el
postfeminismo. Se nos permite ver —y esto lo dejan claro los autores— que estamos rodeados aún de un falogocentrismo
enfermizo, pero bien internalizado en el ser de los hombres, pero como si fuera lo
más normal alcanzable. ¡Horrible todo eso aún en nuestros tiempos!, y no está de más decirlo así.
Estos modos de asediar las construcciones textuales y
genéricas ya han llevado a Luce Irigaray, Julia Kristeva, Helene Cixoux y
Judith Butler, entre otras y otros, a enfrentar el patriarcado a través del
sicoanálisis y el deconstruccionismo (herramientas teóricas importantes que nuestros autores parecen desconocer). Pero sus interpretaciones me sugieren de
manera suspicaz la alegoría bíblica que le confiere la voz inicial al Padre
celestial, y la voz secundaria se le depara a la serpiente, al adversario
deconstructor procedente de las afueras y la marginalidad. Bien se podría
argüir que la voz de la "víbora" ofrece una representación del hermano
(presumimos que andrógino), que en una ocasión anterior al evento relatado ha
sido expulsado por el Padre, y enviado a las afueras del espacio primigenio de
expresión, del Saber. La mariconil serpiente regresa entonces como voz opositora para aliarse
a la mujer y revelarle una verdad alterna a la autoridad y hegemonía del padre
compulsivamente heteronormativo e instigar a la ruptura y discordia, a ser
diferentes, a transgredir y a ser un “otro” (a morder la jodida manzana prohibida). Y luego de expuesta la verdad y la
desobediencia los transgresores son expulsados del espacio primigenio (Eva
carga toda la culpa, por supuesto) para rodar nomádicos por los ámbitos
otreicos (fuera del poder de los hombres-dioses), movidos por el Deseo sin
objeto definido y por el lenguaje secundario desprendido de un supuesto y
estable original que solo se creen que lo poseen los hombres que no lloran. Pues lloremos a toneles, por favor.
Pero el poderoso lenguaje falogocéntrico se ve sometido en la
actualidad al proceso deconstructor. El cambio es realizado por los
transgresores hijos del post-patriarcado, quienes se proponen crear una
distinta sociedad con un nuevo hombre. En tal sentido, nuestro libro de esta noche, Los hombres nunca lloran se destaca de
una manera sugerente en este singular evento. Pese a que la mayoría de los
ensayos han sido escritos con el interés incluso estadístico y de reconocimiento comedido que exige el campo
de las Ciencias Sociales no dejan de ser accesibles al lector profesional más
convencional. Me inclino a creer que Ediciones Huracán habrá de tener una
bonanza de ventas en las academias nacionales y del extranjero. Pero si
ello ocurre el libro exige ser discutido con pensamiento crítico y con profesores
hábiles en cuestiones de género porque el mismo libro carece de una base teórica y
requiere de contextualizaciones y aclaraciones que no se ofrecen como es debido en
el texto mismo. Este texto pudo tener un enjundioso prólogo y notas al calce aclaratorias
de cuestiones teóricas y también más concretas y empíricamente narradas. Se denota que ninguno domina el tema de lo "gay" como se entiende hoy día. Por eso he acudido, sin permiso, al feminismo y a lo queer (porque tiene que ver). Lo masculino se podría entender mejor dede lo femenino, como a Dios desde Satanás.
Para las feministas, la mujer se encuentra en el mayor
momento de conversación con la otreica serpiente mediante la teoría feminista y
su oposición a la ley del padre. Si de algo están conscientes las feministas es
de cómo las metáforas falocéntricas han resultado necesarias para la nada
visible constitución arbitraria de poderes y saberes a través de la historia y
de cómo las mismas dominan las lecturas e imaginarios de lo femenino. No es de
olvidar que el significante de los significantes es, para los lacanianos y sus
seguidores, el falo como metáfora de dominio tanto femenino como masculino. Y
el “no hay nada fuera del texto” de los derridarianos podría aludir a que
salirse del texto falogocéntrico del patriarca podría conllevar a la larga el
encontrarse otros discursos iguales de autoritarios. Sabemos que el otro
marginado se torna en opresor al ocupar la oficialidad contra la cual se ha
resistido. Debido a ello, las postfeministas buscan el imaginario e
inconsciente femeninos que conectan con el cuerpo anterior a la edipación del
sujeto, como momento que pone en contacto con el lenguaje radical anterior a la
intervención definitiva del padre y su autoritario y pugilateado mandato. En un tiempo
anterior al asesinato del padre, las feministas encuentran el homicidio
simbólico de la mujer y la prohibición a acoger el lloroso cuerpo de la madre y
sus significaciones profundas. Para los autores de Los hombres no lloran, que por su primordial interés en la
cientificidad evitan los manifiestos poéticos, la rebelión del hombre contra su
propio texto emergería en el momento en que éste sujeto se enfrenta a su propio
llanto, a su catarsis, a su conjuro en un otro capaz de verse a sí mismo en un
nuevo espejo. No es de extrañar que el protagonista que Toro nos presenta en su
relato se identifique con la imagen de la madre, la hermana, y finalmente la de
su hija y que proponga un nuevo tipo de subjetividad masculina a finales de su
discurso. El libro tal vez no es tan consciente que para que los hombres
aprendan a llorar tienen mucho que aprender de la mujer. Noto sin embargo que
no se está tan consciente de la teoría que aquí ofrezco que es la que ha
dominado las cuestiones de género feminista. Son ellas las que inicialmente han
teorizado francamente el género y en ello las hemos seguido los gays. Los hombres heterosexuales deben
unirse a estos esfuerzos. Y a pesar de que este libro es parte de este
esfuerzo, no parece tan consciente de tal. Los hombre sí lloran, todos los
seres humanos lloran! El título del libro es irónico pero algunos contenidos
dentro de él no lo parecen.
En su resistencia al patriarcado, la mujer se inclina
por el pre-imaginario y lo pre-edípico, la etapa que Kristeva reconoce como el
orden asociado con lo maternal y sus registros corporales y anteriores al
ingreso en el orden simbólico de imposiciones falócratas. Esta primitiva etapa
aparece centrada en el cuerpo y la madre, y es anterior a la diferencia sexual
que impone la ley del padre. Tanto el niño como la niña participan de este
estadio que impondrá sus ritmos libidinales, deslices, silencios, rupturas y discontinuidades.
Se trata de una semiótica no constitutiva de un sólo género sino representativa
de un modo de ser en los sujetos independientemente de sus identidades sexuales
específicas. Pero los problemas surgen precisamente en la fase de la ley del
padre y los estragos que la misma causa al marginar y perturbar el fluir de las
significaciones que vinculan a la madre o a lo alterno, a la “otredad” a lo
prescindible.
El libro que nos ocupa hoy nos ofrece abundantes citas
de discursos machistas cargados de titubeos, risas nerviosas, dudas, temores
eufemismos y múltiples muletillas, que ocultan tanto de lo que realmente pueden
ser los hombres (seres que quieren llorar). Las transcripciones que incluye el
libro ofrecen, en ese sentido, una gran cantera para la psico-socio-lingüística
y la exploración del fenómeno del macho que no sólo aparece incapacitado para
llorar (en el sentido metafórico) sino que no se ha instalado en el justo y
genuino espacio que lo colocaría más cercano al deseo y el discurso que puede
emanar del mismo. Así, se sugiere que el hombre debe explorar su pre-historia y
comenzar a crear un nuevo lenguaje que lo coloque en contacto con una
subjetividad más apropiada y justa. Esta subjetividad tendría incluso que
superar la persecución de la madre fálica, como se nos sugiere a finales del
relato de Toro. La madre fálica es un papel que el mismo hombre le asigna a algunas
féminas y pueden realizar este papel muy bien (como Bernarda Alba). El hombre
se las arregla para no llorar e incluso se encarga de designar a algunas mujeres fálicas
que prohíban a los hijos el llorar. No veo que algunos de los hombres
entrevistados o los entrevistadores estén tan conscientes de la metáfora del
llorar y las profundas implicaciones simbólicas que posee. No obstante, un
libro como este en el Puerto Rico contemporáneo ya es un pequeño amago de
desear llorar. ¡Pues lloren y usen pañuelos de finos encajes, con imágenes de flamingos o mariposas, para secar las lágrimas!
Los hombres
no lloran nos remite a mucho de lo señalado por Luce Irigaray,
quien siguiendo el deconstruccionismo derridariano, distingue cómo el discurso
occidentalista privilegia la ilusoria unidad del yo, lo virtualmente visible y
la erección fálica de quienes se han llamado hombres que no lloran. Se demarca,
siguiendo a Irigaray, la diferencia entre lo visible e invisible, el adentro
esencialista de la vagina que recibe el semen o el afuera anal que expulsa lo
abyecto relacionado con la temida homosexualidad (cuya represión a la larga es
el miedo a llorar, a lo que los hombres creen que es debilidad o muerte). Pero esta morfología tan oportuna para la representación
que realiza el patriarca, no le corresponde necesariamente a la sexualidad de la mujer. Su
sexualidad se expresa de manera plural, ambigua y polimorfa, pues se localiza
en varios sitios a la vez: en el clítoris, los senos, la boca, en la totalidad
del cuerpo, en el sexo que no es sólo vertical sino también horizontal y
tridimensional (y también en el llanto, que es un tipo de descargue sexual).
Para Irigaray el estímulo corporal marca principalmente la sexualidad femenina
y no la auto-representación o lo visual como en el hombre (quien suele ser más
óptico y conceptual). Antes que visual, el origen del estímulo femenino yace en
lo tactil-corporal, lo más cercano al fluir de la sangre menstrual, lo lácteo y
las lágrimas. La mujer no es tan dada al pánico de la oscuridad en la cueva
platónica que marca la ansiedad masculina al no poder alcanzar la mirada
totalitaria y depredadora y al temer la dependencia de otras áreas corporales
que implicarían distintos modos de enfrentarse a la oscuridad y el orificio
vaginal (o anal) de la cueva. Las voces de los entrevistados que nos muestra Los hombres no lloran evidencian mucho
de estos temores y fobias de la soberbia machista que carga la sombra de su
propia inutilidad humana y su incapacidad para lo sublime del llanto (inluyendo a los universitarios entrevistados). El añillo
de contención que los rodea, como vemos en la portada, es creado para formar su
propio casamiento, que lo es más con su narcisismo fálico, el que a la larga
los estrangula y los consume dentro de su propio falogocentirsmo. Por eso es
que subconscientemente creen que el
encerramiento a que los han impuesto es un castigo dirigido a la temida homosexualidad. Y no tiene nada de malo comenzar con los que están dentro del
círculo precisamente para romper el círculo. A la larga no tiene nada que ver con la sexualidad, es más bien cosa de género.
Hélene Cixous, aunque critica las disciplinas que se adhieren
a lo natural para determinar la diferencia sexual, cree en la naturaleza
bisexual de los seres humanos. Pero concibe la masculinidad limitada por las
leyes del inconsciente de la cultura, al encontrarse agenciada por el pene y la
castración (lo que nos revela el psicoanálisis que podríamos realizar de lo
planteado constantemente por los entrevistados). Al temerle al corte del
significante fálico el hombre coarta la expresión de lo femenino y la otredad.
Y el miedo al otro, al espejo que refleja lo que no se es, se revela
patentemente en el muestrario de los entrevistados por los autores del libro
que nos ocupa. Sorprende del interesante ensayo “El cuerpo”, de Luis Solano
Castillo, el que incluso varios de los estudiantes universitarios en general se
expresen dando esta vez nuevos contornos y agenciamientos al inaugural anillo
del narcisismo mediático y postmoderno que en nuestros tiempos rodea a los
hombres. La postmodernidad es y será machista.
Para muchos analistas del género al final de las luchas
binarias de lo masculino vs. lo femenino que dominan la epistemología falócrata
sólo se puede encontrar el fascismo y la muerte. Para que uno de los términos
en la pugna pueda adquirir significado se tiene que recurrir a la violencia y
la depredación que lleva al exterminio de una de las partes. En el patriarcado,
ya desde un principio el varón se concibe triunfante, y con su amenaza de
exterminio no deja margen de significación abierta y dinámica a la diferencia y
al “otro”. El ensayo “Masculinidad y violencia” de Los hombres no lloran, bien nos expone ese sujeto víctima de la enajenación
masculinizante, que incluso en la cárcel, esa cronotopía metonímica del encerramiento
que solo presagia la tumba y la muerte, se convierte en depredador de sus
propios pares, en rival de los que aparecen dentro del círculo. En ese
enclaustrado microcosmos se expresa lo peor de la paranoia masculina, como bien
lo dejan ver las entrevistas. Será ahí donde el sujeto del homo-deseo se
convierta en la peor víctima de la violencia mimética del todos contra el uno
subrogado y diferente (ver a Rene Girard). Interesante en este aspecto resulta el ensayo “El deseo
homoerótico”, el cual no deja de estar exento de anomalías expresivas, como
catalogar el homo-deseo desde la “preferencia” sexual en vez de emplear “orientación”,
“expresión”, “manifestación”, “identidad”. La teoría de la construcción
identitaria es pre-cartesiana y por ello no se debe aludir a un sujeto que
libremente elige o prefiere. ¡Los sujetos no “prefieren” su sexualidad, ésta viene
en el paquete! Ya se sabe que incluso hay construcciones genéticas
determinantes en la conducta sexual y genérica. El ámbito científico de la
química orgánica anula las categorías de hombre y mujer y lo que se entiende
como derivaciones o desviaciones de estas dos metáforas que son construcciones
genéricas y metáforas de expresión de Poder. ¿Estaremos conscientes de que un
libro puede ser un círculo que nos mantiene dentro del Poder compulsivamente andro-heterocentrista?
Pero muchas feministas, y sin acudir a las ciencias naturales, atienden
estos aspectos. A Monique Witting los significantes “Hombre” o “Mujer” no se le
presentan como categorías naturales sino construcciones de manipulación
genérica. Para Mónica la meta del activismo genérico debe ser la de destruir al
“hombre” como categoría clasista que a su vez debe llevar a destruir la
metáfora “mujer” como categoría subalterna en el fondo similar. Advierte que
cuando una clase oprimida se rebela no debe ser para perpetuarse como esa clase
misma, sino para dejar de serlo, destruyendo también lo que ella como clase ha sido en la dialéctica del "otro". Se tratará entonces de buscar un nuevo hombre.
De llorar o de todos dejar de llorar. Tal vez ese sea el mensaje de Víctor
García del Toro en su valiente ensayo “Hacerse hombre contra viento y marea”.
Sobre todo al final, cuando nos revela claramente su disposición a ser un padre
de nuevos horizontes.
Rosi Braidotti, por su parte, sostiene que reconocer al sujeto en el
encuentro de su voluntad y su deseo representa el primer paso en el proceso de
repensar los fundamentos de la subjetividad. Lo que confiere sentido al proceso
de convertirse en sujeto (siguiendo a Deleuze) es la voluntad de saber, el
deseo de hablar, pensar y representar (de ser hombre, mujer, gay, etc.). Al
principio lo que existe es el deseo de,
esa condición que antecede el pensar,
y que permitiría encontrar nuevas formas de articulación masculina— animadas
por el deseo del nuevo hombre, ya heterosexual u homosexual— de abandonar las
identidades basadas en el falocratismo compulsivo y depredador. Pero ello
requiere la transformación de las estructuras e imágenes mentales mismas que
poseemos todos. Cuando se reconoce que el falogocentrismo se vale de las
representaciones mentales que se sellan en la consciencia se requiere tener en
cuenta el cuerpo en el tráfico de la imaginería y su performatividad. Vemos cómo
en esta ocasión en que vivimos el anillo tecno-mediático trae nuevas
construcciones machistas que no solo ciñen la consciencia del sujeto sino su
noción intrínseca del cuerpo mismo a nuevos encerramientos.
Dentro de ese constructo nuestro autores, Toro, Ramírez y Solano, siguen
a Foucault y su reconocimiento del poder y sus dispositivos, no como objeto que
solamente está allí afuera, visible e identificable, sino como algo que se
metonimiza en muchas partes y que repercute en la imagen que se posee del
propio cuerpo y su actuación. El poder no se reduce únicamente a lo impuesto
desde afuera por la ideología del Estado, sino a lo que emana de la ideología
implícita en la imagen que los sujetos obtienen de su propia corporeidad y en
la posición de ésta dentro de su registro de lo femenino-masculino (y sus gamas
intermedias) en un espacio semántico y pragmático de acción que viene desde
adentro de la consciencia misma. Pero, como bien lo sugieren nuestros autores, la
representación genérica se relaciona con la ideología y con los valores de
intercambio de signos o de la performatividad del cuerpo (y de las ideas) en la cultura. Resulta
de ese modo la práctica o “performance” en la sociedad y la manera de comunicar, incluida sobre todo la comunicación violenta que habría que evitar invitando al rival a llorar con el "otro", que es la víctima, pero con deseos de superar la maldad y buscar la creatividad, la poiesis (de eso hablaba Walter Quintero). El equívoco y enajenado proceder de todo esto
es lo que se desprende del discurso de los entrevistados a lo largo del libro,
especialmente en el capítulo dedicado a los reclusos. ¡Qué horrible! Pero que bueno dar a leer el libro y discutirlo...
La
óptica crítica que persigue Los hombres
no lloran destaca la vertiente de la corporeidad y la capacidad de criticar
la miopía masculinizante compulsiva y neurótica. Se reclama superar la corta
mirada androcéntrica, incapaz de reconocer el cuerpo que se posa frente al
espejo y que sólo puede recurrir al imaginario dominado por el significante
fálico y la imagen de sí mismo, pero sin la “otredad”. Se nos muestra cómo el
hombre deviene en sujeto a través de la mirada enajenada de su propia
representación, guiado por la ficción y el libreto de un yo ideal cuyo
agenciamiento patriarcal lo lleva a abandonar el ámbito imaginario en la etapa
primigenia que pone en contacto con “las cosas bellas de la vida”, según dice
el protagonista de Toro respecto de su madre.
Pero si el hombre moderno ha construido su subjetividad a base del
desconocimiento u olvido de su propia imagen corporal primigenia y de su
llanto, ¿cómo se puede alcanzar él mismo como un otro recuperado y rescatado?.
Nos ha dicho Cixous que “Ninguna mujer acumula tantas defensas contra sus
impulsos libidinales como el hombre. [Las mujeres] —nos dice— no apuntalan
cosas, no se atrincheran como él lo hace, no rehúyen del placer tan
“prudentemente”. ¿Cuándo los hombres llorarán para no atrincherarse tanto y
gozar sin ser depredadores del “otro”?
Si algo nos deja ver las voces expuestas en Los hombres no lloran es la manera en que los varones se convierten
en sujetos de una cultura que emerge de un complejo de relaciones de Poder. En
este tránsito el cuerpo se convierte en máquina que canaliza problemáticamente
los conflictos subrepticios del poder ya mediante la performatividad subliminal
o por discursividad inconsciente que lleva a la agresión contra la “otredad” y
a la larga contra el sí mismo. En este aspecto detectamos a los entrevistados,
cual sujetos cuyo lenguaje expresa gran ansiedad por posicionarse
simbólicamente en el centro de la andro-cultura misma (ese es el premio que
esperan), aunque se encuentren literalmente encarcelados. De ahí su dificultad
para concienciarse y rebelarse ante la domesticación psico-social, contra el
círculo que te pone en cinta, que te puede llevar a parir. Cuando el hombre
quiera saber qué es parir que “cague una calabaza”— eso lo dice doña Chon,
personaje de La guaracha del macho
Camacho, de Luis Rafael Sánchez. Yo quisiera parir… aunque llore mucho. Pero se
desprende de los entrevistados que somos más como Yerma (la de la obra de García
Lorca), y terminamos matando a nuestro ser (a nuestro marido, a nuestra hermosa
“otredad” y con ello a la posibilidad de parir un niño).
Difícil resulta así expulsar lo que se
internaliza de la ideología dominante. Y al no lograr retener el impulso de
transgresión emergen el síntoma verbal y el performance
perturbador. En su negativa a permitir la espontánea expresión del cuerpo y del
lenguaje mismo el hombre encuentra entonces la represión como parte de la ley
patriarcal y su insistencia en fijar la mirada logocéntrica en lo conceptual
que supuestamente se anticipa a la imperfección del cuerpo y las políticas
subversivas a que podrían llevar sus libres prácticas (como el llanto). Sobre
este aspecto, que muy bien destaca Los
hombres no lloran, ya han dicho las feministas que el hombre tiene mucho
que decir y mucho que escribir respecto de su propia y genuina sexualidad. El
silencio del sujeto masculino de la modernidad ante su genuina sexualidad y
corporeidad resulta entonces en mecanismo que enmascara su temores, el miedo a
su ilusoria mismedad, su misoginia, su temor a la otra. El subrepticio discurso
del libro que nos ocupa es elocuente en estos aspectos y rompe con el temor de
verse en el espejo que el ciego hombre ha utilizado contra Medusa. Y en este
siglo no queremos seguir con el espejo que mata a las Medusas, sino que ese
espejo nos permita vernos para captar la poética del llanto, ya sea masculino,
femenino o gay.
Pero la metáfora paterna parece ya haber perdido la autoridad de antaño y
los horizontes que ahora se presentan para muchos podrían parecer reveladores.
Algunos todavía podrían continuar funcionando bajo el simbolismo del relato
freudiano del parricidio en que los hijos heterosexuales (y quien sabe si las
mujeres y gays que Freud no menciona) se enfrentan a los autoritarismos del
simbólico padre, “eliminándolo”. Si algo ha quedado bien claro en los discursos
descentralizadores y desarticuladores del patriarcado es que no se nace hombre
sino que se llega a serlo cabal y sublimemente mediante la crítica y la
superación de los mandatos simbólicos impuestos por la atávica cultura
androcéntrica y patriarcal. No se nace hombre sino que la cultura enseña a
serlo y esta última es la responsable del tipo de ética y conducta que éste
habrá de asumir. Se requiere entonces reconstruir un logos que no prescinda
tanto del cuerpo en sus mayores expresiones de belleza, justicia y dignidad. El
librarse del anillo que lo encarcela.
“Los hombres no lloran”, es decir los hombres no textualizan el
sentimiento de ser en el devenir con los otros. Y el textualizar es una forma
de llorar; el llanto es un lenguaje subliminal del cuerpo. Mientras que las
mujeres, a lo largo de la historia, fueron reprimidas de expresar su texto, de
articular su propio y autónomo vivencial, el hombre sí se ha “textualizado”
históricamente, pero como sujeto de gran represión imaginaria y limitado por el
anillo de su propio encarcelamiento. (El lenguaje de los hombres tiende a ser a
medias y hasta falso porque carece del primer texto humano: el llanto; el del
dolor y la alegría, como el del parir). De ahí que nuestro libro coincida (en su
estructura profunda) con la visión lacaniana que distingue cómo el hombre
deviene en sujeto a través de la óptica enajenada de su propia representación,
guiado por la ficción y el libreto de la mirada hacia un yo construido
idealmente y que le impone el simbólico orden patriarcal al llevarlo a
abandonar el ámbito Imaginario de significaciones amplias y alternas y que
llevarían a un narcisismo menos patológico.
Así Los hombres no lloran nos
representa un oportuno discurso que nos prepara para el llanto, para el gran
sangrado o expiación que debemos realizar. Más allá del formidable llanto
nacional que nos transmitiera Julia de Burgos en “Río grande de Loiza”, y sin
el masculino y sangriento río de Corretjer, se nos lleva a indagar en el porqué
los hombres no se expresan de otra manera, por qué no son más sentimentales,
más mater-paternos, más auténticos y más en lo que tanto han deseado los
humanistas modernos: por qué no son más auténticamente humanos y llorones.
Curioso… : Fue mi deseo presentar este libro como Lizza Fernanda y uno de
los autores del texto mismo se opuso. He llorado un tanto. ¡Lo que se perdieron! Pero gracias por
invitarme a presentar un libro tan serio e importante (el comentario es del presente y no fue dicho en la presentación). Mi respetos.
Lizza Fernanda (Dr. Luis Felipe Díaz)
[1] En la comunidad puertorriqueña se nos llama a los designados “homosexuales”
varones, como “patos”, y a las mujeres como “patas”, “camioneras”, “daicas”,
“marimachas”, etc. Asumo y empleo el concepto de mariconil y pateril con
ironía (Se dice una cosa pero se sugiere la contrariedad). Si la comunidad heterosexual lo usa para insultarnos, lo incorporo y hasta asimilo para
neutralizar el término y apoderarnos del mismo dándole una nueva acepción
semántica, como lo han realizado con éxito los norteamericanos gays de EUA, con lo queer.
Nota: Buscar reseña de Efraín Barradas, en internet.
Nota: Buscar reseña de Efraín Barradas, en internet.
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