Barra China de Manolo Nuñez Cintrón
(San Juan: Libro AC, 2012).
Apareció en “En Rojo”, Claridad, 9-15, agosto de 2012
De: Luis Felipe Díaz, Ph. D.
Departamento de Estudios Hispánicos
Universidad de Puerto Rico, Río Piedras
Julio, 2012
En su escritura y en su estilo Barra china podría provocar en el
lector, como en el contenido que ofrece, similar noción sofocante del caliente verano, la sensación de cansancio,
paranoia, hambre y de susto (casi terror), como la del emigrante chino que llega al
país, clandestinamente. De esa manera también llegamos los lectores a la novela, como emigrantes que
podemos arribar a un mundo virtual muy extranjero en sus lejanos y cercanos a
la vez, signos, acciones y metáforas. Sobre todo, el lector que lee la novela casi de
corrido o de una tirada, podría experimentar lo que se siente cuando
se está sumergido, como los personajes de Barra
china, en el mundo de corrupción y negocios de drogas y otras cositas
ilegales. Del calor sofocante y casi criminal que ofrece la naturaleza a un
extranjero, pasamos a una novela cuya pretensión es la de crear una metáfora
sofocante del asesinato de que somos capaces o de que somos víctima en una sociedad como la nuestra. Menos mal
que la lectura de la novela nos mantiene a salvo por un tiempo que debemos
valorar como testimonio de una nueva generación de escritores que se ocupan de
un Puerto Rico trans-hispánico aún creativo y que no tiene razón alguna para escribir
en inglés o para pensar que se ha debilitado el sentido cultural puertorriqueño. Estamos, mediante Barra china, a la larga con una novela muy puertorriqueña que incluso nos retrotrae a La charca (1894) de Manuel Zeno Gandía. No pudimos superar la charca moderna-criolla y ahora no logramos salir del tapón de La guaracha y menos de la narco-postcultura a que refiere esta novela de Núnez Cintrón.
Cualquier
lector, meridianamente conocedor de cómo los escritores quieren presentar sus
novelas, se da cuenta del argumento que responde a una serie de acontecimientos
de un joven emigrante (Yuga Wang) que se adapta a un país del Caribe, desde un
trabajo de minúscula importancia hasta convertirse en un bichote en el mundo de
las drogas, el clandestinaje y el crimen. En el proceso, por supuesto, conoce a
una mujer (Yombina) de quien se “enamora”; posee un gran amigo (Yi, un “colega
de oficio”, a quien matan los propios narcos) y finalmente, tras sumergirse
también en ese tipo de negociaciones clandestinas, tiene que tomar la decisión
de asesinar a un viejo, quien hasta ese momento domina el mundo de las drogas
del lugar. No nos debe sorprender esto, pues en Puerto Rico todos parecemos gente que hemos ingresado sorpresivamente a un nuevo narco-mundo. ¿Cómo salir de esa charca, cómo sobrevivir lo clandestino, la marginalidad negociadora y criminal, la colonia?
Se
trata de una novela casi seguidora de la picaresca; mas bien una “novela negra”,
como la llaman ahora en tiempos nuestros (que tal vez se parecen en muchos
sentidos a los del Siglo de Oro en la España de fines del siglo XV a la de mediados
del XVII). Mucho oro y mucho deslumbrar del allá fuera en el mundo mediático, y mucha pobreza y miseria acá adentro, en el mundo real, sofocante y clandestinamente cruel de las subjetividad de quien emigra. El protagonista es como un Lázaro de Tormes de nuestros tiempos postmodernos del medro material y del descender en lo peor de la moral (whatever this means in our times... of different morality?).
Yuga
Wang, luego de un arribo tormentoso de emigrante “ilegal”, comienza como
modesto cocinero, en amistad y aventuras de adolescentes con un tal Yi, (quien parece
sabérselas todas, pues lleva más tiempo en el país (en Santurce, Puerta Rico),
en los prostíbulos, los casinos, la calle. Wang, luego de conocer en algo el
ambiente que lo rodea, le dice al controlador Viejo: “—Vengo a aceptar su oferta. Pero
quiero un veinte por ciento, o no hay trato” (48). Ya un poco antes había
reconocido que “el único camino expedito a la riqueza es el de la ilegalidad”
(45); y Yi Chen “está convencido que la únicas ocupaciones rentables son el
contrabando y las sustancias controladas” (49). La filosofía de ese mundo se
traduce a “o robas o te roban. Así de simple” (49). “Los ladrones son más
antiguos que la putas” (50), se nos dice más adelante para negociar a favor de
ese mundo tan abyecto para el lector. Pero como sabremos, Yi no logra triunfar,
se ha quedado de simple empleado en la fonda Hutong, en el cruel mundo, en el
cual finalmente lo matan por negociaciones ambiguas. En gran medida Yi es el
ayudante casi mítico de Wong en su travesía de “héroe” (como en los cuentos folclóricos
de que nos habla Todorov).
En
una tarde en que están en la playa, frente al mar, y lo narrado adquiere (como
a lo largo de la novela) ciertos toques metafóricos interesantes, propios de
nuestra época de lo mínimo y casi clisé. “Al oído llega el compás lánguido de
las olas” (50) y “—soy hijo de los barcos” (51), nos dice Yi. Esta tendencia a
equilibrar el contenido y el argumento con reflexiones livianamente poéticas
son propias de la novela (de la diégesis o estrato formal del discurso), pero
de manera intermitente y sin que opaquen la acción que le interesa destacar al
hablante (autor) de la obra. Se trata de un recurso literario característico de
las novelas actuales que prescinden, en su horizontalidad, de la profundidad de
los ya pasados discursos modernos y su morosidad. Para los lectores de
mentalidad tradicional y moderna, acostumbrados a las novelas densas y cargadas
de símbolos y alegorías profundas, tal proceder podría significar un defecto
(la discusión de la novela requeriría de mayor meditación en este aspecto). Pero
para el lector postmoderno (rápido, fugaz, como una ATH con ahorros aunque sean
mínimos) tal intervención resultaría en una virtud, propia de un mundo como tal.
Habría que tener en cuenta, no obstante, que el autor parece saber (se infiere)
de esas narraciones complejas y sus recursos estilísticos de que hablo, pero
obviamente los descarta en la producción del discurso de su novelar, y sin
mayores ansiedades tanto se aleja como se acerca a las influencias, a las intertextualidades.
El
Hutong, por ejemplo, es un negocio (lugar común) que se remonta a los tiempos
de las haciendas, de la invasión Yankee del 98, y su dueño parece perderla
finalmente ante un alemán “que llevaba” un corazón púrpura colgado del uniforme
y una retrahíla de anécdotas, con toda seguridad apócrifas o adulteradas” (52).
No es difícil imaginar lo que hubieran realizado narrativamente Enrique Laguerre.
Pedro Juan Soto, Magali García Ramis, Rosario Ferré, Marta Aponte Alsina o
Edgardo Rodríguez Juliá con esta información del pasado de Wutong; pero como
dije el autor tiene otros planes narratológicos más “cortos” en mente, además
de otro público lector que ya no persigue los grandes relatos del pasado na(rra)cional.
Finalmente, volviendo al argumento de Barra
China, el restaurante lo compró el Viejo. La corrupción posee larga, vieja,
trayectoria y la novela se acerca como bit informativo a ese aspecto que tanto tiene que ver con lo que se relata del presente del narco-protagonista.
Finalmente
a partir del capítulo 18 se nos presenta el romance entre Yombina y Yuga Wang.
Pero el autor se asegura, en la cortedad que posee su novela, de caracterizar
los personajes más allá de la simple acción (como podría ser en una serie
televisiva light tan del gusto hoy
día) y nos presenta una Yombina que con el cansancio que le provoca su trabajo
de fritolera, podía ver “la luna, insomne y esférica en el estío”, tal vez como
se siente ella misma. En esto mismo se nos advierte, además, “Cesaba de soplar
el viento y las estrellas, alejadas unas de otras, rutilaban. Yombina está
alelada con la melodía misteriosa de los astros, pensando en la inmensidad de
los abismos siderales, iluminados solo por el paso de los cometas y el fulgor
de las constelaciones, (…)”. (55). Como vemos, el autor insiste en vincular el
sentir del personaje con un elemento metafórico de la naturaleza (casi un
clisé) y ofrecerle un toque algo minimalista, pastiche, paródico, muy particular
y (seamos justos los lectores modernos) bien pincelado en su cuadro narrativo.
Néñez no solo es, agraciadamente, autor solo atento a los sucesos transparentes del
contenido (tan del gusto hoy día), sino también al lado formal o diegético de
su obra. De ahí que aproveche las acciones y pensamientos de los personajes
para ofrecernos comentarios e intervenciones que nos llevan incluso a
filosofías muy contemporáneas. Es aquí donde se mide una de las mayores
destrezas de un escritor que creo podría en un futuro abundar en estos recursos
de la representación literaria.
El
capítulo 19 nos ofrece detalles sobre el primer contacto hormonal y el narrador
se alía a Yombina para observar la inexperiencia en cuestiones sexuales del
chino. Son varios los instantes del discurso que aprovecha el narrador para
exponer sentencias intrigantes. Por ejemplo, cuando los sicarios están a punto
de matar a Yi nos dice: “Las calamidades se aproximan de esta forma, con pasos
de paloma” (59). Esto nos lleva a la consciencia de un narrador (de su autor),
en que se trata de unas nuevas temporalidades de un mundo de alta rapidez y de
la velocidad, de la inmediatez, del instante (como muy bien nos dice el
sociólogo Paul Virilio: Un paisaje de
acontecimientos, 1999). De ahí tal vez la velocidad del discurso novelesco
de Núñez. Nótese el lenguaje interdiegético entre narrador y personaje,
tratándose de lo ocurrido tras la muerte de Yi: “la escena de un homicidio se
parece a un crucigrama. Si logras dar con los vocablos correctos, si descifras
los acertijos, es fácil hacer engranar el conjunto. En cambio si dejas pasar
los segundos y eliges mal uno solo, la sucesión de equivocación complica el
panorama y garantiza un desenlace adverso. Aquí no encontrará ni lo uno ni lo
otro. Nadie recordará el atentado en unas horas. Salvo Yuga, claro, que aún
sigue arrodillado tras las cintas amarillas y solloza sin consuelo entre los
destellos de los fotógrafos”. La imagen no podría ser más reflexiva y ultra-realista
a la vez, en su representación del penoso suceso en la amistad. Será también el
criterio determinante que lo llevará a tramar lo del asunto del Viejo y
asesinarlo con acometividad y sin reparos. Me parece una metáfora de la
conciencia de la temporalidad más contemporánea y del débil sujeto inmerso en
ella.
Los
manejos en la cocina del restaurante son no solo alimentarios: “— esta harina y
esta yerba son las que mueven este país”, dice Yombina mientras se preocupa por
el deprimido Yuga, quien sigue en sus ”simples” cavilaciones, casi filosóficas
(teniendo tras bastidores al autor). En una ocasión en que asiste al cuarto de
su desaparecido amigo y solo está ante las humildes pertenencias de éste, el narrador
nos dice: “Extraña a Yi, pero estar sentado ahí, confundido con sus
pertenencias, basta mitigar su ausencia, aunque reconstruir su conducta
privada, sus caprichos, que es lo que quisiera es casi imposible. Hay una parte
de nuestra intimidad vedada por completo a los demás. Cuando el hombre está
solo, inaccesible a las miradas del prójimo, se transforma, muda de pelaje de
las apariencias y vuelve a ser idéntico a sí mismo”. El narrador-autor
aprovecha la dolida situación del personaje para conferirle un toque filosófico,
siguiendo lo que coincide con Jacques Derrida en sus últimas consideraciones
sobre el misterio del morir, de los que quedan en el luto y la melancolía, y de
cómo ello confiere identidad muy de nuestros tiempos tan conscientes del
devenir y el final (Specters of Marx,
1994; Politics of Friendship, 1997; The Work of Mourning, 2006). La muerte
del otro amado parece ser la muerte de uno mismo, es para uno mismo; de aquí
que el protagonista adopte un significativo cambio a partir del deceso de su
amigo: robar o ser robado, matar o morir. Tal era la divisa de su amigo. El
texto realista que es el Puerto Rico actual nos refiere a las políticas del perhaps fantasmal y del duelo-velorio
nuestro, y por eso la novela es tan pertinente, si estiramos su significación
al contexto socio-cultural.
Claro,
ya la novela ha ganado cierto territorio discursivo para que todo sea presentado
desde la peor negatividad del “otro” oprimido y no desde un proceder narrativo
que muestre las problemáticas centrales y orgánicas de una sociedad que ha
ingresado en el transcapitalismo multinacional que ha traído precisamente el
complejo mundo del crimen en el narcotráfico (a fines de la novela se alude a
ello; la corrupción llega del gobierno mismo). Las nociones de luchas entre el
bien y el mal, (la (in)justicia) detrás de todo el problema permanecen fuera
del texto y ya no parecen poseer interés crítico a nivel medular en el narrar.
Se trata más bien de un escenario de antihéroes con los cuales el autor nos
lleva a identificarnos en cuanto víctimas totales. La novela ya ha perdido
contacto con las totalizaciones que han ocasionado el conflicto medular e
inicial. El efecto es la causa inicial, implica Derrida en su deconstrucción
tan poco apreciada en Puerto Rico. Se trata de personajes marginales y
sumamente otreicos con los cuales nos identificamos por cuanto tal vez somos
parte de esa alteridad, aunque despreciemos la criminalidad y el “matar o
morir” a que se ha reducido un mundo sin fuerzas dialécticas visibles, el ámbito
que hemos creado en cuanto subalterno y “otro” frente al Otro Imperial ya
invisible (como uno de los nuevos fantasmas que nos persiguen y perturban
nuestra imposible e inalcanzable tranquilidad). Qué mayor otredad subalterna que al de un puertorriqueño ( o un chino emigrante) ante el gran Otro imperial que relaciona rizomáticamente con lo estadounidense,
En
la novela vemos como Yombina —quien afirmaba: “—Antes vendo el chocho en la
Fernández Juncos. Pobre pero decente.” (68), termina en negocios con un magnate
de drogas, quien le dice: "—Te dije que te iba a poner a vivir como una perra
rica” (68). Y resultan interesantes esos capítulos (24, 25, 26) en la manera en
que el narrador nos presenta a Yombina cual “perra” (más bien el arquetipo de
la perversa serpiente) que en su relación seduce sexualmente a Yuga Wang, pero
asistidos por los éxtasis de las drogas. Él se complace gozándola y el narrador
nos dice: “Yombina modifica el curso del coloquio e instala el estereofónico
para escuchar una canción de salsa que anda en boga: ay, ven “devórame otra
vez” (…) (70), (recordemos La guaracha
del Macho Camacho y la música populista que arropa en su encharcamiento
audiofónico y seductor a todos). Más adelante también nos indica el narrador: “Esto bastó
para que él se motivara y ahuyentara la timidez, consintiendo a que el clamor
de las congas le corriera por las venas, inyectándole savia y expulsando los
vestigios de luto que, entre vuelta y vuelta, iba esfumándose como un pañuelo
de cenizas arrojadas en un vendaval” (70—71). La seducción de los dispositivos
populistas mismos (en su democratismos musicales y tecnoadictivos) se resumen
en una fuerza que anima al sujeto en su gozosa praxis cotidiana manipulada por
sustancias extrañas del Poder (que como dijimos, en su organicidad no vemos en
la novela, pero las escuchamos a lo lejos como una extraña pero insistente
canción de bellonera).
Una
vez el negocio del Hutong va viento en popa y Yaya Wang se apresta a visitar al
Viejo para pagar las deudas, de las ganancias, y le pregunta “Viejo, quiero
saber cuánto le debo” (73), éste le contesta: “—Hijo mío, esas deudas nunca se
saldan” (74). Pero el negocio del Viejo cobra notoriedad gracias a los
protagonistas: ”—Lo que están tirando en Hutong es el jamón del Cairo, papá”
(77). La fuerza que arrastra a todos en este mundo no permite pensar y tomar
decisiones significativas en su eticidad cotidiana (Baudrillard).
El
capítulo 20 nos expone de manera bastante obvia para la crítica, cómo los
fragmentos, de acción en acción, de cuadro en cuadro miméticos, no resultan del
todo bien delineados y narrados en sus máximas posibilidades, en su potencial y
más acabada capacidad. Independientemente de las fragmentaciones y rupturas
temporales (elipsis) a que acude la literatura transvanguardista de nuestra
postmodernidad, creo que el autor posee la capacidad para ofrecerle mayor
organicidad y sentido hilvanado a su histoire,
su argumento y, sin embargo, no lo realiza. No obstante, para el lector de lo
minimalista, de lo rápido y veloz de nuestra época, este recurso elíptico y
apresurado de la narración puede resultar muy apropiado y afortunado. Son
muchas las narrativas, muchos los textos que escuchar y mirar en nuestra
cibercultura actual. La novela de Núnez Negrón es uno de los muchos relatos que
ocupan atropelladamente el collage de
textos que invaden a nuestra actual postcultura. Al menos todavía quedan lectores
para este tipo de novela “negra” más allá de los que solo leen la prensa “amarilla”
que pulula en este País.
El
capítulo 28, se nos expone in medias res
(en el comenzar, a mitad del camino) y muestra de la plausible capacidad
narrativa del autor, el presentarnos a Yombina en entrevista con una
espiritista. El narrador adopta conveniente y diestramente la perspectiva y
punto de vista del personaje. El hablante implícito de la obra (el autor) hace
gala de la intertextualidad propia de la pasada generación de escritores
caribeñistas en el empleo de lo “real maravilloso” y el “barroquismo
literarios”, siguiendo, por ejemplo, a Alejo Carpentier. Aprovecha además, para
ahondar, por medio del personaje, en los saberes profundos que nos ofrecen los
nuevos criterios (epistemologías y fenomenologías) de nuestra época tan post y
anti metafísica: “Al fin y a la postre, no se escudriña en lo incognito, sino
en lo familiar. Creemos sondear lo inaccesible, cuando en realidad estamos
hipnotizados por lo ordinario. Necesitamos escuchar lo que ya sabemos” (79). Habría
que ver si la novela provee tiempo y espacio para que el lector entienda el desprendimiento
irónico que se deben advertir ante tales predicaciones (las que a mi parecer sostiene
el autor de la novela).
En
el capítulo 29 nos enteramos, rápida y velozmente, cómo Yombina le confiesa a
Yuga Wang que ha estado negociando clandestinamente en la “barra china”; éste
se enfurece, se desespera, le pega y luego se calma y decide que es el momento
de actuar antes de lo que probablemente realice el Viejo. Un escritor tan propio
de la masculinidad tan compulsiva como el que se denota de esta novela, le
confiere a la mujer la capacidad de también ser violenta. A finales de ese
capítulo Yombina, luego de haber sido golpeada por su amado, profiere: “—Si me
tocas otra vez te mato”. Advertimos entonces, plausiblemente, a una nueva
generación de escritores que en su capacidad de representar no le atribuyen a
la mujer el papel de una pendeja o un símbolo de pasividad, o ícono etéreo de
la patria (como en la antigua literatura patriarcal, nuestra). El manejo de las
subjetividades de las nuevas generaciones es, en ese sentido, más equilibrado,
coherente y des-prejuiciado. La novela provee para que sospechemos que Yombina puede cumplir con su amenaza. Se trata de un
desdoblamiento interesante de un escritor del género machista.
En
el capítulo 30 se nos presenta de manera ágilmente narrada el asesinato del Viejo.
A principios de ese capítulo, muy por encima de lo que pueda pensar el
personaje Wang, es el narrador mismo quien se cuela en el relato para
asegurarnos: “De manera que si usted decide eliminar a alguien por envidia,
coraje o genuina animadversión, lo mejor es que siga su plan como si fuera una
máquina, sin pensarlo dos veces: lo que hay de autómatas en nosotros es lo que
nos asemeja a los asesinos” (83). No sé si la novela ha realizado lo suficiente
a lo largo de las ochenta y tantas páginas —si es que lo ha querido lograr— para
crear una consciencia en el lector de que todos estamos sumergidos en una
despreciable Máquina que nos predispone a matar o dejarnos acribillar. Que
quizás terminemos como Yi o como Wang, embriagados de la repetición de la
“barra china”.
Con
gran ironía (para el lector más agudo) se nos dice al final de la novela: “De
aquella nostalgia original, sin embargo, van quedando solo residuos y algo le
dice [al protagonista], en secreto, que su búsqueda terminó: ha encontrado un
refugio, una patria, quizás un hogar, donde volver a nacer” (89). Tal vez ese
sea el refugio o patria que a la larga busca esta joven generación a quienes
les hemos entregado un mudo donde “robas o te roban”, “matas o te matan”. Estamos ya frente a un nuevo grupo de escritores que no ven la literatura como un refugio (como lo creyeran los treintistas y los de los años 70). Los escritores contemporáneos y más jóvenes sienten la necesidad de emigrar (como los chinos) a otras textualidades.
donde puedo encontrar la coleccion de todos sus cuentos. para un trabajo doctoral C.E.A.
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