jueves, 8 de noviembre de 2012

Realismo y Naturalismo en España


REALISMO Y NATURALISMO EN ESPAÑA


 Luis Felipe Díaz, Ph.D.
Departamento de Estudios Hispánicos
Río Piedras, Universidad de PR
Notas de clase Espa 3212
  

El movimiento romántico fue relativamente breve en España, situándose su culminación en torno a 1850. No obstante, las secuelas de ese movimiento perduran hasta las primeras décadas del siglo XX. Mariano José Larra (1809-1837), con el pseudónimo "Fígaro", empleado en su ensayismo periodístico, fue uno de sus mayores exponentes. Larra expresaría su profunda desilusión vivencial ante a un entorno tan atrasado cultural e ideológicamente, pero lo realizó con una pasión satírica e irónica nunca antes alcanzadas en España. Además de su desilusión con la sociedad de su época, cuestiones amorosas muy complejas y transgresoras de la norma social lo condujeron finalmente al suicidio; el suceso aumentaría su leyenda de romántico atormentado. Un joven llamado José Zorrilla (1817-1893) leería un famoso poema inspirado en la muerte de Larra, que lo daría a conocer (a Zorrilla) a partir de ese momento del sepelio, en la historia literaria. Más adelante Zorrilla queda singularizado definitivamente con la publicación la obra emblemática del romanticismo español, Don Juan Tenorio, en 1844. Mariano José de Larra, por su parte, nos dejó un drama titulado Macías (1834), al que la cultura letrada y el público teatrero posteriores no le prestaría tanta atención. Pero el evento más destacado que singulariza el nuevo paradigma socio-cultural de la época es la del grupo de españoles liberales e ilustrados que en 1812 se reunieron en Cádiz para crear la Constitución más avanzada de la época.
         Muy difícil resulta, además, deslindar el Romanticismo del movimiento posterior conocido como Realismo. Para mediados del siglo XIX, con el Costumbrismo (narración de las costumbres folclóricas del pueblo), se ingresa ya en el Realismo que culmina para los años 70, más o menos, con el despliegue más complejo del realismo crítico y el Naturalismo de la novela para el último tercio de ese siglo. En verdad, para muchos críticos, el Romanticismo español no se cumple hasta la muerte en 1833 de Fernando VII, y ya para esa época se ha dado el Realismo con grandes avances en otros países (en Francia, con el narrador realista, Honorato Balzac). En las Cortes de Cádiz (1812) los liberales habían previsto el desmonte del Antiguo Régimen y la ruptura con el poderío monárquico del ese Régimen: suprimir el monopolio del Estado monárquico, debilitar los señoríos y mayorazgos, buscar la igualdad en una ciudadanía común, crear un ejército nacional, un mercado libre de aduanas interiores, limitar cada vez más el amplio poder de la iglesia. Estas ideas liberales para ese mismo tiempo coinciden con los movimientos de independencia de la mayoría de los pueblos hispanoamericanos, y España queda cada vez más vulnerable económicamente y sin poseer el material interno necesario para dar despliegue a una economía más compleja y capitalista con sus avances del siglo XIX. Para la primera mitad del siglo XIX los liberales españoles no logran deshacerse del todo de la monarquía y su ideología absolutista, y no logran ponerse a tono con el desarrollo socio-cultural de los demás pueblos más avanzados de Europa.
       Para 1815 la definitiva derrota napoleónica y el necesario replanteamiento del orden constitucional en el Congreso de Viena produjo el procedimiento legislativo que hoy conocemos como parlamentarismo y la afirmación de lo nacional dentro del contexto europeo (las naciones americanas seguían siendo colonias). El afianzamiento de la noción de estado (burgués) fue un cambio de paradigma respecto del absolutismo monárquico (que la España del siglo XIX no abandonaría del todo). Este nacionalismo (republicanismo, laicismo) fue fundamental en la mentalidad romántica y constituirá uno de los pilares de la conciencia de la modernidad realista en Europa. Se comienza a crear la "revolución industrial" y el avance de sus críticos socialistas y marxistas con sus criterios del "materialismo dialéctico" y el concepto de ideología que comienza a concebir y describir la consciencia de la mentalidad burguesa y su justificación (construcción) de consciencia social dentro de la cultura capitalista. Este cambio se dará en España para fines del siglo XIX con las ideas positivistas (de origen darwiniano) mayormente.
         Podemos señalar como rasgos propios del nuevo movimiento realista de mediados de siglo, lo siguiente. Frente a la idealización y evasión románticas de inicios del siglo XIX (de raíz aún metafísica) se impone luego el espíritu de observación y descripción de la realidad natural  y social, que se relaciona más con un movimiento de expresión burguesa y liberal y sus ópticas menos metafísicas y más dadas a la observación de la realidad empírica (natural) y una nueva consciencia "libre" del sujeto humano. Todo este complejo proceso realista culminará luego más metódicamente en el Naturalismo positivista de finales del siglo XIX y una nueva mentalidad sociológica de pretensiones científicas (ya con la Revolución Industrial). En un principio, ante la intención romántica de explicar el mundo desde un “yo” ideal y a veces atormentado, o de revelarse contra el mundo mediante lo desafiante y dramático en obras románticas (como en Don Álvaro o la fuerza del sino (1835) o Don Juan Tenorio (1845), el movimiento realista posterior optará por ceñirse a la realidad circundante y reflejarla de un modo más “objetivo” y despersonalizado (como en Pepita Jiménez (1874) de Juan Valera (1824-1905). Muy distante estará esta obra del idealismo fantástico que todavía encontramos en Don Juan Tenorio de 1844 o de las novelas costumbristas de mediados de siglo XIX, incapaces de representar de manera más problemática y conflictiva los conflictos sociales (los choques entre la mentalidad noble y la liberal).
         Mas se debe entender que en el Realismo no hay objetividad completa (como se solía creer) por el hecho de que el lenguaje de por sí implica asumir algún tipo de subjetividad. Por más que el movimiento realista aspire, a la larga, emular la “ciencia”, que puede aspirar a ser analítica y objetiva, no así el arte, pues éste depende de la interpretación y la subjetividad. Pero los primeros realistas narran con la ilusión de reflejar la realidad sin percatarse que lo deben realizar con un lenguaje que suele emanar inicialmente de un punto de vista individual y no objetivo. Todavía los críticos contemporáneos no ven este aspecto en el movimiento realista que ya Cervantes en 1605 y 1615 había aludido de manera simbólica, discursiva y escritural en Don Quijote, con su propuesta de lograr un perspectivismo verosímil en el representar. La obra de Cervantes representa el mundo mediante perspectivas reales e ilusorias que culminan en conflicto, anulándose una a la otra al confrontarse y crear contradicciones y paradojas en el entendimiento de la representación. Pero a la larga, Quijote tras tanta certeza en su avance idealista siempre cae desilusionado, y finalmente muere. La lectura se termina como alegoría de la muerte de la lectura misma y el cansancio o agotamiento en el representar. Esta complejidad en la deconstrucción de la mentalidad crítica del realismo, en su idealismo, no será comprendida hasta el siglo XX, especialmente mediante Maeztu, Unamuno y Ortega y Gasset.
         Del realismo costumbrista de los años 40 y 50 del siglo XIX, que aún mantiene tintes románticos, se pasará al Realismo propiamente y se comienza a desarrollar el elemento de subjetividad y problematización de la realidad y quién la representa. Ya los románticos alemanes mismos (como los hermanos Federico y Guillermo Schlegel, 1759-1805; 1767-1845) se habían percatado de la imposibilidad de este proceso de objetividad ante el mundo, mediante la “ironía romántica”. Consideran que el artista pretende abarcar la infinitud del mundo cuando su consciencia es finita, pudiendo solo alcanzar la parte y no el todo de un mundo caótico que el artista quiere, pero no logra, acaparar mediante su obra de arte. La literatura española de la primera mitad del siglo XIX no alcanza este nivel profundo de problematizar la obra de arte. Estas son ideas más bien alemanas que no poseían el sedimento cultural necesario en la España que no es aún burguesa ni capitalista. Para principios de siglo, en 1814, se da una polémica entre José Joaquín Mora (1763-1864) y Juan Nicolás Böhl Faber (1770) sobre el romanticismo en España. Böhl era un idealista y reaccionario (recién convertido al catolicismo) y Mora un liberal controversial  Se centró la polémica en la defensa del romanticismo en Calderón de la Barca (¡de ideas absolutistas y teocráticas del Barroco español!).  El crítico alemán, bajo la influencia de una interpretación de la "ironía romántica" identificó el catolicismo español de Calderón en oposición a las ideas paganas como inicialmente romántico. De la unión de la obra de Calderón incluso con lo medieval, lo heroico y lo popular se consideraría que los inicios del Romanticismo eran españoles; con criterios neoclásicos Mora pensaría lo contrario.
       Atrás han quedado ya la guerra de liberación nacional (1808-1814, las invasiones napoleónicas y las intrincadas movilidades que provocaron en España, que el pueblo trabajador se viera empujado a respaldar la corona, y la burguesía y los liberales sufren las imposiciones monárquicas de Fernando VII (1808-1833), y se apaciguan los retos de los carlistas (1846-1849). Mas adelante el reinado de Isabel (1833-1868) traerá otras complejidades a la corona pero la burguesía liberal comienza a cimentarse con mayor firmeza pues la reina ya no podrá contrarrestar la acometida de la cultura social burguesa. Una facción de liberales llamados "moderados" se aliaron a la monarquía para dar visibilidad estatal y oficial a sus transacciones y convertir el liberalismo (reformista y conservador) en algo respetable y digno de dialogar con las ideas monárquicas pese a las diferencias. Se trataba de un grupo compuesto por una elite principalmente comercial, opuesta a los absolutismos, a los carlistas y a los liberales revolucionarios. Se va dando más una relación con el mercado capitalista europeo (especialmente el inglés), surge la primera línea de ferrocarril (Barcelona a Maturo), el primer sello de correo en 1850, el telégrafo entre 1854-57, se funda el Banco de Bilbao y el de Santander en 1857. La desamortización (que no forjó la creación de propietarios medianos, pues las tierras de la iglesia se las repartieron los ricos y los nobles) no alcanza los efectos esperados, por cuanto la nobleza mantiene sus dominios rurales, aprovechándose de la misma desamortización. No obstante, comienza a surgir el proletariado tras los silbidos industriales textiles, mineros, comerciales. Surge una burguesía urbana que impulsa una clase media y la población ronda en quince millones de habitantes. En 1844 se crea la Guardia civil para luchar con el bandolerismo y alcanzar estabilidad civil, que se extenderá luego a la represión de los movimientos agrarios y sindicalistas. Hacia 1833 y 1854 cobra fuerza el Partido Progresista que se opondrá al tímido sector de los liberales aliados al poder. Al nuevo grupo pertenecen Larra, José Espronceda y se van afirmando cada vez más la bases de la libertad de imprenta, libertades civiles y soberanía popular (Aguinaga II, 13). La vida política española alcanzó (simbolizado en 1854) para mediados de siglo, con el entendimiento de los generales (Espertero y O"Donnell) una relativa tolerancia y el manejo ejercido por el partido Unión Liberal —que tuvo tanto que ver, por su pragmatismo capaz de infiltrar la creación de riquezas y expansión del capital —con el gobierno, desde entonces). Todo este proceso fue creando finalmente la ideología que rompía con el mito (refreno) de la sociedad cristiana y del poder del monarca (que se creía tan absoluto como Dios) y permite la expresión del progreso, y la libertad que animaba la mentalidad de grupos burgueses y capitalistas.
         La situación de cambio discursivo-cultural en parte comienza desde los años 40 con la literatura costumbrista (La Gaviota y La familia Alvareda (1849) de Fernán Caballero (1796-1877), y culmina en un Realismo más complejo, de psicología profunda (como en las novelas del realismo crítico y el naturalismo de Benito Pérez Galdós y Leopoldo Alas en los años 80 (Fortunata y Jacinta y La Regenta, respectivamente). No es de olvidar a Emilia Pardo Bazán con la publicación de la La Tribuna (1882).  Lo que hoy llamamos "realismo" era visto como un término abyecto, para sus inicios en el siglo XIX. En los años cuarenta, la novela traería un discurso de costumbres, de presentar la vida común de lo autóctono español. Se prefería publicar localmente estos relatos folletinescos para no incurrir en gastos de traducir las novelas francesas y para no dar apertura a sus ideas progresistas del extranjero. Pero la novela de costumbres no podrá evitar la aparición de obras más complejas como las arriba mencionadas de Cecilia, con el mencionado pseudónimo de varón. 
       Pero será en el nuevo movimiento del realismo naturalista y positivista de los años 70 y 80 que se pretenderá ofrecer datos empíricos que puedan demostrarse, incluso, científicamente. La influencia de la mentalidad darwinista y científica es decisiva en este proceso pese a que los escritores españoles insistirán en la imposibilidad de ser llanamente objetivos y realistas. En este oportuno aspecto los frenaba el idealismo cristiano, que en su conciencia los caracterizaba todavía para fines del siglo XIX. No los guiaba tanto el ateísmo o las ideas positivistas y materialistas como en otros países de Europa (Darwin, Marx, Nietzsche) y que no llegarán a España sino hasta la Generación del 98 (con Miguel de Unamuno, y Valle Inclán, principalmente). Incluso estos nuevos grupos de principios de siglo XX luchan en el fondo con los conflictos que trae la fe cristiana y la sociedad del materialismo burgués. Se busca la mímesis de lo social y se comienza a imitar el discursos novelesco a lo George Sand, Víctor Hugo, Balzac y Dickens. Cecilia Böhl Faber (1786-1877) evitaría el relato folletinesco y se acercaría a la novela realista.
         En Inglaterra, Carlos Darwin (1809-1882) publicó Del origen de las especies por selección natural en 1859, que tendría un gran impacto en toda Europa, incluyendo la España tan católica. Sobre todo, siguiendo las ideas de este científico el artista realista pretende dar testimonio directo del mundo en que existe en su aspecto inmediato y concreto, sin contar con la intervención divina. Pero el desarrollo de este pensamiento se verá refrenado en la España sin una burguesía liberal, laica y vigorosa, y con capital suficiente para enfrentarse a la clase dominante de entonces: la nobleza señorial que aún se impone con su idealismo y religiosidad y controlaba mucho de la esfera pública de la información (mediante el periodismo y la enseñanza, principalmente) Y nada que decir del dominio de la tierra, la pequeña industria y el gobierno que dominan los antiguos nobles y la iglesia.
         Cabe mencionar también cómo para fines del siglo XIX el alemán Fredric Nietzsche (1844-1900), en el campo de lo filosófico hablará de la “muerte de Dios” y preparará a los escritores para el nihilismo  y la visión relativista de la existencia. Si bien muchos naturalistas y positivistas en España atienden las ideas de este pensador alemán (o algunos otros filósofos muy de avanzada, como A. Schopenhauer, 1788-1860), habrá que esperar a los escritores de la Generación del 98 en España para ver estas ideas agnósticas y ateas atendidas, en parte. Los escritores realistas buscan soluciones sociales y no tanto filosóficas como las que ofrece Nietzsche y algunos otros filósofos ingleses, franceses y alemanes. Son seguidores más bien de Augusto Comte (1798-1857) y el paradigma positivista de la Revolución Industrial. La cultura comienza a seguir una sociología más laica y positivista fundamentada en el determinismo biológico y ambiental pero sin ceder en su catolicismo.
         En el nuevo rumbo que inicia la literatura y el arte occidental a partir de 1850, se han distinguido dos tendencias que, aunque poseen un mismo origen y comparten una misma intención, también se separan en algunos aspectos. Estas dos tendencias, como se señaló arriba, son el Realismo y el Naturalismo. Obras como La comedia humana (1831-) de Honorato Balzac, El rojo y el negro (1831), de Standhal, Crimen y castigo (1866) de F. Dostoyevsky, Madame Bovary (1857) de G. Flaubert, concuerdan en sus mensajes implícitos en que cuando el sujeto (el individuo) transgrede las leyes y demandas sociales se desatan la persecución y la opresión (especialmente cuando se es mujer), la locura y el crimen, la ruptura con la norma y orden sociales y se cae en la desgracia y la destrucción (no ya como castigo divino sino de descontrol psico-social). Pero ello no se debe a fuerzas y determinismo extraños y sobrenaturales (como todavía se ve en Don Alvaro o la fuerza del sino) sino a factores sociales más concretos. El naturalismo hereda mucho de esta lógica de la tradición narrativa realista, y la adopta a las ideas deterministas —muy definidas según lo "científico" del positivismo—, a la particular manera en que se justificaba en España, donde no se abandonada el catolicismo y la metafísica.
         El Realismo se propone exponer la realidad referencial, la que existe por sí misma en un “allá fuera”, en lo social, y que, por tanto, no consiste en la simple proyección del pensamiento del sujeto (o del artista). Se trata de la realidad que está fuera de la consciencia del sujeto y es independiente de él o de ella. Y ese mundo de "allá fuera" es el de la sociedad capitalista que ya impera (la semiosfera social que comienza a dominar algo independiente del llamado "hombre). Frente a esta sociología, la filosofía metafísica se quedaba atrás insistiendo que la realidad es la que se piensa por su lógica interna y está inmersa en la consciencia humana. Habría que esperar a la Generación del 98, luego del realismo crítico para ver la expresión cabal de estos postulados. Para los escritores de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, la realidad y su representación se ve interceptada por la consciencia particular del individuo o sujeto (de aquí el impresionismo, el surrealismo, el cubismo, etc.). 
     Pero en lo literario, se ha usado el término “realismo” como un concepto que puede ser aplicado incluso a obras anteriores al siglo XIX. Si por realismo entendemos el "dar una importancia a la realidad objetiva", lo que se extrae del proceso histórico-social sin acudir a elementos ultra-reales, debemos entonces incluir obras como el Poema de Mío Cid, el Libro de buen amor, el Lazarillo de Tormes, La Celestina y El Quijote, por citar solo algunas. También se han considerado realistas las novelas de la picaresca como Lazarillo de Tormes (1559) y El buscón (1626) de Quevedo. Estas obras han sido llamadas "realistas", ya que en las mismas domina el reflejo de una realidad externa concreta y sobre todo cultivan la verosimilitud de lo observado por un escritor, aunque no se llegue a un nivel dialéctico y de lucha de clases, como en la novela decimonona. La observación de la realidad con ideas sociológicas (una Ciencia Social del siglo XIX) se dan en el Realismo y Naturalismo del siglo XIX y no debe ser confundido con estas obras anteriores.
         De acuerdo con este punto de vista, el Realismo primero sería una técnica literaria que se opondría al idealismo, a lo maravilloso o lo fantasioso (lo escapista). Pero las obras mencionadas arriba no son realistas propiamente hablando porque el Realismo comprende un movimiento literario y cultural de mediados del siglo XIX, mediante las novelas burguesas, principalmente, que pretenden reflejar la realidad de la sociedad industrial. Son obras dominadas por un narrador (diegético) que emplea una perspectiva y un punto de vista con los cuales somete a los personajes a una problemática social reconocible por el lector del momento, con consciencia del conflicto e ideología del contexto industrial. Este lector es el de la Revolución Industrial de fines del siglo XIX (el lector implícito que el autor real tiene en mente de acuerdo a los valores de la época y de su visión del mundo). La propia burguesía y la revolución industrial crea sus lectores y ya comienza a crear la "sociedad instrumental" (tecnología, leyes, educación, prensa) que lo apoya. Hoy día, en la postmodernidad del siglo XXI, podemos ver esas obras con gran distanciamiento irónico y deconstruccionista. Vemos que muchas de ellas crearon los modelos narratológicos de la cinematografía del siglo XX.
         Importante se torna en una obra narrativa, entonces, la diégesis y la mímesis que manipula el narrador en la tendencia realista y la naturalista. Primeramente aparecen las obras realistas de mediados de siglo XIX y luego las obras naturalistas a partir de los años 70. Éstas mantendrán el Realismo pero de una manera más crítica y con criterios e ideología de los determinismos darwinistas (muchas veces negados en las obras mismas por el catolicismo propio de España). Frente a los contenidos y los argumentos en las obras, los autores se cuidan de no dejar ver explícitamente sus criterios narrativos (la diégesis), se mantienen lo más invisibles posibles en lo que narran. Por eso es tan importante el elemento del disimulo de la ironía que no permite a la obra literaria caer en lo ingenuo y simplemente anecdótico o tendencioso, el de opinar abiertamente de lo que les ocurre a los personajes y de privilegiarlos o condenarlos por puro capricho.  Es en este aspecto que los naturalistas (los del realismo crítico) de los años 70 superan el realismo ingenuo anterior en España (de los años 40 al 60 más o menos) a pesar de que no asumen las ideas materialistas de los positivistas en todas sus implicaciones. El positivismo era biologista y fundamentado en la evolución social y cultural de la especie humana y prescindía de lo místico o lo cristiano. Ningún escritor español de la época que nos ocupa pudo ser genuinamente ateo y positivista (ni Leopoldo Alas, "Clarín", el más radical de todos).
         Una obra narrativa posee un contenido (argumento o trama) y se presenta de una forma en particular (estilo, punto de vista y perspectiva —una diégesis). El narrador realista aspira a distanciarse a un máximo de aquello que está narrando, de los conflictos de los personajes y de ser lo más verosímil posible con lo real, pero sin inmiscuirse u opinar en lo representado (mímesis). Emplea un punto de vista y una perspectiva en la cual no se inmiscuyen sus criterios propios (del autor real) de manera obvia o explícita. Mas como resulta imposible ser completamente objetivo, siempre se interviene, como narrador, aunque se pretenda ser realista. El deseo de ser realista mismo, ya es un criterio nada realista. Aquello que los autores de las obras tienden pueden lograr se llama “distanciamiento irónico” de las significaciones comprometedoras y contrarias a lo que ocurre en los argumentos (contenidos problemáticos) del texto. Un autor inventa una “realidad” que para ser literaria debe ser ficticia y sugerente y no copia de lo real (ya Cervantes lo había dejado saber en el Quijote). Convierte lo histórico-social en una metáfora o en una alegoría de lo que ocurre en lo socio-cultural y de acuerdo a su particular perspectiva ideológica como individuo y de una clase social a la cual pertenece o a la cual aspira a ser parte (se alía consciente o inconscientemente a una ideología psico-social en particular). La fuerza deseante (Eros) que posee como sujeto parte de esa ideología que se filtra inevitablemente en la obra. La obra de arte se nutre de lo histórico social, pero debe ser en lo inicial ficticiamente, debe ser una invención de un escritor que desea comunicar a nivel simbólico y no literal un mensaje. De la observación y comprensión de la realidad social surge un símbolo literario que se elabora en una novela, en una obra de teatro, un poema, etc.
         El Realismo en la historia literaria tuvo su origen en Francia con tres narradores principales: Honorato Balzac, Henri Stendhal, Gustavo Flaubert. Este último escribió la famosa novela realista Madame Bovary (1856), obra arquetípica del movimiento realista y crítico. Pero el realismo de la obra es superado por su autor y reconocido como imposible de alcanzar. La ironía en esta obra es tal que el autor expresó que Madame Bovary era él mismo. Se abandona en la misma la descripción costumbrista y se ingresa en las problemáticas del sujeto en la moderna ciudad y cultura y las particularidades intradiegéticas de la consciecia del sujeto. La regenta (1884-85) de Leopoldo Alas, en España, es una obra algo paralela en forma y contenido a esta novela de Flaubert. Pero la obra de Alas es más naturalista (y más idealista en algunos aspectos); es vetusta y tormentosa (por el tema de la religiosidad en el fondo sostenida en la obra, pese al anticlericalismo que superficialmente muestra). No es una obra hermosa en su exposición discursiva como Madame Bovary, y puede también ser vista como una novela extraña y estéticamente demasiado morosa. Crimen y castigo (1866) y Los hermanos Karamasov (1880) son dos de las obras del ruso Fedor Dostoievski (1821-1881) más admiradas por su realismo crítico. Anna Karenina (1877) del también ruso Leo Tolstoi (1828-1910) es una obra emblemática del realismo crítico.
         Desde el punto de vista literario, el Naturalismo es un concepto estético realista pero que hace de las significaciones negativas de la naturaleza su objeto de representación destacada. Se fundamenta en las ideas de Emilio Zolá quien a su vez aplicaba a la literatura las ideas de Claude Bernard ("Introduction a la Medicine Experimental", 1865). Estas ideas  representaban un gran atentado, junto a las ideas de Charles Darwin, contra la metafísica (el idealismo extremo: la idea de que el ser humano es hecho a imagen de Dios). Los realistas sostienen que el ser humano proviene y ha evolucionado de las especies animales. El Naturalismo suele ocuparse de representaciones extremadas, lo desagradable, el realismo crudo y burdo de la explotación humana en la sociedad industrial, la herencia enfermiza y la miseria social (lo que relaciona con lo animal). Le presta singular atención al cuerpo y sus enfermedades, y a los lugares sucios y abyectos de la sociedad. Los naturalistas querían aplicar a la literatura (a la novela, sobre todo) los nuevos métodos científicos (la observación y análisis empíricos) de la biología, la física, la medicina. Aprovechan que la sociología nace como disciplina de las Ciencias Sociales en el siglo XIX. La novela del francés Flaubert ya posee algo de estos aspectos, pero no en todas sus implicaciones positivistas. Hay que esperar a Emilio Zolá.
         En ocasiones los naturalistas convertirán sus novelas en vehículo que apoya una determinada "tesis" política o filosófica (novelas tendenciosas). Algunas novelas naturalistas y positivistas de fines del siglo XIX no fueron bien vistas por su limitada estética, falta de ironía y de distanciamiento disimulado del autor. No eran buenas representaciones metafóricas de la realidad social. Algunas precisamente por ser simplistas podían ser muy favorecidas por el público lector. Su representaciones podrían ser simplemente documentales sin alcance estético o artístico algunos. Esta manera de representar permitió, sin embargo, a otras obras algo más complejas, alcanzar posiciones ideológicas progresistas (como Doña Perfecta (1876) de Galdós) o conservadoras (como en Sotileza (1884) de Pereda). Estas obras, no obstante, poseen valor estético por ser narradas con criterios bien pensados y algo irónicos y estéticos (simbólicos y metafóricos).
         La base teórica del nuevo movimiento literario se fundamenta en el pensamiento sociológico conocido como el Positivismo, inaugurado por el francés Augusto Comte (1798-1857) y que alcanza un momento de máxima expresión con la publicación del Curso de filosofía positiva (1830-1842). El Positivismo amolda el objetivo del conocimiento humano a los llamados "hechos positivos", es decir, a aquellos aspectos reales que pueden ser captados por los sentidos y sometidos a comprobación científica, teniendo en cuenta la experiencia. Comte, defendiendo su teoría, afirmaba que la razón humana "tenía que prescindir de preocupaciones teológicas y metafísicas", para dedicarse más al estudio de las ciencias positivas (matemáticas, física, biología, química). Se propuso también establecer periodos en la vida (que se relacionan con la Historia) del llamado hombre (el sujeto o el individuo). Con esta intención, Comte formuló su teoría de los "estadios" que han evolucionado desde el principio de la historia humana.  El primero sería el teológico, donde se buscan las causas y principios de las cosas, y se recurre a la divinidad para explicarlos. El segundo estadio es el metafísico: se buscan los conocimientos absolutos; los agentes sobrenaturales de antes en la etapa religiosa se sustituyen ahora por entidades abstractas y metafísicas (filosóficas). Finalmente, en un tercer estadio, el positivo, domina la observación y la mente humana, se atiene a las cosas en cuanto a como son en sí mismas (lo científico). En la filosofía ya nos acercamos a la fenomenología de E. Husserl (1859-1939) y estamos ya algo inmersos en el perspectivismo ateo de Federico Nietzsche (1844-1900). Se estudian y analizan las cosas como fenómenos en sí mismos en el devenir y se prescinde del aspecto religioso y de las tesis impuestas por un autor (un dios) o con el criterio explícito o implícito de un plan sobrenatural. El concepto de la relación de la consciencia del sujeto con la realidad (el objeto) cambia y se problematiza aún más y se comienza a crear un sentido de soledad ontológica en los autores. Se trata de la idea de la muerte de Dios, que vemos más adelante en la obras de Unamuno y de la Generación del 98.
         Como consecuencia de la filosofía positiva, y con los avances industriales y médicos, la segunda mitad del siglo XIX estará dominada por la exaltación de la ciencia, que se va a convertir en un paradigma, lo mismo que había sucedido con la razón en el siglo XVIII y su Ilustración y racionalismo; y luego con el sentimiento en el Romanticismo. Se comienza a confiar en los poderes de la ciencia como respuesta a los grandes interrogantes de la vida y a las ideas de progreso. Todo debe apoyarse en datos demostrables, como exige el "estado positivo", lo científico y empíricamente comprobable. Esto resulta aplicable a las obras literarias en cuanto al método para escribir que seguirán los escritores según estas teorías, sobre todo francesas. No obstante, los escritores de las grandes obras de esta época tienden a mantener distanciamiento irónico de sus propias representaciones, como Benito Pérez Galdós en La desheredada (1881) y en Fortunata y Jacinta (1886-1887). Muchos escritores reconocen las diferencias entre arte y ciencia. No son creyentes en la unión de arte y ciencia y darán el paso a las ideas diferentes de escepticismo y pesimismo de los pensadores de principios del siglo XX (Generación del 98). Los escritores dados a las nuevas ideas de la novela no son completamente Naturalistas como lo pedía esta escuela de pensamiento, pues su formación católica se lo impedía, por más liberales que fuesen.
         El novelista francés, Emilio Zolá (1840-1902), padre del movimiento Naturalista, rompe en el último tercio del siglo XIX con las limitaciones de la moral y valores religiosos predominantes hasta entonces. Da paso en sus novelas a lo que se consideraba feísta, inmoral y socialmente abyecto, como la prostitución, el alcoholismo, enfermedades terminales como la tuberculosis, las condiciones venéreas, la suciedad enfermiza, las patologías en el mundo obrero e industrial dominado por la burguesía como clase opresora del proletariado.
         La obra literaria de Zolá se apoya en la teoría filosófica del determinismo de inspiración positivista. Rompe con la visión religiosa del libre albedrío religioso e ingresa en cuestiones del determinismo biológico y ambiental (la herencia genética y la influencia del entorno social). La lectura de Introducción a la medicina experimental, de Claude Bernard (1813-1878), lo inspiró para concebir una serie de novelas escritas "con rigor científico", donde se proponía relatar la historia natural de varias generaciones de una familia bajo el Segundo Imperio (de ahí nació su ciclo de las novelas Le Rougon Macquart). Zola representa en sus narrativas personajes trágicos, figuras extraídas de las capas más bajas de la sociedad que, hasta entonces, habían estado marginadas o utilizadas en fórmulas subliterarias. La Taberna (1878), Nana (1880) y Germinal (1885) son tres novelas representativas de estos estilos y criterios del determinismo biológico y ambiental. Zola fue también un escritor muy comprometido con los derechos humanos (defendió a los judíos de persecuciones de la derecha del Estado).
         En la concepción naturalista de Zolá, el novelista debe expresarse como si fuera un médico, y aplicar el método experimental, como si los personajes de sus obras fuesen pacientes clínicos, de manera que el resultado, el desenlace de la novela y de los personajes, resulte efecto de la observación del comportamiento de los mismos y de la experimentación con las causas que provocan sus diferentes actuaciones. Ya se daba la influencia de la fotografía y se pedía que el novelista fuese como un retratista objetivo. Según la teoría determinista, el “hombre” no puede actuar en libertad, sino que sus actos dependerán de las condiciones sociales que lo rodean (la herencia de la raza y la formación del ambiente social).
         A lo largo del siglo XIX, la nueva clase burguesa sigue prosperando gracias a la aplicación de los avances científicos al trabajo y la producción en la industria y la obtención de riquezas mediante la explotación de la clase obrera. Surge lo que se conoce como la primera Revolución Industrial con su dominio de la energía de vapor, los trenes, el telégrafo, las fábricas. El triunfo del maquinismo va a enriquecer rápidamente a la burguesía, y ello provocará el abandono de los ideales teóricos sobre cuestiones liberales, ilustradas y fundamentadas en la razón, una vez obtenido el poder político que requiere de otros criterios más pragmáticos. De este modo nace el capitalismo moderno, sistema en el cual la producción industrial condicionará mucho de la vida económica, social y política de los individuos, más allá de las ideas.  La literatura, en general, se tornará muy crítica de estos procesos y comenzará a denunciar el capitalismo, siguiendo las ideas dialécticas  y de la lucha de clases, de Carlos Marx (1818-1883).
         La Revolución Industrial y el capitalismo habrán de transformar radicalmente la sociedad occidental, opacándose la importancia de la aristocracia rancia y alcanzándose la cima de la valoración social en "el dinero" o el capital de la burguesía y sus valores modernos (los dobles estándares: se es materialista por una lado y espiritualista por otro). Surgirá el proletariado industrial, los trabajadores doblegados a las necesidades de producción, sometidos al poder de la burguesía y que viven próximos a la miseria económica y propensos a enfermedades provocadas por la explotación o heredadas de sus tambien explotados y enfermos antecesores. Esto es teniendo paralelamente en cuenta el crecimiento de una clase media, del consumo comercial, la organización de la clase obrera, el periodismo, el desarrollo de la democracia, los nuevos instrumentos científicos y la medicina moderna, etc. Se trata de los aspectos ideológicos que proporcionan temas y que les interesa representar a los escritores naturalistas. Estos creadores se proponen reflejar esta realidad de desequilibrio y avances sociales, pero dando énfasis a los aspectos más negativos de la sociedad industrial y empleando consciencia crítica ante la problemática del individuo en la cultura moderna. Así, la novela naturalista en general se relacionará con el socialismo y con Carlos Marx (1818-1883), quien junto a Federico Engels (1820-189) escribió el famoso Manifiesto del Partido Comunista (1848). Ambos crearán un paradigma político-social importante en la última mitad del siglo XIX y que repercutirá en el saber radical de la primera del XX. Muchos escritores no hacen referencia directa a Marx, pero el reconocimiento de la lucha de clases alcanzaba a todos en esa época. Varios escritores positivistas entendían estos aspectos aunque no fueran marxistas (comunistas). Tal es el caso especialmente de Emilia Pardo Bazán e incluso de los más liberales Pérez Galdós y Clarín.
         El más importante de los ensayos de Zolá, “La novela experimental” (1880), es un manifiesto estético en el que se fijan las líneas clave de la corriente literaria. Siguiendo al doctor Claude Bernard, Zola nos expresa que "a menudo bastará con reemplazar la palabra médico por la palabra novelista para hacer claro su pensamiento y darle el vigor de una verdad científica". Zolá, para la definición de la nueva narrativa, expresa lo siguiente: "Puesto que la medicina, que era un arte, se está convirtiendo en una ciencia, por qué la literatura no ha de convertirse también en una ciencia gracias al método experimental?" Se toma como base una idéntica distinción científica trazada por Bernard: "El observador constata pura y simplemente los fenómenos que tiene ante sus ojos y tiene que ser el fotógrafo de los fenómenos; su observación debe representar exactamente a la naturaleza (...) escucha a la naturaleza y escribe bajo su dictado. Pero una vez constatado y observado el hecho, llega la idea, interviene el razonamiento y aparece el experimentador para interpretarlo."
         El carácter impersonal del método, que Zola define: "El novelista no es más que un escribano que no juzga ni saca conclusiones (...); el novelista desaparece, guarda para sí sus emociones, expone simplemente las cosas que ha visto (...) La intervención apasionada o enternecida del escritor empequeñece la novela, velando la nitidez de las líneas, introduciendo un elemento extraño en los hechos, que destruye su valor científico." "El fatalismo supone la manifestación necesaria de un fenómeno, independientemente de sus condiciones, mientras que el determinismo es la condición necesaria de un fenómeno cuya manifestación no es obligada." La fuerza de la herencia y el medio se tornan entonces importantes porque influyen lo individual y lo social. Pero como señalamos al principio tal objetividad propia de la ciencia no es posible en el arte de la representación literaria en la cual interviene de una forma u otra la interpretación personal de un sujeto escritor. No hay separación entre enunciante y enunciado. A la larga los románticos, con sus nociones de subjetividad y luchas del ser interno, tienen más razón en estos aspectos y, cuando se analiza en el fondo, sus ideas siguen ocultamente vigentes en muchas obras realistas y naturalistas. En sus estructuras profundas las novelas de Pérez Galdós y Emilia Pardo Bazán contienen muchos elementos románticos.

La novela realista y naturalista en España.

El tránsito entre el costumbrismo y la novela realista de la segunda mitad del siglo se dará de una forma gradual, y a través de la obra de dos autores: Fernán Caballero y Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891). Fernán Caballero (su verdadero nombre era Cecilia Bölh de Faber, 1796-1877), decía que "la novela no se inventa, sino que se describe", frase que se entiende dentro de la teoría realista, aunque sus obras son todavía románticas por los temas (costumbres populares, el mundo rural) e ingenuas en sus tramas, como La Gaviota y La familia de Alvareda (1849). Evita la literatura del realismo de folletín propio de la época, pero en sus obras demuestra una fe ciega en la ortodoxia religiosa —según Blanco Aguinaga: Vol II: 36)—, en los privilegios señoriales y un rechazo a las fuerzas democráticas y progresistas de la época. Pero Fernán Caballero irá captando lo social y adoptará una tendencia narrativa de describir el entorno socio-cultural, lo que supone un paso adelante en la evolución de la narrativa hacia el Realismo al tratar temas del pueblo y sus costumbres pese a que no problematiza en su tratamiento de la mímesis (los argumentos conflictivos profundos y de lucha de sectores sociales). Se alejan del Romanticismo y su escapismo y permanecen en un realismo que tiene más raíces españolas (la picaresca, por ejemplo) que francesas.
         La nueva estética realista propiamente, y tendente al naturalismo (que en Europa se inicia en torno a 1850) no se adopta plenamente en España hasta 1868, aproximadamente, u coincide con la revolución, "La Gloriosa" (1868), que derroca a Isabel II del trono e inicia un período de inestabilidad política y social que culminará en el advenimiento de la Primera República (1873) de la burguesía. Posteriormente se da el regreso de la monarquía y las ideas repúblicano-aristocráticas de la Restauración (1874). La burguesía española no es lo suficientemente poderosa en lo político y lo suficientemente rica como para destronar a la monarquía y apoderarse por completo del Estado en su manifestación manáquica. Esto representa un gran atraso para las ideas progresistas del republicanismo y sus ideas democráticas, y mucho más del socialismo sindicalista.
         Simultáneamente con estos fenómenos políticos, un grupo de escritores jóvenes comienzan a publicar sus primeras novelas e inician el Realismo español. Estos autores no se van a quedar anclados en las mismas técnicas, sino que con el tiempo irán evolucionando hacia el Naturalismo y sus complejidades en el arte de representar para los años 70 y 80 y ya con consciencia del Positivismo. Pero todo continúa su proceso de cambio. Una novela de 1897 como Misericordia de Pérez Galdós ya es más espiritualista, pese a mantenerse dentro del realismo. Para esa época han comenzado a publicar los jóvenes escritores de lo que se conocerá como Generación del 98, que al realismo ya alcanzado le añaden otras cuestiones más complejas y le restan algunas al realismo ya practicado en España.
     Las figuras de mayor relevancia en el realismo y naturalismo de España son Fernán Caballero (1795-1877), Pedro Alarcón (1853-1891), Juan Valera (1824-1905), Benito Pérez Galdós (1843-1920), José María de Pereda (1833-1905), Emilia Pardo Bazán (1852-1921), Leopoldo Alas (1852-1901), Armando Palacio Valdés (1853-1936), Vicente Blasco Ibáñez (1867-1927). Para muchos críticos el gran novelista del realismo crítico y naturalista español es Benito Pérez Galdós. La generación posterior, la del 98, evitaría las técnicas y visiones realistas de estos escritores y asumirán otras técnicas literarias y otras ideologías y filosofías más a tono con la mentalidad moderna del siglo XX y que ya se vislumbraban desde el mismo siglo XIX ( antes de F. Nitzsche, Arturo Schopenhouer  (1788-1860) con sus ideas pesimistas y de la imposición de la consciencia individual y sus paradojas.
         A este grupo de autores (Pereda, Galdós, "Clarín", Valera, Pardo Bazán, Palacio Valdés, Blasco Ibáñez, etc.) algunos historiadores de la literatura han dado el nombre de Generación del 68, por estar vinculado su comienzo en la literatura con el advenimiento de la Revolución. Pero, aunque la crítica tradicionalmente los considerara en conjunto, entre ellos pueden encontrarse grandes diferencias ideológicas (unos son liberales y, por tanto, partidarios de la Revolución y el republicanismo). Otros definen a los conservadores más dados a lo monárquico y al catolicismo conservador y anacrónico. Cada uno entenderá el Realismo y el Naturalismo de forma muy particular y casi siempre estará presente el catolicismo (o algún tipo de espiritualismo). Tal vez Leopoldo Alas, “Clarín” (1852-1901), sea el menos religioso de todos ellos.  No obstante, incluso en él podemos entrever idealismo religioso (una preocupación por el lado misteriorso del ser), pese a su anticlericalismo, como en La regenta (1894) cuando se hace referencia con nada de ironía, por ejemplo, a la romántica obra Don Juan Tenorio.
         Poco a poco irá perdiendo importancia el individuo y su subjetividad atormentada (Romanticismo) e irá ganándola la representación de ese sujeto dentro del grupo social e inmerso en una cultura con un problemática concreta y más fragmentaria y extraña que orgánica y abarcable en su amplitud social. El personaje va a ser producto de un ambiente, de un contexto humano y social que no puede eludir. Esta situación llevará a los narradores a entrar en el psicologismo profundo del individuo no sólo por medio del estilo indirecto sino por el estilo indirecto libre (como Pardo Bazán en La Tribuna y obre todo Clarín en La Regenta). Benito Pérez Galdós se revela como el gran maestro de estas técnicas complejas si se le compara incluso con novelitas de otros países más modernos. La complejidad que adquieren los estilos indirecto e indirecto libre en la novela (lo manejos diegéticos) van paralelos con el desarrollo de la más dinámica y perturbada consciencia burguesa en la historia de la humanidad.
         En el análisis de la recepción del Naturalismo del francés Emilio Zola podríamos comentar la doble postura que adoptaron los novelistas españoles. Por un lado, figuras como Alarcón, Pereda o Valera se mostraron desde un primer momento adversos al movimiento naturalista. Sin embargo, su postura adversa se debe más a una posición ideológica que a una técnica novelística, ya que estos tres autores, ocasionalmente, incluyen en sus obras aspectos de la teoría naturalista (y retienen el realismo y hasta elementos profundos del romanticismo en temas del amor y la muerte, por ejemplo).
         Pero interesante resulta la recepción del Naturalismo que hicieron autores de esa estética, como Emilia Pardo Bazán, Leopoldo Alas "Clarín" y Benito Pérez Galdós. Han sido mas valorados por el canon literario durante su época y a lo largo del siglo XX ya que se enfrentaron con mayor entereza y consciencia al debate de las nuevas formas de representar en la sociedad industrial y capitalista. El avance de la educación, la lectura, el periodismo y la literatura tienen mucho que con estos avances sociales y la creencia en el progreso social. La literatura se va tornando más compleja en sus técnicas de representación psico-social y la crítica a la sociedad burguesa de la Revolución Industrial.
         La condesa Pardo Bazán, en los primeros capítulos de su ensayo titulado La cuestión palpitante (1882-1883), traza una semblanza rápida de las tesis de Zola, pero encuentra en ellas dos reparos fundamentales. En primer lugar, rechaza el fondo determinista y de tesis, que significa más una dependencia de la voluntad del sujeto que de la intervención divina. Es precisamente en este aspecto que Pardo Bazán rechaza los puntos centrales de la teoría de Zola: su aplicación del método experimental. En La cuestión palpitante el mismo es denominado "la ciencia mal digerida por Zola", y en cuya aplicación está "el vicio capital de la estética naturalista: someter el pensamiento y la pasión a las mismas leyes que determinan la caída de la piedra." La metafísica y mística del catolicismo no les permitía a estos novelistas españoles del realismo ser materialistas y deterministas ateos como Zolá. Los escritores de la Generación del 98 para fines del siglo XIX serán más atrevidos y progresistas en estas cuestiones. En su época se había ganado tiempo y madurez ideológica en aspectos de una modernidad no tan religiosa. Estos escritores según nos acercamos a fines del siglo XIX estaban más capacitados para entender a Schopenhouer y a Nietzsche. Esto liquidará el Realismo en su expresión más fundamental, la cual aquí hemos intentado resumir. El inicio del siglo XX retendrá algunos aspectos del realismo pero en general lo transformará en formas literarias más dirigidas al llamado Vanguardismo.
         Para Bazán, el segundo defecto de la teoría de Zola reside en el utilitarismo asignado a la novela, "llamada a regular la marcha de la sociedad, a ilustrar al criminalista, al sociólogo, al moralista, al gobernante." Según Bazán: "yerra el naturalismo [de Zolá] en este fin útil y secundario a que trata de enderezar las fuerzas artísticas de nuestro siglo, y este error y el sentido determinista y fatalista de su programa, con los límites que él mismo se impone, son las ligaduras que una fórmula más amplia ha de romper". Se trata de criterios incompatibles con la modernidad que en el fondo acarreaba la modernidad industrial que era tan inaplazable.
         En palabras de Pardo Bazán lo que supera el determinismo es lo siguiente: "Si es real cuanto tiene existencia verdadera y efectiva, el realismo en el arte nos ofrece una teoría más ancha, completa y perfecta que el naturalismo. Comprende y abarca lo natural y lo espiritual, el cuerpo y el alma, y concilia y reduce a unidad la oposición del naturalismo y del idealismo racional. En el realismo cabe todo, menos las exageraciones y desvaríos de dos escuelas extremas, y por precisa consecuencia, exclusivas". La escritora no entendía que el realismo tendría que adoptar elementos del positivismo y el naturalismo. El resto de la sociedad europea pareció prepararse con el tiempo necesario para asimilar e internalizar estos procesos y cambios. En España la llegada de lo industrial y sus nuevas ideologías fue algo más súbito e inesperado.
         En este sentido el pensamiento de la condesa Pardo Bazán se queda en la defensa del realismo, antes que en adentrarse en la nueva estética naturalista y positivista con una visión más irónica de la representación de la realidad (ya el Quijote avisa de estas cuestiones de representar). Tal aspecto lo encontramos en una autora a la que se considera la mejor defensora del "naturalismo a la francesa" en España. No debemos olvidar que se trata de una escritora de mentalidad monárquica, católica y, en el fondo, conservadora. Su opinión va a coincidir con la de los otros autores considerados también realistas y naturalistas. Para Galdós (más liberal), lo esencial del Naturalismo estaba ya presente en la literatura española desde tiempos remotos: "El llamado naturalismo nos era familiar a los españoles en el reino de la novela, pues los maestros de este arte lo practicaron con toda la libertad del mundo, y de ellos tomaron enseñanza los noveladores ingleses y franceses. Nuestros contemporáneos ciertamente no lo habían olvidado cuando vieron traspasar la frontera el estandarte naturalista, que no significaba más que la repatriación de una vieja idea.". Esto, sin embargo, no es necesariamente cierto porque el realismo practicado por los creadores del siglo XIX era diferente al que ya se había dado en la literatura de siglos anteriores. El realismo de fines de siglo XIX es consecuencia de la lucha de clases entre burgueses (también aristócratas) y proletarios en el contexto de la Revolución Industrial y es una estética con técnicas modernas (narratológicas) que no existían en, por ejemplo, en Lazarillo de Tormes. Realista y moderno son Galdós, por ejemplo en La Desheredada y Alas en La regenta, obras de los años 80 y de la Revolución Industrial que responden a la narración propiamente novelesca. El Quijote es una obra problemáticamente narrativa pero no es plenamente moderna, pues lucha con ello y su parodia es anti-medieval y premoderna pero sin saber a ciertas qué es esa modernidad. Los realistas ya han superado el medievalismo a pesar de que se enfrentan a rémoras religiosas que no permiten el desarrollo del realismo de la modernidad en su plenitud y mayor adelanto cultural.
         Más cautelosa es la posición de Leopoldo Alas, uno de los autores, en su momento, que mejor supo comprender las teorías de Zola. Alas advierte, además, que los prejuicios anti-naturalistas responden frecuentemente al desconocimiento del objeto de discusión y a lo conservadores que podían ser los escritores españoles muy poco dados a la teoría crítica del la época. No obstante, doña Emilia Pardo Bazán aunque no creía en el positivismo sí podía debatir magistralmente sobre el mismo, algo muy plausible en una época en que a las mujeres se les negaba el alcanzar sus mayores potenciales.
         Pero los tres autores de los que hemos hablado, que conocen perfectamente la teoría naturalista y sus obras, intentan buscar el equilibrio y llegan a la conclusión de que la misión del novelista consiste, como dice Leopoldo Alas, en "reflejar la vida toda, sin abstracciones; no levantando un plano de la realidad, sino pintando su imagen como la pinta la superficie de un lago tranquilo.". El naturalismo español no es ateo ni materialista (no es tan progresista y no reconoce lo más adelantado de la sociología positivista de la época industrial), incluso en la propia Regenta de Alas, que parece en un principio tan progresista y radical.
     Como fechas clave de la aparición y desarrollo del naturalismo en España podemos señalar la publicación de La desheredada de Galdós en 1881, la de los artículos de La cuestión palpitante y de La tribuna de Emilia Pardo Bazán en 1883, los ensayos y artículos de Clarín y de Galdós en los años 80. En 1884 Clarín (Leopoldo Alas) publica La Regenta y Galdós tres de sus novelas naturalistas: Tormento, La de Bringas y Lo prohibido. En 1886 la condesa Pardo Bazán publica Los Pazos de Ulloa (muy bella novela) y su continuación, La Madre Naturaleza, en 1887. La novela más impresionante y compleja del periodo es Fortunata y Jacinta (1886-87) de Galdós (a mi entender). Muchos le otorgan ese privilegiado lugar a La Regenta (1884-85) de Leopoldo Alas, “Clarín”. La novela La tribuna (1882), desde el punto de vista estilístico y de madurez ideológica, no se acerca a muchas de estas complejas obras señaladas, pero puede ser incluida en la lista, por cuanto bien vista es una novela admirable, atractiva y muy perspicazmente escrita, para su época. Emilia Pardo Bazán fue una de las destacadísimas figuras del realismo y el naturalismo en España, junto a Leopoldo Alas y Benito Pérez Galdós. 

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