Modernidad,
postmodernidad y tecnocultura actual
Luis Felipe Díaz, San Juan: Publicaciones
Gaviota, 449 pp.
“Introducción”
En este libro
perseguimos el desarrollo del pensamiento moderno emprendido más o menos desde el
siglo XV (en el Renacimiento) hasta su amplia transformación surgida para la
segunda mitad del siglo XX mediante el postmodernismo y la tecno-cultura
mediática y postcapitalista. Atendemos, sobre todo, el sujeto humano en su
capacidad de ir armando a lo largo de los últimos cinco siglos diversos modos
de pensar y saber en su interacción social y cultural. De ahí que nos ocupe el
discurso articulado desde el idealismo de los clasicistas de los siglos XV,
XVI, XVII y XVIII, para abordar luego los críticos de la modernidad (como Marx,
Nietzsche y Freud) y los pensadores sociales del siglo XIX y de la primera
mitad del siglo XX. Llegamos así a los vanguardistas de principios del siglo
XX, los estructuralistas, postestructuralistas y postmodernos de la última mitad
de ese mismo siglo.
Últimamente
el discurso y los densos modos simbólicos de entender al sujeto y a la
humanidad han tenido que reconsiderarse debido a las intervenciones del mundo
globalizado y cibernético. Si bien a lo largo de los siglos nos han formado
discursos provenientes del acontecer y el devenir modernos, en la inaugural
ocasión cibercultural que vivimos, nos vemos precisados a responder a los
nuevos estímulos y signos impuestos por las complejas máquinas y sus
tecno-sistemas computarizados y
globalizados. Estos aspectos tienden a sujetarnos y colonizarnos cada
vez más, e irrumpen de una manera muy sorpresiva en nuestras vidas y en la
historia de la humanidad.
Nos interesa
primordialmente el sujeto y el lenguaje ante la cultura (la realidad) que los
ordena y dirige en el devenir de continuidades y también de rupturas. Al así
exponerlo primeramente consideramos que para los estudiosos más influyentes en
las ramas del saber de las últimas décadas la realidad se presenta como
fenómeno antes que nada aprehensible mediante la mediación que ofrecen los
signos del lenguaje. No se puede reconocer lo real y lo histórico (el devenir)
si no es a través de la capacidad de simbolizar de nuestra conciencia. Los
eventos sociales y culturales resultan así aprehendidos por algún tipo de
codificación discursiva o textual, como una acción metafórica. Significa esto
que los eventos y los discursos no se captan separadamente, al entenderse que
los sucesos de la realidad no sólo aparecen delineados por el lenguaje, sino
que están construidos, en su constitución misma, por los signos o símbolos de
ese lenguaje. De aquí que antes que al significado y sus contenidos se les
preste atención a las formas, a los significantes, a los espacios invisibles e
no detectados de por donde nos movemos mentalmente.
Pero no se
trata de considerar estos signos (lenguajes) como categorías que se explican
por sí mismas, o como simples representaciones de los referentes que aparecen
fuera de ellos. Los signos ofrecen construcciones discursivas cargadas de
contenidos y formas que adquieren significación e identidad precisamente porque
se colocan en relación de contigüidad consigo mismos y se diferencian unos de
los otros. Un signo es, no por lo que por sí solo nombra o afirma, sino por la
posición que ocupa en relación con otro signo contiguo o pertinente. La
identidad de una designación no se entiende por sí misma, sino por su relación,
a la larga, opuesta y diferenciada con un algo considerado arbitrariamente
inicial. Nada en los alrededores discursivos, simbólicos y hasta de la conducta
parece escaparse de esta semiosis binaria en que se “es” no por una definición
metafísica sino por la fuerza que provoca la relación de lo uno con lo otro
dentro de un sistema de relaciones autónomas (para la conciencia del que
analiza).
Si bien se
atiende a los signos, y a un nivel más amplio a los textos en sí mismos, éstos
a la larga remiten a un contexto que debe ser considerado como un texto más
amplio y abarcador. Después de todo un signo o texto se explica con otro signo
o texto, y así sucesivamente; tal parece que “no hay nada fuera del texto”.
Cuando encontramos un referente ya éste se convierte en un texto, porque
resulta nombrado, es lenguaje. Y no se trata de que no exista el referente real
sino que éste aparece siempre agenciado desde nuestra conciencia discursiva
(lingüística).
La semiótica
o semiología se propone como una “ciencia” del lenguaje que permite entender o
interpretar mejor la llamada realidad cultural que, más allá de la naturaleza,
el sujeto humano fabrica o produce y la convierte en su medio ambiente
semántico (una semiosfera). Clave en este proceder cognoscitivo de entender el
lenguaje ha sido la lingüística de Ferdinand de Saussure, quien para principios
del siglo XX propuso un asalto paradigmático en los modos de saber de hasta
entonces y que muchos más o menos mantienen todavía. Su propuesta no sólo ha permitido a muchos estudiosos posteriores
enfrentarse a la realidad de una manera distinta, sino que ha llevado a un
nuevo reconocimiento o construcción del sujeto humano mismo y su quehacer
cultural. En este libro tratamos sobre
estos aspectos que atañen al lenguaje (los signos) dentro de la cultura moderna
que domina desde el Renacimiento hasta la sociedad postmoderna que nos arropa
en estos tiempos de tantos cambios radicales.
Si, por una
parte, en este libro se atiende el lenguaje y sus estructuras, por otra,
también se le presta atención al sujeto que los articula para imprimir su
identidad en la historia mediante sus discursos y saberes. Ya para principios
del siglo XX Sigmund Freud había advertido mucho de este nuevo modo de
comprender al sujeto humano dentro de categorías discursivas provenientes de la
(in)consciencia y sus diversas manifestaciones. Pero fue el psicoanalista
Jacques Lacan, posteriormente, y con las influencias que obtuvo de la
lingüística estructural saussureana, quien logró ofrecer una perspectiva más
compleja de esa manifestación discursiva o textual que define ahora al sujeto
en sus niveles de conciencia. A entender del postfreudiano Jacques Lacan, este
sujeto proviene de la naturaleza o del no-lenguaje (de un Orden Real), se
convierte en una construcción de los signos de la cultura (de un sistema
simbólico, de la Ley del Padre) a la vez que es producto de sí mismo (de su
imaginario inicialmente materno). Con revisiones más complejas, ciertos
analistas posteriores, principalmente feministas y gays, se han encargado de denunciar cómo las perspectivas que sobre
el mundo estas ideas nos ofrecen (ante todo las de sexualidad) responden a
constructos que imponen los signos de la
cultura masculina y falocéntrica. En este libro se toman en particular cuenta
estas ideas tan importantes para entender la construcción psico-social del
sujeto moderno y luego del sujeto que se ha denominado como postmoderno e
incluso mediático y cibernético.
Toda esta
revuelta contra viejas formas de saber y de entender la realidad moderna quizás
hayan tenido su máxima expresión luego que a partir de las décadas del 60 y el
70 del siglo XX, Michel Foucault y Jacques Derrida nos llevan a reconocer que
el lenguaje se revela como una estructura discursiva de poder que representa y
privilegia ciertos sistemas de signos frente a otros. En la cultura occidental
se ha tendido a resaltar la existencia de signos primordiales que confieren
identidad estable, afirmativa y fija (como la verdad, lo trascendental, el Ser
Supremo). Es así particularmente desde las modernas construcciones cartesianas
y kantianas que suponen un sujeto anclado en una centralidad (más imaginaria
que concretamente histórica) desde la cual ejerce saberes, poderes y deseos que
le permiten asumir control y estabilidad ante sí mismo y el mundo.
Para la
última mitad del siglo XX, el deconstruccionismo derridariano, por su parte, niega
que exista tal estabilidad cuando los signos que se pueden presentar como
anclados y fijos indudablemente han sido parte de una lucha o conflicto que les
ha permitido ocupar tal posición. Al principio lo que se encuentra es la lucha
y el conflicto de una oficialidad e identidad (un signo “superior”) frente a
una marginalidad o diferencia (otro signo “inferior”). A partir del momento en
que un signo o símbolo ocupa una posición de poder y oficialidad (un
logocentrismo), surgen los márgenes, lo excéntrico, la locura, lo negativo, la
otredad, el discurso de la oposición. Cuando tomamos en cuenta estos conceptos
y sus movilidades estamos propiamente en el campo del postestructuralismo y la
postmodernidad de fines del siglo XX. El postestructuralismo refiere a un modo
particular de entender el lenguaje (los signos) del sujeto en la cultura; lo
postmoderno se entiende como una perspectiva crítica (un manifiesto) que se
asume ante lo que se considera la caduca y anacrónica cultura moderna y su
racionalidad.
A lo largo de
este libro se expone cómo se desarrollan estos aspectos desde la Modernidad
clásica (del Renacimiento a la Ilustración) hasta alcanzar sus implicaciones
amplias para el pensamiento contemporáneo tan dominado por la tecnociencia y la
informática cultural y comercial.
En nuestra
exposición se le reclama al lector una lectura moderna de ciertas teorías muy
contemporáneas y postmodernas. Ofrecemos un texto escrito para ser entendido
por medio de la racionalidad que nos ha formado, sobre todo, desde la
Ilustración. Y esto es a pesar de que el contenido de esta exposición refiere
precisamente al pensamiento que deconstruye y se enfrenta al saber ilustrado.
Se presenta aquí un trabajo escrito con la intención de provocar el
entendimiento de los inestables criterios postmodernos, pero, en la medida de
lo posible, dentro de lo preciso y estable que ofrecen los modos modernos de
explicar la complejidad cultural. Se reclama aquí un lector inicialmente
interesado en entender la cultura ilustrada que nos define desde el siglo XVIII
y que desemboca en el estructuralismo, la semiótica, el psicoanálisis y la
postmodernidad tecnocultural del siglo XX. Es luego de la Segunda Guerra
Mundial que se cumplen los agenciamientos de cambio que nos comienzan a alejar
de las estructuras modernas e ilustradas y nos ingresan a las postmodernas,
sobre todo debido al paso de una economía industrial y fordista a una economía
transnacional, postfordista y tecno-globalizada.
Para muchos pensadores del campo de lo social,
la incredulidad ante el progreso continuo prometido por el capitalismo
industrial, y la desilusión frente a la oferta utópica de la revolución
socialista, se muestran como señal de la clausura de una época moderna y la
apertura de otra postmoderna. Estos pensadores sociales consideran que con esta
nueva óptica se diluye la noción de progreso y avanzada en el tiempo y la
cultura, que se pierde la esperanza en un porvenir que pueda traer una
felicidad soñada desde la época romántica y sus revoluciones. También en el campo
de lo filosófico se suele hablar ahora del fin de la metafísica, y se alude a
que del Ser queda muy poco, a que se ha desvanecido la certeza y que sólo hay
margen para la incertidumbre y la
inestabilidad. Se trata de un mundo de copias, clones, repeticiones seriales,
artefactos y símbolos desechables, continuas pasarelas de sensaciones e
imágenes que no parecen aportar nada significativo para la humanidad. Debido a
esto se considera que las teorizaciones absolutas y esencialistas se han
desprestigiado y ha emergido el pensamiento antimoderno de lo marginal, híbrido
y fragmentario (lo débil, según Gianni Vattimo).
Al alcanzarse
esta cultura postmoderna se desarticulan las narrativas heroicas y de
trascendencias humanas que nos acompañaron desde principios del mundo moderno
(a partir del Renacimiento). Lo que se le ofrece ahora al sujeto humano, entre
otras cosas, es la cotidianidad desbordante y carente de compromiso, el tiempo
enajenadamente libre, las pasajeras y triviales vacaciones en lugares lejanos y
distintos, los fuertes y variados estímulos audiovisuales y gastronómicos, las
dietas y joggings, las narraciones
interminables y simuladas que parecen no llevar a nada, el mundo de lo
“virtual” y de las distopías. Para entrar en estas nuevas pasarelas y placeres
sólo se le pide al sujeto contemporáneo renunciar a las preocupaciones de
búsquedas ontológicas (y hasta religiosas) y de verdades universales y
absolutas, a desechar la ética del compromiso y el deseo de emancipación. En
otras palabras, se le pide al sujeto actual abandonar los modos de pensar y
actuar aprendidos en el mundo moderno (el tradicional humanismo), para
someterlo a una nueva formación más ocupada en lo fragmentario, efímero,
pasajero, débil y contingente.
Sin embargo,
en la actualidad muchas veces lo moderno y lo postmoderno no se expresan por
separado, sino que se ven atravesados unos por los otros. A ello se debe quizás
el que la realidad más inmediata de nuestra época no les parezca a muchos tan
postmoderna. En el mundo del capitalismo actual, sus funcionarios y líderes
reclaman el apego al trabajo y el ahorro, la lucha por los valores democráticos
y la libertad (tal y como se entienden en las sociedades capitalistas). Pero
también piden que estos apegos no lleven al consumo desenfrenado, a la búsqueda
de “peligrosos” placeres y a la ruptura con los valores tradicionales que han
distinguido a la modernidad. Si bien reclaman una fiel aceptación del “libre”
mercado y de las fuerzas productivas sin control del Estado, estos agentes conservadores
de nuestras sociedades actuales no aceptan, sin embargo, sus consecuencias y
desastres. De aquí a que en ocasiones apelen a los valores religiosos
tradicionales y a los viejos mitos de la unidad familiar y de cohesión nacional
que ofrecía la modernidad.
Y es frente a
esta paradoja del pensamiento conservador que se erige el pensamiento
desarticulador y deconstructivo de muchos de los críticos postmodernos. Mas
conviene entender que el proceder postmoderno no es necesariamente un antojo
ideológico o un capricho desarticulador que muestra el mundo de una manera
distinta; es más bien una nueva mirada y discurso que reclama nuestro cambiante
entorno cultural mismo. Independientemente de que aceptemos o rechacemos el
prefijo “post”, a partir de la Segunda Guerra Mundial, y sobre todo de la
década del 60, acontecimientos causantes de giros paradigmáticos han
transformado tanto la conciencia humana como el entorno social que la ocupa.
¿Cómo se desarrolla el proceso de ese amplio paradigma desde el siglo XV hasta
hoy día? Tal proceso es el que explicamos en este libro.
Para los
postmodernos más radicales, los conservadores que antes mencionamos no se
percatan, o no quieren reconocer, que es precisamente la movilidad económica
que nos guía en la actualidad la que construye las metrópolis cargadas de
contaminación ambiental, la que lleva al sujeto humano a convertirse en víctima
de la tecnocracia y sus amplias y despersonalizadas redes de información
mediática. No entienden que nuestros Estados, pese a que se muestran cada vez
más burocratizados, no logran detener las contradicciones sociales y la
desigualdad y desbalances económicos que crea el capitalismo. No conciben que
la economía misma propicia los problemas de desempleo, de desamparados sociales
(homeless), el terrorismo despiadado
y depredador, los trastornos ecológicos y ambientales, los desajustes en la
información. Mas si difícil resulta apaciguar los nocivos excesos ya iniciados
en el mundo moderno, más arduo resultará detener la nueva colonización desmesurada
de la conciencia del sujeto humano y contrarrestar los daños causados a su
medio ambiente físico y social. En este sentido, el pensamiento postmoderno
además de tener cuentas pendientes con los problemas heredados de la
modernidad, también tiene que vérselas con los nuevos escollos causados por el
mundo tardomoderno mismo.
¿Y
cómo se ha podido armar una nueva teoría crítica que pueda rendir cuentas de
las amplias turbulencias del mundo actual y de las nuevas contingencias que se
dan en el campo de la política práctica y
de una sociedad cada vez menos interesada en ideales de redención social y en
el pensamiento crítico mismo? ¿Cómo se ha podido articular una nueva teoría
crítica que sea capaz de reconocer que ella misma puede ser víctima (y hasta creación)
de lo mismo que critica? Louis Althusser, Michel Foucault, Jacques Derrida,
Jean François Lyotard, Gilles Deleuze, Julia Kristeva, Félix Guattari,
Fredric Jameson, Jean Baudrillard y Jürgen Habermas, Luce Irigaray, Rosi
Braidotti, entre otros, son algunos de esos pensadores y analistas que se han
propuesto explicar los nuevos paradigmas culturales de las sociedades
postindustriales y postmodernas. A las ideas de ellos hacemos referencia, sobre
todo, a finales de este libro.
Algo que
tienen en común los llamados postmodernos, postestructuralistas, postmarxistas,
posthistoricistas o post-todo-lo-habido-y-por-haber-en-el-mundo, es una
obsesiva suspicacia ante toda teoría o llamado de acción que reclame un sitial
privilegiado del conocimiento, ya científico, ideológico o estético, que pueda
prometer o asegurar el alcance de una verdad para concretar de alguna manera el
imaginario o las utopías deseados por la humanidad a través de los tiempos. Sus
críticas están dirigidas, sobre todo, a los intelectuales, ideólogos y artistas
que con sus narrativas han creído albergar los mejores intereses, ya políticos,
religiosos o estéticos, de la humanidad, sin
percatarse que sus representaciones no pasan más allá de sus limitaciones
genéricas, ideológicas y de clase, o de que sus relatos son meros simulacros en
una sociedad inmersa en otros simulacros.
Quizás se les
pueda reprochar a los postmodernos el no haberse esmerado en elaborar nuevos y
claros argumentos para superar la nueva represión y alienación social que se
articula a través de los actuales aparatos de manipulación tecnomediática, o en
presentar prescripciones para una reconstrucción de la democracia ya sea en las
sociedades capitalistas como en las no tan capitalistas. No está claro si con
su esteticismo inclinado a la búsqueda de lo irracional y subliminal los
postmodernos se oponen de alguna manera significativa al tecnocratismo
deshumanizante de las sociedades capitalistas de desbordante consumo y
violencia contra la naturaleza, o si después de todo lo apoyan. Muchos
consideran que el discurso postmoderno puede ser parte de la reacción de una
“inteligencia” marginada y arrinconada en las universidades, y en sus foros y
simposios, que más que presentar provechosos análisis han terminado
entregándose a las tendencias dionisiacas e irracionales que por sí solas podrían ultimar el humanismo a duras
penas alcanzado por el mundo moderno.
Hay teorías
postmodernas extremas como las de Baudrillard, Lyotard, Foucault, Deleuze y
Guattari, que presentan una crítica radical a la modernidad y hacen un llamado
a una nueva política que pueda rendir cuentas de la era más contemporánea.
También hay críticas postmodernas reconstructivas, menos escépticas y más
afirmativas, como las de Jameson, Laclau y Mouffe, junto a feministas como
Irigaray y Kristeva, que combinan posiciones de racionalidad moderna con nuevas
posturas teóricas y políticas. Pese a que la mayoría de los pensadores que
mostramos aquí son franceses, los presentamos en general a través del filtro de
las críticas de otros europeos, de norteamericanos y suramericanos. La teoría
postcolonial de Said, Spivak y Bhabha han invitado a Gloria Anzaldúa, Mabel
Moraña, John Beverly, Alberto Moreiras y Walter Mignolo, entre otros, a
ingresar en el debate con sus teorizaciones críticas ante el tradicional y
radical pensamiento latinoamericano.
Por el hecho
de que la postmodernidad fue un debate de la década del 80, muchos dirían que
ya pertenece al pasado. Pero la postmodernidad no es sólo un debate de ciertos
encaprichados analistas, sino un modo de ver y sentir la existencia que nos ha
tocado vivir; es un proceso que indudablemente nos afectará de manera similar a
que el Renacimiento afectó a los que vivenciaron el último estadio del
medioevo. Lo que sintieron los sujetos de la modernidad ante la pérdida del
mundo trascendente y de avanzada de lo inmanente (lo que vino a proponer el
darwinismo, por ejemplo), podría ser similar a lo que experimentamos cuando nos
hablan de cibercultura, viajes inter-galácticos, de ingeniería genética,
Internet, ADN y clones. Este libro se propone explicar de la manera más simple
posible estos procesos.
Además de a
los estudiantes y colegas de la Universidad de Puerto Rico y del Centro de
Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, agradezco a las librerías Mágica
y La Tertulia su constante apoyo.
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