Palabras encontradas, Antología
personal de escritores puertorriqueños de los últimos 20 años (Conversaciones).
Antología de Mélanie Pérez Ortiz, publicada por Ediciones Callejón (2008)
Luis Felipe Díaz
Presentado en el Seminario
Federico de Onís
Universidad de Puerto Rico
Recinto de Río Piedras
En Palabras
encontradas. Antología personal de escritores puertorriqueños de los últimos
veinte años (conversaciones), la profesora Mélanie Pérez nos presenta voces de varios de nuestros destacados
artistas contemporáneos, con propuestas y comentarios sobre la producción
literaria de los últimos tiempos. Se trata de escritores como:
Mayra Santos Febres, Rafael Acevedo, José “Pepe” Liboy, Eduardo Lalo, Ángel
Lozada, Áravind Adyanthaya, Urayoán Noel, Noel Luna, Pedro Cabiya, Juan López
Bauzá, Che Meléndez, Carlos R. Gómez. Nos ofrece así uno de
los trabajos más valiosos para el acervo bibliográfico y contemporáneo en
Puerto Rico. En este libro Mélanie Pérez recoge hábilmente los anclajes, encuentros y las fugas
de los discursos de quienes son muchos de los más destacados creadores de las
últimas décadas. De lo planteado espontáneamente por ellos podemos extraer y
corroborar mucho de lo que desde la crítica literaria y universitaria tanto
ella como yo hemos estado planteando a lo largo de las últimas dos décadas. Su ensayo inicial así nos lo revela.
Gran
desafío para el artista de nuestros tiempos resulta encontrar la literatura no
sólo en su acostumbrado y encumbrado sentido, sino en sus expresiones más
cotidianas y mundanas y acorde con los complejos cambios culturales en que nos encontramos sumergidos. El Puerto Rico de principios de los años 70 ya no se
parece al de finales de los ’80; de los tiempos socialistas y vanguardistas de Zona de carga y Descarga, pasamos a tiempos en que los poetas prefieren un micrófono abierto a la comunidad entera, de todo el que
tenga algo literario que expresar.
Por
otra parte, no sólo debemos pensar en el violento romerato de los años 80, la
situación tan significativa en la historia nuestra como lo del Cerro Maravilla
y las huelgas y encontronazos universitarios de 1981-82, para entender ciertos anclajes de los
procesos cambiantes. También debemos pensar en el Puerto Rico, que al igual que el
resto del mundo, se enfrenta a procesos paradigmáticos del cambiante y triunfal
(post)capitalismo y al desgaste y desbarajuste de las voces e ideologías socialistas y liberadoras de toda clase, de la
modernidad del siglo XX. Por eso es que por encima del concepto de “generación”
que tanto tienen en mente y critican los entrevistados en el libro de Mélanie,
he pensado aquí en transformaciones simbólicas e imaginarias de los discursos e
intertextalidades en el devenir, muy por encima de los individuos y de los
sujetos en sus historias privadas. El concepto de lo generacional que emplea la
academia ya ha variado y no depende de la llamada periodización socio-histórica
ni de la edad del autor. Los criterios de generación empleados por muchos de los
entrevistados, son muy positivistas cuando por otra parte ya parecen haber
asimilado importantes conceptos post-historicistas más aliados a las
epistemologías postestructuralistas. Esto último tiene más sentido que lo
primero. Ya es hora que abandonemos el autor real y adoptemos al autor implícito y que dejemos la historia empírica a un lado y pensemos en la versión post-colonial de procesos post-históricos. (Esta crítica muy bien la podríamos dirigir a algunos de los entrevistados).
No
obstante, entusiasma cómo muchos de los sometidos al interrogatorio de la Dra. Mélanie Pérez en su libro,
continúan abordando la literatura desde su forma literaria y como proyecto de
la puertorriqueñidad (nacional o postnacional). Sorprende cómo se enfrentan a los aguerridos
vanguardistas del periodo anterior, y reconocen los tránsitos y
sorpresivos desfiladeros ocasionados por las nuevas heterogeneidades y las
hibridaciones y fricciones discursivas e ideológicas de estos nuevos y distintos tiempos . Se trata de noveles creadores que como sujetos del devenir transmutador son
conscientes de que somos parte de procesos de cambio conducentes al surgimiento
de nuevas formas y expresiones culturales que requieren inaugurales maneras de
expresión artística. No obstante, en la antología se expresan escritores aún apegados a
mucho de lo que nos ha dejado el siglo XX y otros más interesados en infiltrase
en las inter-textualidades de lo que se avecina con el presente siglo que ya
tenemos encima. Todos ellos (quizás en menor y peculiar medida, Che Meléndez,
uno de los artistas más complejos y capaces de nuestros tiempos) son
definitivamente escritores, en general, de rupturas frente los criterios
setentistas. Resulta interesante ver en este libro de Mélanie Pérez cómo una
nueva promoción de creadores pueden mirar hacia un pasado no tan lejano y
articular sobre el mundo que nos han dejado los setentistas y quienes se encuentran en el presente (algunos) consagrados por el Poder y el canon.
Por
medio de algunos de los entrevistados podemos advertir que en Puerto Rico hemos
tenido una amplia producción de escritores de los años 60 y 70 que incluso hasta
hoy día continúan hurgando en las expresiones propias de la radical protesta
ideológica y en las consideraciones neovanguardistas del existir, de la psique
y la profunda subjetividad (como es el caso de Ché Meléndez). Junto a estos han
ido emergiendo nuevos escritores que incluimos cómodamente (por ahora, en lo
que nos enteramos un poco más de qué se está realmente produciendo) dentro de los llamados
ochentistas y noventistas. Son ellos quienes nos ofrecen propuestas y
manifiestos mediante los cuales exponen ya un amplio registro discursivo en que
convergen y divergen ante varias perspectivas promocionales o generacionales
del pasado, junto a las de un presente que les augura un futuro muy diferente a
lo reconocido en el siglo XX. De esas transiciones se muestran muy conscientes
casi todos los entrevistados y mucho más la entrevistadora misma, por lo que advertimos
e inferimos mediante sus preguntas. La visión de la antóloga es atinadamente
amplia y también atenta a lo particular (pues conoce bien las obras de los
entrevistados) para poder enfrentarse a artistas tan diversos y complejos en
sus perspectivas de lo propio de ellos mismos y de lo ajeno.
Debemos
tener en mente, para apreciar estos encuentros discursivos y estéticos, que los
iconoclastas vanguardistas de los años 70 fueron parte de la modernidad en su
doble manifestación. Lo fueron frente a las alianzas y las protestas en lo que
consideraban que era la tarea y compromiso ideológico del artista y de la
literatura misma. No obstante, según nos vamos adentrando en los años ochenta
comenzamos a advertir varias turbulencias discursivas en la literatura. Las
mismas nos complican el viaje de reconocimiento del panorama de dichos procesos y los
modos de explicarlo con certeza crítica. Mucho más cuando a fines del siglo XX
y principios de lo que va del presente se dejan sentir en la pasarela literaria
misma, amplias gestiones por captar y mostrar las semiosferas que nos definen
desde nuestra subalterna manera de ver lo que entendemos como la realidad
cultural y los modos de representarla. Y sobre todo cuando estamos ingresando
en inesperados procesos postcoloniales agenciados por un Otro Imperial y un
postcapitalismo muy distintos a lo que acostumbrábamos a reconocer. Así ocurre en
el campo de la narrativa y la poesía, los géneros más frontales en este proceso
que queremos definir y cómo muy bien nos lo dejan ver las entrevistas de la
profesora Pérez.
Como
sabemos, desde los años 70, innovadoras voces líricas (como Ángela María Dávila, Rosario Ferré,
Olga Nolla, Etnairis Rivera, Vanessa Droz, Luz Ivonne Ochart, Aurea María
Sotomayor, Nemir Matos Cintrón, Lilliana Ramos Collado (para sólo mencionar
algunas), contribuyeron a crear un amplio y complejo universo lírico de
perspectivas muy heterogéneas, pero muy definidoras de la nueva poesía
puertorriqueña y feminista (en la antología la única mujer es Mayra Santos; la
autora se justifica de ello en la página 38).
Se
ocuparon (y aún se ocupan) estas escritoras, ante todo, de articular los
sentires íntimos y más cercanos a la mujer mediante un lenguaje cargado de metáforas
que muestran la expresión de una inaugural y transgresora definición del deseo
de una manera innovadora y diferente, más desprendida del imperativo
patriarcal). La acometividad del impulso vanguardista es el escudo frontal de
sus disidencias y diferenciadas sensibilidades que viajan desde el mito amplio
de la cultura en que viven hasta el acontecer del mito cotidiano del existir.
Unas lo realizan con mayor combatividad ante las significaciones de un mundo
crudamente dominado por machos y otras con contenida y lúdica ironía frente a un ámbito
de inusitadas transversalidades genéricas y de pugnas psicológicas dentro y
fuera de ellas mismas. Superan sobre todo la sujeción del cuerpo de la mujer al
silvestre cuerpo patrio, para plácida o agresivamente desterritorializarlo,
deconstruirlo e integrarlo al espacio de la moderna ciudad y llevarlo incluso, más allá
de la ideología feminista (que tanto las caracteriza), al reclamo del ámbito
autónomo del texto mismo. Saben que más allá de todo texto, está la literatura en cuanto mito y creatividad. Muchas poetas actuales, aunque son algo diferentes, han continuado esta labor muy de la mujer.
A
partir de la década de setenta también se dejan sentir las voces líricas de
Iván Silén, José Luis Vega, Edwin Reyes, Che Meléndez, Salvador Villanueva,
Jorge A. Morales, Jan Martínez, Marcos Reyes Dávila, Félix Córdova Iturregui,
Alfredo Villanueva-Collado, Manuel Ramos Otero, Víctor Fragoso, Erik Landrón.
De manera similar a las mujeres se reconocen en la gestión expresiva de una
diferente subjetividad y en la de ofrecer audiencia a nuevos llamados de un
mundo cambiante. El mismo demanda prestar atención a cotidianeidades y
expresiones de nuevas opresiones que se suman a las tradicionales supresiones
coloniales. Una mirada más apremiante ante las expresiones existenciales que
impone la aún más deshumanizante y colonizadora sociedad del capitalismo más
avanzado y depredador, se les ofrece como la mayor urgencia y mayor frente de
ataque, tal y como también les ocurre a las poetas antes mencionadas. Los
comentarios de Che Meléndez me parecen claves en estos aspectos.
Habría
que hurgar más adelante un tanto al respecto de cómo estas estructuras e
ideologías que imponen una nueva subjetividad que transforman o retienen muchas
de las construcciones de género de estos escritores del periodo de los setenta,
los diferencia en su concepción de la masculinidad y su proceder, frente a los
escritores del grupo escritural anterior (especialmente el de Guajana). Este último grupo promocional
tendía a ser bastante descuidado y desprevenido en estos aspectos. ¡Mucho les
habrá costado a los escritores de las últimas décadas superar el androcentrismo
de tantos siglos! Los escritores más contemporáneos parecen más relajados en este aspecto, sobre todo ante los gays y las lésbicas.
Vemos
mediante los entrevistados por la doctora Pérez que el discurso de género ha
cambiado en las últimas dos o tres décadas significativamente. Pero en mucho de
lo realizado por los setentistas, puede haber varias convergencias con los
escritores más contemporáneos y de las últimas tres décadas. Por eso el peligro,
que ellos mismos reconocen, de parcelar cómodamente en generaciones literarias,
como lo solemos realizar por costumbre, y alvidándonos de los procesos de continuidad que suelen ser transgeneracionales.
Todos
los setentistas también forman parte de una promoción que suele fluir desde lo
más sublime y aureático de la poesía hasta lo más cotidiano y desarticulador
del verso (de esto último procede su vanguardismo). Muchos continúan voceando
el alegórico discurso patrio, pero no dejan de reconocerse en la desnudez y
cotidianeidad de un existir poetizable en cuanto descarnado y sin las tradicionales
utopías y legendarias promesas del pasado. Pero siempre tienden a mantener las
esperanzas de alcanzar un mundo mejor en lo social, ideológico y humano (y de
ahí sus afinidades con Vallejo y Neruda, por ejemplo). En sus textos se expresa
un inaugural tipo de consciencia y subjetividad que problematiza la existencia
más allá de la tradicional patria o nacionalidad según se entendía hasta los
años 60. Esto resulta así sin que necesariamente rompan con lo básico de esta
promoción anterior en su inquietud ideológica. Mas si bien son creadores
prestos a adentrarse en las fronteras de significaciones verticales y
comprometidas con proyectos de vida en la nación radical y moderna (que augura
un nuevo “hombre”), no logran reconocer aún los escabrosos y rizomáticos espacios
del absurdismo paródico y lo virtual de la postcultura horizontal del mundo
tecnomediático, cuyo asedio ya resulta visible y evidente para la primera mitad de los
años ochenta. Mucho de este proceso transformador de las mentalidades y del
discurso literario en sus concepciones, transiciones y emigraciones
escriturales es lo que bien nos dejan ver los entrevistados por Melanie Pérez en
su libro. Y es en este último aspecto que menciono, donde ingresan la gran mayoría
de los escritores entrevistados. De ahí que las maneras de los postsetentistas
de verse a sí mismos como artistas (sus subjetividades), haya variado
grandemente, pese a que mantienen ciertas continuidades metafóricas y textuales
en general con los nuevos escritores. De ello hablaremos en su debida ocasión.
No se deja de reconocer la labor
fronteriza de muchos de los más capaces y complejos e iniciales creadores ochentistas o los
llamados “soterrados” de las revistas Terravilla
(1978-1981), Filo de juego,
(1983-1987), Aldebarán (1986-1987) Página robaba (1989-1990) y Tríptico. (1987-1989). Como artistas
comienzan a asumir la labor creativa, reclamando un lugar distintivo en el
portal literario puertorriqueño ya tan acaparado por los sesentistas y
setentistas. Rafael Acevedo, Mayra Santos, Edgardo Nieves Mieles, Claudio Cruz
Núnez, Carlos Roberto Gómez, Eduardo Lalo, José (Pepe) Liboy, Alberto Martínez
Vázquez, Frances Negrón Muntaner, Katia Chico, Zoé Jiménez Corretjer, son
algunos de los principales aportadores en estos aspectos del quehacer literario
de las últimas décadas. E ingresan en las voces del discurso puertorriqueño adentrándose
ya algo conscientes de lo que ahora consideramos postmoderno y de la cultura
letrada que ha reconocido lo tecnomediático como metáfora cultural. Y esta
intromisión la realizan sin los traumas de la modernidad radical anterior, la
que seguía afectando a los setentistas aún algo pedrerianos. No obstante, muchos de los
ochentistas siguen manteniendo el aguerrido acometimiento neovanguardista con
su peculiar proceder ideológico anticapitalista, pese a que proclaman una
literatura más irónica, más dialógica consigo misma y consciente de la
“fealdad” del mundo tecnocomercializado (magdonalizado) que parecer llegar para acapararlo todo. Si bien quieren mantener distancia de los setentistas, de
las gestiones elitistas y narracionales retenidas de su pasado duro y moderno, los "soterrados" retienen un sentido de eticidad algo postexistencialista y comprometido con la
lucha humana y social tal y como se entienden desde los relatos radicales de la
vanguardia setentista (así me lo demuestran Eduardo Lalo y Urayoán Noel). Por
eso —en otros espacios críticos— al poeta y crítico José Luis Vega no les parecen tan
diferentes y originales en su proceder como nuevos artistas del arte letrado.
Notamos, no obstante, que son muy distintos en sus maneras de distinguir y
textualizar la cultura, incluso frente a los autores más jóvenes de la
generación anterior. Atrás irá quedando ya para los “soterrados” —y luego aún
más, según nos adentramos en los años 90—, el duro compromiso ideológico y el
manifiesto vanguardista tal y como lo pregonaran los modernos y radicales setentistas
creyentes en la posibilidad de lograr una sociedad más equitativa y humana.
Tanto los poetas más épicos y patrióticos como los más líricos e intimistas, ya
desde los años 60 mismos creían aún en este tipo de posibilidad social. A los
ochentistas estas utopías no les interpelan tanto y así se desprende de mucho
de lo planteado tan espontáneamente por los entrevistados, quienes se ven como
poetas en un sentido distinto, más dados a lo performativo, lo desarticulador,
la oralidad escritural, el ritmo híbrido del lenguaje, la noción nomádica y
fugaz de la textualidad misma. Filosófica e ideológicamente hablando son muy
distintos.
Los escritores para bien de fines del milenio se comienzan a
enfrentar a un mundo muy diferente. Y permítanme abudar un poco en esto. La cultura postindustrial y su modo de
producción tecnoelectrónico y cibernético crea una crisis tanto del sentimiento
de lo sublime como de la radical ideología vanguardista de esperanzas
emancipadoras de las generaciones anteriores. La estetización en este mundo deja
de poseer un aura privilegiada y pierde mucho del encantamiento que aún
retenían los setentistas en su poesía a pesar de todo. Un poeta-editor como Che
Meléndez parece en ocasiones entender algo de esto y en otras tiende a reprocharlo.
Más articulado y claro en estos criterios y debates me parece la exposición del
también poeta-editor Carlos R. Gómez.
Vemos partir de los 80 cómo
el arte comienza a luchar con una cultura de banalidad, hibridez y de lo
disperso que no ofrece posibilidades de anclajes como en el mundo moderno.. Lo que comienza a destacarse en la cultura en esta ocasión es el
simulacro y la copia, la falta de misterio, el deseo sin objeto. El deseo de
“sublimidad” en el arte esta vez se ve asaltado por el consumo compulsivo, el
uso repetitivo y el desecho; por lo efímero y carente de proyectos de
trascendencia. ¿Y cómo retener la construcción del Yo y la originalidad por la
que tanto luchó la poética de la modernidad? Sobre todo, tiene la creatividad
del arte que vérselas más que nunca con la velocidad, el accidente, la
catástrofe que define la sociedad postindustrial y cibernética nada dada
a proyectos de detenida contemplación poética o a la creatividad de una subjetividad
poética ya plácida o vanguardista.
Hemos
señalado antes que a los nuevos creadores que comienzan a publicar para la
última mitad de la década del 80, y ya más decididamente para los ‘90,
podríamos ubicarlos (insisto en ello) dentro del inicio de las tendencias del “desencanto
postmoderno”. La aparición de revistas literarias como Filo de juego (1983-88) y Tríptico
(1985-88) dan apertura y visibilidad a las producciones textuales de escritores
que no encuentran lugares de expresión en los medios convencionales ya
dominados por los setentistas, ajenos, indiferentes o ciegos ante los nuevos
lenguajes de la pantalla tecnocultural y su liquidez mediática. Desde las
mencionadas revistas y casas editoras (como Isla Negra y Terra Nova) se
muestran entonces más dados al juego estético, a la hibridez ideológica y al
escepticismo, que al clásico y duro compromiso político y a la noción
narcisista del Poeta (como bien defiende Che Meléndez).
De la recia experimentación vanguardista de los años 70 pasan a un
experimentalismo ligero y efímero más consciente de lo comercial y
publicitario, con nociones muy diferentes de espacios y tiempos y lo que éstos
producen en la consciencia del sujeto. Surge un agotamiento de la ideología
contracultural de las vanguardias, sus conceptos de lucha, ruptura y heroísmo
histórico, sus nociones de trascendencia, autenticidad, originalidad, e
individualidad creadora; los nuevos escritores posteriores a mediados de los
años 80 se encuentran con un cambio de este paradigma. La involución y
transmutación vienen a superar esta vez el sentido de revolución, el instante
cotidiano y pasajero se impondrá ante lo aparentemente sublime y onto-ético, y
la resistencia ideológica cede el paso a la indiferencia y el distanciamiento
escéptico ante el compromiso político.
Por estas razones de los cambios tal vez es que muestran un gusto
por lo híbrido, multifacético y polifónico, por el multi-estilo que hace gala
de variadas y posibles expresiones y modos de ingresar en los juegos del
lenguaje. Tal parece que poco a poco ha ido imponiéndose el “todo puede ser
válido” y el “todo es asimilable”, que se impone el reto de descentrar los
referentes legitimadores de la modernidad artística, de ignorar lo
distintivamente individualista y lo original. Es en este sentido que se prefiere
el nomadismo, lo rizomático, lo postdático y lo fugaz tendente a desintegrar al
sujeto creador mismo. Se trata de nociones que pueden ser calificadas más bien
de postculturales y que cambian la noción de lo que considerábamos un poeta o
un creador (sea de narrativa, ensayo o drama).
Revistas
culturalistas que aparecen desde fines de los 80, como Postdata, bordes y Nómada, aunque no aparezcan tan respaldadas por un evidente
proyecto de creación y taller literarios, propagan mediante el ensayismo muchas
de estas ideas durante los años noventa. En el libro titulado Mal(h)ab(l)ar: antología de nueva literatura
puertorriqueña (1997), Mayra Santos misma nos presenta a jóvenes poetas que
persiguen estilos, sin ansiedades algunas ante las influencias que pueden
ofrecer ciertos clásicos. Le siguen los pasos a la poesía vanguardista de
Octavio Paz, de Che Meléndez y Pedro Pietri, pero también acuden al verso
mitológico, feísta, informático, rapero, y cultivan más el lado antipoético que
lo sublime del verso. Muy poca es la uniformidad estilística en sus escritos y
lo novedoso y original (esas obsesiones de la modernidad) no le interesan tanto. Como todo grupo de
una promoción escritural, son creadores que siguen cultivando los temas del
amor, las pasiones conflictivas, la cotidianeidad, el urbanismo y los sentires
ideológicos en general, cargados de ironía y desprendimiento en cuanto a
compromisos ontológicos o inefables. De manera similar se presentan estas
tendencias en el El Límite volcado de Alberto Martínez
Vázquez y Mario R. Cancel (Isla Negra
Editores, 2000). Desde fines de los años 90 un peculiar grupo de jóvenes muy eclécticos y diversos en su poetizar han
presentado sus propuestas y estilos poéticos en la revista El sótano 00931. Similarmente ocurre con las antologías Los nuevos caníbales. (2003) y los
trabajos de eXpresiones. muestra de
ensayo, teatro narrativa, arte y poesía, antología, libro que se adentra
aún más en la tendencia postmodernizadora de la literatura en la cultura
contemporánea.
Nos dejan ver los escritores que entrevista la profesora Pérez
cómo en la consciencia que se posee del mundo se va abandonando su carácter diacrónico (el proceder del avance histórico, que aún mantienen los setentistas) y se
acercan a lo más inmediatamente sincrónico y horizontal de la postcultura en la
cual tal parece no haber cabida para proyectos fijos y estables y ni para promesas
o señales de adelantos y progreso. Se adentran más en la sucesión de los
instantes, de los fragmentos, lo que pierde contacto con las totalizaciones y con
los horizontes supuestamente alcanzables y significativos para la humanidad
(algo perseguido por algunos setentistas). De ahí la pérdida del existencialismo
comprometido caracterizador de los proyectos de la pasada modernidad y el
ingreso en la descentralización y errancia de un sujeto sin un claro panorama
de su fuerza deseante y de la presumible solidez de los espacios y el compás
del tiempo. Ángel Lozada, Mayra Santos y Urayoán Noel son buena muestra de
estos criterios.
La noción transvanguardista del arte, que retienen, tiende a
definirse cada vez más dentro de la parodia y el postmoderno pastiche y el
multiperspectivismo intertextualista y performativo no sólo del enunciante sino
del enunciado mismo. Muchos van hurgando cada vez más en lo que resulta en una
parodia que no vislumbra un concepto de un fin específico ni de nostalgia por
un pasado en que se proclama la posible heroicidad o mito de un sujeto. Si miran al
pasado lo realizan para enfrentar la trivialidad, para regodearse en lo retro, pero sin gran sentido nostálgico
o de búsqueda misteriosa o atávica. Al apropiarse del pasado lo convierten en
imagen, en texto que funge como ornamento del presente sin futuro, como un
cuadro más dentro de los muchos cuadros posibles. La noción de las ventanas
computadorizadas se hacen cada vez más evidentes y difíciles de evadir.
El mundo se les va tornado cada vez más en un bazar de signos,
íconos y señales (médicos, comerciales, subliminales, ecológicos, cibernéticos,
mediáticos, cyborgs). Atrás quedan las metáforas y los símbolos profundos y esperanzadores
en alcanzar una mejor sociedad. El pasado cuenta en la medida en que sirve como
escenario que llene las apetencias de signos del múltiple presente. La memoria y la
mirada hacia atrás son un elemento más del pastiche, de las copias paródicas en
cuanto a lo suplidor de mutiplicidades y heterogeneidades de lo marginal,
híbrido y fronterizo. Son poetas que cada vez temen menos a la incertidumbre y
levedad del ser y no les impresiona el panteón meseico que marca el luto o la
posibilidad de lo fantasmal. Atrás ha quedado El Velorio o las nostalgias culturales.
Debemos tener presente que se trata de textos y artistas movidos
por la tercera revolución tecno y micro electrónicas, donde el posicionamiento
del arte ha adquirido unos matices distintos a los de la era maquinal o fordista, en la cual imperaba la
concepción del trabajo poetizable como disciplina digna y única de movilidad,
adelanto y avance y lo que le confería un espíritu muy especial al escritor
(que valora tanto Che Meléndez). Todo parece fugarse a un presente que sea tal
vez el más narcisista de la historia, el cual puede terminar devorándose a sí
mismo como signo, como texto que es solo eso, sin referencialidad e historia.
Atrás ha quedado el simbolismo y la alegoría inspirada en los procesos de la
dialéctica y de lo natural.
Superada
la angustia de la rebeldía vanguardista, la Totalidad para el artista deja de
ser una obsesión y se convierte más bien en un peligro o en una mentira. Ahora
sus vidas reclaman otros proyectos menos trascendentales y menos agobiantes por
las grandes exigencias y esfuerzos. Lo vanguardista de los setenta queda
museografiado y momificado por las nuevas sensibilidades postmodernas,
contagiadas por una des-sublimación estética impuesta desde la digitalización
postcultural que se apodera de todos los lenguajes, de toda comunicación e
información (informática), incluida la del arte poética. La tiranía de los
signos tecnoinformáticos resulta cada vez más ineludible. Resistance seems to be futile, diría un artista ya consciente de
que se encuentra secuestrado por la nave cyborg que todo lo absorbe.
Frente a las fuertes y comprometidas expresiones de los
vanguardistas, se deja ahora atrás la densa poiesis
moderna y se opta más por la inmediatez y el fugaz lenguaje parecido al eslogan
publicitario, no se rechaza la estetización ejercida por el consumo y se adopta
una cínica celebración de la no-posible-cultura del presente. Ante lo
disciplinado en la escritura no se descarta la improvisación, se prefieren los
discursos blandos frente a los discursos duros del pasado, no se le teme a la
ligereza que descarta el pulimiento discursivo tan del gusto de los modernos.
Frente a la revolución ideal se propone el hedonismo inmediato; se prefiere el
ornamento de lo kitsch y del pastiche frente a lo singularmente memorable y
monumental, se sostiene la dejadez del instante antes que el compromiso
duradero; no se desprecia el mercadeo postestético que ignora la sublimidad y
lo perdurable. Frente a la dialéctica del conflicto en el texto, proponen los
márgenes, las fronteras, la hibridez la otredad de la nada, el silencio, la
ausencia, la falta incluso de la falta y la pérdida del ser. Aunque para muchos
artistas actuales estos aspectos no representen un manifiesto o imperativo de
acción, sí les atraen inadvertidos abismos, conflictos e incertidumbres en su
producción artística. No obstante, habrá poetas más o menos modernos que aún
persigan algo de la búsqueda romántica y nostálgica del objeto perdido y habrá
quienes en el extremo se conciban como máquinas deseantes que copian, escanean,
aplican un rápido cut and paste, y practican
el mixing performatero como los DJs
de la discoteca del mundo-texto digitalizado en que vivimos. No obstante, esto
no queda tan simplemente asimilado en este proceder tecno-cultural tan
apocalíptico, diríamos, porque los nuevos poetas mismos insisten en resaltar
sus apegos a Neruda, Palés Matos, Lezama Lima, Rivera Chevremont, Che Meléndez,
Pedro Pietri, etc., y pueden ser creadores de décimas y sonetos. De Urayoán
Noel a Noel Luna pueden haber abismos y pautas conectivas interesantes y que
requieren atención y discusión.
En fin, creo que Palabras
encontradas de Mélanie Pérez Ortiz es una de las antologías más importantes
y necesarias de estos tiempos. Su “Preámbulo. Diálogos inquietos” es un valioso
y bien articulado ensayo inicial. Ediciones Callejón ha dado un paso más al
frente.
Dra. Mélanie Pérez Ortiz
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